Cultura

Isabel Burdiel: "Pardo Bazán fue una feminista moderna, radical y abierta"

La historiadora Isabel Burdiel.

Emilia Pardo Bazán (1851-1921) no era solo una escritora. Ni siquiera era solo una intelectual, en el sentido contemporáneo del término. Era una "celebridad". La historiadora Isabel Burdiel, encargada de su biografía recién publicada por Taurus en la colección Españoles eminentes, da un ejemplo de su fama, que trascendía con mucho los pasillos de la alta literatura. En un folleto publicitario, el laboratorio madrileño E. Boizot anuncia su Passiflorine, un jarabe que aún hoy promete tratar el estrés y el insomnio. En el anverso, una gran caricatura de la escritora, acompañada de un lema en letras de molde: "Emilia Pardo Bázán dijo…". En el reverso, una cita de su novela La Quimera, seguida de la descripción de las bondades de "el medicamento de la mujer". Pardo Bazán vendía hasta jarabes.

"Era la única mujer que aparecía", dice Burdiel, que señala que en aquella campaña figuraban Larra, Galdós o Maupassant. Se convirtió en celebrity en una era, apunta la autora, en la que "se crea la noción de celebridad, de personaje público respecto al cual se quiere saber todo, incluida su vida privada, y con el que se establece casi una relación personal". No era casual: Emilia Pardo Bazán, de "temperamento batallador" según sus propias palabras, no dejaba charco sin pisar. Porque la autora de Los pazos de Ulloa "era una profesional y sabía de la importancia de ser célebre, y lo buscó". Pero también porque tenía "pasión por lo público", una "profunda implicación con el mundo que le tocó vivir". Un mundo que no veía con buenos ojos todas las aristas de un personaje "poliédrico".

Pardo Bazán venía de una familia de hidalgos progresistas, pero fue una ferviente carlista en su juventud. Se definió siempre como católica, pero no dudó en separarse discretamente de su marido y tener luego relaciones, célebres hoy, con Lázaro Galdiano y Galdós. Y, más aún, se opuso desde el principio de su carrera a la idea de que la literatura debía ser moralizante, abrazando —de forma muy polémica— las ideas del naturalismo francés. Fue una de las primeras autoras en interesarse por plasmar en sus obras la vida en las fábricas, pero fue también una conservadora tremendamente crítica con el Sexenio Revolucionario y con la misma idea de democracia, y que consideraba las ansias emancipatorias como una engañifa para el pueblo. Pero esa misma aristócrata, sin duda reaccionaria en muchos aspectos, defendió fervientemente la igualdad entre hombres y mujeres y habló sin tapujos de feminismo. "Fue reaccionaria y progresista", resume Burdiel en las primeras páginas del libro. "A veces ambas cosas al mismo tiempo". 

"Eso es lo que me ha resultado interesante", cuenta a este periódico la historiadora con un entusiasmo evidente. "Las cosas no son tan simples, y ella demuestra que no tiene por qué haber relación entre una opción en términos partidistas y una opción política como es el feminismo. Por eso es un personaje tan variado, tan plural, tan diferente. Es poliédrica, rompe las categorías". Y eso va en contra de la imagen de ella fabricada durante el franquismo, que no solo ignoraba su defensa feminista, sino que la convirtió en "una figura acartonada, conservadora, relegada al papel de novelista regional (gallega) domesticada". Pero si hubiera sido eso Pardo Bazán, solo eso, no hubiera generado las innumerables controversias que generó ni hubiera podido marcar los debates literarios e ideológicos como lo hizo. Unos debates que Burdiel rastrea por las columnas de los periódicos de época y por los vastos archivos epistolares de los implicados. 

"Ruborizar a las señoritas"

No es que Pardo Bazán se viera envuelta inadvertidamente en esos jaleos intelectuales. Los buscaba. Si se propuso "vivir exclusivamente del trabajo literario", dejando a un lado las rentas de sus padres, sabía que necesitaba una estrategia. Para hacerse un hueco, tenía que codearse con quienes ya estaban en ese Olimpo y tener voz allí donde hubiera un debate. Consiguió que la defendieran "los más grandes", entre quienes Burdiel nombra a Giner de los Ríos, Rafael Altamira, Unamuno o Galdós. Pero esa actitud, cuando en la mujer se exigía —y se exige— modestia, le creó también detractores. Quizás la primera gran división en torno a su figura se produjera con la publicación de La cuestión palpitante, una serie de artículos publicados en la revista La Época a lo largo de 1882 y 1883, donde defiende el naturalismo, entonces experimental, y las tesis literarias de Émile Zola.

 

Aquello podrá parecer un debate académico, pero era una cuestión candente: al fin y al cabo lo que el escritor francés proponía era que la literatura no tenía que regirse por la moral, sino que debía reflejar todo lo que sucedía en la sociedad, de "lo más alto" a "lo más abyecto". El hecho de que el autor pudiera descender a los bajos fondos, integrar crímenes o palabras malsonantes en sus páginas, e incluso deseo, embarazos, partos, era algo rompedor y escandaloso. El hecho de que aquello lo defendiera en España una señora "criada en aristocráticos pañales", "ferviente amiga del absolutismo", "esposa y madre, reina del salón y del hogar" —así la definía el crítico Luis Alfonso— resultaba más escandaloso aún. "¿Cuánto no es de temer —se preguntaba— que las mujeres vulgares (...) lleguen a la pornografía en literatura y al amor libre en las costumbres?". En un intercambio de cartas públicas con el susodicho, ella insistía: "La belleza de la obra de arte no consiste en que pueda leerse en familia". "Literariamente hablando", decía, "no es mérito ni demérito de una obra no ruborizar a las señoritas". 

La cosa no terminó ahí. Primero, porque aquello le traería las primeras desavenencias con hasta entonces amigos, como Menéndez Pelayo —"Y luego había mucha mediocridad por ahí que la odiaba", suma Burdiel—. Pero también porque en 1883 publicaría La Tribuna, considerada la primera gran novela española situada en las fábricas, en este caso las de las cigarreras. Para ello, y como los naturalistas franceses, Pardo Bazán baja al fango y se informa sobre la vida de las obreras. Aunque la moraleja política del libro fuera que "es absurdo que un pueblo cifre sus esperanzas de redención y ventura en formas de gobierno que desconoce", lo cierto es que abordaba, en sus propias palabras, "la descripción sincera y franca del pueblo y la vida obrera". Porque, una vez más, todo con Pardo Bazán resulta ser un poco más complejo.

Y luego llegaron Insolación y Morriña, sendas novelas editadas de forma conjunta en 1889 con el subtítulo de Historias amorosas, que suponen una verdadera revolución en los ambientes literarios. ¿El motivo? Aquellos relatos de mujeres seducidas no se ajustaban al canon: "Ellos habían establecido una especie de prototipo de cómo aman las mujeres, en sus novelas, y ella plantea que las mujeres pueden amar de muchas maneras. No es la pobrecita seducida y abandonada, sino una mujer que ama abiertamente". En Morriña, la sirvienta conquistada por el señorito termina suicidándose. Pero en Insolación, la marquesa acaba casándose con su señorito andaluz. "Se ha dicho que el final de Insolación es conservador", apunta la historiadora. "Yo creo que es transgresor, porque en las novelas del XIX, a las mujeres que transgreden se las castiga. Ella no lo hace". Leopoldo Alas, antes amigo y ya aquí relevado como su "enemigo especial", despachó las novelas como "el antipático poema de una jamona atrasada de caricias", una mujer "completamente prosaica". 

Un feminismo particular

El escándalo en torno al naturalismo e Insolación dice mucho del particular feminismo de Pardo Bazán. Entonces defendía que para saber si era propicio o no que las jóvenes conocieran "la vida y sus escollos" habría que mirar cada caso, "porque existen tantos caracteres diversos como señoritas". "Fue una feminista moderna, radical y abierta", defiende Isabel Burdiel. Porque algunos de sus presupuestos coincidían con el de otras feministas, como Concepción Arenal, a quien consideraba una maestra, pero en otros disentía con fiereza: "Defiende la igualdad entre hombres y mujeres, la educación mixta (cosa que otras muchas mujeres feministas no defendían) y no creía que el destino de la mujer tuviera que ser esencialmente la maternidad". Frente a un feminismo esencialista que creía que la mujer, por su carácter maternal, era "superior moralmente porque tenía más resignación", explica la autora, Pardo Bazán "creía que había mujeres que sí y mujeres que no. Creía que entre las mujeres había las mismas diferencias que entre los hombres".

Pese a defender ese feminismo mucho más afilado y progresista —poco congenió la escritora con el feminismo católico—, le dio un "aura de respetabilidad", según explica la historiadora, a esas ideas. "Era una mujer de la clase alta, católica, muy bien relacionada… Que hablara de feminismo con total tranquilidad hizo que la gente lo considerara una cuestión que se podía tratar. Pardo Bazán amplió la dimensión de lo que se podía escuchar y decir", explica Burdiel, que señala la relevancia de su discurso también en Europa o incluso en América Latina. Hasta el final de su vida siguió lamentando la poca importancia que se le daba, en su opinión, al feminismo. En 1913 escribe: "He visto, sin género de duda, que aquí a nadie le preocupan gran cosa tales cuestiones, y a la mujer aún menos. Cuando, por caso insólito, la mujer española se mezcla en política, pide varias cosas asaz distintas, pero ninguna que directamente como tal mujer la interese y convenga. Aquí no hay sufragistas, ni mansas ni bravas". 

En estos asuntos, Pardo Bazán nadaba de nuevo entre dos aguas. Si su heterodoxia le había granjeado enemigos —pero también apoyos— entre conservadores como entre liberales, lo mismo sucedió en la lucha por los derechos de la mujer. Se relacionó, explica Burdiel, con feministas británicas y francesas. Concepción Arenal era mayor que ella y la relación fue escasa —a la maestra, además, no parecía caerle muy bien la joven—; con Rosario de Acuña sí trató, pero esta era quizás "más radical"; María Lejárraga la defendería también años después de la publicación de Insolación... "Quizás se creó una imagen de sí misma exageradamente individualista que la hizo apartarse", reflexiona Burdiel. "Y también es verdad que el mundo del feminismo en aquel momento era de clase media o relacionado con grupos republicanos o socialistas utópicos. Ella pertenecía a otros grupos".

"¡Ser académica! ¿Para qué?"

Quizás el hito feminista más conocido de la biografía de Pardo Bazán, o el hito más conocido a secas, sea su fallida entrada en la Real Academia Española. ¿Por qué? "¡Porque fue listísima!", celebra la historiadora. "A ella no la iban a dejar entrar, pero convirtió esa derrota en un triunfo: les obligó a que dijeran abiertamente que la única razón por la que no entraba es porque era una mujer. Eso ya entonces escandalizó, y ha seguido escandalizando". En realidad, la candidatura de la escritora estuvo muy lejos de ser siquiera sopesada por los académicos, pero la posibilidad de que una mujer, y particularmente ella, entrara en la Academia por primera vez ocupó a periódicos, lectores e intelectuales entre 1889 y 1891. 

La cosa fue compleja, porque el debate sobre Pardo Bazán se solapó, además, con la candidatura de Galdós, con quien por entonces mantenía ya una relación. En 1889, una primera intentona del novelista se vio frustrada por académicos conservadores y tradicionalistas que no acababan de aprobar que el liberal se sentase con ellos —sí lo conseguiría a la segunda—. El periódico El Liberal emprendió precisamente una campaña a su favor, mientras Pardo Bazán le animaba a seguir con la "noble resolución de no entrar en donde una vez le han desalojado". En medio de ese ambiente sin duda tenso —y tensado de más por los intentos de Clarín de enfrentar a ambos creadores—, El Correo publica unas cartas inéditas de la escritora Gertrudis de Avellaneda, conocida como Tula, en las que se veían las "mañas conventuales" empleadas para tratar de forzar una entrada en la Academia que jamás se produjo. ¿A quién aludía el periódico con aquella maniobra? Todo el mundo entendió que a Pardo Bazán, incluida ella misma. 

Y aunque algunos críticos habían defendido su derecho a situarse a la misma altura que los demás inmortales, de inmediato se puso en marcha la máquina contra una candidatura que ni siquiera se había formalizado. "El aura de mi candidatura sopló desde fuera, y desde dentro le dieron un portazo temerosos de una pulmonía", escribía la autora, visiblemente enfadada tanto con El Correo, por el que se sentía utilizada, como con los académicos. "Tengo conciencia de mi derecho a no ser excluida de una distinción literaria como mujercomo (no como autor; pues sin falsa modestia afirmo que soy el crítico más severo y duro de mis propias obras)", reclamaba, frente a quienes hasta a Teresa de Ávila "habrían dado con la puerta en las narices". 

En el debate público se enfrentaban quienes defendían que ya era hora de que las mujeres accedieran a la Academia —y los había, señala Burdiel, por lo que no hay que "exonerar" a los misóginos en nombre de "los tiempos"— y quienes seguían viéndolo como un disparate. Entre ellos, Clarín: "¡Ser académica! ¿Para qué? Es como si se empeñara en ser guardia civila, o de la policía secreta". En la penúltima carta que Pardo Bazán le escribió, se defendía: "Siempre que al alcance de mi mano, en mi esfera de acción, sin comprometer una buena causa con ridiculeces, pueda reivindicar algún derecho para esta categoría de parias y sudras a que estamos relegadas, lo haré, lo haré, lo haré". Consciente incluso de que la animadversión que causaba la convertía en "un detestable candidato femenino al sillón de la Academia", llegó a proponer para ello a Concepción Arenal, que sería a sus ojos, digamos, una candidata de consenso. 

Emilia Pardo Bazán, feminismos y dobles varas de medir

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(Concepción Arenal no quiso ni oír hablar del tema, en parte, explica Burdiel, porque "tenían caracteres muy distintos", en parte por una posible antipatía personal hacia la escritora gallega. Pero aquí la historiadora se detiene: "Han salido solamente dos mujeres en esta colección [Pardo Bazán y Arenal], después de que no se les hubiera ocurrido que hubiera ninguna, y al final se dieron cuenta y nos las encargaron. No querría que hubiera una idea de enfrentamiento entre ellas, que es algo muy típico del machismo".)

Pese a lo "excéntrico" del personaje y lo animado de los múltiples debates en los que decidió enfangarse, Burdiel asegura que "el objetivo fundamental de esta biografía es que se lea a Pardo Bazán": "Se ha quedado el personaje público, la mujer célebre, más que la extraordinaria escritora que fue". Le da envidia una reseña de 2013 en el periódico británico The Guardian en la que se alababa la actualidad de Los pazos de Ulloa, y ella recomienda también colecciones de cuentos como Un destripador de antaño o sus relatos sobre violencia machista: "Aquí parece que no nos hemos enterado aún de su vigencia". Se trataba, dice, de "desenpolvar" a una figura que ha estado arrinconada durante décadas. "He intentado entender el personaje", dice la historiadora, "ver qué críticas literarias recibió, qué redes tenía, qué amigos, pero también he intentado que trascienda ese mundo, escuchar su voz, que es, de ella, lo más interesante".

 

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