Cultura

¿Somos como leemos?

Imagen de un e-book.

Es una experiencia personal, pero quizá no intransferible, al menos a juzgar por lo que tantos amigos cuentan y no pocos estudios reflejan. La arriba firmante disfruta más de la lectura en libros… digamos, tradicionales, los de siempre, esos conjuntos de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen (la RAE dixit).

Y no es fetichismo del papel, ni añoranza del olor a cola… por no hablar de que tengo un lector electrónico al que recurro con frecuencia, sobre todo por razones de peso (es decir, por comodidad) y porque, cuando leo en idiomas que no son el mío, me permite consultar el diccionario con solo poner el dedo sobre la palabra que me suscita dudas.

Pero, como les ocurrió a los entrevistados para el estudio a partir del cual Naomi Baron escribió Words Onscreen: The Fate of Reading in a Digital World (Palabras en la pantalla: el destino de la lectura en un mundo digital), cuando leo en papel, hojeando, sé dónde estoy porque puedo fijarme en si la página es par o impar, si el fragmento que me gusta ocupa la parte superior o la inferior; la fuente y el tamaño de letra son los que son, no los cambio yo conforme a mis necesidades o mi gusto, y aunque esa rigidez tiene inconvenientes, me ayuda a fijar contenidos (memoria visual, supongo).

Por el contrario, en el e-reader todos los textos son iguales. Y para fijar algo en mi memoria he de volver sobre ello varias veces. A mí me pasa lo que Kate Garland, profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Leicester en el Reino Unido, dijo (en una era anterior: 2003) que le sucede a tanta gente: hay diferencias en el procesamiento cognitivo asociado con la asimilación, para retener algo que leemos en una pantalla, necesitamos leerlo más veces.

Es cierto por otro lado, que en el terreno de la calidad de las pantallas se ha avanzado mucho, el viejo debate sobre los beneficios y desventajas que ofrecen las de brillo propio frente a las retroiluminadas parece superado. Pero, más allá de los libros electrónicos, los especialistas tienden a desaconsejar que leamos en nuestros artefactos electrónicos (ordenadores, móviles y tabletas) al menos en determinados momentos del día, en concreto a la hora de acostarnos, el tipo de radiación lumínica que emiten altera los ritmos de sueño… en tanto que "cuando encuentras un libro que te gusta, tu mente entra como en un estado de éxtasis y de mindfulness.mindfulness Al requerir un gran nivel de concentración, nos relajamos, abstraemos la mente y dejamos atrás otros pensamientos o problemas que nos preocupan. De ahí que muchos lean un libro antes de dormir". Y no lo digo yo, lo dijo el Dr. Antoni Giner Tarrida.

Más que una cuestión generacional  

Son, insisto, percepciones personales corroboradas unas y matizadas otras por los muchos estudios al respecto que se han elaborado desde la entrada en nuestras vidas de los lectores electrónicos.

Puedo admitir, aunque a mi amor propio le duela, que parte de todo ello tiene que ver con mi edad: educada en el papel, imprimo hasta el texto que usted lee en estos momentos y en una pantalla para corregirlo mejor. Y en este sentido, me reconfortan y reafirman defensas del papel como la que Maryanne Wolf, directora del Centro para la dislexia, estudiantes diversos y justicia social de la Universidad de California en Los Ángeles, hace en Lector, vuelve a casa.

Claro que Wolf no es una mera valedora romántica del papel: su tutela viene cargada de razones científicas y culturales.

El libro acaba de aparecer en España, aunque los ecos de sus tesis nos llegaron ya cuando fue publicado en EE.UU., hace un par de años. Wolf analiza cómo se transforman los cerebros de los niños que aprenden a leer y de los adultos que leemos de una manera diferente, y a partir de un análisis que se basa en la ciencia, pero abarca también otras áreas del conocimiento, analiza la prolongada exposición a la lectura en pantallas afecta incluso a los lectores empedernidos, que ven alterada su capacidad de concentración cuando vuelven al libro tradicional.

"Lo que leemos, cómo leemos y por qué leemos cambian nuestro modo de pensar ―escribe―, los cambios se siguen sucediendo en la actualidad a un ritmo cada vez más acelerado. En un lapso de sólo seis milenios, la lectura se convirtió en el catalizador transformativo del desarrollo intelectual de los individuos y las culturas alfabetizadas. La calidad de nuestra lectura no es sólo un índice de la calidad de nuestro pensamiento, es el mejor camino que conocemos para desarrollar vías completamente nuevas en la evolución cerebral de nuestra especie. Hay mucho en juego en el desarrollo del cerebro lector y en los acelerados cambios que actualmente caracterizan sus mutables iteraciones".

La existencia de genes relacionados con capacidades básicas como el lenguaje y la visión que acaban reorganizándose para formar el cerebro lector no garantizan, en sí mismos, que tengamos capacidad de leer. "Los seres humanos tenemos que aprender a leer. Eso significa que debemos tener un entorno que nos ayude a desarrollar y conectar un complejo abanico de procesos básicos y no tan básicos para que un cerebro joven pueda formar su propio circuito lector".

Es un reto descomunal. Un estudio realizado en la India (2017) con adultos que no sabían ni leer ni escribir demostró que bastaban 6 meses de capacitación en alfabetización para provocar cambios neuroplásticos en el cerebro maduro.

En agosto del año pasado, neurocientíficos de la Universidad de California publicaron un estudio demostrando que las áreas que procesan las palabras que leemos son prácticamente las mismas que las que se activan cuando escuchamos esas mismas palabras.

No hay sorpresa, me apunta Emma Rodero, doctora en Comunicación y Psicología: cuando tú procesas el lenguaje lo procesas en unas determinadas áreas, es lenguaje, da igual cómo te llegue, oral o escrita.

¿Y si, en vez de leerlo, escuchamos un libro? 

Rodero dirige el Media Psychology Lab, un centro donde estudian los procesos cognitivos, las emociones y el comportamiento de las personas cuando interaccionan con los medios y la tecnología, y en unas semanas presentará un estudio sobre esta cuestión (tan en boga por el auge de los audiolibros). Y tras señalar la coincidencia, se centra en las diferencias: "el cerebro utiliza parte de la manera en la que procesa el lenguaje oral para procesar el lenguaje escrito, y le añade una serie de elementos. ¿Por qué? Porque lo estoy viendo, necesito decodificar esos signos escritos, y hay una parte visual que no se activa con el lenguaje oral".

En efecto, leer y escuchar no es lo mismo, la experiencia no es igual. "Para nada. El grado de distracción es mucho mayor cuando estas escuchando que cuando estás leyendo, por una cuestión muy sencilla: porque cuando estás leyendo tienes tu principal sentido, la vista, entretenido, ocupado, por tanto, el grado de distracción es menor. Mientras que cuando estás escuchando, y de ahí el auge de la escucha hoy en día, puedes hacer cualquier otra actividad." A cambio, "en la escucha tienes la ventaja de que la activación emocional mayor".

Una reflexión que nos permite volver a Wolf, que en su libro se pregunta: en una cultura cuyos principales soportes de comunicación priman la velocidad, la inmediatez, los altos niveles de estimulación, la multitarea y cantidades ingentes de información, ¿corren los lentos procesos de lectura profunda, más exigentes a nivel cognitivo, el riesgo de atrofiarse o acabar perdiéndose?

En su opinión, el riesgo es evidente y la respuesta, compleja. Aunque ella cree saber por dónde empezar. "Así como la tendencia natural de los niños de saltar de un pensamiento a otro puede ser reforzada por el visionado frecuente de pantallas digitales, la experiencia de la lectura puede contribuir a darles un modo alternativo de pensar. Nuestro desafío como sociedad es brindar a los nativos digitales ambos tipos de experiencias. Necesitarán esfuerzos coordinados de sus padres y profesores para garantizar que leen lo suficientemente rápido como para asignar atención a las habilidades de lectura profunda y con la lentitud suficiente para conformarlas y desplegarlas".

No es Amazon, soy yo

No es Amazon, soy yo

Regreso al futuro 

Escribe Maryanne Wolf que lo que leemos, cómo leemos y por qué leemos cambian nuestro modo de pensar, los cambios se siguen sucediendo en la actualidad a un ritmo cada vez más acelerado. "En un lapso de sólo seis milenios, la lectura se convirtió en el catalizador transformativo del desarrollo intelectual de los individuos y las culturas alfabetizadas. La calidad de nuestra lectura no es sólo un índice de la calidad de nuestro pensamiento, es el mejor camino que conocemos para desarrollar vías completamente nuevas en la evolución cerebral de nuestra especie".

Pregunto a Emma Rodero si la vuelta a la oralidad propiciada por los audiolibros (y tantas otras experiencias) no es un retroceso, tras esa larga temporada de aprendizaje de la lectura. "Volver a la oralidad es recuperar tu esencia, y por eso los auriculares, los altavoces inteligentes, el sonido te acompañan en el día a día. La lectura es otra cosa… Pero yo siempre digo que una no es mejor que la otra, son complementarias, yo hago las dos cosas".

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