Crisis del coronavirus

La crisis del coronavirus pincha la "burbuja" editorial: "Este ritmo no es sostenible para nadie"

El librero Eric del Arco, de la histórica librería Documenta de Barcelona, atiende a una clienta al inicio de la fase 0 de la desescalada por la crisis del coronavirus.

"Muchos piensan, algunos nos dicen, que si te paras el sistema te arrolla, como arrolla el automóvil al cervatillo que, deslumbrado por los faros, se detiene en mitad de la carretera". Con esta frase, los editores del sello independiente Errata Naturae abrían el comunicado en el que este mismo jueves informaban de que, a diferencia de la mayoría de sus compañeros de profesión, ellos no publicarían novedades en mayo y junio. No era solo una declaración de intenciones, sino una reflexión sobre una industria editorial que produjo en 2018 más de 76.000 títulos nuevos, muchos más que los casi 68.000 de Francia, un país que tiene no solo más población sino más población lectora. El caso de Errata Naturae es una rareza, pero su llamamiento a la calma sí se corresponde con un clima general: la crisis del coronavirus ha obligado a detenerse a un sistema comercial que se plantea desde hace años si no está yendo demasiado rápido. Algunos señalan que, ya detenidos, sería un buen momento para salir del círculo vicioso. Pero ¿cómo? Y ¿hacia dónde?

"Este ritmo no es sostenible para las librerías y no es sostenible para los editores ni para los autores, no es sostenible para nadie", dice, tajantemente, Álvaro Manso, librero en Luz y Vida (en Burgos) y portavoz de CEGAL, la confederación de librerías españolas. "Todos hemos vivido las consecuencias de la burbuja", dice Silvia Sesé, editora de Anagrama, uno de los sellos más prestigiosos del país, "es un tema viejo, en realidad, que siempre está ahí y que tiene difícil solución". Pero ¿cuál es el problema? Desde hace años, muchos señalan que la vorágine de la edición ha acortado la vida de los libros: las novedades lo son durante poco tiempo, y de inmediato son desbancadas por la siguiente tanda. La altísima rotación de títulos en librerías dificulta la labor de los libreros, que tienen cada vez menos tiempo para construir fondo, leer los títulos que llegan y recomendar a los lectores. La cifra de devoluciones —los libros que no se venden y regresan a la distribuidora— pone constantemente contra las cuerdas a las editoriales, sobre todo a aquellas con menos músculo. Todos quieren salir de la crisis, pero muchos no quieren regresar a lo que había. 

Lo que había es un ciclo comercial difícil de romper. Las librerías compran los libros a las distribuidoras, que sirven de bisagra entre estas y las editoriales, almacenan los títulos, los ponen en funcionamiento y los publicitan. Esta compra suele ser en firme, es decir, que los libreros pagan a los distribuidores por los libros que esperan vender, y estos a su vez pagan a las editoriales. ¿Qué ocurre si un libro no se vende? Que el dinero irá en sentido contrario. Para hacer espacio a nuevos títulos, y para poder comprarlos, la librería devuelve los que no han tenido éxito, y la distribuidora bien le da un vale por nuevos libros o bien (en el menor de los casos) le devuelve el dinero. Continuando la cadena, la editorial deberá a su distribuidora lo ya ingresado, que a menudo paga en forma de una siguiente tanda de novedades. Esta cadena puede ser de financiación —las editoriales reciben un dinero que pueden invertir en nuevos libros— o de deuda —para pagar lo que deben, las editoriales deben seguir editando—, y en ella se mueven tres de cada diez euros que genera el sector, que recaudó en 2018 más de 2.300 millones de euros. 

"Las devoluciones son fantasmas para todos", apunta Silvia Sesé. Una editorial con una estrategia comercial ambiciosa puede incluso llegar a hacer reediciones de un título para encontrarse, a los meses, con una devolución que le rompa las cuentas. La solución más habitual para minimizar los riesgos comerciales ha sido diversificar el catálogo para no apostarlo todo a un solo número, realizar tiradas cortas para minimizar los costes de impresión y confiar en que las novedades futuras vendrán pronto a tapar un posible fracaso. "Recibimos un volumen de libros muy alto", se queja el librero Álvaro Manso, "los grandes grupos presionan para colocar los suyos, hay mucho ruido y tenemos un trasiego continuo de libros que no hace bien a nadie. Los libros que nos manda una editorial acaban expulsando a los que esa misma editorial nos mandó hace unas semanas. Al final estamos haciendo pedidos a las distribuidoras más pensando en el volumen que en el contenido. No nos centramos en qué queremos en la librería, sino en cuánta es mi capacidad de compra".

¿Burbuja editorial o bibliodiversidad?

Las editoriales han aprovechado estos dos meses para reprogramar sus novedades, que algunas empiezan ya a enviar a las librerías. Todas han reducido su volumen de nuevos títulos. Anagrama, por ejemplo, calcula que ha recortado un 20% su catálogo. "Ahora es un buen momento para reflexionar", dice Sesé, "porque no hay más remedio que bajar el ritmo. A medio plazo tiene que haber una reducción de títulos, pero el ritmo no puede ser brusco. No sería bueno perder en diversidad, perder la posibilidad de publicar libros que no son top de ventas". De esto mismo advierte Diego Moreno, del sello independiente Nórdica: "Hay mucho ruida y pocos lectores, sí, pero la cuestión es la misma siempre: los grandes grupos no van a reducir las novedades, y lo que se reduzca, tanto en grandes editoriales como en pequeñas, no va a ser lo peor, sino lo más difícil de vender. Se quedaría el bestseller, la apuesta fácil".

Moreno admite que, sí, ni las librerías ni los lectores son capaces de asumir el volumen de novedades, y que, sí, el modelo francés puede parecer ideal, con menos títulos y tiradas más largas que permitan apostar por un libro y hacerlo llegar al mayor número de lectores posibles, y que permitan también compensar los costes de producción del libro. Pero señala que el modelo español no ha producido solo cosas malas: "Bajo este modelo disfuncional han surgido en España centenares de editoriales que han dado una riqueza cultural inmensa. Este sistema, que tiene muchas deficiencias, ha permitido ese florecimiento". La compra en firme, que no es tan habitual en el país vecino, ha facilitado que editoriales pequeñas, sin mucho músculo económico, puedan financiarse y competir, incluso, con las grandes. Algo similar dice Silvia Sesé: "En España, las librerías son una fiesta de todo lo que se publica. Es algo que no se ve en Francia. A la larga puede ser un problema, pero el lector tiene mucho donde elegir".

"Es un ritmo muy alto", dice Adán Valgar, de la distribuidora independiente Virus, "y es propio de las lógicas de capital. El libro se trata como un producto en circulación y lo que hacen las grandes editoriales es eso, poner en circulación. Si se vende, bien, y si no, lo tapan con otra novedad. ¿Qué sucede? Que es muy difícil mantenerse al margen y es muy difícil cortar con esto". ¿Por dónde se tendría que cortar? ¿Qué libros deberían dejar de editarse? Es la pregunta del millón. Nadie se atreve a dar nombres ni sellos concretos, claro, pero todos los consultados responden en el mismo sentido. "Tiene que haber un ajuste de las editoriales que más publican, para beneficio de todos", dice el librero. "No pueden perderse los libros con una esperanza menor de ventas pero muy importantes para la diversidad", señala la editora de Anagrama. "¿Reducir novedades? Sí, pero por parte de los grandes grupos, que son los que saturan las mesas", dice el editor de Nórdica. Pero son justamente estos, dicen, los que no tienen motivaciones para recortar su catálogo, y los que tienen poder económico y mediático para continuar con el mismo ritmo. ¿Entonces?

Detener la rueda

"Claro que hay algo que cambiar", admite Diego Moreno, "el problema es cómo cambiarlo. Todos estamos de acuerdo en que hay que hacerlo, pero no sabemos cómo". Álvaro Manso señala que quizás esa transformación se está produciendo ya en las propias librerías. Estos comercios se van a ver obligados, con toda seguridad, a hacer devoluciones mayores de lo habitual en el mes de mayo y a reestructurar su fondo y su oferta. "Las librerías tendemos a tener un sentido ecológico de nuestra función", dice, "somos un comercio de cercanía y conocemos a nuestros lectores. Cada vez tenemos menos ganas de vender lo mismo que puede encontrarse en un Carrefour, y tampoco tiene sentido económico, porque no podemos competir por ahí. Tenemos que apostar por aquello en lo que somos buenos. Eso ya está cambiando, y va a cambiar más por el momento en el que estamos". Quizás sean las librerías las que detengan el círculo vicioso. 

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Aunque el editor de Nórdica no lo tiene claro. Cuenta que algunos grandes grupos y algunas distribuidoras están optando en estos meses por dejar los libros en depósitoen depósito a los comercios. En esta modalidad, los libreros solo pagan a los distribuidores, y estos a los editores, si el libro se vende. Suele usarse en los títulos de fondo, los que no son novedades, pero ahora está utilizándose como una forma de que las librerías no devuelvan los ejemplares que recibieron antes de la declaración del estado de alarma. "Es algo que tiene sentido por una parte", admite Diego Moreno, "pero que es peligroso por otra, porque ¿quién puede esperar más de un año para cobrar? Las grandes. Esto va a hacer que las librerías cojan los títulos de los sellos que les den más facilidades, y hay muchos que no nos podemos permitir aplazar los pagos". Álvaro Manso apuesta por las políticas mixtas: una parte en firme, otra en depósito. "Entendemos que todo el mundo tiene que tener ingresos, pero hay que ser flexibles. Si un libro es una buena apuesta tanto para la editorial como para la librería, ¿por qué no va a ir en depósito? Los libreros no descuidamos los libros que no hemos pagado, nadie tiene libros para no venderlos".

De hecho, las distribuidoras independientes que ya apuestan por este tipo de funcionamiento, con políticas flexibles, combinaciones de firme y depósito según el catálogo, distribución seleccionada y trato muy cercano con las librerías. Es el caso de Virus en Cataluña, pero también de Traficantes de Sueños en Madrid o Cambalache en la zona norte, Asturias, Galicia y Cantabria, entre otras. "Nosotros no matamos moscas a cañonazos, hacemos una distribución muy medida, lo que permite reducir costes de impresión y evitar las grandes devoluciones", cuenta Valgar. Esta forma de trabajo exige conocerse al dedillo tanto el catálogo como los perfiles de las distintas librerías, y para combinar el firme y el depósito hay que controlar mucho el stock. "No es compatible con las lógicas comerciales que ven el libro como una mercancía, ni queremos que sea así. Pero es verdad que a veces son las propias editoriales que se autoetiquetan como independientes las que no apuestan por modelos de distribución que les permitan vivir de otra manera". 

Las imprentas vuelven a ponerse en marcha. Las distribuidoras envían pedidos. Las novedades comenzarán a llegar a las librerías quizas en días o semanas. Y la rueda vuelve a ponerse en marcha, o quizás no. 

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