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Literatura

Pablo García Baena, maestro de todos

El poeta Pablo García Baena en una imagen de archivo de 2017.

Pablo García Baena nació en Córdoba en 1921 y murió en Córdoba el pasado 14 de enero, a los 94 años. En medio, el poeta —"alto, verdadero poeta", escribiría Luis Antonio de Villena— tuvo mil y una vidas literarias. Primero, en Cántico, una de las revistas literarias que consiguió florecer en el erial de la posguerra española. Luego, el silencio de 20 años entre Óleo (1958) y Antes que el tiempo acabe (1978), quizás igual de poético. A partir de entonces, como eslabón perdido entre la Generación del 27 y los Novísimos, que le recuperan —a él y a los demás miembros de Cántico— como parte de una genealogía perdida. Después, su existencia como autor reconocido, el Príncipe de Asturias de las Letras en 1984 y la Medalla de Oro de su ciudad, que había abandonado por Benalmádena. Y ya, en la última etapa, un nuevo renacer esta vez reclamado por poetas más jóvenes como Elena Medel o Carlos Pardo. 

"Una de las cosas más llamativas, y creo que por eso ha sido un maestro para tantos, es que ha sido un poeta heterodoxo en el que se ve lo místico sin abandonar una poesía moral", reflexiona Pardo (Madrid, 1975) a preguntas de este periódico. En un mundo poético dividido entre lo que algunos calificarían de esteticismo, interesado sobre todo en la experimentación del lenguaje, y los realistas, de los que el novísimo Guillermo Carnero llegaría a decir que habían reducido la lengua a "rango de vehículo para otros fines". De Villena señalaría su certeza de "que poesía es claridad y misterio, y que nada excluye a nada, entre los buenos", y aplaudía su rechazo a las "batallas por tronos o tiaras literarias". García Baena era "amigo y gustador de Ángel González, por ejemplo, e igual de amigo y gustador de Antonio Gamoneda, digamos".

Cristos y cápsulas

Lector temprano de San Juan de la Cruz y participante de la religiosidad popular andaluza —no faltaban en su casa las imágenes de vírgenes y santos—, la poesía de Pablo García Baena está marcada, en sus inicios, por una particular visión del misticismo. Pero también por un erotismo asociado a él que se descubre pronto, ya en Rumor oculto (1946) y en Antiguo muchacho (1948), como homoerotismo. Pero pesa también en su obra la memoria de los amigos de infancia y juventud, una cierta nostalgia tan capaz de retratar el aula de la escuela ("Oda a Gregorio Prieto") como un cine de barrio ("Palacio del cinematógrafo"). "Él era capaz de combinar el esteticismo que marcó al grupo Cántico con un acercamiento a la realidad muy claro", observa Luis García Montero (Granada, 1958). El que introduce en el poema las "cápsulas blancas/ como aspirina para la neuralgia de la tarde" ("Nombre ahora"). El que abordaba la prostitución masculina con un "No era el amor y se llamaba Antonio" ("Bobby"). 

Él tomó un verso suyo para titular Impares, fila 13, la novela escrita a cuatro manos junto a Felipe Benítez Reyes. En ese "Palacio del cinematógrafo" encontraron "a quienes, durante la posguerra más dura, seguían con sus historias de amor que se llevaban en secreto". Una especie de resistencia íntima que García Montero vio ya en los versos de Antiguo muchacho (poemario de amor oscuro donde se ve la huella de Luis Cernuda), pero también en el amor de madurez de Junio y en Fieles guirnaldas fugitivas, ya de 1990. Carlos Pardo secunda esa elección de sus versos tardíos: "Se han reivindicado los primeros libros, porque esa parte erótica unida a lo celebratorio parece que ha tenido más éxito, pero lo que a mí me alucinó, que lo leí con 16 años, fue Antes que el tiempo acabe". Ese libro de regreso tras 20 años dedicado casi exclusivamente a su tienda de antigüedades El baúl. Y a vivir. 

Nombre de premio

Si el nombre de García Baena seguido pasando de boca en boca hasta la siguiente generación poética ha sido gracias, en parte, a Elena Medel (Córdoba, 1985). No solo porque lo reivindique en sus propios versos, sino porque la editorial que dirige lanzó en 2007 el Premio Pablo García Baena, reservado a autores menores de 35 años, que se ha convertido en una referencia de la poesía joven (y que ahora se encuentra en pausa, hasta nueva orden). "No recuerdo muy bien en qué momento le leí por primera vez", dice la escritora, "supongo que tendría que ver con la curiosidad por saber qué escribían los poetas de la ciudad en la que yo vivía entonces". En él encontró un "trabajo con el lenguaje", una "tensión entre lo sagrado y lo profano", una "peculiar mirada a la realidad" y una "escritura sin prisas" que se convirtieron en herencia. La prudencia le impide llamarle maestro, pero sí ve en él "una constante figura de referencia": "Me gustaría pensar que existe cierta conexión en el plano formal".

Uno de sus autores, Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976), inscribe también a García Baena en su particular Olimpo poético. El autor de El huésped esperado. Poesía reunida (2004-2016) ha dedicado desde los noventa parte de su estudio al poeta cordobés y al grupo Cántico: "En mi formación poética, Pablo es fundamental. Aunque luego me he ido quizá alejando, su poso siempre ha estado ahí. Su forma sobre todo de ver y entender la belleza como algo situado en el rumor de lo visible, o en el simple gozo de ver y dejarse arrastrar por esa belleza a veces inquietante que nos ofrece el día a día". Aunque tiene sus dudas sobre que las nuevas generaciones sigan reivindicándole como maestro, sí ve "en cierta poesía joven esa pulsión que mezcla lo místico con lo carnal que es muy de Pablo". 

Un lector atento

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Medel señala un aspecto nada desdeñable de la obra del poeta, sobre todo en las dos últimas décadas: las de su labor como impulsor de la cultura. No solo, observa, por su labor como editor en Cántico, que homenajeó a Luis Cernuda en 1955, cuando había sobre él un peligroso manto de silencio. A la creación del galardón que llevaba su nombre solo puso una condición: "que quienes integrasen el jurado conociesen de verdad qué se escribía hoy, y que se leía hoy". García Montero señala también su labor en la creación del Centro Andaluz de las Letras, que impulsó y del que era director emérito, y su actividad en distintos jurados literarios, como el del Loewe, que solo dejó en 2015

Si las nuevas generaciones han encontrado a García Baena, dicen los entrevistados, es porque él aceptaba encontrarse con ellas. "No ha sido de esos poetas que creen que con su generación acaba todo", alaba García Montero, "y aprendía también de lo que hacía la gente joven". Coincide Medel, que pudo verlo en primera persona: "Pablo atendía a lo que se publicaba —siempre me comentaba lo que le habían parecido los libros ganadores del premio, por ejemplo—, y establecía con los poetas jóvenes una relación muy generosa de igualdad: te acercabas a él desde la admiración, y él te recibía y respondía tratándote de tú a tú, como a un compañero de oficio, sin superioridad pese a su trayectoria y a su lugar en la historia de nuestra poesía".

Preparaba incluso un nuevo libro para el que ya tenía título: Claroscuro. "Sería casi una despedida", dijo. No dio tiempo. 

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