Continuará

Cuando se decidió que matar era una buena idea

Fotograma de 'La línea invisible'.

Piedad Sancristóval

Estamos viendo más televisión que en nuestra vida, que ya es decir. Hasta cinco horas diarias en abril. Y la serie más solicitada bajo demanda de este confinamiento, aún está ahí, esperando a los rezagados. Se trata de La línea invisible, La línea invisible dirigida por Mariano Barroso en Movistar+. También se ha convertido en la emisión más vista en diferido de la historia de la plataforma, según los datos de la consultora GECA. Y ha tenido un índice de fidelidad mucho mayor que la media, esto es, personas que la han visto hasta el final, los seis episodios.

Como aún no tenemos casi otras alternativas de ocio, tenemos que asegurarnos de hacer acopio, como se hizo con el papel higiénico, de las mejores series. Cuando llegue la ansiada nueva normalidad y no queramos pasar por casa, podremos comentar con amigos, entre otras cosas, lo que estamos viendo ahora.

La línea invisible no es solo una opción de evasión, que también, sino una cita fundamental para visitar una etapa de nuestra historia reciente, la marcada por ETA, que aun tendremos que mirar muchas más veces con muchas más series y películas sobre el tema. De momento, tenemos el estreno en HBO de Patria, otra serie que aborda el tema, en este caso el final de la banda terrorista y los años de plomo. Ya tenemos una nueva misión seriéfila.

El enfoque de La línea invisible nos lleva al otro extremo del fenómeno, el instante decisivo en el que un grupo clandestino contra la dictadura, como había varios, se convierte en banda armada, cruza esa línea moral no dibujada y decide que a partir de ese momento, matar es una buena idea. Nada de lo que encontraremos en la serie se parece a la idea que tenemos en la cabeza de un comando etarra o de una cúpula de ETA, porque un instante antes de ser ETA, de saltar esa línea, aún no eran ETA. Y esta perspectiva, buscada por Barroso, es uno de los aportes más interesantes. Nosotros conocemos el futuro de los personajes, del País Vasco y de España, ellos no.

La línea invisible también puede entenderse como la que conecta a Txabi Etxebarrieta, primer asesino de ETA, con Melitón Manzanas, policía torturador del franquismo que era el primer objetivo mortal de la organización. Aquí la serie adquiere elementos de trhiller clásico que, aunque conozcamos el final, no pierden su suspense. Ambos se persiguen el uno al otro desde la distancia y en su línea se cruza un personaje al que la memoria histórica de España había tratado como a un secundario y al que la serie dedica un episodio cápsula, que es todo un homenaje y quizás el más emotivo de los seis. (Atención, spolier hasta el final de este párrafo) Se centra en el guardia civil de tráfico José Antonio Pardines, primer asesinado de la banda, al que solo un 1% de los vascos conocía en 2017 según una encuesta del Euskobarómetro. Pasaba por ahí, estaba en el peor momento en el peor lugar, y precipitó el comienzo de la escalada de violencia que todos conocemos. La serie le ha alzado de ese lugar oscuro para siempre. El escultor Jorge de Oteiza quiso unir a los dos primeros muertos por ETA, Pardines y el propio Etxebarrieta con dos esculturas en las cunetas en las que fueron muertos, pero la de Pardines no aguantó el vandalismo y los ataques. A la serie ya siempre le deberemos un relato en concreto sobre lo ocurrido ese día, sepultado por tantos otros.

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El material histórico sobre estos hechos era muy abundante, aunque tuvo que llegar el documentalista Abel García Roure para reunirlo y poner el foco precisamente en el punto en que la banda se convierte en la que todos conocemos. Este es uno de los grandes aciertos de la ficción, desenmarañar las noticias, opiniones, acontecimientos, hasta dejar limpiamente una versión del comienzo. Este material tuvo que esperar unos años y varios guionistas hasta llegar a sus escritores definitivos, que decidieron hacer esta miniserie en lugar de, por ejemplo, una película.

Los encargados finales fueron Alejandro Hernández, que ya ha colaborado con Barroso en cine y televisión y Michel Gaztambide, curtidísimo guionista en No habrá paz para los malvados, La caja 507 o la serie Gigantes entre otros muchos trabajos. A ellos se sumó el futuro director, que hizo especial hincapié en dejar ETA, lo político, lo colectivo, como un telón de fondo y buscar los detalles, lo concreto en la humanidad de los personajes que protagonizaron los acontecimientos.

El rodaje se extendió durante siete meses, sobre todo en el País Vasco, aunque también en Navarra o Francia y está protagonizado por un duelo entre antagonistas, el veterano Antonio de la Torre, sacando matices a un mítico torturador y por otro lado el joven Àlex Monner, intenso y creíble. Les acompañan un gran grupo de personajes en los dos ambientes, el del jefe de la brigada político-social de Guipúzcoa, Manzanas, y sobre todo el entorno etarra, con mención especial para Enric Auquer, que interpreta al hermano mayor y héroe personal de Etxebarrieta.

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