La portada de mañana
Ver
Las macrorresidencias suman el 38% de las plazas de mayores, un modelo que se demostró letal en el covid

Cultura

Lo veo todo negro

Este festival cultural reúne cada año a decenas de creadores, en su mayoría escritores, en torno al género negro.

España vive un sarampión, padece una enfermedad febril, contagiosa y casi epidémica, que se manifiesta por multitud de festivales que presumen de ser negros, y que va precedida y acompañada de pasión por las novelas policiacas y de otros síntomas editoriales.

¿Creen que exagero? En orden alfabético: Aragón, Alicante, Barcelona, Castellón, Getafe, Gijón, Granada, Pamplona, Tenerife, Valencia…

No esperaba el éxito ―admite Lorenzo Silva, comisario de Getafe Negro, que se celebra en estos días―, parecía que en España se apostaba por otras cosas y no por hablar de literatura. Puedo atribuirlo malévolamente a una cierta burbuja en la que esté prevaleciendo una idea más o menos fácil, pero a mí no me gusta ser malévolo, me gusta ser optimista y quiero pensar que tanto los ciudadanos como los programadores culturales como los responsables de las administraciones están siendo conscientes de que en torno a la novela negra, en torno a la literatura, se pueden promover manifestaciones que atraen a la gente, que son enriquecedoras para las ciudades y contribuyen a fortalecer su proyección y su imagen”.

Vale, pero, ¿por qué funcionan sobre todo los de novela negra?

“Es por la pujanza de un género que enlaza perfectamente con la opinión pública y los problemas de las personas reales, y que es atractivo para el público”, responde Juan Bolea, director de Aragón Negro (y de Panamá Negro).

“Es, sin duda, el género más publicado, vendido y leído hoy en día, y no sólo a nivel nacional, sino también internacional ―asegura Susana Rodríguez Lezaun, que acaba de tomar las riendas de Pamplona Negra―. A pesar de que durante mucho tiempo estuvo considerado como un “género menor”, ahora tenemos a grandísimos escritores dedicados al mundo policial, de investigación y misterio”. Y Jordi Llobregat, máximo responsable de VLC NEGRA, suma motivos: “la proliferación de autores propios, la inquietud de agentes culturales de cada ciudad, la proliferación de eventos culturales de todo tipo o la influencia de Francia con sus numerosos festivales de género...”.

Pero lo sustancial ha sido el reconocimiento público de la calidad de este tipo de literatura. “Ha sido algo así como ‘salir del armario’ ―dice Rodríguez―, como si escritores, lectores y organizadores de festivales gritáramos ‘nos encanta la novela negra y no nos avergonzamos por ello’”.

El realismo social no es lo que era

Si acaso, Bolea lamenta que haya mucho aprovechado que se sube al carro. “Especialmente patéticos resultan los intentos de algunos autores ‘de culto’ o que practican ‘alta literatura’ (supuestamente) por ganar lectores de este lado. El género los desnuda ante el público y de pronto se ve lo que había debajo: nada”.

Los impostores no son los únicos que quedan retratados. Dice Silva que entre los lectores hay gente a la que le gusta lo truculento, otra a la que le gusta la intriga, y mucha que busca ese retrato crítico de una sociedad un tanto disfuncional y también algo corrupta tan propio del género. “La novela negra ha acertado demostrar que la literatura puede ser un fenómeno socialmente relevante allí donde la literatura siempre ha tendido a ser socialmente irrelevante”, concluye.

Y Bolea coincide: “Absolutamente. La novela negra ocupa hoy realmente el realismo social, al menos en España. Las dificultades del día a día se reflejan en sus tramas, así como la exasperación de los ciudadanos por las duras condiciones a que los somete el poder”.

No es algo nuevo, como recuerda Susana Rodríguez, estos textos plasman desde el principio las miserias de la sociedad. “No es necesario que la trama suceda en los bajos fondos, las altas esferas también tienen el suelo podrido a sus pies, y los escritores de novela negra escarban en ese lado oscuro para desarrollar sus historias. Así, es inevitable que la crisis política y económica, los sucesivos casos de corrupción en todos los ámbitos de la sociedad pública, las denuncias de pederastia en la iglesia o los bebés robados se conviertan en tramas de novelas. En los 80 fueron la droga y el terrorismo, en los 90 las grandes crisis internacionales y el espionaje y, ahora, la corrupción. Casi se podría decir que el escritor se convierte en ocasiones en un notario de su tiempo”.

Y los congresos en los que hablan del estado de la profesión son los festivales. Tantos, que algunos penan cuando se trata de plasmar el hecho diferencial, ese “no sé qué” que le distinga de los demás.

Entre mis interlocutores hay uno que a priori lo tiene especialmente difícil: el responsable de Valencia Negra, aunque sólo sea porque en la misma comunidad hay un Castelló Negre y un Mayo Negro alicantino. Pero él no lo vive con angustia: “Sobre todo porque no competimos por el público. Cada uno tiene el suyo propio. Es cierto que nos ‘robamos’ algún autor, pero eso es todo. Si nos fijamos en otros festivales, es para aprender, no para diferenciarnos. Cada festival tiene su personalidad, sus objetivos y hace su camino con los recursos (más o menos escasos) de que dispone”.

Llobregat resalta lo importante que es tener claro lo que quieres. Desde la primera edición. Y Lorenzo Silva le da la razón. “Lo hicimos hace 10 años, configuramos un festival con unas peculiaridades y una serie de compañeros de viaje: desde el principio con una universidad, desde el principio con el resto de las artes, desde el principio con el resto la literatura, desde el principio con una vocación de mirar en tiempo real a la sociedad y de construir el festival no en torno a nombres sino a ideas”.

Indudablemente, en todos los festivales el denominador común es la posibilidad de que los lectores se acerquen a los autores. Pero los matices son importantísimos. “En Pamplona Negra, hemos encontrado nuestro propio sello de identidad, un espacio hasta ahora único en el panorama de los festivales nacionales y que hemos bautizado como ‘El crimen a escena’. El objetivo es que el público que cada día del festival abarrota el auditorio del Baluarte conozca en directo y de primera mano los entresijos de la verdadera investigación criminal. Hemos reproducido un interrogatorio en sede judicial de un caso real con la jueza que llevó el caso, el abogado del detenido y un actor que reprodujo las respuestas del acusado. Hemos recreado el escenario de un crimen y visto cómo agentes de los diferentes cuerpos de seguridad avanzan sobre él, cómo se recogen muestras, cómo se analizan los vestigios que han quedado. Hemos escuchado atónitos al experto que ayudó a la Policía Nacional a capturar al pederasta de Ciudad Lineal trazando su perfil psicológico. Hemos oído al forense Paco Etxeberria explicar cómo se actúa ante los diferentes escenarios de un crimen…”.

Los autores intelectuales

Llegados a este punto, vengo a subrayar algo evidente: los cuatro entrevistados son escritores, a veces incluso de novela negra.

¡Pero qué vergüenza!

¡Pero qué vergüenza!

“Se trata de algo casual o producto de la necesidad ante la falta de gestores culturales relacionados con el mundo del libro ―dice Llobregat―. Simplemente, hemos ocupamos ese espacio. Quizás lo relevante de esto es que saca a la luz un problema: la falta de reconocimiento del libro en el mundo cultural. La falta de consideración de la literatura como producto cultural a la misma altura que otros es alarmante. Un ejemplo sencillo: se habla mucho de la proliferación de festivales de género negro (como tú misma me has preguntado y como me preguntan desde hace años), se sugiere incluso la palabra ‘burbuja’. A nadie le he escuchado decir que hay demasiados festivales de música, por ejemplo, mucho más numerosos. Los eventos literarios (no solo los de género negro) aún tienen una consideración menor en el panorama cultural de nuestro país y es algo que debemos cambiar”.

Tras tomar nota de la observación, me dirijo a la única mujer de este póquer de entrevistados. Una sola porque, si bien hay autoras en abundancia (reinas del crimen, damas del asesinato), directoras de festivales no hay tantas.

“Aquí es donde nos encontramos con el famoso techo de cristal. La población femenina es la que más lee; en cuanto al número de escritoras, diría que estamos casi a la par que los hombres, pero se nos invita menos a participar en los festivales y, por supuesto, no se piensa en nosotras a la hora de dirigir. Quizá me equivoque, pero creo que a nivel nacional no hay más de tres o cuatro directoras de festivales, y en cuanto a citas de cierta envergadura (festivales de más de dos o tres días), de momento soy la única”. La directora de Pamplona Negra confiesa que no sabe por qué el grueso de los festivales está dirigido por hombres, que además suelen invitar a un número superior de hombres que de mujeres. “Sé que algún festival se ha impuesto una especie de ‘cuota’ femenina, y me da mucho coraje que se tengan que ‘obligar’ a pensar en las escritoras, que no encuentren los nombres de forma natural. Se siguen organizando mesas redondas sólo de mujeres, y eso tampoco es”.

Más sobre este tema
stats