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Luis García Montero resuelve las dudas de Prometeo

Amaia Salamanca, Fran Perea y Lluís Homar en 'Prometeo' de Esquilo, en versión de Luis García Montero y dirección de José Carlos Plaza.

Prometeo ha sido castigado por soberbio: viendo la miseria a la que está sometido el ser humano, roba el fuego a los dioses para dárselo a los hombres y mujeres. El castigo de Zeus es de sobra conocido: encadenado a una roca en Escitia, el titán es condenado a ver cómo un águila devora su hígado, que solo vuelve a regenerarse para que el ave lo desgarre de nuevo. Si Esquilo hizo de este personaje un rebelde contra la arbitrariedad divina, el poeta Luis García Montero lo convierte, además, en un humanista. En su adaptación para el Festival de Teatro Clásico de Mérida, dirigida por José Carlos Plaza, el escritor se aleja del dolor eterno al que es sometido el héroe para desgranar sus dudas, sus convicciones. 

Porque ahí, atado a la piedra, Prometeo tiene tiempo para pensar. En su "versión muy libre", como la describe el director del Instituto Cervantes —en estos días cumple un año en el cargo—, ha ido un poco más lejos de su plantamiento en la Orestíada, que también adaptó para este certamen, dirigida también por José Carlos Plaza. Si allí su intervención consistió en reducir de siete a ocho horas la trilogía de Esquilo y en limpiar "las alusiones culturalistas" que pudieran no ser entendidas por el público, aquí deja volar su yo creativo. La primera decisión: desdoblar al personaje de Prometeo. El preso no dialoga consigo mismo, o lo hace de una forma particular. Porque de un lado está el joven Prometeo (Fran Perea), que acaba de cometer su crimen y de ser castigado, y del otro está el viejo Prometeo (Lluís Homar), que ha sufrido siglos de tormento. Ambos tratan de responder a la misma pregunta: ¿valió la pena?

"Coincidía con mis inquietudes de ahora", cuenta García Montero, también colaborador de infoLibre, a pocas horas del estreno en Mérida este mismo miércoles. "Cuando me lo encargó José Carlos [Plaza], yo estaba terminando de componer el libro Las palabras rotas", dice, refiriéndose a su último volumen, una antología de ensayos escritos en los últimos años. Su reflexión sobre "dar una segunda oportunidad al compromiso" se ve aquí en el Prometeo "que se rebela, que defiende la convivencia, el diálogo, la civilización, y que después se encuentra con el fracaso de los sueños". Los dos Prometeos recorren las galerías de la historia, miran a las mejores pieza del arte, los grandes logros del ser humano... y también ven su oscuridad. Porque García Montero hace que el Prometeo de Homar, eternamente encadenado, haya llegado a ver el siglo XX, los campos de concentración, la guerra, la bomba atómica. "Cómo una revolución acaba en la guillotina, cómo otra revolución acaba en una dictadura, cómo los sueños se corrompen", dice el autor. "De ahí la duda".

El escritor la ha resuelto, al menos por ahora. Después de una crisis de pesimismo, plasmada en un título amargo como A puerta cerrada (2017), que proponía en última instancia un renacimiento. Los textos de Las palabras rotas señalan, precisamente, una quiebra, pero también la necesidad de reparación. "Merece la pena", zanja. Si en el poemario publicado hace dos años cargaba contra un cinismo del que él mismo temía haber sido presa, ahora señala que "el conocimiento y la lucidez no pueden ser una excusa para la renuncia". Prometeo asume el castigo: el águila le destripará cada día, pero la esperanza en el ser humano no desaparece. Claro, que el Prometeo de Esquilo tiene un as en la manga. El titán sabe que Zeus será destronado, y sabe por quién. Será un mortal quien lo haga. "El heredero del ser humano", dice García Montero, ese hombre nuevo capaz de acabar con el poder del tirano. 

Es evidente que esta narrativa tiene una vinculación clara con la situación actual. Porque el clásico griego ha permanecido vivo, y políticamente vivo, a lo largo de generaciones. Es célebre la versión del dramaturgo alemán —de la Alemania oriental—Heiner Müller, estrenada en 1991, en un mundo que se recomponía tras la caída del Muro y en el que Prometeo abrazaba sus cadenas y era salvado a su pesar. En 2010, Carme Portaceli —hoy responsable del Teatro Español, en Madrid— dirigió una versión que aunaba los textos de Esquilo y de Müller, con Carme Elías como Prometeo, y entonces, con una crisis de la que todavía no se había visto lo peor, la creadora no estaba tan segura de que, visto lo visto, el titán hubiera hecho bien en robar el fuego. 

España puesta en pie

De la misma forma, Luis García Montero se propone apelar a "las preocupaciones de alguien que habita el siglo XXI". Alguien "que puede dar un paseo por el desván de la historia y ver esos cuadros donde está la violencia, donde están los fusilamientos del 2 de mayo, donde están los sueños de libertad". Pero ese público con el que dialoga, dice, "no cae en la ingenuidad, sabe de la existencia de la injusticia, mira a la realidad del deterioro de los sueños democráticos, y más que renunciar a ellos por pesimismo, sigue apostando por un código de valores que representan lo mejor de la emancipación humana". No es poco. Pero, además, este debate alimenta la tensión entre el Prometeo joven y el Prometeo viejo. Y no es solo un mecanismo dramático: "Esto les permite resistirse a las amenazas de Zeus, al miedo, al desencanto, y les permite creer en la supervivencia, en la vitalidad de un compromiso con el amor y con la vida".

Si es el pago por haberse rebelado, el héroe acepta que le encadenen. Pero Prometeo encadenado era la primera parte de una trilogía de Esquilo cuyas otras dos obras se perdieron. La segunda se titularía Prometeo liberado. Así que el titán carga con sus cadenas... por ahora. 

 

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