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'Larga vida a la socialdemocracia'

Portada de 'Larga vida a la socialdemocracia', de Borja Barragué.

Borja Barragué

infoLibre publica un extracto de Larga vida a la socialdemocracia (Ariel), de Borja Barragué. El politólogo, ahora asesor en el Ministerio de Sanidad, contradice la idea de que la socialdemocracia está en declive, haciendo un repaso histórico de su evolución ideológica y señalando algunas vías que podrían sacar a esta corriente política del callejón sin salida en el que parece encontrarse desde el estallido de la última crisis económica y política. El jueves 27 de junio, Barragué presenta el libro en Barcelona, junto al eurodiputado del PSC Javier López y la politóloga Berta Barbet, en la Librería Pangea, a las 19.00 horas. 

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  ¿Por qué lo llaman populismo económico cuando quieren decir socialdemocracia?

 

En la respuesta se mezclan dos factores. El primero es que, en los últimos años, la inmigración ha venido ocupando un espacio cada vez mayor en las noticias. En Estados Unidos, Trump hizo de la construcción del muro fronterizo con México una de las propuestas estrella de su campaña. En Europa se ven casi todos los días imágenes de inmigrantes apilados en barcazas, mientras los políticos de la UE discuten en Bruselas qué país debería hacerse cargo de ellos. En un artículo en el que se preguntaban por qué Estados Unidos no tiene un Estado del bienestar como el de los países europeos, Alberto Alesina y sus coautores afirmaban que esa «excepcionalidad americana» se explica en buena medida por la heterogeneidad racial del país. A diferencia de los homogéneos Estados que componen Europa, en Estados Unidos las minorías raciales están muy sobrerrepresentadas entre la población pobre, por lo que cualquier medida redistributiva las beneficia desproporcionadamente. En otro artículo, publicado en julio de 2018, Alesina confirma que, en países como Suecia, Francia, Alemania e Italia, esa percepción determina una caída del apoyo a la redistribución. Aunque una buena parte de esa percepción está basada en prejuicios y opiniones equivocadas, parece que corren tiempos difíciles para el igualitarismo del bienestar. 

El segundo es la ausencia de una agenda económica propia en la izquierda porque, como decíamos, la moda socioliberal provocó que, cuando estalló la crisis en 2008, la socialdemocracia llevara ya mucho tiempo bailándole el agua a la hiperglobalización y el fundamentalismo de mercado. Sin embargo, en opinión del economista Dani Rodrik, en los últimos años ese vacío en la izquierda se ha ido llenando con «un populismo económico deseable». Según Rodrik, el populismo económico, como el político, se basa en la idea de eliminar las restricciones en materia económica que instituciones como la Comisión Nacional del Mercado de Valores, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, el Banco Central Europeo o los diferentes tratados de libre comercio imponen sobre el gobierno del «pueblo». Los economistas han tendido a favorecer este tipo de agencias porque los intereses a largo plazo de los ciudadanos pueden no coincidir o incluso ser contradictorios con sus preferencias a corto plazo. El ejemplo paradigmático son los bancos centrales. En ausencia de las restricciones impuestas por un banco central, un gobierno podría tener la tentación de darle a la máquina de imprimir billetes para estimular el consumo y reducir el desempleo, sobre todo a medida que se acerca el periodo electoral. Sin embargo esto puede terminar muy mal, como hemos visto con frecuencia en algunos países latinoamericanos.

Pero junto a estos organismos que tratan de evitar que los gobiernos se disparen en los pies existen otros, afirma Rodrik, cuyas restricciones sobre la política económica que podría querer adoptar un gobierno no son tan beneficiosas para el ciudadano medio. Estos organismos han estado imponiendo límites a la acción económica de los gobiernos en aras no del interés de todos los ciudadanos, sino del de unos pocos. Son casos en los que, como ocurrió con el Banco de Inglaterra y su manipulación del tipo de interés interbancario Libor durante la década de 2000, el regulador o supervisor son capturados y terminan sirviendo a los intereses de una élite de insiders.

En materia económica, el discurso populista es atractivo para mucha gente porque los casos en los que estas agencias independientes han terminado capturadas no son una mera anécdota en la gobernanza económica de las últimas tres o cuatro décadas. En la UE, la distancia entre las instituciones nacionales regidas por el principio democrático y los organismos que toman las decisiones en materia de política económica ha contribuido seguramente al ascenso de la política del cabreo. En países como Grecia, Italia y España, mucha gente considera que los organismos europeos no ponderan de la misma forma los intereses de todos los Estados miembros. Francia y Alemania incumplieron los objetivos de déficit y deuda que establece el Tratado de Maastricht catorce veces entre 2000 y 2010. Sin embargo, el canciller alemán Gerhard Schröder y el presidente francés Jacques Chirac presionaron y lograron en 2003 que el Consejo Europeo desatendiera las recomendaciones de la Comisión, que reclamaba una senda fiscal más exigente a ambos países. Curiosamente, el BCE bajó los tipos de interés del 4,75% al 2% en el periodo 2000-2002, manteniéndolos en torno al 2% prácticamente hasta el inicio de la crisis. Estos tipos son los adecuados si tu economía atraviesa un mal momento, que era lo que ocurría en Alemania y Francia a comienzos de 2000 —conviene no olvidar que Alemania tuvo un paro más elevado que España en 2005 y 2006—, pero excesivamente bajos para una economía recalentada en esos años como la española. Dicho de otra forma: los organismos europeos aportaron los ingredientes ideales para la recuperación económica en Alemania y Francia y para la formación de una burbuja en España. 

¿Cómo es ese populismo económico deseable? El populismo «bueno» en economía, según Rodrik, es aquel que busca reducir las desigualdades, incrementar la progresividad del sistema tributario, disminuir la influencia del sector financiero y dar mayor protagonismo a la intervención del Estado. Pero ¿por qué llamar «populismo bueno» o deseable a lo que no es otra cosa que una agenda económica típicamente socialdemócrata?

'Del fascismo al populismo en la historia'

'Del fascismo al populismo en la historia'

Rodrik adopta esta expresión por razones históricas, porque el New Deal de Roosevelt no es otra cosa que el clímax de la reacción populista (buena) al malestar causado por la globalización de finales del siglo xix. Aunque seguramente existen sólidas razones históricas para ello, defender —como hace Rodrik— que la agenda económica de la izquierda pasa por recuperar la esencia populista del New Deal presenta dos problemas. Por un lado, el término «populismo» denota una serie de cosas —señalizar un enemigo fácilmente identificable, erigirse en la voluntad del «pueblo», ofrecer soluciones fáciles a problemas complejos— que en el terreno de la política económica pierden casi todo su sentido. Por el otro, porque parece que lo que se está defendiendo es, con los retoques que sean necesarios obviamente, coger el Delorean de Marty McFly y «regresar al futuro» del consenso socialdemócrata de la década de 1950. Pero como hemos visto en el capítulo 2, las sociedades han sufrido tantos cambios (políticos, demográficos, económicos) que es dudoso que las soluciones que fueron válidas en la segunda posguerra mundial lo sigan siendo, aun con parches, casi setenta años después. Conocer la historia está bien, pero suelen decir que para no repetirla.

Los tres apartados que siguen esbozan una agenda económica para el igualitarismo socialdemócrata del siglo xxi: recalibrar el pacto generacional para promover la equidad y la eficiencia del Estado del bienestar; restablecer el equilibrio entre capital y trabajo para evitar el regreso del capitalismo de rentistas y mejorar con ello el funcionamiento de la economía; y, por último, ofrecer una mínima seguridad económica a todo el mundo para frenar el auge de la ultraderecha autoritaria y defender así el funcionamiento de la democracia. 

 

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