Cultura

Francisco Narla: "Hay demasiado ruido en torno a la idea de la Reconquista"

El escritor Francisco Narla.

Francisco Narla (Lugo, 1978) comenzó a perfilar su nueva novela en el yacimiento de Alarcos, a unos pocos kilómetros de Ciudad Real. "Ver aquellas pilas y pilas y pilas de huesos, que todavía son visibles en los cimientos de las torres y de las avanzadas de las barbacanas, fue muy impactante", recuerda. Los historiadores, basándose en los cronistas de la época, hablan de entre 10.000 y 30.000 muertos aquel día de julio de 1195. Pero no es de las batallas más conocidas de la Reconquista, muy lejos de las Navas de Tolosa o de la disputada batalla de Covadonga. Hay un motivo: los cristianos perdieron. "La historia a veces se cuenta no solo por los vencedores, sino por las victorias", dice el escritor. Él iba a hablar de un perdedor en concreto, un don nadie que responde al nombre de Fierro. El resultado es Fierro, publicado por Edhasa, la misma editorial que le otorgó el I Premio de Narrativas Históricas por Laín

Aunque hay que decir que su interés venía de antes. Aunque él se había acercado a la Edad Media en títulos como Laín (que parte de la Galicia del siglo XIII) o Ronin, entre el Japón y la España del XVI y XVII, no se interesó por la Reconquista —entendida como la guerra entre cristianos y musulmanes que ocupó durante siglos la Península Ibérica— como escritor, sino como ciudadano. "Llevamos unos años en los que hay demasiado ruido en torno a la idea de la Reconquista", dice en una cafetería madrileña, en pleno viaje promocional. "Hace un tiempo escuché cómo se defendía que tenemos que pedir perdón por la reconquista de Granada. Pero si Granada se sitió", pensó él, "se rindió Boabdil, que se llevó un pastizal, con todos aquellos cármenes... No fue violenta". Y, para "no hablar sin saber", lejos aún de una posible novela, se propuso informarse sobre el periodo. El territorio que acabó convirtiendo la curiosidad intelectual en materia literaria fue la frontera del Guadiana, "una de las más enconadas".

 

Según su descripción, el valle era entonces un terreno hostil, violento, desgobernado, infectado de paludismo, una zona donde campaban a sus anchas bandoleros y ladrones de todo pelaje. Un espacio lejos de todo que no sería mala guarida para alguien que quisiera dejar atrás la civilización, dejarse devorar por el olvido. Ese es Fierro. Porque Fierro ha pasado por Alarcos, que permanece en sus recuerdos y en sus pesadillas como un Vietnam. Y no es lo único que quiere borrar de la memoria, mientras cuida sus colmenas, uno de los pocos oficios honrados que podían desempeñarse en la zona. (Una curiosidad: el novelista comenzó estudiando, inocentemente, la apicultura medieval, y ha terminado instalando tres colmenas en casa).

Narla habla de aquella ciudad arrasada, sembrada de huesos, después de que los almohades aplastaran a las tropas de Alfonso VIII, retrasando las opciones castellanas hasta las Navas de Tolosa, el otro hito histórico del volumen, que por una vez se encuentra en segundo plano. "Después, Alarcos se usó muy poquito, fue prácticamente una población abandonada durante ocho siglos. Cuarenta años después, ni eso, Alfonso X funda Villa Real, Ciudad Real, abandonando la esperanza de recuperar y humanizar Alarcos, seguramente por todos aquellos fantasmas". Pero aquellos fantasmas les perseguirían. No solo a los soldados. En Ciudad Real están algunos de los mejores sillares de Alarcos, aquellos por donde corrió la sangre. 

Su propósito con la novela era "que la gente conociera ese periodo de manera limpia". ¿Qué significa eso? "Casi todo lo que leía estaba sesgado", explica él. Unos contaban "una historia de hippies" sobre la convivencia de las tres culturas en Toledo, y otros "hablaban de sangre solamente". "Entiendo que en tiempos de la dictadura, la Reconquista se usara en un sentido político. Pero deberíamos ser algo más maduros", critica. Uno de los ejemplos recientes más evidentes del uso político de aquel período histórico es el puesto en práctica por Vox: el partido de ultraderecha comenzó la campaña electoral del pasado abril en Covadonga, al pie de una escultura de don Pelayo, considerado el forjador del reino de Asturias e iniciador de la Reconquista. "Hay que reconquistar para España su unidad nacional y su libertad", decía Santiago Abascal. Francisco Narla pretende situarse en una posición de neutralidad: "Tanto me molesta el uso que puede hacer Vox que el progresismo intelectualoide de los ochenta", dice, criticando las reivindicaciones de un pasado islámico. "Para negar las exageraciones de unos, no exageremos por el otro lado".

La historia como novela

La historia como novela

Su personaje, defiende, habría estado en las batallas, pero lejos de la lucha política. Fierro se presenta como un cualquiera, un muerto de hambre, carne de cañón de la enfermedad, las estocadas traicioneras o la muerte en una guerra que ganarían, sí o sí, solo los poderosos. "Quería contar la historia de un peón, alguien que no tuviera parte, que se viera arrastrado por esos acontecimientos como nos vemos hoy, en una situación tan convulsa", defiende. Alguien como él mismo, o como el lector. Alguien que no protagonizaría las crónicas de la época, cristianas o musulmanas, y que difícilmente pasaría de ser uno más en la pila de muertos en la contienda. 

No es casualidad, considera, que se sienta llamado por aquel tiempo de inestabilidad, dibujado como una fuerza histórica lejana que arrolla a su paso a los simplres mortales. "Vivimos tiempos de decadencia política e intelectual, y algo similar pasó en aquella época", dice. Tampoco es casualidad que establezca una comparativa, en la nota del autor, entre el Guadiana del siglo XII y el Lejano Oeste, el territorio sin ley de los cuatreros y los buscadores de oro, que anhelaban tanto el metal precioso como la posibilidad de comenzar de nuevo. También Arturo Pérez-Reverte, en su Sidi, el retrato del Cid en códigos wéstern, traza ese paralelismo. "Obviamente, no sabía que íbamos a coincidir", se apresura Narla, como excusándose. Las novelas se escribieron de manera paralela. ¿Qué revela ese imaginario común? "Nos lo demanda la actualidad", responde. "Parece que estamos volviendo a inscribir fronteras donde no las hay. Vivimos una sensación de volatilidad, vemos luchas encarnizadas... ¿Cuánto dura la guerra de Siria? Esa es una de las bondades de la novela histórica, que nos habla del hoy".

 

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