Cultura

Sergio del Molino: "La distancia social, si se sostiene en el tiempo, te vuelve misántropo, desconfiado, te hace peor"

El escritor Sergio del Molino.

El nuevo libro de Sergio del Molino (Madrid, 1979) no es sencillo de explicar, y parte de su premisa podría resultar para algunos incluso un disparate. La piel, recién publicado por Alfaguara, habla (obviamente), de la piel. La piel como última barrera humana de aislamiento y contacto, capaz por lo tanto de calidez y cercanía, y objeto también de discriminación y miedo. Pero el escritor, autor de libros como La España vacía o La hora violeta, recurre a una experiencia personal para abordar el tema: la psoriasis grave que padece. Así, habla de la escala cromática de Von Luschan, una de las muchas justificaciones etnográficas del racismo, o de la obsesión con la pureza de la secta de Qumrán. Pero habla, sobre todo, de cómo la psoriasis condicionó la vida y la obra de personajes tan dispares como Stalin, Cindy Lauper o Vladimir Nabokov

Si comenzó a interesarse por estos personajes fue por lo obvio: le llamaba la atención que compartieran mal, y se preguntaba cómo lo vivieron ellos. El dictador ruso rechazaba bañarse junto a sus camaradas bolcheviques y cubría su cuerpo con prendas de manga larga incluso en verano. Cindy Lauper ha hablado públicamente de su lucha contra la enfermedad, llegando a recomendar métodos pseudocientíficos que Del Molino desprecia. Nabokov probó todos los remedios posibles y, para el autor, la psoriasis tuvo un papel fundamental en la decisión del escritor de dejar a su amante Irina para regresar con su mujer Vera. "La psoriasis se consideraba una condición anecdótica, nadie había establecido una relación entre ella y lo que hicieron", dice. "Es lo que yo intento, yo trato de conectar los genocidios de Stalin y su psoriasis. Suena a pasote literario, lo sé". 

Puede ser relativamente fácil defender que la timidez extrema de Nabokov pudiera estar justificada por una enfermedad que temía mostrar al mundo. O que la ira de Pablo Escobar tenía también que ver con la certeza de que ni todo el poder ni todo el dinero del mundo le aliviarían los picores y las costras que le mostraban como un hombre frágil. Pero si llegamos a Stalin y el gulag... "Hay corrientes historiográficas que van a mi favor", defiende Sergio del Molino, citando Sonámbulos, el libro en el que Christopher Clark trata de explicar el estallido de la I Guerra Mundial por los talantes y acciones de sus protagonistas. "Si esos puestos hubieran estado ocupados por otras personas, probablemente la guerra no hubiera estallado. Esto va en contra de las nociones historiográficas que solemos tener, en la que las cosas suceden de forma inevitable, esté quien esté al mano, pero en realidad tiene mucho sentido y no es tan descabellado pensar que si Stalin no hubiera tenido esa psoriasis ni esa mala salud espantosa que le agriaba el carácter, probablemente la historia de la URSS y del mundo hubiera sido otra". 

En la piel de los demás

Más allá de las consideraciones históricas —que le valdrán, seguro, alguna que otra discusión—, a través de esas vidas ilustres el escritor aprendió que la psoriasis era un rasgo que les había definido de manera mucho más profunda de lo que ellos habrían aceptado. "Claro, también me di cuenta de que mi psoriasis me condicionaba de manera más profunda de lo que yo estaba dispuesto a aceptar", cuenta. Es posible que el lector haya fruncido el ceño: ¿no es la psoriasis una enfermedad de la piel leve, de fácil tratamiento y consecuencias limitadas? "Es verdad que hay muchos tipos de psoriasis, y la mayoría de la gente sufre una cosa muy leve que es como una dermatitis y puedes tratar con cremas, pero en los casos graves incluso puedes acabar en una silla de ruedas", explica. La psoriasis está causada por deficiencias en el sistema inmune y puede causar inflamación, fiebre, infecciones y lesiones más serias. Él mismo tiene problemas en las articulaciones. "¿Es desconocido? Claro, como en todas las enfermedades. Necesitas que alguien que la sufre te la cuente para interesarte por ella". Esa capacidad para revelar la realidad de otros quizás sea, dice, la única función social de la literatura.

Por eso, más allá de su propia dolencia, La piel es un reconocimiento a la capacidad metafórica de ese extenso órgano a menudo ignorado: "Cuando elijo este tema no lo hago tanto por mi afección y por un deseo de contarme de una forma intimista, sino porque la piel permite hablar de muchísimas cosas que son importantísimas para el ser humano". Esta es su habitual manera de proceder. En La hora violeta abordaba el duelo tras la muerte de su hijo Pablo tras ser diagnosticado de leucemia. En La mirada de los peces, perseguía la figura de Antonio Aramayona, su profesor de Filosofía en el instituto, miembro de la Asociación Derecho a Morir Dignamente que decidió acabar con su vida en 2016. Incluso en La España vacía, su ensayo más conocido, partía de la primera persona para reflexionar sobre los mitos en torno a la población rural de la meseta. A partir de su propia piel, Del Molino llega a otros asuntos aparentemente lejanos: "La piel está en el centro de un montón de cuestiones que afecta a nuestra identidad, nuestra relación y el dibujo del mundo". En ella está, por ejemplo, la chispa que hace arder Mineápolis tras el asesinato de George Floyd, un hombre negro, a manos de un policía blanco. 

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Un órgano en contacto con el mundo

"El racismo no ha sido uno de los grandes ejes de violencia de la historia. Y el racismo se explica por la piel y la percepción de la piel", dice por teléfono después de configurar una clase por Zoom para su hijo. En el capítulo titulado "Brevísima historia del racismo", habla de la escala cromática inventada por Felix von Luschan, que clasificaba la claridad o la oscuridad de la piel con una paleta de 36 colores. "El racismo es un impulso tan poderoso que funciona desde la simple taxonomía", escribe. "Una enumeración de razas basta para teñir de racismo todo un discurso y es más que suficiente para que los ganaderos del mundo empiecen a estabular a las personas y a criarlas en granjas separadas". De ahí saltamos a Banyoles, el pueblo catalán que exhibió en su museo, durante 80 años, a un hombre san —conocidos como bosquimanos— disecado a finales del XIX. No cree que la experiencia del racismo le quede demasiado lejos como para escribir sobre ella. "A veces, uno de los reproches que más he escuchado sobre La España vacía", recuerda, "es 'pero si tú vives en una ciudad, no vives en un pueblo, no es lo tuyo'. Esa acusación de extranjería... Si escribo de ello es porque me incumbe, porque me siento aludido por la realidad que estoy abordando".

Y en los dos últimos meses y medio hablar de la piel invoca otras imágenes. Las de la distancia de seguridad, los guantes y el temor a besos y abrazos. "Yo terminé el libro el año pasado en un mundo completamente distinto a este", recuerda Sergio del Molino. "Cuando lo concebí me daba cuenta de que iba un poco a la contra, de que las cosas que decía en torno a la afectividad y el tacto no estaban en el debate. Después del apocalipsis, me doy cuenta de que es un libro que va a favor". Establece un paralelismo entre el miedo de los personajes de su libro a ser tocados, siempre asqueados de su propia piel, siempre temiendo la intimidad y evitando mostrarse, con el miedo social por la crisis del coronavirus. Y teme que el mandato de distanciamiento social dure demasiado, porque cree ser consciente de sus consecuencias: "Lo que tenemos comprobado los que llevamos mucho tiempo ocultándonos y practicando esa distancia social, es que esa lejanía, si se sostiene en el tiempo, te vuelve un poco misántropo, paranoico, desconfiado. Te hace peor".

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