Prepublicación

'Fuego y furia': en las entrañas de la Casa Blanca de Trump

Portada 'Fuego y furia', de Michael Wolff.

Michael Wolff

infoLibre prepublica un extracto de Fuego y furia, el polémico libro que analiza el primer año de Donald Trump en la Casa Blanca. Su autor, Michael Wolff, es periodista y escritor, y ha recibido numerosos premios por su trabajo. La edición en español ha sido editada por Península y llega a las librerías el próximo 20 de febrero.

________________________

 

La campaña de Trump había empezado a replicar, quizá no tan involuntariamente, la trama de la película de Mel Brooks Los productores. En el clásico cinematográfico, los estúpidos y poco honrados héroes de Brooks, Max Bialystock y Leo Bloom, planean vender más del cien por cien de las participaciones de propiedad del espectáculo de broadway que están produciendo. Como solo podrían descubrirlos en el caso de que la obra tuviera éxito, todo en ella está organizado para que sea un desastre. De ese modo, crean una obra tan estrafalaria que acaba triunfando (y condenando, así, a nuestros héroes). 

Los candidatos presidenciales ganadores —impulsados por el orgullo o el narcisismo o por un sobrenatural sentido del destino— probablemente hayan pasado una parte sustancial de sus carreras, si no toda su vida desde la adolescencia, preparándose para el papel. Van ascendiendo la escalera de cargos electos. Perfeccionan su imagen pública. Se dedican alocadamente a crear una red de contactos y relaciones, ya que el éxito en la política tiene mucho que ver con quiénes son los aliados de uno. Se preparan intensivamente. (Incluso en el caso del desinteresado George W. Bush, este confiaba en que los amigos de su padre se preparasen por él.) Y limpian el terreno a su paso, o al menos se esfuerzan todo lo posible en cubrir lo que haya que cubrir. Se preparan para ganar y para gobernar. 

Los cálculos de Trump, bastante conscientes, eran distintos. El candidato y sus principales lugartenientes creían que podían conseguir todos los beneficios de casi —y solo casi— llegar a la presidencia sin tener que cambiar ni una pizca su comportamiento y su forma de ver el mundo: no tenemos que ser otra cosa que quienes somos y aquello que somos, porque, por supuesto, no vamos a ganar. 

Muchos candidatos a la presidencia han hecho una virtud del ser ajenos a las intrigas de Washington; en la práctica, esta estrategia solo favorece a los gobernadores contra los senadores. Cada candidato serio, sin importar lo mucho que denigre a Washington, confía en gente del establishment político de la ciudad para obtener consejo y apoyo. Pro en el caso de Trump, ni una sola persona de su círculo interno había trabajado en política a nivel nacional; de hecho, sus consejeros más cercanos no habían trabajado en política en absoluto. A lo largo de su vida, Trump había tenido pocos amigos íntimos de cualquier tipo, pero cuando empezó la campaña hacia la presidencia, prácticamente no tenía ninguno metido en política. Los únicos políticos con los que tenía cierto trato eran Rudy Giuliani y Chris Christie, y los dos eran a su manera tipos raros y aislados. Y decir que él no sabía nada —nada en absoluto— sobre los fundamentos intelectuales básicos del oficio se daba tan por supuesto que era cómico. Al principio de la campaña, en una escena digna de Los productores, Sam Numberg fue a explicarle la Constitución al candidato. "Apenas llegué a la cuarta enmienda antes de que se llevara el dedo a los labios e hiciera rodar los ojos". 

Casi todos los miembros del equipo de Trump se vieron envueltos en el tipo de conflictos engorrosos que acaban causando problemas a un presidente o a su personal. A Mike Flynn, el futuro consejero de Seguridad Nacional de Trump, que se convirtió en telonero de los actos de campaña y a quien Trump disfrutaba oyendo quejarse de la CIA y de la inutilidad de los espías estadounidenses, le habían dicho sus amigos que no había sido una buena idea aceptar 45.000 dólares de los rusos por dar un discurso. "Bueno, solo sería un problema si ganásemos", les aseguró, sabiendo, por tanto, que no sería ningún problema. 

Paul Manafort, el cabildero internacional y agente político a quien Trump había conservado para dirigir su campaña después de haber despedido a Lewandoski —y que aceptó no recibir un sueldo, lo que despertó algunas dudas sobre la existencia de un quid pro quo—, había pasado treinta años representando a dictadores y déspotas corruptos, acumulando millones de dólares en un rastro de dinero que había atraído la atención de los investigadores de Estados Unidos desde hacía mucho tiempo. Y lo que era más, cuando se unió a la campaña, estaba siendo perseguido —y todos y cada uno de sus pasos financieros, documentados— por el multimillonario oligarca ruso Oleg Deripaska, que afirmaba que le había robado diecisiete millones de dólares en una estafa inmobiliaria, y había jurado vengarse. 

Por razones bastante evidentes, ningún presidente antes de Trump (y muy pocos políticos) habían surgido del mundo inmobiliario: un mercado escasamente regulado, basado en una deuda importante y expuesto a las frecuentes fluctuaciones del mercado, que, además, a menudo depende de los favores del Gobierno, y es la moneda de cambio preferida en situaciones de problemas de efectivo y blanqueo de capitales. El yerno de Trump, Jared Kushner; el padre de Jared, Charlie; los hijos de Trump Don Jr. y Eric, y su hija Ivanka, además del propio trump, todos ellos habían sustentado sus negocios en mayor o menor medida trabajando en el limbo cuestionable del flujo de efectivo internacional y el dinero gris. Charlie Kushner, a cuyos negocios inmobiliarios estaban completamente atados el yerno de Trump y su ayudante más importante, ya había pasado algún tiempo en una prisión federal por evasión de impuestos, manipulación de testigos y donativos de campaña ilegales. 

Los políticos modernos y su personal ejecutan sobre sí mismos las más importantes investigaciones de oposición. Si el equipo de Trump hubiera examinado a su candidato, habrían llegado razonablemente a la conclusión de que una investigación ética profunda los pondría fácilmente en apuros. Pero Trump, directamente, evitó realizar esa tarea. Roger Stone, asesor político de Trump durante mucho tiempo, le explicó a Steve Bannon que la configuración psíquica de Trump hacía imposible que se evaluase en profundidad a sí mismo. Tampoco era capaz de soportar enterarse de que alguien pudiera saber tanto sobre él... y, por tanto, tener algo que pudiera usar contra él. Y, en cualquier caso, ¿para qué realizar un análisis detallado potencialmente peligroso, teniendo en cuenta las nulas posibilidades que tenían de ganar?

Trump no solo desestimó los conflictos que podían causar sus asuntos de negocios y sus participaciones inmobiliarias, sino que además se negaba en firme a hacer públicas sus declaraciones de impuestos. ¿Para qué, si no iba a ganar?

Lo que es más: Trump se negó a dedidar el menos tiempo a considerar, aunque solo fuera hipotéticamente, cualquier detalle sobre la transición, alegando que daba "mala suerte", peor dando a entender que, en realidad, sería una pérdida de tiempo. Y tampoco consideraría ni remotamente el tema de sus sociedades y los conflictos de intereses. 

"¡No iba a ganar! O, más bien, perder sería ganar."

Trump sería el hombre más famoso del mundo. Un mártir por culpa de la corrupta Hillary Clinton.

Su hija Ivanka y su yerno Jared, unos chicos ricos relativamente desconocidos, se transformarían en celebridades internacionales y embajadores de la marca. 

Steve Bannon se convertiría, de hecho, en el líder del movimiento Tea Party.

Reince Priebus y Katie Walsh recuperarían su Partido Republicano. 

Melania Trump podría volver a salir a comer sin llamar la atención. 

La introducción de aranceles a la importación de acero y aluminio desata el pánico en EEUU

La introducción de aranceles a la importación de acero y aluminio desata el pánico en EEUU

Aquel era el desenlace libre de problemas que esperaban el 8 de noviembre de 2016. Perder sería bueno para todo el mundo. 

Poco después de las ocho en punto de aquella tarde, cuando la tendencia inesperada —Trump podía ganar— pareció confirmarse, Don Jr. le dijo a un amigo que su padre (o DJT, como lo llamaba él) parecía haber visto un fantasma. Melania, a quien Donald Trump le había dado su solemne palabra, estaba deshecha en lágrimas, y no de alegría. 

En el espacio de poco más de una hora se produjo, según la observación no carente de humor de Steve Bannon, la metamorfosis de un Trump estupefacto en un Trump incrédulo y, luego, horrorizado. Pero aún estaba por llegar la última transformación: de repente, Donald trump se convirtió en un hombre que creía que merecía ser el presidente de Estados Unidos y que, además, estaba totalmente capacitado para serlo. 

Más sobre este tema
stats