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Cultura

Jeanette Winterson: "Si eliges la versión comercial de la Navidad, será un infierno"

La escritora británica Jeanette Winterson.

La Navidad es una época de alegría obligatoria. Las luces titilan en las calles, la gente se afana por encontrar aquel regalo que hará feliz a sus seres queridos y la publicidad se llena de familias bien avenidas y rostros que resplandecen en torno a un banquete. ¿Pero qué ocurre en Navidad con quienes no tienen dinero para regalos ni banquetes? ¿Con quienes están solos? ¿Con quienes prevén con terror las discusiones entre esos extraños que se empeñan en llamarse familia? ¿Qué pasa con quienes ni pueden ni quieren comulgar con esa orgía de pensamiento positivo y consumismo? La escritora británica Jeanette Winterson tiene un alivio, aunque sea momentáneo, para sus pesares: se llama Días de Navidad y es mitad volumen de relatos, mitad recetario y todo entero un grito de protesta y celebración.  

Protesta, porque la autora —una de las escritoras británicas más destacadas de los últimos 30 años, además de una referencia para el feminismo y el colectivo LGTBI— es, a su vez, una disidente. Como ha contado en novelas como Fruta prohibida o en sus memorias ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? (todas en Lumen, que hace llegar desde hace unos años su obra al lector español), su hogar estaba lejos de ser un remanso de paz. El hecho de que su madre fuera una integrista cristiana o que la (escasa) calma familiar saltara por los aires cuando ella salió del armario como lesbiana la han hecho muy crítica con el papel de la Iglesia. Una infancia mucho más dura que la de la mayoría la ha alejado de una nostalgia ciega. La pobreza vivida en el pasado han hecho de ella una anticapitalista convencida. Winterson no encaja en la postal navideña convencional ni tiene el más mínimo interés en hacerlo. 

Pero Días de Navidad es también una celebración. Porque Jeanette Winterson adora las fiestas navideñas. Tiene especial cariño por la historia bíblica que se celebra en ella, aunque no sea creyente, igual que mira con curiosidad antropológica y literaria otros relatos fundacionales religiosos. Disfruta de los encuentros sociales de estas fechas a través de la comida, como cualquiera. Tiene desde hace años sus propios rituales, ajenos a los que marca la tradición pero a la vez muy imbricados en el significado cultural de estos días. Uno de ellos es escribir un relato navideño, cosa que hace anualmente desde hace tiempo. Son estas ventanas al significado de este tiempo extraño los que se recogen en el volumen, junto a algunas recetas sencillas que la autora acompaña de anécdotas personales contadas con la maestría habitual. 

Desafíos a la tradición

"El 21 de diciembre (que es el solsticio) me despierto muy temprano, antes de que amanezca, enciendo la chimenea (me encanta, hace frío fuera) y empiezo a decorar la casa. Cuando acabo, está amaneciendo, y es algo muy hermoso". Cuando Winterson cuenta, en un hotel de Madrid, el ritual con el que da inicio a la Navidad, una de sus épocas favoritas del año, es septiembre y el solsticio parece quedar a años luz. Pero el solsticio llega. Ella, sin embargo, no hará sus compras de Navidad hasta el mismo día 24, algo con lo que los más previsores se llevarán las manos a la cabeza: "La gente que compra regalos de Navidad en octubre está loca. Me gusta mucho esta época del año, pero no como manera de venderte más y más cosas". 

 

Vayamos, entonces, a lo que sí le gusta de la Navidad. "Creo que era porque era el único momento del año en que era feliz, y la casa era todo felicidad. Creo que eso te deja huella cuando eres tan pequeña", recuerda, sin dejar de sonreír. "Pero creo que también es por mí, me gusta mucho la historia de la Navidad, la historia religiosa, que no creo que la gente lea adecuadamente", añade.  Aquí viene la autora que creció sin libros en casa por expreso deseo de su madre y que solo tenía a su alcance la Biblia y las leyendas del rey Arturo: ambas fueron leídas como relatos de ficción y ambas se convirtieron —quizás más la primera que las segundas— en las bases de su literatura".

La Navidad es, para ella, "un desafío a la autoridad": "Va sobre un niño que va a cambiarlo todo, esa criatura sin poder alguno contra una figura todopoderosa". No duda en criticar a una Iglesia que, a su juicio, ha transformado "una religión de amor" en algo "lleno de odio, de reglas y de un tipo de moralidad opresiva para las mujeres". Pero eso no significa que deseche el simbolismo de las narraciones religiosas o que desprecie su arraigo en la cultura popular. "Las religiones son un producto de la psique humana, así que, ¿qué hay ahí que podamos usar?", se pregunta. "Desechemos lo malo y tomemos lo bueno. Yo lo hago con mi pasado, soy como una arqueóloga: ¿hay algo útil aquí, algo a lo que pueda quitarle el polvo, o es basura y lo tiro?". Parte de su labor literaria, notablemente en estos Días de Navidad, ha sido la de rescatar leyendas, religiosas o no, subvertirlas y explorar su poder narrativo y literario

Rituales sin multitarea

Así, la Navidad puede ser un espacio de recogimiento espiritual no religioso. Ella lo describe como "un lugar sagrado". ¿Qué quiere decir esto para alguien no creyente? "Para mí, la diferencia entre un lugar sagrado y uno profano es que el primero no se puede comprar, no está a la venta. Entras ahí, y es un buen antídoto al mundo en que vivimos, que gira en torno al dinero". Y esto tiene que ver con los rituales, que ocupan una parte sustancial del libro, sobre todo la referida a las recetas: costumbres propias y compartidas que, de repetirse año tras año, se convierten en tradición. En una de ellas, quizás la que menos conocimientos culinarios exige —Winterson invita a darse un capricho que para ella consiste en pan con salmón ahumado y champán, pero que puede ir hasta chocolate caliente con galletas—, escribe: "El ritual no es compatible con la multitarea. El ritual es un tiempo extraído del tiempo. Bien hecho tiene profundos efectos psicológicos". 

Y con esto vuelve a la idea de la festividad religiosa. Que los ateos del mundo respiren aliviados: la Navidad, recuerda, es una celebración que nació pagana y mestiza. "El muérdago, traer cosas de fuera y meterlas en casa, encender el fuego en el oscuro invierno, cantar en la noche; todo eso es pagano… Las Navidades son ya una mezcla de un montón de tradiciones. En una sociedad multicultural, eso sigue ocurriendo, y me parece muy enriquecedor". También lo son sus historias, que se aventuran hacia lo fantasmagórico que se asocia a estas fechas en la literatura anglosajona, al modo de Cuento de Navidad de Charles Dickens. En los relatos que rayan el terror, Winterson dibuja a unos niños castigados por la crueldad adulta: "Los niños siempre han sufrido en Navidad, y en mis historias lo hacen, pero también ganan. De nuevo, las figuras desprotegidas vencen a las grandes figuras. Creo que es un mensaje de esperanza en el que los niños deben poder creer".

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En sus historias navideñas tiene espacio, por supuesto, la pobreza. La que ella vivió, la que viven muchos, y la que vivió su padre, un niño nacido en 1919 que se hizo adulto en la Gran Depresión, trabajó como estibador (cuando había empleo), sufrió la Segunda Guerra Mundial y el racionamiento y tuvo, en general, su buena dosis de penurias. A él está dedicado uno de los textos más emotivos del libro: la receta del bizcocho borracho al jerez que él solía preparar. "Mi vida fue dura, pero la suya también. Y solo cuando crecí fui capaz de pensar en ello, en lo que supuso ser él dejar el colegio a los 12, no tener nada…", recuerda. Por eso ve un peligro genuino en el Brexity en el auge del neoliberalismo, en "que la vida vuelva a ser como entonces, sin derechos laborales, sin protección, así de difícil y de precaria". "El socialismo supuso decir que no tienes que vivir en el miedo y la pobreza, temiendo que te echen de tu casa y quedarte sin nada", dice, con cierta furia. "Estamos volviendo a eso, y es tan ciego y tan cruel… La vida de mi padre tendría que estar totalmente en el pasado".

Pero, como la escritora tiene en su discurso algo de chamán —o de la misionera que quería ser de pequeña—, no duda en dar algunos consejos prácticos para afrontar la Navidad. En el apartado familiar, sugiere "poner ciertas reglas" (repartir las tareas de cocina o poner un tope de gasto) y tener "un escudo humano": "Alguien a quien nadie conozca muy bien para que no puedan ser maleducados los unos con los otros. ¡Se comportarán mejor!". En el apartado del estrés por las compras, lo tiene claro: "La Navidad puede ser un momento maravilloso o un infierno. Si eliges la versión comercial, será un infierno".

 

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