Cultura

Las joyas 'queer' del Reina Sofía

Cartel de una fiesta de La Radical Gai. Madrid, años noventa.

El Museo Reina Sofía es la institución del arte contemporáneo en España. Y, como todas las instituciones, no solo es patriarcal —solo el 6% de los autores de su colección eran mujeres, según un informe de la asociación Mujeres en las Artes Visuales—, sino también heterocéntrico. Los artistas abiertamente homosexuales, bisexuales o trans son escasos, como lo son las representaciones de homoerotismo o de la identidad de género no normativa. Pero están. Aprovechando la celebración del Orgullo LGTBI, cuya marcha en Madrid se celebra el 7 de julio, el centro de arte subraya la presencia de esta comunidad en su colección y en su archivo a través de visitas guiadas. "Estamos en todas partes", rezaba en los setenta el lema de los activistas por la liberación gay en Estados Unidos. Aquí también.

Lola Hinojosa, responsable de la colección de artes performativas e intermedia, señala a la pantalla. Ahí está la obra El perchero, de Carlos Leppe. El artista chileno aparece en las tres fotografías de gran formato (de talla humana, en realidad), travestido, envueltos sus genitales con gasa y esparadrapo. En 1975, el régimen de Pinochet quebraba los cuerpos de homosexuales, bisexuales y trans como los de cualquier otro disidente. La pieza podría haber sido señalada, en cualquier otra colección, como una obra política, de izquierdas contra el fascismo de las dictaduras latinoamericanas. El Reina Sofía la sitúa, además, como una muestra de arte queerqueer, un arte que se alza contra la heterosexualidad obligatoria, que señala la violencia a la que se ven sometidos quienes se salen del redil. La sala en la que reside Leppe se llama "Hablo por mi diferencia. Cuerpos disidentes en la práctica artística latinoamericana". 

 

'El perchero' (1975), de Carlos Leppe. / MNCARS

Es una de las piezas que verán quienes se suman a las visitas guiadas que se organizan en las tardes del 4, 5 y 6 de julio. Junto a ella, la religiosidad popular y el erotismo de Sergio Zevallos o el autorretrato en el que el escritor y perfomer chileno Pedro Lemebel se retrataba travestido y con la hoz y el martillo surcando su cara maquillada. Y su manifiesto, que da nombre al ciclo de visitas y a la sala y que fue leído por primera vez en una reunión clandestina de disidentes de izquierda: "Hay tantos niños que van a nacer / con una alita rota / y yo quiero que vuelen, compañero/ que su revolución / les dé un pedazo de cielo rojo / para que puedan volar". 

"No creo que para ver estos relatos haya que forzar el discurso", opina Hinojosa. "Al contrario, hasta ahora se ha estado haciendo el ejercicio de ignorarlos". Las visitas, explica, tratan de subrayar la presencia y el peso queer en la colección permanente y, por extensión, en todo el arte contemporáneoSe centran en la tercera parte del recorrido del museo, entre 1962 y 1982, cuando algunos artistas comienzan a trasladar a su obra la lucha por los derechos —o por la supervivencia— LGTBI que se producía en las calles. Estos relatos, asegura la comisaria, son ya para el museo "una línea de interés tanto en la exposición como en la adquisición". Pero hay que solventar un retraso de décadas. De hecho, solo otra sala más se dedica especialmente al colectivo, un poco más adelante: la 001.10 estudia la relación entre el arte de Nazario, de Ocaña o de Manolo Quejido y la Ley de peligrosidad social, que a partir de 1970 castigaría los "actos de homosexualidad". 

"La lucha por la derogación de la ley es uno de los detonantes de los movimientos de liberación gay en España", explica Hinojosa. Ahí están los carteles compuestos por Joaquín de Molina para el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, en 1977, bajo el título de Por una sexualidad libre! Ahí están las fotos de Colita de la primera manifestación del Orgullo, celebrada en Barcelona el 26 de junio de 1977. Pero también las obras de otros artistas, más cercanos a las posiciones libertarias, como el pintor y performer José Pérez Ocaña, la Ocaña, o el dibujante Nazario. "Frente a la política de los frentes de liberación, que por ejemplo reivindicaban la palabra homosexual para definirse, estaba Nazario, que cuando llega a Barcelona desde Sevilla comienza a reivindicar la palabra maricón, rechazando la asimilación", apunta Hinojosa. Las tensiones políticas se traslucen en la creación de estos pioneros dobles, tanto en el arte como en la lucha LGTBI. 

Memoria en papel

El recorrido se detiene en Arrebato, la película de Iván Zulueta de 1979 —que cuenta con su propia sala— a falta de la última parte de la colección permanente, que abarcará desde los ochenta hasta la actualidad. Pero abajo, en el Centro de Documentación continúa la historia. Allí se custodia el ¿Archivo queer?, el único repositorio del movimiento LGTBI alojado en una institución estatal. Guillermo Cobo, trabajador de esta biblioteca, mira los tres archivadores que componen parte de este catálogo mínimo y cuenta su historia. La idea de crear un archivo queer —"queer en el sentido de radical, quienes estarían en el Orgullo Crítico, para entendernos", precisa Cobo— nació en 2012, dentro de unas residencias de investigación del Centro de Estudios. Allí, los activistas Sejo Carrascosa, Lucas Platero, Andrés Senra y Fefa Vila comenzaron a preguntarse qué sería un archivo de la memoria LGTBI y cómo se relacionaría con un archivo clásico, sabiendo que las instituciones, hasta ese momento, habían rechazado su presencia. El martes por la tarde, un grupo de visitantes veía por primera vez este archivo en una visita guiada. 

 

'Por una sexualidad libre!' (1977), de Joaquín de Molina. / MNCARS

"Lo que dicen es: 'Nosotros, que tanto hemos luchado contra un Estado que nos castigaba, ¿queremos acabar en sus fondos?", lanza Cobo. "Pero, a falta de otra iniciativa, se concluyó que lo importante es que esté preservado, que esté organizado y disponible. Ya se ha perdido mogollón de documentación y no queremos que siga pasando". Así que se pusieron manos a la obra. El propósito era recuperar toda la documentación posible sobre los colectivos La Radical Gai (activo entre 1991 y 1997) y LSD (entre 1993 y 1998), en los que habían militado algunos de los investigadores, a partir de varias colecciones personales. Y allá que fue Cobo, tirando de contactos, hasta conseguir a ocho personas que cedieran los papeles acumulados y guardados durante años. En el archivo, que enseña con orgullo, hay hasta 250 panfletos, comunicados, pegatinas, fanzines o revistas, más de 200 fotografías, carteles de gran formato, libros, vídeo... Reunir todo el conjunto le llevó tres años. 

"Lo que no hay es correspondencia ni libros de actas", precisa el documentalista, elementos que sí suelen estar presentes en este tipo de archivos. ¿La razón? "Primero, que se ha perdido mucho. Segundo, que la gente que los tiene es joven aún y muchas veces no quiere desprenderse de ellos". Ahí entra en juego otro factor: el valor emocional. Si algo ha conseguido que estos papeles, que durante años han sido considerados como carentes de valor histórico, se hayan conservado en buen estado durante un par de décadas, es lo que suponen para quienes los han custodiado. "Siempre pasa en los colectivos LGTB", dice Cobo, "porque no son solo papeles, son tus recuerdos de juventud, tus amigos, tus parejas, o incluso gente que ha fallecido". 

En los panfletos protegidos por láminas de plástico se ven las atrevidas imágenes de La Radical Gai contra el sida, la militarización o las agresiones homófobas. Ahí, un pene erecto llama a usar el preservativo, dos traseros al aire se oponen a la mili y un comunicado llama a actuar contra las palizas en el parque del Retiro. Junto a ellos, la documentación de LSD denuncia la invisibilización de las mujeres homosexuales y llama a la creación de un imaginario propio: la fotografía de una mujer con las piernas abiertas y sus genitales en primer plano se proclama como "escultura lesbiana".

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Los activistas de uno y otro grupo se encontraban en las calles del barrio madrileño de Lavapiés mientras protestaban contra la inacción de la policía frente a los agresores o la falta de información sobre prevención de las enfermedades de transmisión sexual. Fueron extraordinariamente prolíficos (sobre todo en el caso de La Radical Gai), estuvieron muy presentes en la vida asociativa de la capital y tuvieron cierto espacio en los medios. En sus acciones, ecos del activismo okupa, de la cultura libertaria y de una teoría queer llevada a la práctica. En sus fanzines y panfletos, un muestrario de estética punk, triángulos rosas que llegaban del colectivo de lucha contra el sida Act Up desde París o Nueva York, influencias del arte contemporáneo, diseño de guerrilla afinado entre fotocopiadoras. Algo queda de esa lucha en los archivadores. 

Cuando acabe la semana, coronada con la manifestación del sábado y el estruendo de las carrozas a pocos metros del Reina Sofía, terminarán también las visitas. La colección seguirá ahí, así como el ¿Archivo queer? Hinojosa dice que esta visita temática podría ser permanente, como las que ya se hacen semanalmente sobre feminismo desde hace unos años... pero "depende de la demanda". Cobo se muestra encantado ante la perspectiva de abrir el archivo al visitante de nuevo, como hacen en otras ocasiones cuando lo demandan investigadores, grupos o instituciones: "Solo tienen que pedirlo". La pelota queda, por ahora, en el tejado del público. 

 

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