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Cultura

Las escritoras del Siglo de Oro cambian la pluma por el teclado en una exposición online

Retrato de sor Juana Inés de la Cruz.

El Instituto Cervantes tuvo el tiempo justo de inaugurarla. Cuando se abrió al público la exposición Tan sabia como valerosa, una de las muestras clave del año para la sede central del organismo, en Madrid, no podían imaginar que días más tarde tendrían que cerrar a cal y canto el edificio de la calle Alcalá. Ahí se quedó, con sus textos sobre Teresa de Cepeda, sor Juana Inés de la Cruz o Catalina de Erauso, la Monja Alférez, y ahí se quedaron los volúmenes de los siglos XVI y XVII, prestados por la Biblioteca Nacional de España (BNE), que pretendían arrojar luz sobre la escritura de las mujeres en el Siglo de Oro. El Instituto todavía no ha abierto, pero la muestra, de alguna manera, sí: ahora la página web del Cervantes acoge una versión online de Tan sabia como valerosa, con nuevos textos e incluso una pieza audiovisual. 

"Es una exposición que hemos trabajado durante mucho tiempo, más de un año", cuenta Raquel Caleya, subdirectora de Cultura del Cervantes, "y que ideamos como propuesta de ampliar el canon del Siglo de Oro, con una clara vocación feminista, para sacar a la luz a todas aquellas autoras o incluso impresoras que, en los siglos XVI y XVII, tuvieron un destacado papel y un discurso que todavía hoy nos sorprende por su autenticidad y vigencia". La exposición suponía, además, el inicio de una colaboración con la BNE, que les cedió decenas de libros y documentos de sus colecciones para componer la muestra. "Siempre es triste que un proyecto trabajado con la ilusión de mostrarlo a un público mayoritario se tenga que cerrar de repente", lamenta Caleya. La voluntad del Cervantes es prolongar la muestra durante dos meses y medio a partir de la fecha de reapertura, que aún es incierta.

Pero, mientras los visitantes no puedan ir a la exposición, el Instituto —dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores— ha decidido llevar la exposición a los visitantes. Tan sabia como valerosa está ahora siempre abierta en la web del Cervantes, con nuevos contenidos: además de los textos que ya se podían leer físicamente, se suman tres presentaciones, a cargo del director del organismo, Luis García Montero, la directora de la BNE, Ana Santos Aramburo, y la comisaria de la muestra, Ana M. Rodríguez-Rodríguez. A los soportes escritos se une, además, una pieza de montaje audiovisual de Marta Javierre Acín, que utiliza fragmentos de ocho películas sobre Teresa de Ávila, sor Juana Inés y Catalina de Erauso para analizar cómo el cine ha reflejado a lo largo de su historia la imagen de estas mujeres. 

El Cervantes se suma así a la estela de otros centros que, obligados a cerrar, han llevado también sus actividades al mundo virtual. El Museo Reina Sofía, por ejemplo, inauguró su primera muestra virtual el 13 de abril, con la obra del fotógrafo Clemente Bernad. Para ello, el Cervantes ha tirado de imaginación y de recursos que ya tenían disponibles. "Con la mayoría de exposiciones que presentamos en Madrid", cuenta Caleya, "realizamos una versión digital a posteriori que queda en nuestras colecciones digitales". Estos recursos, conocidos como gabinetes bibliográficos, suelen servir para que una muestra permanezca en el tiempo, pero en este caso han adelantado esta versión para que se convierta en la exposición misma: se trata de que el público no solo pueda disfrutar de los contenidos ahora, sino que "se interese por la obra de estas mujeres". Además, han aprovechado que las obras expuestas habían sido ya digitalizadas por la BNE y estaban accesibles desde la Biblioteca Digital Hispánica. 

Así, en la muestra online se puede consultar la portada de una edición de Castillo interior o Las moradas de santa Teresa, publicada en la Imprenta Real y fechado en 1607, o una edición de los poemas de sor Juana Inés de la Cruz fechada en 1725, 30 años después de su muerte. Pero también se exhiben, como en la muestra física, un documento de pago a la dramaturga Ana Caro, en el que se consigna que se le remuneró en 1638 "por vn libro que hiço de las dichas fiestas", refiriéndose a las bodas de un primo de Felipe IV. Esto puede parecer menor, pero da fe de que Caro, autora de Valor, agravio y mujer, se ganaba la vida como escritora, y que era reconocida social y económicamente como tal. Para acompañar la exposición, el Cervantes ha trabajado una nueva edición de esta comedia, "más legible y completa que las existentes hasta ahora", que se publicará en la colección Los Galeotes, dedicada a la recuperación de obras de la literatura en español. 

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Quizás las dos escritoras más conocidas de la plantilla reunida en la muestra sean Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, a la que la exposición llama "una protofeminista del siglo XVI", y sor Juana Inés de la Cruz, la monja de Nueva España cuyos poemas llegaron a ser conocidos en la corte y que dejó la Respuesta a sor Filotea, una defensa histórica de la capacidad intelectual de la mujer y su equiparación al hombre. Pero también hay otras menos conocidas por el público. Está María de Zayas, quizás eclipsada por sus coetáneas, que con sus Desengaños amorosos se saltó las convenciones de la novela romántica para denunciar con gran crudeza la violencia que sufrían las mujeres por culpa de ese amor y sus estrechas normas sociales. Y otros nombres todavía más ocultos, como Oliva Sabuco, autora del tratado Nueva filosofía de la naturaleza del hombre. Este volumen llegó a ser atribuido a su padre, que se dijo autor de la misma en una carta donde sumaba, además, el apoyo del hermano y del marido de la escritora, pero la investigación devolvió el texto a su verdadera responsable. 

Tan sabia como valerosa sirve también como un breve estudio de las condiciones que permitieron que algunas mujeres accedieran a la educación y a la escritura y otras no tuvieran posibilidad de hacerlo. Ana M. Rodríguez-Rodríguez explica cómo el honor familiar, "fundamento de la organización social", justificó durante siglos el estricto control de la mujer, y cómo este la alejó de la lectura y la escritura, que suponían la deshonra no solo de sí misma, sino de todos sus parientes. "La educación intelectual de las mujeres no solo no era prioritaria", explica la comisaria, "sino que incluso se desaconsejaba; de modo que era mucho más importante enseñar a las niñas a coser, bordar o cocinar, que a leer y escribir". Las mujeres instruidas eran objeto de mofa, como La culta latiniparla de Quevedo, cuando no perseguidas por la Inquisición, como la misma Olivia Sabuco. "Escribir era para muchas mujeres un acto heroico con el que se sublevaban contra lo que se esperaba de ellas, y que automáticamente las situaba bajo sospecha o las exponía al cruel escrutinio de un universo cultural". 

En el otro extremo, la exposición refleja cómo el convento se convirtió en un refugio para las mujeres que no querían someterse a las obligaciones de su género y cómo, de esta forma, las órdenes religiosas acabaron siendo también el hogar de las escritoras. Los casos de santa Teresa y sor Juana Inés son célebres, pero no únicos: según aclara Rodríguez-Rodríguez, distintas investigaciones apuntan a que el 80% de las escritoras españolas desde el siglo XV al XIX eran religiosas. Lo explicaba con claridad la propia sor Juana Inés: "Entreme religiosa, porque (...) con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (...) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros". Y, milagrosamente, sor Juana Inés tuvo estudio, silencio y libros. E incluso lectores. 

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