Cultura

Estampas del exilio republicano

De un lado, la última fotografía de Antonio Machado, en Portbou, un mes antes de fallecer en Colliure el 22 de febrero de 1939. Del otro, los rostros de unos niños anónimos a los que el tren lleva a un destino incierto, lejos de sus familias, lejos de sus hogares. Las estampas del exilio republicano, que se desencadena tras la caída de Barcelona en enero del 39 y para muchos duraría más allá del 78, es tan diversa como las 480.000 personas que, se calcula, huyeron de España tras la victoria franquista. El 80º aniversario de su inicio ha dejado decenas de actividades académicas, políticas y culturales, pero, cuando el año va llegando a su fin, dos actividades muestran dos caras distintas del éxodo. La Biblioteca Nacional de España, en Madrid, acoge desde el 5 de noviembre la exposición El exilio republicano. 80 años después, que se centra en la marcha de intelectuales y en el peso que la cultura tuvo desde los primeros meses. El documental Diarios del exilio, producido por la Filmoteca Española y otras cinco filmotecas regionales, dibuja el transtierro desde 1937 hasta 1977, pero a partir de los vídeos amateur amateurfilmados por sus protagonistas. 

En la Biblioteca Nacional reside quizás el rostro más conocido del exilio: la muerte de Machado, las cartas de Manuel Azaña, los dibujos de Rafael Alberti, las memorias de Federica Montseny. El destino de escritores y pensadores, y la construcción de una respuesta al joven régimen franquista desde la cultura en el exterior, supone el centro de la muestra. Es lógico: sus comisarios, Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, son miembros del Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL), uno de los colectivos académicos más movilizados en torno a este tema, activo desde 1993. La muestra contiene una edición de la selección de poemas de Federico García Lorca publicados en inglés por The Dolphin Book, en Londres, en el mismo 1939, y un volumen sobre Antonio Machado firmado por Arturo Serrano Plaja para la editorial Schapire, de Buenos Aires, en 1944. No es casualidad que ambos se convirtieran en símbolos internacionales de la represión y la huida: "El apoyo de la clases culturales a la República era masivo y mayoritario, y el 80% o 90% se marcha fuera", explica López García. "Y el golpe de Estado supone también el final de una era cultural, la Edad de Plata, que había supuesto una puesta al día tras un retraso que venía arrastrándose durante siglos". 

Del otro lado, los materiales utilizados en Diarios del exilio son completamente inéditos. Los pedazos que conforman esta cinta de 50 minutos, estrenada el pasado 27 de octubre en el Cine Doré (Madrid), son grabaciones caseras, pedazos de memoria íntima filmados por los transterrados a lo largo de décadas y pertenecientes a archivos familiares. Siguiendo una experiencia anterior, el documental Vestigios en Super-8: una crónica 'amateur' de los años del cambio, producido el pasado año, la Filmoteca pidió ayuda a sus homólogas regionales para que buscaran en sus fondos imágenes que cumplieran los requisitos. Las instituciones de Andalucía, Cataluña, Valencia, País Vasco y Canarias respondieron con horas y horas de grabaciones, a las que se sumaron las enviadas por la Cineteca Nacional de México. Por el documental dirigido por Irene Gutiérrez. pasan Lluís Companys, Dolores Ibárruri, la comitiva del entierro de Largo Caballero en París. Pero también cumpleaños anónimos, viajes de vacaciones, tomas extrañadas ante las calles nuevas de una ciudad que se convertiría en hogar. 

 

Dolores Ibárruri, La Pasionaria, en una imagen de Diarios del exilio. / FILMOTECA ESPAÑOLA

Ambos proyectos comparten un propósito: el de reflejar un exilio plural. Como reivindica la exposición de la BNE, este tuvo una condición "masiva e interclasista", desde los primeros 500.000 españoles que cruzan la frontera en el año 1939, entre los que se mezclaban milicianos y escritores, familias pobres y bien situadas, temiendo todos una represión que no haría distinciones entre ellos. La partida tuvo también protagonistas "de intereses ideológicos de todo tipo", anarquistas, comunistas, socialistas o liberales, como señala José-Ramón López García: "Intentar reducirlo a unas siglas es un error y queda muy desmentido a poco que uno mire quién salió de España". Pero no es tan sencillo dar cuenta de esa variedad. Quienes dejaron por escrito la memoria del exilio eran literatos que contaban, en gran medida, con una cierta posición social y unos contactos de los que carecían otros sectores de la población. Ocurre algo similar en los vídeos domésticos: "No todas las familias tenían el poder económico para tener una cámara de este tipo, sobre todo el los años treinta o cuarenta", apunta Gutiérrez. Son más numerosas, por tanto, las cintas de los que llama "exiliados ilustres", como empresarios o políticos, y más escasas las de exiliados anónimos. "Con lo cual", explica, "hemos intentado siempre mantener en equilibrio estos dos grupos". 

Las colecciones que han acabado conformando estos Diarios provienen, lógicamente, de las geografías en las que acabaron instalándose los republicanos. De un lado, Latinoamérica, zona elegida por la mayoría de los exiliados por la cercanía idiomática. La exposición de la BNE echa cuentas: más de 7.000 exiliados llegaron a México, unos 2.300 desembarcaron en Chile, República Dominicana acogió a unos 2.000, Colombia recibió a 600... Aunque sin apoyo gubernamental, Buenos Aires fue el hogar de unos 3.000 españoles, que siguieron sumando hasta alcanzar los 10.000 a lo largo de los años, y 3.000 exiliados más se repartieron por otras naciones del entorno. Las distintas filmotecas tenían también cintas procedentes de los países del Este, la antigua URSS, a donde llegaron unos 4.000 exiliados, la mayoría menores, según la exposición. En medio estaría Francia, primera parada de un gran número de exiliados y uno de los centros de la resistencia antifranquista. Pero también un espacio de horror en la memoria de los transterrados: el Gobierno de Édouard Daladier los recibió con dureza, ingresándoles en campos de concentración que se convertirían en una premonición de lo sucedido en toda Europa. El de Argèles-sur-Mer llegó a reunir a 80.000 personas, 100.000 llenaron el de Saint-Cyprien, 20.000 en el de Barcarès... Se calcula que unos 15.000 españoles murieron en los primeros seis meses tras la caída de Barcelona debido a las pésimas condiciones de vida en los campos. 

"Para la mayoría de los exiliados, Francia estaba en el imaginario como el país de la libertad por antonomasia", recuerda López García, "el espejo en el que se habían mirado muchos proyectos políticos. Y el recibimiento no fue ni mucho menos el esperado". Si una "intelectualidad antifascista" reaccionó con rapidez, como se ve en las cartas intercambiadas con asociaciones de escritores que contribuyeron a la llegada de muchos autores a Latinoamérica, "la acción del Gobierno dejó mucho que desear". Durante décadas, cuenta el comisario, Francia tuvo una deuda "no ya con los exiliados, sino con su propia memoria", que él considera que ha comenzado a resolverse en los últimos años, a menudo gracias a la implicación de las segundas y terceras generaciones de exiliados. Lo mismo ha sucedido, en su opinión, con España: "La Transición tampoco fue muy generosa con el exilio, ni con la Guerra Civil, ni con el legado de la República". Más tarde, grupos como aquel al que pertenece o colecciones como la Biblioteca del Exilio, de la editorial sevillana Renacimiento, han rescatado a escritores y vuelto a publicar obras perdidas. Pero no es suficiente, a ojos del investigador: "Queda todavía bastante por hacer. Queda que el exilio se acabe convirtiendo en una política de Estado, que esté por encima de Gobiernos de un signo o de otro. Estamos hablando de un legado que pertenece al conjunto de la sociedad española, de unos archivos que deberían ser recuperados y preservados para todos". 

El propio aniversario se ha visto afectado por esta falta que diagnostica López García, atrapado en una situación política poco favorable, con un Gobierno en funciones, dos elecciones generales y unos presupuestos prorrogados. Pese a eso, quedan las imágenes de los Diarios del exilio, lo que cuentan sobre quienes las filmaron: "Al inicio de las colecciones hay un extrañamiento, una mirada de alguien que no es de ahí. Después de un primer material más entusiasta, viene un último material donde ya se puede ver el cansancio de seguir afuera del país propio. Eso se nota en la forma de grabar". Y queda el recuerdo de la Biblioteca Nacional al Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles, a la Junta de Cultura Española, a la Casa de España en México, fundamentales para la supervivencia tanto del recuerdo del exilio como de quienes lo encarnaron. Y palabras como las de Max Aub, escritas en 1968 dentro de Campo de los almendros, y recogidas en la muestra: "Estos que ves ahora, desechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo (...). No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides". 

 

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