Cultura

Los libros de Georgie Dann

'Idle Hours', portada de 'Books for Idle Hours. Nineteenth-Century Publishing and the Rise of Summer Reading' de Donna Harrington-Lueker.

El programa Hoy por hoy, de la cadena SerHoy por hoy, recuperó el pasado día 1 de julio una sección (nacida el verano anterior) en la que los libreros recomiendan libros para el verano. Inauguró el espacio Manuela Bravo, de Librería Bravo (Fuenlabrada), que se decantó por La sospecha de Sofía, de Paloma Sánchez Garnica. Una novela publicada en febrero… Es decir, no se trataba de una novela canicular, si acaso, una novela que se puede leer ahora porque, suponemos, los potenciales lectores disfrutan de más tiempo libre.

Como la radio, los periódicos y las revistas, las televisiones e incluso las editoriales se llenan en estas fechas de listas de obras que buscan lectores con tiempo y ganas.

Pero, ¿hay libros del verano como hay canciones del verano? A lo peor sí, fáciles y pegadizos, que no pesan mucho (es decir, libros de bolsillo, aunque el ebook ha cambiado algunas cosas), de esos que lees y olvidas e incluso abandonas en el hotel o en el avión: literatura klínex, de usar y tirar.

Y otra pregunta: ¿es el verano el mejor tiempo para leer? Pues oiga, depende. "Me parece un mito eso de las lecturas de verano ―tiene dicho el escritor Pedro Mairal― . Al menos la playa es de los peores lugares para leer: el sol a pique encandilando sobre las páginas blancas, la distracción de los cuerpos casi desnudos, los niños que se ahogan si no los cuidás, el heladero, el viento con arena que pega en diagonal, la charla infinita de los vecinos de sombrilla... Quizá en un jardín a la sombra esté mejor la cosa".

Y sin embargo, en ese escenario improbable que es la playa siempre encontramos veraneantes esforzados que avanzan en sus lecturas contra viento y marea, y no es infrecuente que incluso quien no lee meta en la maleta de agosto ese libro que empezó y no terminó, el que siempre quiso leer, el que aguardaba su momento…

El verano nos da el tiempo que precisamos. Leamos ahora qué nos dan las editoriales.

Aves precursoras de vacacionesAves precursoras de

"Tan cierto como que aparecen las aves, viene la cosecha de novelas de verano, revoloteando sobre los puestos… Tan bienvenidas y agradecidas como las chicas en muselina".

Charles Dudley Warner, escritor (redicho, la verdad), dijo esto (la traducción es mía y, probablemente, mejorable) en 1886. Lo cual demuestra que el concepto "libros de verano" se instaló en el imaginario cultural hace ya tiempo.

Antes, incluso, de que se estableciera otro concepto ahora de capa caída, el de "canción del verano", que según nos cuentan aquí, es relativamente joven: en 1964, la Asociación Italiana de Fonografía decidió convocar el concurso "Un disco per l’estate" (Un disco para el verano) para descubrir nuevos artistas que sacasen un disco y aprovechar las ventas. Pero esa es otra historia.

Añadamos cuanto antes que no todos los autores aprecian la categoría. Por cada escritor que abraza el término, escribió Allison Duncan, "hay otro que desconfía de un género considerado superficial, a menudo en términos de género".

Y Taffy Brodesser-Akner expresó su desconcierto en Twitter tras leer que su libro Fleishman Is in Trou era definido como "lectura de la playa". No entendía, tuiteó, por qué lo que nos gusta cambia en función de dónde lo leemos, o de la estación del año en la que lo leemos.

Encuentro esas reacciones en un artículo de The New Yorker que me descubre la existencia de Books for Idle Hours. Nineteenth-Century Publishing and the Rise of Summer Reading, algo así como Libros para las horas de ocio. La edición en el siglo XIX y el ascenso de la lectura de verano, un trabajo de Donna Harrington-Lueker, profesora en la Salve Regina University.

Harrington-Lueker recupera ese instante en el que los "libros de verano" hicieron su aparición, un tiempo en el que las clases acomodadas empezaban a descubrir las vacaciones estivales, escapaban de la ciudad unos días al año y buscaban placeres para esas jornadas holgazanas…

La necesidad fue percibida por la industria del libro como una oportunidad, las editoriales no necesitaron mucho tiempo para dar forma a un discurso seductor en torno a la lectura en verano, siempre teniendo en cuenta el bienestar moral de las jóvenes damiselas a las que había que ahorrar alteraciones y bochornos: las lecturas serían puro pasatiempo y glamur, entretenimiento inocuo, un respiro sin consecuencias: "un placer de clase media aceptable".

Exaltación de los sentimientos convencionales

En la web que dedica al libro, Harrington-Lueker cuelga cuadros de pintores que fijaron para la posteridad la imagen de esas mozas en peligro: Summer Sunlight, Isles of Shoals, Ten Pound Island y Couch on the Porch, de Frederick Childe Hassam; The New Novel y The Girl in the Hammock, de Winslow Homer; y el que su editorial ha elegido para ilustrar la cubierta de su libro: "Idle Hours", de William Merritt Chase. Todos ellos fechados en los años 90 del siglo XIX.

No sabemos si las jovencitas así retratadas son las mismas en las que pensaba un llamado Arlo Bates (cuya existencia descubro en el artículo citado más arriba), a la sazón editor del Sunday Courier de Boston, que publicó en 1888 un texto titulado Summer novels, novelas de verano. Al principio, sus palabras parecen situarlo en el bando de los partidarios de que las jóvenes lean: "una espuma perfecta de novelas ligeras se eleva cuando las flores comienzan a florecer, y éstas tienen una influencia bastante general hasta que las heladas rompen las fiestas de verano y cierran los hoteles de la costa y la montaña". Suena prometedor, pero no lo es: los libros veraniegos, asegura, están pensados para traficar con "sentimientos convencionales", más para hablar de ellos que para leerlos.

Al poco, los ecos de la tendencia cruzaron el charco. La profesora Amélie Chabrier, de la Université de Nîmes, evoca cómo en agosto de 1913 un periodista del Le Gaulois se sorprendía ante esta práctica editorial estadounidense y explicaba a sus lectores cómo, entre el 1 y el 20 de agosto, los publishers lanzaban libros que salían con la etiqueta de bestseller, novela de éxito, a un precio asequible, novelas que durante las vacaciones, en pocas semanas, ganaban innumerables lectores. En América, concluía, no hay "estación muerta" para las novelas.

Chabrier cree que el fenómeno sitúa a la industria editorial al mismo nivel que otras industrias culturales que se benefician del desarrollo del ocio, el mercado del libro entiende el verano como una temporada propicia para las ventas. A partir de entonces, se pone en marcha un calendario de lanzamientos editoriales en el que el verano se percibe como un punto culminante de la edición que precede al retorno de la literatura, la vuelta que se produce en septiembre y en Francia la llaman rentrée littérairerentrée littéraire.

Pero entonces, ¿leemos más y distinto en verano?

El estudio Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2018 reveló que el 67,2% de la población mayor de 14 años lee libros (al menos una vez al trimestre):  el 38,3% lo hace sólo por ocio en su tiempo libre; el 23,4% lee por trabajo/estudios y en su tiempo libre; y el 5,5 lee sólo por trabajo o estudios.

Por otro lado, el 49,3% quienes leen poco se justifican aludiendo a la falta de tiempo, frente al 32,2% que declara que no le gusta o no le interesa la lectura.

De lo cual se colige que el verano, con sus horas muertas, brinda una buena oportunidad (o nos deja sin excusas).

El libro viejo se gusta conectado

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Eso, adolescentes y adultos. ¿Y los más pequeños?

Pues los niños no entran en esa encuesta. Pero sabemos, gracias a una investigación realizada en Estados Unidos de 2012, que leer en verano permite a los pequeños mantener sus habilidades lectoras. Sobre todo, y es lo relevante, a los niños más necesitados, aquellos procedentes de hogares con pocos ingresos y pocos libros.

Así que por convicción, conveniencia o devoción, leamos. En verano. Y el resto del año.

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