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'Radiografía de unas elecciones no deseadas'

Portada de 'Radiografía de unas elecciones no deseadas'.

Francisco Camas García | José Pablo Ferrándiz (dirs.)

infoLibre publica un extracto de Radiografía de unas elecciones no deseadas. 10 notas sobre el 10N, publicado por Catarata. En el volumen, dirigido por Francisco Camas García y José Pablo Ferrándiz, resultado del trabajo colectivo de varios investigadores de la empresa de estudios de opinión y electorales Metroscopia, se analizan los datos obtenidos en las encuestas para tratar de arrojar algo de luz sobre sus resultados. El título se ocupa, entre otros asuntos, de la influencia en las votaciones del procés, la exhumación de Francoprocés o las relaciones entre los distintos partidos. En este fragmento, los autores abordan las fluctuaciones de los votantes entre las opciones electorales disponibles. 

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Volatilidad electoral

En las elecciones del 10N entre siete y ocho millones de españoles tuvieron un comportamiento electoral diferente al de los comicios celebrados tan solo seis meses antes (el 28 de abril). Una volatilidad —entendida como las transferencias de voto que se producen entre dos elecciones consecutivas del mismo nivel— solo superada por la que se produjo en las elecciones de 1982 y en las de 2015, y similar a la de las primeras elecciones de 2019. En los comicios de 1982, marcados por el desmoronamiento de UCD y el comienzo de la hegemonía del PSOE, casi el 40% —en torno a diez millones de votantes— se decidió por una opción electoral diferente a la elegida en las elecciones generales de 1979. En las elecciones de 2015 la volatilidad se situó cerca de los nueve millones de votantes como consecuencia, principalmente, de la entrada de nuevos actores políticos —Podemos y Ciudadanos— con capacidad de atraer votantes de las formaciones políticas tradicionales. En las primeras elecciones del 2019 se calcula que en torno a siete millones de personas modificaron su comportamiento electoral. En esta ocasión, el fulgurante ascenso de Vox —que demostró una gran capacidad para atraer a votantes del PP— y el crecimiento electoral del PSOE —a costa de Unidas Podemos— fueron los causantes de esas elevadas transferencias registradas.

Entre las elecciones de 1979 y las de 1982 transcurrieron más de tres años; entre las de 2011 y 2015 pasaron cuatro años; y entre las de 2016 y las primeras de 2019, tres. La volatilidad en estos casos, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido y, sobre todo desde 2015, la continua aparición de nuevos partidos políticos, puede comprenderse más fácilmente. Lo sorprendente en el caso de la elevada volatilidad presente en las elecciones del 10 de noviembre es que solo han transcurrido seis meses de los anteriores comicios. Y, aunque han seguido apareciendo nuevos actores políticos (como es el caso de Más País), este hecho no ha sido el principal responsable de las elevadas transferencias que se han producido (el partido liderado por Íñigo Errejón ha logrado atraer a menos de 400.000 votantes nuevos). Las causas están en otro lado.

Las transferencias de voto

De esos entre siete y ocho millones de votantes que el 10N cambiaron su comportamiento electoral con respecto al 28A, en torno a dos millones prefirió, en esta ocasión, quedarse en casa y no acudir a votar como sí lo había hecho en las elecciones de abril. Un dato que no debe extrañar si se tiene en cuenta el diferente estado de ánimo —de mayor enfado y cansancio— con el que los ciudadanos declaraban acudir a esta repetición electoral en comparación con el 28A (en el que la ilusión era el sentimiento más compartido que ahora).

El resto, casi cinco millones de electores, optó el 10N por apoyar una opción política diferente a la del 28A. El partido más afectado por las transferencias de voto ha sido —nuevamente, como ya ocurrió en 1979— el partido ideológicamente situado más cercano al centro: Ciudadanos ha perdido dos millones y medio de votos en el tiempo transcurrido entre las dos elecciones.

La abrupta caída de los apoyos sufrida por el partido liderado por Albert Rivera ha motivado que, dentro de cada bloque, la volatilidad afectara en mayor medida a los partidos de la derecha que a los de la izquierda. Las transferencias de voto entre PP, Vox y Ciudadanos han sido tres veces más elevadas que las registradas entre PSOE, UP y Más País: más de dos millones y medio entre los primeros frente a unos 900.000 entre los segundos.

Porque, a diferencia de lo que ocurrió en otros procesos electorales de elevada movilidad donde las principales transferencias se producían entre bloques (esto es, votantes de partidos de derecha optando por partidos de izquierda o a la inversa), en esta ocasión la volatilidad se ha producido casi por completo dentro de cada bloque. Así, en torno a 300.000 votantes se pasaron del bloque de la izquierda al de la derecha y alrededor de 400.000 hicieron el camino a la inversa: es decir, aunque el bloque de la izquierda habría salido beneficiado en 100.000 votos, en realidad podemos decir que ambas transferencias prácticamente se compensan.

Así, los datos desmienten algunos discursos (en su mayoría intencionados) que pretendían atribuir el crecimiento de Vox en estas elecciones a un trasvase importante de votos procedentes de Unidas Podemos y del PSOE hacia la formación liderada por Santiago Abascal. Según los datos de Metroscopia ese trasvase ha sido de alrededor de 60.000 votantes.

En las elecciones del 10N la fidelidad de voto de los principales partidos(la capacidad para retener a sus votantes de las anteriores elecciones) ha sido elevada: el 88% de quienes cogieron la papeleta de Vox el 28A lo volvió a hacer el 10N; lo mismo el 80% de los del PSOE y PP, y el 73% de los de UP. La excepción, en esta ocasión, ha sido Ciudadanos: solo un tercio (34%) de los votantes de la formación naranja ha permanecido fiel a las siglas.

En este sentido puede haber dudas sobre qué partido (o partidos) han ganado las elecciones —para resolverlas es importante conocer si el PSOE y Unidas Podemos logran finalmente formar un gobierno de coalición, algo que todavía no se ha materializado en el momento de cerrar este libro—, pero lo que casi nadie duda es que Ciudadanos ha sido el principal derrotado. La pérdida, ya señalada, de dos millones y medio de votos y 47 diputados le han hecho pasar de ser la tercera fuerza política en el conjunto de España y con capacidad de conformar gobiernos o de llegar a bloquear su composición a ser el quinto partido nacional sin apenas facultad para determinar políticas.

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Conocer qué caminos han tomado los votantes que han abandonado el partido entre dos elecciones es fundamental para —en un intento de recuperación de esos electores fugados— no implementar soluciones equivocadas. Porque no es lo mismo que la mayor parte de los votantes haya optado por una vía —por ejemplo, quedarse mayoritariamente en casa— que por otra —votar a un rival político—. Así, en el caso concreto de Ciudadanos (que es el partido que más apoyos ha perdido en estos comicios) y según los datos del estudio poselectoral de Metroscopia llevado a cabo la semana después de las elecciones, la principal fuga de votos de la formación naranja se ha dirigido hacia el PP (en torno a 1,3 millones). La segunda vía abierta, más de 700.000 votos, han sido votantes que apoyaron al partido de Rivera el 28A y, en esta ocasión, han decidido quedarse en casa. Y unos 450.000 anteriores votantes de Ciudadanos —lo que supone la tercera fuga de votos principal del partido— han optado estas elecciones por la papeleta de Vox.

El 15 de marzo de 2020, en una asamblea extraordinaria, Ciudadanos elegirá a la persona que se hará cargo del partido tras la renuncia de Rivera y de parte de su Ejecutiva por los malos resultados obtenidos el 10N. Si la nueva dirección de Ciudadanos que surja tras esa asamblea quiere intentar recuperar a la mayoría de sus anteriores votantes, tendrá que tener muy en cuenta estos datos, es decir, conocer hacia dónde se han ido principalmente sus votantes, para intentar responder correctamente al porqué.

La volatilidad electoral es, así, un indicador más de los cambios sociales y políticos que se están produciendo en un país en un momento concreto. Y, en este caso, viene a señalar que los realineamientos electorales que se iniciaron en las elecciones de 2015 todavía no han concluido en el caso de España. En general, ningún partido político está logrando, en estos momentos,fijar a sus votantes. Ahora bien, si las elecciones de 2015 parecían iniciar el descongelamiento de los alineamientos electorales de nuestro sistema de partidos en torno a dos grandes formaciones políticas, en estos momentos parece que estamos asistiendo a una nueva glaciación, si bien, en esta ocasión, alrededor de dos grandes bloques ideológicos de tamaño muy similar: en torno a 11 millones de votantes en cada uno de ellos.

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