Cultura

El triple caso del asesino escribidor

Una extraña confesión, de Chéjov; El asesinato de Roger Ackroyd, de Agatha Christie, y Sobre los huesos de los muertos, de Olga Tokarczuk.

NOTA PRELIMINAR. NOTA PRELIMINARLo que viene es un puritito destripe (vulgo spoiler), vamos a revelar quién es el asesino en tres novelas: Una extraña confesión, de Chéjov; El asesinato de Roger Ackroyd, de Agatha Christie, y Sobre los huesos de los muertos, de Olga Tokarczuk. En nuestra opinión, su lectura sigue siendo muy aconsejable, pero como hay fanáticos del whodunit (quién lo hizo)whodunit , toca advertirlo. Queda hecho.

La lectura de una novela es un dejarse llevar por el narrador, que puede hablar en primera persona y contarnos lo que sabe, lo que ve, lo que oye; en segunda, interpelándonos; en tercera, como narrador omnisciente…

El escritor Miguel Ángel Muñoz cree que el punto de vista más cómodo, más fácil, para un autor es ese en el que su voz se pega a la de su personaje, sin distancias, sin cortapisas, sin extender sospecha sobre la voz que va construyendo, si bien admite que "ese punto de vista realista pasó a la historia en el siglo XX, con el modernismo, gracias a la vulneración constante de las reglas de la narrativa". Los narradores dejaron de ser confiables porque la realidad del XX tampoco lo era. "Ahora, cuando los hechos del mundo contemporáneo están siempre a prueba de falsedad, la literatura ha perdido su capacidad de disloque y sorpresa con ese tipo de juegos. Además, hay una ancestral tendencia del ser humano a creerse los cuentos que le narran, a creer que es una gran verdad, pese a que salga de la fantasía. Dudo que, tras las narrativas intrincadas de Tarantino, ciertos trucos tengan el mismo efecto que antes".

Muñoz fue durante años víctima de El Síndrome de Chéjov. Ya no actualiza el blog, aunque la enfermedad persiste. Por eso se nos antojó adecuado consultarle cuando, tras leer la novela citada de la premio Nobel Olga Tokarczuk, nos vino a la cabeza la también mencionada del escritor ruso…

1. El caso del juez asesino

"En mi libro hallará usted un hecho que ha sucedido realmente, en él no se dice más que la verdad. Fui testigo de todo lo que relato, e incluso participé en ello".

El editor al que el juez Iván Kamishov se dirige en Una extraña confesión (1885) no está en condiciones de calibrar hasta qué punto lo que su interlocutor le dice es cierto. Kamishov le ha hecho entrega de una novela sobre un crimen pasional, narrada en primera persona, y el libro descubre la identidad del asesino… que resulta ser el propio narrador; contiene (leemos en The Cambridge Companion to Chekhov) tanto la confesión del homicida como un desafío que lanza, arrogante, a la sociedad "porque cree que solo unas pocas almas superiores serán capaces de reconocer pistas que revelen su culpa". Los expertos convienen en que el relato, uno de los primeros de Chéjov, no es de los mejores de su repertorio; sin embargo, aun admitiendo que la trama no cuadra del todo, el novelista Julian Symons lo define como "un hito en la historia del relato criminal".

Y lo es porque hace gala de una notable osadía. En estos casos, señala Muñoz, "el riesgo mayor es que la narración se acabe viendo como el despliegue más o menos perfecto de un truco. Incumples el contrato con el lector que le hace fiarse del narrador, una confianza que funciona desde hace siglos, para llevarlo hasta un lugar de sorpresa y juego. Ese juego final, si está bien hecho, llevará al lector hasta el embobamiento y la admiración por el giro que al final da la narración o, si el truco es chapucero, hará que el lector piense que ha sido víctima de una estafa innoble".

2. El famoso caso del médico asesino

"En El asesinato de Roger Ackroyd, Agatha Christie conduce al lector a través de una serie de previsiones destinadas a resultar desmentidas todas, porque (fenómeno nuevo en la historia del género policiaco) el asesino es el propio narrador. Pero al final de la novela el narrador advierte al lector que no lo ha engañado, porque siempre ha dicho lo que hacía, incluso al cometer el delito, pero en forma de eufemismo (ejemplo: 'hice lo que debía hacer'). E incita al lector a releer las páginas precedentes para reconocer que, si hubiese querido, habría podido descubrir quién era el asesino".

Eso escribió Umberto Eco en De los espejos y otros ensayos, refiriéndose a un texto innovador, rompedor, en el que leemos/escuchamos al doctor Sheppard narrando un asesinato… que él perpetró, aunque nosotros no nos enteramos hasta el final.

Eco no es el único intelectual de postín que, con mayor o menor entusiasmo, con admiración o con desprecio, se ha ocupado de la novela. ¿A quién le importa quién mató a Roger Ackroyd? (Who Cares Who Killed Roger Ackroyd?), preguntó Edmund Wilson en 1945. Anthony Burgess, quien decretó que Christie "no tiene un lugar en la literatura", no entendía el interés que despertaban las historias de detectives (¡ay, si levantara la cabeza y asistiera al triunfo absoluto de la novela negra!). "Una persona es asesinada, y surge la pregunta: '¿Quién lo hizo?'. El asesino resulta ser el último personaje del que sospecha el lector. El asesinato de Roger Ackroyd, novela publicada en 1926, fue considerada insólita porque el asesino era el narrador. El lector siempre confía en el narrador, porque tradicionalmente éste representa la verdad. Pero este narrador mentía".

Sin embargo, T.S. Elliot leía a Christie ávidamente, y recomendó esta obra durante años; más recientemente (2013), la Crime Writers' Association la eligió como la mejor novela de crímenes jamás escrita.

Por si eso fuera poco, El asesinato de Roger (Rogelio, en sus primeras ediciones en español) Ackroyd ha sido objeto de análisis firmados por intelectuales tan sesudos como Roland Barthes; Georges Perec preparaba en el momento de su muerte un artículo sobre ella que no pudo terminar; y Raymond Chandler le dio su bendición: "La supresión de los hechos por el narrador como tal o por el autor cuando se pretende mostrar los hechos tal como los ve un personaje en particular es una deshonestidad flagrante", leemos en la recopilación de artículos, cartas y notas titulada Raymond Chandler Speaking. Dos son las razones por las que la ruptura de esa regla en la novela de Christie no le indignan. Primera, "la deshonestidad esta explicada de una manera bastante inteligente". Y segunda, "la disposición de la historia y de su dramatis personae deja en claro que el narrador es el único asesino posible, por lo que para un lector inteligente el desafío de esta historia no es 'Quién cometió el asesinato' sino 'Mírame de cerca y atrápame si puedes'".

Sabemos que tiene truco, pero no conseguimos verlo: es pura magia, un "espectáculo de prestidigitación", escribió Marta Sanz, que "Mrs. Christie ejecuta con maestría". Y al hacerlo, coloca a los lectores "en la moderna tesitura de sospechar del narrador de la historia". Algo que les/nos resulta incómodo, porque los lectores "tienden a no desconfiar de las instancias de poder, ya sea esta el policía o el narrador". Sí, doña Agatha "estaba empeñada en rizar el rizo ―afirma Muñoz―, porque su pretensión era seguir ganando lectores, sorprendidos por su pericia y capacidad para montar escenografías criminales cada vez más ingeniosas. Así que la idea del narrador de Roger Ackroyd estaba en esa clave de encontrar el deslumbramiento del lector. Un fuego de artificio que le dio su primer gran éxito".

3. El caso de la ecologista asesina

En una entrevista reciente, Marta Rebón citaba a Olga Tokarczuk: "Creo en la novela. Considero que la novela es uno de los géneros más sublimes de la literatura: tiene el poder de embelesar al lector y llevarlo a una especie de trance… Forja un vínculo emocional con quien se sumerge en sus páginas, y estimula los mecanismos que generan la empatía. Es, pues una forma de comunicación total".

Fue la lectura de Sobre los huesos de los muertos Sobre los huesos de los muertos la que inspiró este texto que va llegando a su fin. Sí, también en esta obra de la reciente premio Nobel el asesino es el narrador; mejor dicho, la asesina es la narradora, Janina Duszejko, cuyo testimonio está trufado de espacios en blanco. La seguimos a ciegas, confiados, porque su relato, en el que mezcla ciencia, poesía, astrología, resulta hipnótico, pero a poco que te fijes…

"Creo que la narración en primera persona es muy característica de la óptica contemporánea en la que el individuo desempeña el papel de centro subjetivo del mundo", dijo Tokarczuk en su discurso de aceptación del Nobel. "Las historias tejidas en primera persona parecen estar entre los mayores descubrimientos de la civilización humana; son leídas con reverencia, con plena confianza. Esta clase de historia, cuando vemos el mundo a través de los ojos de un yo que es diferente a cualquier otro, crea un vínculo especial con el narrador que le pide a su oyente que se coloque en su posición única".

Hay que leer la peripecia, seguir las pistas, interpretar las huellas, recordar que el relator ya no es confiable. Tampoco Janina, ni para nosotros, ni para sus amigos hasta casi el final, hasta ese "Nosotros sabemos que eres tú".

Un lugar llamado Olga Tokarczuk

Un lugar llamado Olga Tokarczuk

Epílogo

Dice Guillermo Martínez cuando glosa y amplía las Leyes de la narración policial que Borges fijó en 1933, que "el asesino no debe ser el narrador", regla (añade) "admirablemente incumplida" por Agatha Christie y, de manera más previsible por Anton Chéjov. Ahora tiene un nuevo ejemplo.

Desde luego, hay otras novelas en las que el narrador es el asesino, aunque generalmente se presenta como tal desde el principio. Y, por supuesto, nada está escrito. Cuando Umberto Eco recogió la matriz de situaciones policíacas ya inventadas compuesta por el Ouvroir de Littérature Potentielle de París (el asesino es el mayordomo, el asesino es el narrador, el asesino es el policía, etcétera), señaló que "aún está por escribir un libro en el que el asesino sea el lector". Y añadió: "Me pregunto si eso (hacer descubrir al lector que el culpable es él, o nosotros) no será la solución que realiza todo gran libro, desde Edipo Rey hasta los cuentos de Borges."

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