Cultura

La mujer a la que Marcos Hourmann no mató

Marcos Ariel Hourmann en la obra 'Celebraré mi muerte', del Teatro del Barrio.

"La mujer a la que yo maté se llamaba Carmen, tenía 82 años", dice el doctor Marcos Ariel Hourmann sobre escena. Lo hizo mediante una inyección de cloruro potásico, una solución usada en la inyección letal o en la muerte concedida a las mascotas enfermas. Y al poco se corrige: "Yo nunca lo diría así, la maté. Me duele decirlo así. Son ellos, los directores de esta obra de teatro, que me hacen decirlo así". Porque Marcos Hourmann, el primer médico condenado en España por eutanasia, está sobre el escenario, en la obra Celebraré mi muerte, dirigida por Alberto San Juan y Víctor Morilla, en el madrileño Teatro del Barrio hasta el 14 de julio. El acuerdo al que llegó Hourmann con la Fiscalía, para escapar a la cárcel, también dice que la mató: homicidio involuntario. Pero él no diría eso. Él diría otra cosa: que la libró de un sufrimiento innecesario. 

Porque cuando Carmen llegó al hospital Móra d'Ebre, en Tarragona, en la madrugada del 28 al 29 de marzo de 2005, estaba claro que su vida no duraría mucho más. Tenía cáncer de colon, hipotensión, una diabetes descompensada y había sufrido un infarto de miocardio. Pasado el tiempo, su estado fue a peor, y sufrió un infarto masivo que le provocó una hemorragia interna. Nadie esperaba que viviera más de algunas horas, pero esas horas serían de un sufrimiento intenso. Marcos Hourmann contó entonces y cuenta ahora que la propia Carmen le pidió en dos ocasiones, y estando a solas, que acabara con aquello. Luego lo hizo una de sus hijas. "Cuando yo veo a la hija", dice por teléfono, más de 14 años más tarde, "yo... me veo reflejado, y entiendo que un segundo más es demasiado". El médico entonces administra el cloruro potásico, deja anotada su actuación en el informe médico y se va a su casa al final del turno como cada día.

Pero ya nada iba a ser nunca más como cada día. Aunque la familia se negó a denunciarle, insistiendo en que "actuó profesionalmente y cumplió" con lo acordado, el hospital le despidió y le denunció por homocidio. El fiscal ofreció rebajar la acusación hasta el homicidio involuntario, lo que implicaba que Hourmann había malinterpretado la voluntad de la paciente. Él aceptó, admite, por miedo a la cárcel y para poder seguir ejerciendo, y se marchó al Reino Unido para rehacer su vida. Hasta que el tabloide The Sun publicó su foto junto al titular "Killer doc worked in UK hospitals", "El médico asesino trabajó en hospitales de Reino Unido". De nuevo a esconderse. Hace tres años, el programa Salvados se puso en contacto con él para invitarle a participar en un capítulo sobre la eutanasia. Poco después, Víctor Morilla, realizador del programa, le propuso trasladar su experiencia a una obra teatral —que coproduce Jordi Évole junto al Teatro del Barrio—. El guion nacería de las largas entrevistas realizadas por ambos directores a su protagonista, y nada de actores: era su historia y la contaría él

"Hace poco Víctor se sorprendía de que no me lo pensé ni un minuto, se preguntaba por qué", lanza Hourmann por teléfono. Y se explica, hablando en un plural que incluye implícitamente a su mujer, Yolanda: "Fue una ilusión recuperada que habíamos perdido. Fue un regalo de la vida el poder contar la historia, hablar, defenderse, cuando uno nada más se dedicaba a sobrevivir frente a todas las dificultades que supuso todo esto". Explicarse. Porque sobre escena el médico propone que la obra sirva como juicio, el que nunca llegó a tener. Junto a él, también sobre escena, varias personas del público ejercerán de jurado popular, emitiendo su veredicto al final de la pieza. Al principio, no leían aquellos papelitos: "Yo no necesito que me digan que soy inocente", se apresura Hourmann. Pero luego vieron que, más que sentencias, lo que el público escribía eran desahogos personales, reflexiones. Hay también algún "culpable", como el mismo domingo. "Pero no me siento juzgado, no lo vivo como un juicio".  

Durante la obra, Marcos Hourmann explica que nada de eso hubiera ocurrido si él no hubiera anotado lo sucedido en el historial. Eso fue lo que diferenció su caso de otras eutanasias clandestinas que se producen en España cada día, cuando un facultativo decide elevar la dosis de morfina suministrada por encima de la dosis indicada, por ejemplo. Pero él no se escondió. "Estoy convencido de lo que hice", insiste una vez más, "aquella noche no fue una tortura ni me sentí aquello de lo que me tildaron". ¿Por qué lo dejó por escrito? El médico, que ahora compagina la obra con su trabajo en atención a urgencias domiciliarias, se detiene unos segundos. "Yo no pensé que me iba a pasar todo esto. Si lo hubiera sabido, aunque fuer apor un segundo, no lo hago". Y se detiene de nuevo. "Siempre he dicho, en todas las entrevistas, que no lo volvería a hacer. Ahora estoy cambiando... A ver si logro explicarme. Visto lo que está pasando con la obra, si todo eso sirvió para que hoy yo pueda estar donde estoy, y quizás pueda ayudar a que en el día de mañana los políticos den la talla y hagan una ley para que la gente no tenga que sufrir hasta el máximo soportable, entonces te diría que lo volvería a hacer. ¿Se me entiende?". 

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El caso de Carmen fue particular: a ella le quedaban, con su asistencia o sin ella, muy pocas horas de vida. No suelen ser estos los casos más sonados en la batalla por la eutanasia, más cercanos al de María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple a la que su marido, Ángel Fernández, ayudó a morir. O al de Luis de Marcos, enfermo de esclerosis múltiple fallecido en 2017 que luchó durante años, junto a su mujer Asun Gómez, para que la despenalización de la eutanasia se aprobara en las Cortes. O al de Maribel Tellaetxe, la enferma de alzheimer cuya familia inició una campaña para pedir también la despenalización de la eutanasia y que murió el pasado marzo en Portugalete. Familiares de todos ellos entregarán el próximo viernes en el Congreso de los Diputados más de un millón de firmas de diversas campañas relacionadas con la eutanasia. Allí estará Hourmann. 

"Ahí está el punto", dice el médico. "Uno puede tener varios finales, más rápidos, más lentos. Los lentos, los que conllevan estas enfermedades crónicas, son mucho peores de lo que le pasó a Carmen. Te llevan a la decrepitud humana". Es, dice, "un sufrimiento innecesario": "¿Después de tanto sufrimiento, por qué hay que sufrir también en el final?". Hourmann lo tenía claro entonces y ahora: "Cuando alguien llega a ese punto de que ya no tiene sentido su vida, nadie puede decirte que no, que tienes que sufrir". Ni quiera por un segundo más. 

 

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