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Cultura

Ellas escriben, pero

La escritora estadounidense Joanna Russ.

En 1837, Charlotte Brontë tiene 21 años y ganas de dedicarse a la literatura. Así que toma papel y pluma y escribe a Robert Southey, poeta consagrado de 63 años, pidiéndole opinión sobre su poesía. Él reconoce que muestra "talento" pero le recomienda "descartar la idea de convertirse en poeta": "La literatura no puede ser un asunto que ocupe la vida de una mujer y tampoco debería serlo. Cuando más se implique en las tareas adecuadas, menos tiempo libre tendrá para ello, incluso como (…) afición". La respuesta de Brontë es descorazonadora. Defiende ante el escritor que ella, de hecho, se entrega a "los deberes de toda mujer" e intenta incluso interesarse en ellos: "No siempre lo consigo, ya que en ocasiones, cuando estoy enseñando mis lecciones o cosiendo, preferiría estar leyendo o escribiendo; pero intento negarme a mí misma".

Lo recogía Joanna Russ (Nueva York, 1937-Tucson, 2011) en su ensayo Cómo acabar con la escritura de las mujeres, publicado en 1983 y recuperado por primera vez en castellano por las editoriales independientes Dos Bigotes y Barrett. La escritora y académica, pionera de la ciencia ficción feminista, nombra a la autora británica como ejemplo paradigmático: pese a que no tenía ni medios ni apoyo, Brontë escribió. No se negó lo suficiente a sí misma. Pero luego llegaron otros para negarla. Y eso explora Russ: los mecanismos por los que la escritura de las mujeres ha estado relegada a los márgenes del canon durante siglos, y por qué hoy ellas lo siguen teniendo más difícil que ellos para que su literatura sea considerara válida. Porque así es: baste decir que solo 14 mujeres han recibido el Nobel de Literatura desde su creación; en las últimas diez ediciones, han sido galardonadas tres mujeres y siete hombres. Si miramos al Premio Nacional de Literatura, en su categoría de Narrativa, en la última década solo lo han obtenido dos mujeres

 

Lanza Russ en su introducción: "En una sociedad que se define como igualitaria, la situación ideal (socialmente hablando) es aquella en la que los miembros de los grupos 'inadecuados' tengan la libertad de dedicarse a la literatura (o actividades igualmente significativas) y aún así no lo hagan, probando por tanto que son incapaces de ello. Pero ay, dales un poquito de libertad y lo harán. Por consiguiente, el truco reside en hacer que la libertad sea tan solo nominal y después —puesto que habrá quien aún así lo haga— desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar, minusvalorar las obras artísticas resultantes". Ella lo sabía bien: sus novelas, como Almas o El hombre hembra, han sido arrojadas al cajón de la ciencia ficción, y dentro de ella a la escrita por mujeres, igual que su ensayo se considera como parte del feminismo y no de la crítica literaria. 

"Como seguimos viviendo en un patriarcado, todos los mecanismos que ella enumera para minusvalorar la literatura de mujeres podrían aplicarse hoy en día y podríamos de hecho volver a escribir este libro poniendo ejemplos actuales". Habla Gloria Fortún, traductora del volumen además de escritora y activista feminista. Es posible, dice, que las Emilys Dickinson actuales no tengan que pedir dinero a su padre para comprar papel en el que escribir. O que las Charlottes Brontë del mundo cobren anualmente algo más que "cinco veces el precio de lavar el escaso vestuario de una institutriz". Solo posible. Pero Fred Vargas es el seudónimo masculino de Frédérique Audoin-Rouzeau igual que George Sand era el de Aurore Lucile Dupin. 

Russ señala, a lo largo de las 248 páginas del libro, once formas de desprestigiar la escritura de las mujeres. A saber: 1) Prohibir su formación o asignarles tareas que impidan de manera efectiva su dedicación a la literatura. 2) Ignorar repetidamente su trabajo. 3) Negar que la autora sea realmente la autora. 4) Juzgar su obra por la moralidad de quien la escribe, inevitablemente manchada, puesto que se dedica a escribir. 5) Tachar el contenido de secundario, puesto que es femenino. 6) Etiquetar su obra dentro de categorías menores. 7) Señalar que solo escribió una obra de calidad, ignorando las demás. 8) Categorizarla como una anomalía, eliminándola de toda tradición. 9) Ocultarle modelos de referencia anteriores. 10) Tomar el desestimiento de algunas como la demostración de su falta de valía. 11) Considerar una sola estética como central y toda la demás como periférica. 

¿Y esto cómo se ve en la práctica? Habla de nuevo Fortún, sobre la negación de la autoría: "Durante mucho tiempo se le negó a Mary Shelley la autoría de Frankenstein, que es el primer libro que entendemos como ciencia ficción, y se le atribuyó a su marido. Eso mismo ha ocurrido con Elena Ferrante, que en algunos ambientes se decía que era un hombre". O sobre la etiqueta de anomalía: "Se acepta que Emily Dickinson era una gran poeta, pero se dice que salió de la nada, que no tenía una genealogía ni a mujeres detrás. Eso no es cierto". De la misma manera, se sabe que Jane Austen leía constantemente novelas escritas por mujeres, también por otras autoras contemporáneas, como Mary Brunton. Pero, señala la autora, "¿quién lee hoy día las novelas de Mary Brunton, quién puede acaso encontrarlas?". O, de manera más generalizada y en palabras de Fortún, "se sigue considerando que los grandes temas de la literatura son los escritos por los varones, mientras que los temas sobre los que escriben las mujeres son considerados secundarios, como la amistad entre mujeres, la sexualidad, la maternidad…". 

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¿Por qué este libro, nombrado continuamente por la crítica literaria feminista y considerado una "biblia" por escritoras y activistas como Fortún, ha tardado tanto en llegar a los lectores españoles? "Es reflejo de lo que cuenta Joanna Russ en el propio libro: ella misma ha sido víctima de ese olvido", opinan Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo, editores de Dos Bigotes. Ellos conocían el título, a través de un amigo estadounidense, desde antes de fundar el sello, hace cuatro años y medio. "Pero nosotros estábamos especializados en literatura LGTBI y narrativa de ficción, y hasta que no pasaron unos años no dimos el salto a hablar de otros temas como feminismo y género o a abordar el ensayo", cuentan. Ocurrió, además, que pese al reciente boom del ensayo feminista, el libro de Joanna Russ no había sido publicado aún por ningún grupo. Al contactar con la agencia que gestiona sus derechos, esta les dijo que había otra pequeña editorial interesada, la sevillana Barrett. Y, en vez de batallar, decidieron editarlo juntos. 

"Faltaba este libro como faltan tantos que no se han editado, tanto ensayos del feminismo como escritos por mujeres", critica Gloria Fortún. Coinciden con ella los responsables de Dos Bigotes, que subrayan que pese a que últimamente haya un interés renovado por algunas autoras, el mercado editorial está lejos de ser paritario. "Si ahora mismo está ocurriendo esto es gracias sobre todo a las pequeñas editoriales", reconoce la traductora, que equipara esta nueva corriente con aquella que en los años setenta dio lugar a ensayos como el de Russ: "Entonces las académicas empezaron a desenterrar libros que ahora mismo parece que se han leído toda la vida, como los de Jane Austen, pero que sin ellas no los conoceríamos o no les daríamos el valor que tienen". Algunos volvieron a ser enterrados.

 

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