Historia

Una Autonomía vasca marcada por los disparos

Campaña por el Estatuto de Autonomía, en Bilbao, 1979.

"La Constitución ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales". Es la primera oración (de dos) de la escueta Disposición adicional Primera de la Constitución Española. Para un no iniciado, quizás otra de las formulaciones legales más o menos opacas del texto, más o menos escuetas. Para el historiador José M. Portillo Valdés, todo un enigma. ¿Cómo fue posible que, en tan poco tiempo, el nacionalismo vasco consiguiera que la carta magna recogiera un elemento clave de sus aspiraciones? ¿Y cómo se logró introducir el concepto de "derechos históricos" en el texto, cuando supone, según defiende el catedrático de la Universidad del País Vasco, una rareza tanto en la historia constitucional española como en la del entorno? En su ensayo Entre tiros e historia. La constitución de la autonomía vasca (1976-1979) (Galaxia Gutenberg), Portillo se ocupa no tanto de qué implicaciones tiene este reconocimiento, sino de cómo se fraguó en un tumultuoso contexto político. 

¿Qué supone el reconocimiento de unos derechos históricos? Es "la primera ocasión", escribe el investigador, "en que se elevó a texto constitucional la presencia de la historia para sustanciar derechos territoriales". Es decir, las particularidades del autogobierno vasco no serían fruto del acuerdo, sino de la historia. No son "creaciones", sino "reconocimientos constitucionales" de unos derechos que existían antes de la propia constitución. No es el único elemento historicista que contiene el texto: está también la monarquía, por ejemplo. Pero, señala Portillo, en el anteproyecto de Constitución presentado en enero de 1978 por los siete ponentes no había ni rastro ni de un restablecimiento foral ni de unos "derechos históricos". "Recordemos", subraya, "que cuando se desarrolla la Constitución en España, identificados de manera clara y precisa, solamente hay dos territorios y otro que medio medio: Cataluña, el País Vasco y Galicia. Y esto no se sabe ni lo que va a conformar". 

 

En algún momento del debate, esto cambia. Y el historiador establece varios elementos que influyen en él: la historia, marcada por ciertas concesiones del régimen de Franco; el debate político, con la rápida hegemonía del nacionalismo; y el terrorismo, que marcó el proceso constituyente. Es esta última la que el autor se esfuerza por desenterrar, convencido de que el escenario en el que se movían los constituyentes no puede desgajarse del resultado de las conversaciones. Convencido también de que esa es una tarea historiográfica pendiente: "En general, el debate académico sobre historia vasca y derechos históricos ha sido abundante. Sobre violencia política, no tanto". Hay que esperar, en su opinión, a los años 2000, para que se inicie "un fenómeno serio de investigación sobre el fenómeno de la violencia política en el País Vasco", del que atribuye el mérito a los investigadores del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda de la Universidad del País Vasco. 

El libro finaliza en 1979, cuando se aprueba el Estatuto de Autonomía. Pero si comienza en 1976 es porque entonces, poco antes de la muerte del dictador y con Juan Carlos de Borbón ya como príncipe, se empieza a trabajar hacia un "régimen administrativo especial para las provincias de Gipuzkoa y Bizkaia". "El sistema foral vasco nunca se había interrumpido para Álava y Navarra", explica Portillo, "pero sí para Gipuzkoa y para Bizkaia, porque ofrecieron resistencia al golpe de Estado y el castigo franquista fue la suspensión del concierto económico". En octubre del 76 se deroga el decreto ley de 1937 por el que Franco había formalizado esta sanción. Así, para cuando llega el debate constitucional, parte del sistema foral está restablecido. En opinión del historiador, "el hecho de que el sistema foral no se hubiera interrumpido facilita la idea de que existen unos 'derechos históricos', que hubieran sido más complicados de aceptar si hubiera habido un lapso de 40 años". 

Entre tiros e historia incide también en el rápido ascenso del nacionalismo vasco en esos tres años. "En las primeras elecciones de 1977, el PNV, lejos de ser un partido hegemónico, consigue un buen resultado en Bizkaia, no mal resultado en Gipuzkoa, pero que es tercera fuerza política en Álava". Dos años después, cuenta, con la convocatoria de las primeras elecciones autonómicas, "el nacionalismo vasco es absolutamente hegemónico, y sus partidos llegan a sumar el 64% de las fuerzas del Parlamento". Hay otros fenómenos, como el auge de UCD y PSOE y la caída del Partido Comunista, pese a haber sido la formación más relevante del antifranquismo, sí son comunes con el resto de España. El partido de Adolfo Suárez tiene, sin embargo, un duro competidor en el PNV, con el que comparte espectro ideológico pero que le saca ventaja al liderar el proceso de debate sobre la Autonomía. En este proceso, la formación nacionalista lleva a cabo una estrategia política "muy correcta", en palabras de Portillo, "consistente en nadar y guardar la ropa": "Participa activamente en el debate constitucional, pero llegado el momento de decidir, no dicen ni que no ni que sí". Esa disconformidad con el texto final, que ven insuficiente, les permite llevar la voz cantante en el Estatuto. "Su base de votantes no deja de crecer".  

"Si hay un hecho diferencial vasco", dice Portillo con una risa irónica, "no es la lengua, no es la identidad nacional: el hecho diferencial vasco es que aquí el nacionalismo produce un monstruo, que es el terrorismo ultranacionalista, y que determina de manera directa todo el contexto político". En 1979, recoge el historiador a partir de los datos de Raúl López Romo, se cometen 234 atentados, 221 responsabilidad de ETA. Murieron en ellos 85 personas, 80 de ellas asesinadas por ETA. Cuando el autor habla del "timing de la influencia de la actividad terrorista de ETA" señala como ejemplo el 21 de julio de 1978: aquel día se produce el debate final sobre la Disposición adicional Primera sobre los derechos históricos, y aquel día la banda terrorista asesina en Madrid el general de brigada Juan Sánchez Ramos y al teniente coronel Juan Pérez Rodríguez. 

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"La presencia de los muertos es muy fuerte. A cada atentado se ponía encima de la mesa el hecho de que había parte de la sociedad que estaba a favor de la violencia. Esto te descoloca permanentemente el debate constituyente", defiende Portillo. Así, recoge unas declaraciones de Juan María Bandrés, diputado de Euskadiko Ezkerra, que diría: "Siempre que hay una situación histórica importante, siempre que se consigue un punto de arranque para algo, en ese momento que parece que lo tienes todo a huevo y que estás danzando, viene ETA y arma la de Dios...". Jordi Solé Tura, ponente del PCE y posteriormente diputado del PSC, se expresaría en los mismos términos: "Cada atentado de ETA significaba la paralización de la discusión o la reapertura de discusiones ya cerradas". "El terror ultranacionalista", defiende el historiador, "inclina la balanza a favor de lo que mucha gente con muy buena voluntad consideraba la mejor opción para terminar con el terrorismo, que era apoyar la opción nacionalista moderada". Portillo considera que esto fue un error. 

"Diría que la sensación generalizada, durante el período constituyente, era que el terrorismo iba a tender a desaparecer", señala el autor. Primero, defiende, con la Ley de Amnistía, que venía a saltar una cuenta pendiente. Luego, con la Constitución y el Estatuto, y las concesiones a las reclamaciones nacionalistas. Pero también porque "la mayoría del electorado en el País Vasco opta siempre por las posiciones del PNV, del PSE o de EE", y porque "en sus mejores sus mejores momentos, la opción electoral que apoyaba de manera clara la utilización de la violencia llegó a un 20%": "No es poco, es muchísimo. Lo que se dudaba era si sería suficiente como para que ETA continuara la lucha armada". Por último, la institucionalización de la democracia: "ETA es un proyecto contra cualquier forma de democracia", protesta Portillo, "y en la medida en que la democracia se institucionaliza, la violencia se incrementa también. Esto es lo que explica por qué a partir de 1980 aumentan los atentados".

En un ejercicio de política-ficción, el investigador trata de imaginar cómo hubiera sido el proceso constituyente, en la cuestión territorial, sin la presencia de ETA. Se detiene unos segundos. "El debate sobre la Autonomía habría sido mucho más catalán que vasco. El gran problema de inserción territorial en la España contemporánea lo ha planteado Cataluña, también en la II República. No quiero decir con ello que no hubiera habido Autonomía vasca, pero no habría preocupado tanto y por lo tanto el resultado habría sido diferente". Pero ETA estaba ahí, y la historiografía vasca sigue trabajando para medir los efectos de su violencia. 

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