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Libros

Teatro sin tablas

'Intensamente azules', una obra de "teatro gráfico" de Juan Mayorga y Daniel Montero Galán.

Cuando lea este texto, el evento que lo justifica estará tocando a su fin. Desde el viernes 1 y hasta este domingo, el Teatro Valle Inclán del Centro Dramático Nacional acoge una nueva edición del Salón Internacional del Libro Teatral, una iniciativa de la asociación Autoras y Autores de Teatro (AAT). "Confiamos en que esta XVIII edición tenga la relevancia que buscamos ―me dice Ignacio del Moral, autor teatral (además de guionista de cine y televisión) y presidente de AAT―. Con los años hemos ido incluyendo algunas actividades que interesan a otros sectores no únicamente a los autores para que se convierta en punto de encuentro de muchos profesionales de las artes escénicas".

Y no sólo para ellos, como precisa su vicepresidente, el también dramaturgo Juan Carlos Rubio, que ha visto allí a público en general, "gente más joven, gente incluso de instituto, chavales participando en Teatro exprés o en lecturas dramatizadas… Y hay cabida para ensayos sobre teatro, manuales, biografías, hay diferentes líneas que recogen muy bien todo tipo de actividades en torno a la dramaturgia".

Al cabo, así lo cree el dramaturgo y editor de La Uña Rota Carlos Rod, es una cita muy parecida a cualquier otra feria del libro, además de vender libros, quienes a él acuden buscan "dialogar con los lectores (en este caso lectores de libros de teatro, que son minoría en comparación con los lectores de novelas). El Salón ofrece también otras actividades como coloquios, presentaciones de libros, ronda de conversación entre editores y autores en busca de editor… Que sea la única feria especializada en teatro en nuestro país, permite que sea un espacio idóneo para reunir a personas interesadas en las artes escénicas y al mismo tiempo un reclamo para invitar a nuevos lectores, incluso a los reacios a abrir un libro de teatro".

Lo suyo... ¿es puro teatro?

Lo peculiar de este evento es que un libro de teatro es teatro… y no lo es. "La edición de obras de teatro nos revela el momento germinal de la representación, la incitación a una determinada puesta en escena, al tiempo que ofrece la posibilidad del gozo íntimo y silente de la lectura en sí, una lectura del texto desprendida de su perspectiva de representación; pues aunque el texto teatral siempre incorpora un determinado manual de instrucciones de cara a su ulterior puesta en escena es, por encima de todo, literatura: vívidos relatos animados por nuestra imaginación en el acto de la lectura, y es que, digámoslo una vez más, leer teatro es un placer en sí", explica Ernesto Caballero, dramaturgo y director del CDN.

Admitamos, no obstante que, como afirma el editor de La Uña Rota, libro y escena ocupan dos espacios bien diferenciados, pueden complementarse, pero se rigen por, digámoslo así, leyes diferentes y se dirigen a públicos distintos, aunque a veces coincidan. "Si bien el teatro es para ser representado, nuestra tarea, sin embargo, es publicar textos. Hacemos públicos textos literarios, concebidos para ser dichos y representados, que a veces se representan en un teatro y otras veces no. Así, podríamos decir que hasta que ese texto no se lleva a escena, y no es intervenido por un director, unos actores, un escenógrafo, etc., no se convierte rigurosamente en teatro. Entonces el material literario muta a un material representado. Lo que coinciden en un libro y en un espacio escénico es la tensión entre palabra escrita y palabra hablada. En ambos esta tensión debería ser inevitable. Y dentro de 'texto de teatro' habría que diferenciar entre texto dramático y texto no dramático".

Las posibilidades son infinitas. Hay textos dramáticos que son irrepresentables "o que tratan de cuestionar los límites de la representación, y que, de no haberse publicado, no existirían. Por ejemplo, Los últimos días de la humanidad de Karl Krauss o El zapato de raso de Paul Claudel o Luces de Bohemia, que no han sido jamás o apenas representados por completo"; en el otro extremo de la tabla, "hay representaciones que no es posible publicar, pues desborda por los cuatro costados la noción de texto y de libro". Rod se pregunta, además, si un libro de teatro puede ser también un documento, y "visto así cabría preguntarse, como otra posible respuesta a tu pregunta, qué hubieran sido de las tragedias griegas o de las obras del Siglo de Oro, por nombrar sólo dos periodos históricos, si no se hubieran publicado y conservado".

Y están también los ensayos, las investigaciones, un corpus editado que va mucho más allá de la mera impresión de obras concebidas para ser representadas o, al menos, leídas. "Uno de los eslóganes de la asociación desde hace muchos años es que 'el teatro también se lee", recuerda Rubio, quien elogia la labor de los editores especializados: el motor de Antígona, de Irreverentes y de otras es la pasión, "son luchadores natos y hacen malabarismos para poder publicar tanto teatro. ¡Menos mal que hay siempre idealistas y héroes!".

Conviene aquí precisar que el subsector teatral del sector editorial no es homogéneo. Así, "una institución dedicada al impulso y difusión de la dramaturgia española contemporánea como es el Centro Dramático Nacional no puede dejar de lado la promoción de la lectura del texto dramático y del ensayo teatral", afirma Caballero quien, de entre las publicaciones del organismo que dirige, destaca "la colección de libros titulada Autores en el Centro, que recoge los textos de algunas de las obras de autores españoles y de producciones incluidas en la programación del CDN desde al año 2012. Además, cuenta con una segunda colección de libros de investigación escénica titulada Colección Laboratorio".

Por otro lado, gran parte de los ensayos y estudios sobre autores y obras de teatro siguen siendo publicados por editoriales universitarias. Carlos Rod apunta que "son libros que, por lo general, no se encuentran en las librerías. La distribución, una vez más, es el talón de Aquiles. Y falta que haya una conexión real entre este tipo de ensayos y los lectores (o al menos, buscar la manera de fomentarla)".

Y luego están las editoriales como la suya. "Trabajamos para que la edición de libros de teatro no sea percibida como un gueto o como una marcianada o una frikada. Y así, su distribución en librerías termine por normalizarse. En este sentido, libros de Angélica Liddell, Juan Mayorga, Rodrigo García o Pablo Gisbert van por la segunda, tercera y cuarta edición". Buscan, además, espacios y públicos nuevos, y acaban de publicar Intensamente azules, un libro gráfico de Juan Mayorga y Daniel Montero Galán. "Llevamos tiempo dando forma a un proyecto titulado 'teatro gráfico', en relación (o contraposición) al término de novela gráfica. Este libro, sin estar concebido originalmente como una obra de teatro, sino como un relato, puede suponer un primer paso. Como no podía ser de otra manera, al cabo de publicarse, Mayorga ha empezado a ensayarlo con un actor con el objetivo, claro, de estrenarlo el año que viene. Cuando suceda, el libro estará ahí, acompañando el momento del estreno. El libro ya es una puesta en escena".

El peso de la tradición

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¿Está el esfuerzo editorial descrito a la altura de nuestra tradición escénica?

Ignacio del Moral sostiene que en los últimos años ha habido un gran crecimiento en el campo de la edición teatral, tanto de textos como de estudios, han surgido nuevas editoriales y algunas instituciones han reforzado su actividad editorial y de promoción del texto teatral. Pero hay agujeros negros. Por ejemplo, Rod señala que los suplementos culturales y de libros, cuando hacen sus listas de los "mejores libros del año o de la década o del siglo", no incluyen una sección de libros de teatro. Así sucede que Teatro 1989-2014 (va por la 3ª edición) fue elegido como uno de los mejores libros de 2014 por los críticos de Babelia dentro de la categoría de No Ficción justo detrás del Diccionario de la Real Academia Española. "En conclusión, aún nos falta ponernos a la altura, ya sea tanto a favor como en contra de nuestra tradición hegemónica teatral. Porque hay otras tradiciones además de la dominante, que apenas tienen cuerpo ni voz y es preciso darles cancha".

Como sostiene con un toque de ironía Juan Carlos Rubio, "España no está a la altura de la tradición teatral española". Pero mirando a quienes se acercan al Salón que nos ocupa, se admira al comprobar que "la gente que va es muy creyente en esta religión del teatro". En la conversación sale ese lugar común bien instalado según el cual el teatro vive en la crisis permanente (ya nos perdonarán la aparente contradicción). "El teatro es un enfermo que nunca se va a morir ―asegura―. Tiene una salud y hierro porque es intrínseco al ser humano". Por supuesto que reclama más implicación de las instituciones, más ayuda, una visión más generosa y ambiciosa, aunque se felicita porque la AAT tiene "una estrecha colaboración con SGAE, imprescindible para nuestra supervivencia, y el Ministerio de Cultura y diferentes organismos oficiales nos presenta su apoyo". ¿Qué le gustaría que fuera más amplio? Desde luego. Pero la resiliencia es una de las características del sector, y este Salón del Libro es la prueba "de que estamos ahí, dando guerra y sobreviviendo, que es bastante en los tiempos de crisis que azotan  a cualquier sector del país".

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