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Octavio Salazar: "Para que las mujeres avancen, los hombres tenemos que retirarnos"

"Solo hay una forma de ser [un caballero], y es siendo un feminista. Lo demás es una contradicción en los términos. No existe algo parecido a un caballero machista, no es posible. La igualdad de género no es una opción, sino la única versión deseable de la sociedad". La cita no pertenece —como quizás se presupondrá— a lo que se entendería como una feminista radical. Lo decía en una entrevista reciente Bill Nighy, actor británico de 68 años, conocido por filmes como El jardinero fiel o, más recientemente, La librería. Y es la cita que utiliza Octavio Salazar (Cabra, Córdoba, 1969), profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional, para cerrar El hombre que no deberíamos ser (Planeta). El volumen, de apenas 95 páginas, lleva como subtítulo "La revolución masculina que tantas mujeres llevan siglos esperando". Y la cita de Nighy viene a resumir su tesis: el feminismo debe ser para todos, incluso para los caballeros (y si puede defenderlo sin paliativos un casi septuagenario, sin duda puedes hacerlo tú). 

"Espero que muchas mujeres se acerquen a este libro... y que se lo hagan llegar a muchos hombres", dice Salazar encogiéndose de hombros. No deja de ser significativo. Asume que serán las mujeres quienes compren el panfleto, ya que ellas son lectoras de libros más asiduas y están más interesadas en el feminismo, pero aclara que "está dirigido a ellos". La consigna: "Párate y piensa un poquito en esto". Lleva años diciendo eso mismo con sus columnas en Público, el Huffington Post o El País (con quien rompió relaciones después de que el periódico retirara un artículo sobre el machismo del conservador Rafael Hernando) y en libros como Masculinidades y ciudadanía. Este volumen viene a funcionar como un catálogo de modelos masculinos que evitar ("el hombre ausente", "el hombre violento") sobre los que se asienta el patriarcado, el sistema que oprime a la mujer bajo la dominación de los varones. Junto a ellos, un decálogo para un "hombre por llegar" con consignas como: "Los hombres no deberíamos monopolizar el poder, el prestigio y la autoridad; deberíamos ejercerlo de manera paritaria con la mitad femenina de la ciudadanía". 

¿Cómo hacer, precisamente, para no acaparar la autoridad cuando un hombre habla de feminismo? Salazar tiene la respuesta bien pensada. "Tenemos que estar en esto, pero en un plano secundario y aprendiendo de todo lo que las mujeres han aportado". En su trabajo cita a Virginia Woolf, a la mexicana Marcela Lagarde, y canta las cuarenta a sus compañeros: "Lo primero que tendría que hacer un hombre que quiera ser feminista es leer y estudiar feminismo. Que yo a veces escucho hablar a algunos de estos temas y me da la sensación de que no se han mirado ni un panfleto. Vete a la biblioteca y empápate". Y eso tiene que ver con la segunda consigna: "No dar lecciones a las mujeres", dirigirse prioritariamente a otros hombres y trabajar en espacios en los que ellos sean mayoría. "Esto sería lo más urgente", defiende varias veces a lo largo de la entrevista. "No tendría sentido que vayas a un espacio a hablar tú de violencia machista".

El "hombre dominante"

En los primeros capítulos del libro, Salazar recopila, a modo de resumen de conocidos trabajos anteriores, características asociadas con la masculinidad que los hombres feministas deberían evitar. Algunas son, digamos, de primero de igualdad: el "hombre violento" educado para "asumir la agresividad frente al otro como parte de la manera correcta de ser hombre". O el "hombre depredador" o "dominante" que utiliza la prostitución como "una de las instituciones [que] refuerzan su identidad". Pero también otros rasgos más sutiles, como las "fratrías masculinas" (las manadas), "esos círculos en los que es imposible, o al menos muy complicado, que entren mujeres" y en los que se desarrollan "estrategias y complicidades" que sirven para proteger ciertos "dividendos" sociales. 

Pero también ideas más sinuosas en las que quizás se reconozcan sus lectores con más facilidad. Como la del "hombre precario", cuya identidad se construye negando todo lo que sea femenino. "Ser hombres supone ante todo y por encima de todo 'no ser mujer'. Por eso, desde muy pequeñitos nos enseñan a distinguirnos de las niñas, a no vestirnos como ellas, a no divertirnos con sus juguetes, a no actuar como lo hacen nuestras compañeras", escribe. Para que esto siga siendo así, los demás hombres funcionan como una "policía de género" que va marcando "el camino correcto y las fronteras" que no se deben traspasar. A quien lo haga, ya sabe lo que le espera: "maricón, mariconazo, nenaza". 

El "hombre por llegar"

Ante esto, Salazar dibuja el feminismo como una pedagogía liberadora también para el hombre. "Estamos hablando de un nuevo reparto del mundo, de las responsabilidades, que al final va a repercutir positivamente en todos y en todas", defiende el jurista. No solo puede hacer que el hombre se permita llorar, por ejemplo, o manifestar cariño físico hacia otros hombres. "Que tú te levantes y pongas el lavavajillas o la lavadora no es solo tener más carga de trabajo, sino ser independiente de esa otra que es la que siempre está ahí. En esa idea de la autonomía es donde deberíamos poner el foco. Si no, te encuentras a señores como mi padre", recuerda con una media sonrisa, "que en determinados aspectos de lo doméstico es una persona incapaz". 

Esta es, digamos, la parte bonita. Porque hay otra menos placentera (para ellos). "Que te planchen la ropa, pues está muy bien, ¿verdad?", lanza Salazar. Si generalmente a los hombres les cuesta asumir las observaciones y consignas feministas, comenta, es porque les vienen mal. "Nosotros hemos estado siempre en una posición súper cómoda. Que alguien renuncie a ella es complicadísimo. Las grandes revoluciones de la historia, ¿contra quiénes han ido? Contra quienes estaban en el poder". La conclusión, para el autor, está clara: "Para que las mujeres avancen, los hombres tenemos que retirarnos". ¿Cuotas? Sí, cuotas. "El otro día, en la Mesa del Parlament catalán, de siete solo había una mujer", se lanza. "Y si se habla de mujeres, se critican siempre las cuotas, pero ahí todos estaban peleándose por las cuotas de independentistas, constitucionalistas, los partidos… Ahora, nadie se cuestionó que hubiera una inmensa mayoría de hombres".

¿Y los que no hacen las leyes, por dónde pueden empezar? "Por leer", insiste. Por mirarse a sí mismo, porque "el feminismo es una forma de vida en la que permanentemente te estás poniendo en cuestión". Por ponerse en el lugar de ellas: "Saliendo una noche de fiesta, plantéate si has sentido miedo y, si fueras tu hermana, si tu hermana lo sentiría". Señalar las actitudes machistas en otros hombres, para que no tengan que hacerlo siempre las mujeres. Y dos recomendaciones que él intenta cumplir a rajatabla: no acudir a actos en los que no haya una sustancial participación de mujeres y, si le invitan a algún evento público como experto, proponer en su lugar el nombre de alguna compañera. Parece sencillo. "Y si no estás dispuesto a hacer estas cosas, que no son nada", zanja Salazar, "pues no estés en esta historia, te quedas en tu casa escribiendo sobre el sexo de los ángeles".

 

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