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Cultura

La memoria de la Guerra Civil que vive en los pueblos

Una de las entrevistadas del documental 'Hogar', de Michèle Novovitch y David Morano.

Una niña que ve cómo se llevan a su padre para fusilarlo. Una familia que tiene que elegir entre delatar a uno de sus miembros o que tomaran represalias contra todos. Alguien que prefiere el suicidio a la cárcel. Son solo tres de las historias de la Guerra Civil que duermen en la Sierra de Huelva, una de las comarcas que más sufrió la represión tras la contienda. Tres de las historias que han despertado Michèle Novovitch (Sevilla, 1992) y David Morano (Alájar, Huelva, 1992) con su proyecto HogarHogar, un documental en marcha desde hace un año que ahora busca financiación mediante crowdfunding. Los casi 40.000 habitantes de sus 29 municipios tienen bajo los pies un pasado marcado por consejos de guerra y silencio. No son, claro, los únicos. 

Hogar nació en Alájar, el pueblo de apenas 800 habitantes en el que nació y creció Morano. Novovitch, su compañera en la carrera de Filosofía, había ido allí a pasar unos días, y el primero volvía a contar una vez más las historias de la Guerra Civil que había escuchado relatar aquí y allá, entre susurros. La conversación se alargó —¿cuáles eran las diferencias en la memoria de aquellos años entre un pueblecito y una gran ciudad?— y decidieron ir a tocar a la puerta de Asunción, la persona más mayor del pueblo, entonces de 95 años y hoy a punto de cumplir 96. "Creíamos que no nos iba a atender, pero fue encantadora y estuvimos dos horas hablando con ella. Nos cambió la vida", recuerda el realizador por teléfono. Desde entonces han recorrido puerta por puerta —y a dedo: ninguno de los dos tiene carné de conducir— la mitad de las poblaciones de la comarca. 

La Guerra Civil que les contó no era la que se trataba en los libros —y apenas—. Era tangible. Olía al puchero que la joven Asunción se escondía entre las faldas, aguantando las quemaduras, para llevárselo a su padre, que estaba huido en el campo. Sonaba al leve crujido de la madera que hacían al moverse quienes pasaron años escondidos en el hueco de la escalera. "Nos hizo darnos cuenta de que la guerra tuvo un impacto increíble en las dinámicas sociales. Y nos tocó especialmente que no se lo hubiera querido contar a nadie. Supimos que el tema no estaba cerrado, que había muchísimo que hacer", dice Novovitch, también en línea. "¿Y si contamos esto desde la perspectiva de la gente y de las tierras que no han salido nunca? Empezamos a darle vueltas y esa misma noche dijimos: para alante".

La idea estuvo clara desde el principio: servirse de los estudios de Imagen de ella y de los conocimientos de él en Derechos Humanos para construir un documental de hora y media que recogiera esas historias que no habían visto la luz y que estaban a punto de perderse. La fase de documentación está ya avanzada, han realizado decenas de entrevistas y cuentan con el apoyo de Francisco Espinosa, el historiador que más ha investigado el destino de la región tras el golpe de Estado. El método de entrevista que han desarrollado incluye tres fases: una primera toma de contacto, una grabación en audio y una grabación en vídeo. Pero tanto la investigación como el rodaje necesitan financiación: unos 32.000 euros que se han propuesto reunir mediante una campaña de micromecenazgo. Ya han superado los 5.000 euros, pero si no alcanzan lo presupuestado quizás no puedan compartir sus hallazgos. 

¿Por qué contar la Guerra Civil desde un entorno rural? "Se forman micromundos", dece Novovitch desde su mirada de urbanita. "Todas las dinámicas sociales están a flor de piel porque hay 200 o 300 protagonistas, todos se conocen, los papeles están claros. Es mucho más evidente todo". Las estirpes se mantienen, las casas familiares siguen en pie, y en ellas, los fantasmas. Pero hay más motivos: la región fue una de las primeras en caer tras el levantamiento, ante Queipo de Llano, y el conflicto bélico se transformó de inmediato en represión. Basándose en los archivos del Tribunal Militar, Espinosa cifra en más de 6.000 los consejos de guerra celebrados en la provincia por el bando sublevado, que dieron lugar a al menos 400 fusilamientos. Y esos son únicamente los casos registrados. Solo en Alájar fueron asesinadas decenas de personas. En la cuenca minera, pueblos enteros fueron arrasados. "Lo rural es lo que siempre queda fuera de la historia", se queja Morano. Pero él ha visto, durante toda su vida, cómo la historia se hacía presente en las callejuelas de su pueblo. 

El proceso no ha sido sencillo, aunque se hayan encontrado con la inesperada colaboración de los vecinos. Pese a haber callado durante décadas, incluso ante su propia familia —por un deseo de protección, dicen: en un pueblo es fácil que se generen rencillas—, sus entrevistados se han mostrado muy receptivos. "Parece que hablar con nosotros les aligera", apunta la realizadora, "saben que eso no va a morir con ellos. Había gente que estaba casi esperándonos. Es sanador". El principal obstáculo para su investigación es la muerte. Muchos de los testigos ya no están. Han encontrado, sin embargo, una gran cantidad de documentación escrita: correspondencia desde la cárcel, cartas de despedida de los fusilados, diarios. Papeles que también estaban dormidos. 

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Pero hay algo que despierta. "Es la primera vez que veo a mi abuela contar eso", les dijo alguien después de ver el tráiler del proyecto. "De repente toman contacto con su historia familiar, y empiezan a comprender un fenómeno inmenso desde su rinconcito. Y sabes que eso no ha vertebrado solo la vida de tu abuela, sino todo lo que lleva arrastrando tu madre y tú mismo", apunta Morano. Ellos mismos han vivido cierta transformación: "A mí me ha dado la vuelta. Empiezas a entender las herencias, el miedo, el silencio, la vergüenza". Quienes perdieron, dice, siguen perdiendo: "Ves cómo hubo gente que aceptó cosas que eran inaceptables, pero que en pro de una conciliación o de un proceso democrático que, bueno, deja que desear, dicen ‘vamos a olvidar, borrón y cuenta nueva’. Esas personas son las verdaderas víctimas, que sufren una doble represión".

Saben que corre prisa. La abuela de Novovitch, que vivió la guerra y sufrió la posguerra cuidando de sus hijos ella sola, murió "hace un año largo": "Me da toda la rabia del mundo no haber preguntado más, investigado más. Tampoco salió de ella contarlo. Ni una vez". La tía abuela de Morano, prima de Asunción, hubiera cumplido este año 95 y murió cuando él tenía 12: "A ella nunca le escuché hablar de la guerra. No sé si tenía miedo, si no sabía hablar de eso... Ojalá tuviera viva a mi tía para preguntarle un montón de cosas". Las voces de Hogar llevan ocho décadas esperando, y no les queda mucho más tiempo. 

 

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