Cultura

Un museo para la difunta Unión Europea

Parte de la Casa de la historia de la Unión Europea en el exilio, del artista belga Thomas Bellinck, en Bruselas, en 2013.

Ludovic Lamant (Mediapart)

Es la exposición que hay que haber visitado este verano para preparase suavemente para las elecciones europeas de 2019. El artista belga Thomas Bellinck ha instalado en las alturas del fuerte Saint-Jean, en Marsella, su Casa de la historia europea en el exilio (Maison de l’histoire européenne en exil), un mausoleo fascinante para una Europa difunta que se puede recorrer desde el 16 de junio. Un enlucido beige en las paredes, colores desvaídos, cuadros recubiertos de una capa de polvo, andamios visibles en las partes exteriores: va a flotar, este verano, un olor de descomposición en el corazón del Mucem, el Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo. 

"Hemos elegido situar este museo en un edificio del antiguo fuerte que, en parte, ha permanecido cerrado al público desde la inauguración del Mucem [en 2013]. Por culpa de la gran humedad, no es posible exponer obras aquí. Pero las vitrinas y las salas vacías se prestan verdaderamente a la atmósfera que buscamos en nuestro proyecto", explica Bellinck, nacido en 1983 en el Ruhr alemán, encantado de instalar Europa en un edificio que hacía aguas. Los claustrofóbicos estarán a disgusto en este dédalo de una quincena de salas sombrías, donde todas las ventanas han sido condenadas. 

El visitante es transportado "a un futuro incierto [donde], desde hace tiempo, la Unión Europea ya no existe". A través de objetos más o menos folclóricos, mapas y textos —redactados en esperanto, francés y árabe— a menudo con mucha información sobre el funcionamiento de Europa, el verdadero falso museo propone explicar por qué hemos llegado a este punto. He aquí algunos elementos del escenario catastrófico: la UE se ha derrumbado en 2015, después de las victorias de los extremistas Geert Wilders en los Países Bajos en 2021 y Marion Maréchal-Le Pen en Francia en 2022. Estas desencadenan respectivamente el "Nexit" (contracción de Netherlands y Exit, es decir, la salida de los Países Bajos de la UE) y el "Frexit" (la salida de Francia de la UE). 

"Así como el proyecto europeo pudo sobrevivir al BrexitBrexit, porque el Reino Unido ha tenido siempre una relación complicada con Europa, la marcha de los dos países fundadores provocó la ruptura final", explica doctamente Bellinck. Prevé también, alrededor de 2023, una aceleración de las negociaciones de adhesión de Serbia, de Montenegro y de la Escocia independiente, en un gesto desesperado de la UE para salvar el pellejo in extremis, buscando integrar en su club a nuevos aliados proeuropeos. 

No diremos más: dejaremos a los visitantes el placer algo sádico, hay que decirlo, de descubrir la manera exacta en que la UE se derrumbó. Por el camino, encontrarán tarjetas de visita de lobbistas sujetas con alfileres a los marcos como mariposas muertas, láminas amarillentas y arrugadas que muestran diseños preparatorios para los billetes de euro, un exprimidor cuyo cono tiene la forma del busto de una Angela Merkel con aire abatido, papel higiénico con la efigie de Vladimir Putin (llegado de Kiev)... Pero también innumerables frisos y mapas para describir la ola de "suicidios de austeridad" y la explosión de partidos autoritarios y de extrema derecha durante "la Gran recesión" a partir de 2008. Al final, sobre el tejado del fuerte, una cantina al aire libre propondrá cervezas checas o vinos de Europa central. 

 

Una obra de la Casa de la historia europea en el exilio, del artista belga Thomas Bellinck. / DANNY WILLEMS

No es el primer ensayo de Bellinck. El artista se ha especializado incluso en este arte tan particular de la "colapsología", el estudio de la caída de las sociedades. En 2013, creó esta instalación en un internado abandonado desde hacía diez años a las afueras del barrio europeo de Bruselas. Funcionarios europeos se desplazaron hasta allí, intrigados. "Me pasó el discutir con gente de la Comisión que salía llorando del museo, en estado de shock. Uno de ellos me dijo que acababa de darse cuenta, de golpe, que quizás trabajara para algo que se derrumbaba", recuerda. 

Bellinck instaló después su museo en una antigua oficina de correos de Rotterdam en 2014, en un palacio imperial del siglo XIX, también vacante. En Atenas, son las antiguas oficinas del Ministerio de Trabajo, construidas en los tiempos de la dictadura de los coroneles, las que sirvieron de decoración en 2016. Ese mismo año, se mudó a Wiesbaden, cerca de Fráncfort, en Alemania, a un palacio de Justicia parado desde hacía cinco años. 

En Bruselas, en 2013, Bellinck había fijado el fin de Europa en... 2018. Su predicción no se cumplió: ¿sería Europa más sólida de lo previsto? "Cada año, me veo obligado a retrasar la fecha", dice, divertido. "En veinte años, me digo a veces, estaré haciendo aún este museo... El Imperio romano no se derrumbó en dos meses". Después de todo, "no es tan raro que las sociedades se suiciden, e incluso que lo hagan con cierto entusiasmo", escribe el politólogo búlgaro Iván Krastev en un reciente ensayo, After Europe (Después de Europa). En Marsella, Bellinck sabe que las reacciones serán diferentes de las de Bruselas: "A la gente le chocará menos. Quizás porque se sienten más lejos de las instituciones europeas. Pero también porque la realidad de afuera está alcanzando a la ficción". 

Bellinck no es un adversario del proyecto europeo. Su trabajo, hiperdocumentado, tiene más bien un valor de advertencia. Como tantos otros activistas y pensadores frente a las crisis europeas, Bellinck cita hoy esta máxima de Antonio Gramsci: "El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos". "Monstruos" hay de hecho para elegir a nuestro alrededor: de Trump a Salvini pasando por Orbán y otros. "Pienso cada vez más en este proyecto como un mausoleo, que sirve para decir adiós a lo viejo para que lo nuevo pueda finalmente nacer", explica Bellinck. "Esto no quiere decir necesariamente tirar el grano con la paja, acabar con el proyecto Europeo. Sino ser más radical para repensar el proyecto, acabando con algunos privilegios del continente, como los del hombre blanco". 

A lo largo de sus recreaciones, el museo de Bellinck ha evolucionado para mostrar más claramente los lazos entre las crisis del imaginario europeo y las problemáticas poscoloniales. Paralelamente, el artista belga ha concebido varios proyectos alrededor del callejón sin salida de la políticas migratorias en Europa: su última puesta en escena, teatro documental y musical, se interesaba por la gestión de ciertas fronteras exteriores de la UE y planteaba el asunto del funcionamiento de Frontex. 

¿Seguirá Bellinck con su proyecto, de ciudad en ciudad, a la espera del verdadero estallido de la UE? "A cada vez, me digo que es la última vez que lo recreo. Pero el museo se transforma, se presenta cada vez más como un archivo personal. Mis otros proyectos lo alimentan. Es una colección de cosas que recojo y actualizo a lo largo de mis viajes", prosigue Bellinck. La Casa de la historia europea en el exilio que se abre en Marsella propone así una zambullida en el atormentado cerebro de un treintañero europeo, golpeado por el derrumbe del sueño europeo, pero persuadido también de que su generación tiene la oportunidad política de ganar en radicalidad. 

"La desigualdad y la marginación política hacen que la gente ya no crea en la democracia representativa"

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  Traducción: Clara Morales

Lee el texto en francés:

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