Cultura

"El Apolo 11 es el hito más importante de la historia de la humanidad"

Buzz Aldrin se cuadra frente a la bandera de Estados Unidos en la superficie lunar, el 20 de julio de 1969.

El 16 de julio de 1969, los cuatro brazos que mantenían en pie al Saturno V liberaban su peso y el cohete se separaba lentamente de la Tierra. Lo hacía en silencio, cuenta Eduardo García Llama, físico e ingeniero en operaciones espaciales de la NASA, porque el estruendo que viajaba a la velocidad del sonido, en esos primeros instantes, no había llegado a los oídos del numeroso público cercano. Tras unos segundos de aparente duda, el Saturno V se elevó. Dentro, Neil A. Armstrong, Edwin E. Aldrin, conocido comoBuzz,Buzz y Michael Collins, estaban a punto de convertirse en los héroes de la era espacial. Cuando se cumplen 50 años de aquella misión que llevó por primera vez al hombre a la Luna, el investigador del Johnson Space Center, en Houston, va más allá del trazo grueso, y en Apolo 11 (Crítica) narra al detalle cada minuto de aquella aventura. 

"Creo que la razón por la que hay gente que no se lo cree… es porque es algo demasiado impactante", dice, un par de días después de regresar a España por una temporada, en parte debido a la promoción del libro. Es consciente de la existencia de una legión de escépticos que siguen dándole aún vueltas a por qué la bandera ondeaba en medio del espacio —spoiler: no fueron capaces de extender completamente el brazo telescópico, por lo que el trozo de tela quedó arrugado— y, de hecho, apenas les culpa. "A veces me pregunto si cuando se descubrió América hubo gente que no se lo creyó. Viene a ser eso: la gente es consciente de la magnitud del evento, y hay ciertas personas que no son capaces de asimilarlo", reflexiona por teléfono. Quizás la "magnitud del evento" no haya sido asimilada del todo, medio siglo después, y no solo por los partidarios de la teoría de la conspiración. 

 

A lo largo de la conversación, García Llama compara en varias ocasiones la hazaña de Armstrong, Aldrin y Collins con la de Cristóbal Colón y Magallanes-Elcano. Todas ellas empujaron los límites del universo conocido, todas ellas abrieron nuevas rutas y ampliaron el campo de lo considerado posible hasta ese momento. Pero luego contradice esa misma comparación. ¿Por qué? "Las comparaciones se quedan muy cortas". El empleado de la NASA es tajante: "Creo que el Apolo 11 es el hito más importante de la historia de la humanidad". Sabe que la afirmación es arriesgada, pero tiene preparado su razonamiento. "Todo el desarrollo de la vida en la Tierra", comienza, "ha ocurrido... bueno, en la Tierra". Todo, desde las primeras moléculas, cuenta, hace 4.000 millones de años, "ha sucedido en el mismo rincón del cosmos". Hasta ese 21 de julio de 1969 en el que el Apolo 11 completó su tarea y Armstrong y Aldrin salieron a pasear por la superficie lunar. "Dos especímenes vivos, resultado de esa evolución, que resulta que son homo sapiens, vivieron durante unas pocas horas en un mundo diferente del que se había desarrollado toda su evolución", continúa el autor. Da algo de vértigo. 

Por eso se quedan también cortas, argumenta, las consideraciones sobre la naturaleza política de la misión. No puede negarse que la motivación de la puesta en marcha de la carrera espacial fuera la competición brutal, durante la Guerra Fría, entre Estados Unidos y la Unión Soviética. El hecho de que el Congreso estadounidense decretara que tenía que ser su bandera, y no la de Naciones Unidas, la que se plantara en la Luna resulta significativo. ¿Pero, pregunta García Llama, no era la de Cristóbal Colón una exploración comercial para encontrar una nueva vía hacia las islas Molucas? ¿Y no lo era también la empresa de Magallanes y Elcano? Igual que, pese a su motivación principal, esas expediciones tuvieron finalmente un interés geográfico y de navegación, el sustrato científico del Apolo 11 es innegable: "Todo ese desarrollo de sistemas de acceso al espacio se ha transformado a día de hoy en tener una Estación Espacial Internacional donde se hace muchísima investigación científica".

 

Huella de Buzz Aldrin en la superficie lunar. / BUZZ ALDRIN/NASA

Gracias a su conocimiento especializado y a su voluntad comunicativa, el físico desgrana a lo largo del libro la cadena de logros tecnológicos que hizo posible que la misión terminara con éxito. Pero el autor se fija también en la dimensión personal de la hazaña. "Al final", dice, parafraseando a Michael Collins, "hay un grupo de seres humanos que tienen la opción de quedarse o partir. Y deciden partir". De la misma forma en que utiliza la documentación técnica disponible —los minuciosos informes de la misión, el material fotográfico y en vídeo...— para reconstruir la parte, digamos, mecánica del Apolo 11, se sirve de entrevistas, memorias y de las transcripciones de las comunicaciones para levantar la parte humana de la aventura. Antes, durante y tras aquel mes de julio. La nobleza de Armstrong, que aseguraba que jamás miró a la Luna pensando que sería el primero en pisarla, ni siquiera cuando esto parecía probable. La carga psicológica que llevaba consigo Aldrin, cuya madre se había quitado la vida el año anterior. Cómo Collins, que manejaba la nave mientras sus compañeros caminaban sobre la Luna, estaba aterrorizado ante la perspectiva de que sucediera cualquier error y tuviera que volver solo, sin ellos, a la Tierra.

Porque había margen para el fracaso. Demasiado. García Llama recuerda que se barajaban entonces entre un 50% y un 60% de posibilidades de terminar la misión con éxito, cuando la NASA perseguía una fiabilidad del 99%. Y que había entre un 5% y un 10% de posibilidades de que no pudieran regresar de forma segura a la Tierra, cuando la NASA hubiera querido que este porcentaje se redujera al 0,1%. Uno de los momentos más arriesgados del proyecto fue el despegue, como lo es, dice el experto, en todas las misiones espaciales. Pero el descenso propulsado hasta la Luna fue también extraordinariamente delicado. El ingeniero de la NASA lista los fallos: "Se dieron problemas en las comunicaciones, cinco alarmas del programa, falló un sistema de descenso automático del módulo lunar, volaban como tres segundos largos, y eso quería decir que iban a alunizar seis kilómetros más lejos del punto previsto…". Además, Armstrong y Aldrin tenían que queda a una órbita mayor de 9 kilómetros para que su compañero pudiera rescatarlos. En el libro, García Llama señala otro detalle terrorífico: los dos tanques de oxígeno del módulo de servicio eran defectuosos, algo que nadie sabía entonces. Y, de hecho, lo fueron en todas las misiones Apolo, hasta la catástrofe de Apolo 13. 

 

Charles M. Duke EN EL Lyndon B. Johnson Space Center, en Houston, durante la misión. / NASA

"La llegada del hombre a la Luna y Jesús Hermida están fundidos en el recuerdo"

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Pese a todo, llegaron y volvieron. Las familias y los vecinos se reunieron ante la televisión, el 21 de julio, para observar cómo un hombrecillo vestido con un aparatoso traje espacial caminaba sobre la Luna. Se pronunció aquello de "Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad". Los adultos exclamaron quizás que aquello era imposible y los niños, alucinados, soñaron con ser astronautas. En agosto, los exploradores fueron aplaudidos por millones de personas en un desfile celebrado en Nueva York. Luego, los tres astronautas y sus esposas visitarían 24 países en 45 días en una especie de gira digna de una rockstar. Lo eran. Todo había salido bien. 

Y luego el sentido de la carrera espacial cambió. "Ir a la Luna es muy costoso", explica Eduardo García Llama, "y las agencias espaciales, y en concreto la NASA, se han dedicado a desarrollar formas de acceso al espacio que fueran reutilizables, como el transbordador espacial, o la estación espacial… Pero eso ha implicado que durante muchas décadas nos hayamos quedado restringidos a las órbitas bajas de la Tierra". Y la Luna está lejos, dice, a unos 400.000 kilómetros, mil veces más lejos que la Estación Espacial Internacional. Quizás no hace falta decirlo: llegar allí no fue fácil, y tampoco lo es repetirlo. Eso no quiere decir, sigue, que sea imposible hacerlo. De hecho, él trabaja en la el proyecto Orión, una nave espacial en desarrollo que debería llegar primero a la Luna y después... a Marte. "Sería insensato decir que nunca vamos a ir a Marte o volver a la Luna: eso va a suceder… a menos que surja una desgracia mundial". Tras décadas de volar bajo, la exploración espacial vuelve mirar a lo lejos. Y pese a las promesas repetidas desde hace años y nunca cumplidas, García Llama parece optimista: "Creo que podemos decir que esta es la buena".

 

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