Cultura

Leer en rosa con gafas violeta

Movilización en el Arenal de Bilbao con motivo del 8M.

El obituario encontró un hueco en casi todos los grandes periódicos, y en casi todos se acogieron al comodín del cliché: Muere Rosamunde Pilcher, la gran dama de la novela romántica.

(En otro momento analizaremos por qué las autoras exitosas de género son “grandes damas” de la novela romántica, de la novela negra… en tanto que sus colegas varones son sólo eso, escritores de éxito.)

La aparición de Pilcher en medios que suelen mirar la novela romántica por encima del hombro llamó mi atención. Más aún cuando ese desdén se mantiene independientemente del gran rendimiento de un género proteico (hay novela romántica histórica, actual, escocesa, gótica, erótica, paranormal…) que cuenta con la fidelidad de muchas lectoras.

Para situarnos, unos datos del informe sobre el Comercio Interior del Libro: en 2017 se editaron 2.044 títulos de este género, con una tirada media de 3.194 ejemplares y un precio medio de 8,44€; en total, 6,5 millones de volúmenes, de los que se vendieron 3,6 millones. La facturación alcanzó los 30,19 millones de euros. Casi ná.

Un oxímoron que funciona

La novela romántica ha sido entendida, tradicionalmente, como la antítesis del feminismo, y así se sostiene en infinidad de trabajos (entre otros: Reading the Romance, de Janice R. Radway): este género cronifica la dependencia de las mujeres, y normaliza una ideología represiva. Pero la tesis, que al principio se aceptó con resignación, fue pronto discutida. Incluyo proyectos como Romance Novels For Feminists (RNFF, Novelas Románticas para Feministas) que la combaten abiertamente.

“RNFF se esfuerza por revisar solo los libros que, en su opinión, defienden y / o alientan los valores feministas. Los libros que RNFF identifica como problemáticos en términos feministas pueden aparecer en las publicaciones del viernes, que se centran en temas generales relacionados con el romance y el feminismo, pero rara vez aparecerán en una reseña de libros recomendada para el martes.”

Es decir: conceden a las novelas románticas feministas un lugar privilegiado en su ecosistema de reseñas.

“La literatura expresa los cambios de la sociedad, y el movimiento #MeToo y otras iniciativas feministas son parte importante de esos cambios, de modo que por supuesto se van a ver reflejados en el género”, afirma la escritora Mimmi Kass. Más que un tipo específico de novela romántica existe una evolución de ciertos estereotipos y clichés con los que la mujer actual, sea lectora o escritora, ya no se siente identificada. “Las damiselas en apuros no necesitan ser salvadas, se rescatan a sí mismas, y el príncipe azul se presenta como un hombre más real y lleno de matices. Las mujeres de la novela romántica siempre han sido protagonistas fuertes, decididas, adelantadas a su tiempo, pero siempre según los cánones que marcaban la sociedad de su época, de modo que, en la era del #MeToo, hay otras pautas que marcarán las novelas.”

La también autora Noelia Amarillo abunda en esa opinión ofreciéndose como ejemplo. “Tengo mi empresa y seis personas a mi cargo… ¡Más les vale hablar bien de la novela romántica!” —bromea—. Tengo suficiente altura de miras y cultura, no veo por qué no podría leer novela romántica. No sé qué tienen que ver las churras con las merinas.” Sí, hay novelas que proclaman un tipo de amor que más que romántico es “adictivo, toxico”. Pero otras no. “No estamos en la época de Corín Tellado, sus novelas eran horribles, las mujeres no sabíamos más que estar en la cocina con la pata quebrada. Las de ahora difieren mucho de ese planteamiento. Y tampoco son todas con el Christian Grey de las narices, que siempre sale a relucir el pobre.”

Advierto que mis interlocutoras se respingan cuando citan al tal Grey. Ilu Vílchez, directora de marketing de Roca Editorial y de su sello Terciopelo, admite que el fenómeno Cincuenta sombras no dejaba en buen lugar a quienes defienden este género literario, pero cree que ha sido una moda pasajera que se ha visto superada por el movimiento, más revolucionario, del #MeToo. “A mí personalmente no me gustó, pero como profesional tengo que decir que me merece todo mi respeto debido a la cantidad de ejemplares que se vendieron. Y como profesional también te digo que ahora mismo estamos centrados en otros formatos más divertidos, más actuales, más cotidianos en los que por supuesto hay sexo, ¡y mucho!”

Todas las entrevistadas rechazan el reproche más extendido, que atribuye al género la capacidad de perpetuar unos roles ya superados e incluso nocivos. La novela romántica ha ido evolucionando con los tiempos, asegura María Eugenia Rivera, directora editorial de HarperCollins Ibérica, grupo al que pertenece el sello Harlequin, “la protagonista ya no es una joven desvalida que ve en el hombre poderoso la imagen del éxito en su vida. Ahora es una mujer que vive en su tiempo, es independiente, hace sus propias elecciones, tiene voz propia y trata al hombre de igual a igual”.

Eso, en lo que respecta a los personajes. En cuanto a las lectoras, no parecen dispuestas a ser estereotipadas sin defenderse. “Hay páginas y redes que reivindican: aunque lea literatura romántica, no soy tonta”. Esther Escoriza, editora ejecutiva de Esencia y Zafiro (Grupo Planeta), rechaza esa etiqueta que define a las fans del género como señoras que están en su casa, no demasiado satisfechas, aburridas… “Al contrario, hay una gran cantidad de gente joven, con estudios, que hablan varios idiomas… Por ejemplo, Rosamunde Pilcher está traducida al castellano, pero ¡cuánta gente habrá que la haya leído antes en inglés!”.

Despreciar a estas lectoras, vienen a decir, es tanto como negarles la posibilidad de buscar un escape, fantasía y evasión, y la capacidad de distinguir fantasía y realidad. Desde luego, “saben cuál es su lugar en el mundo”, concluye Rivera. Y, también de manea obvia, el género goza de buena salud, es evidente. Su pervivencia, explica la editora de HarperCollins, tiene que ver con el hecho de que su base, contar una relación entre dos personas que se conocen y se enamoran, sirve para todas las épocas y todas las eras. “El proceso de enamoramiento no tiene relación con nada que no sean las personas en sí. Las circunstancias que lo rodean es lo que hace cada historia diferente.”

De hecho, la pregunta aún no explicitada es cómo puede ser que mujeres independientes y preparadas sean fieles a la novela romántica. “Por el mismo motivo que leen cualquier otro género narrativo, al margen de cualquier etiqueta: evasión, diversión, aprendizaje, o ¡porque les apetece!”, responde Kass. Cada cual tiene sus razones y, en el caso de la novela romántica, “cuenta con el aliciente de una historia con un final feliz, que ofrece muchos temas de actualidad tratados desde una perspectiva femenina y bien documentada, y que permite suspirar un poco antes de volver a la realidad”.

La perspectiva femenina es fundamental porque, con excepciones (pocas), este es un mundo femenino. Vílchez me indica el camino que lleva a las jóvenes, procedentes de la novela juvenil romántica hasta la lectura adulta, “novela contemporánea romántica y, en muchos casos erótica, ya que comienzan a descubrir el sexo y les llama mucho la atención. Diríamos que es una buena forma de aprender algo que no se da en la escuela. Por otro lado, tenemos a las que ya leen romántica desde hace tiempo y van cambiando de género según la moda; y luego, las que aman la romántica más clásica por encima de todas modas”. También Escoriza subraya la variedad. “Vas a una presentación y cada vez hay más gente joven, por supuesto con estudios, abogadas, médicos… ¡enfermeras hay un montón! No tengo una explicación, pero, siendo un trabajo donde haces turno de noche, a lo mejor esas horas las acompañan con estos libros.”

La mirada del otro

La mirada del otro

Otro cambio notable es la proliferación de autoras españolas (a veces semiocultas tras un nom de plume de resonancias anglófonas). La responsable editorial de Esencia y Zafiro sitúa el cambio de tendencia en la eclosión de las redes sociales, que posibilitó que mujeres que no eran escritoras profesionales, pero sí sabían escribir y tenían cosas que contar empezaran a intercambiar ideas y textos, “así surgió un abanico de autoras españolas. A eso se le sumó el efecto 50 sombras de Grey, y entonces el género hizo como los cohetes cuando salen disparados hacia la luna, ¡una explosión tremenda!”.

Kass añade otras explicaciones posibles. “Las lectoras mandan, y son ellas las que demandan un mayor número de publicaciones originales en español. Grandes autoras han trabajado también por el género y han abierto camino para que esto ocurra. Además, es muy importante que las editoriales se hayan dado cuenta de que existe calidad y buenas posibilidades sin buscar en el extranjero, y decidiesen apostar por el producto español. La autopublicación también ofrece una manera de darse a conocer y adquirir visibilidad.”

Y Vílchez aporta un elemento que viene a cerrar el círculo: estas lectoras leen mucho y rápido, por ello necesitan que las editoriales generen contenido a gran velocidad. El papel sigue funcionando, “no son las cifras de hace diez años, pero se sigue comprando”; lo hacen, sobre todo, las lectoras más clásicas, orgullosas de sus librerías perfectas, a las que “les encanta ver a Lisa Kleypas o Jude Deveraux en sus estanterías. Las editoriales, por otro lado, estamos creciendo más en el entorno digital por lo que compensamos los anticipos de las contrataciones y traducción que se genera, por la cantidad de ebooks que vendemos”. Que venden, sí: las lectoras, agradece, siguen estando ahí para comprar, “cosa que se agradece enormemente en tiempos de piratería”. “Todo confluye en una salud excelente para el género —corrobora Kass—, que estoy segura de que seguirá por mucho tiempo.”

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