Crisis del coronavirus

El teatro y la danza se preparan para volver a escena con mascarillas, distancia y pacto de ficción

Una escena de 'Un cuerpo infinito', de Olga Pericet, que se representa en Madrid en Danza el 21 de junio.

Dos metros de distancia de seguridad, mascarillas, prioridad al teletrabajo y fomento de las actividades al aire libre y de la ventilación en espacios cerrados. Algunas de las recomendaciones de las administraciones sanitarias para combatir al covid-19 parecen totalmente incompatibles con las artes escénicas. Pero ahí están festivales como el de Teatro Clásico de Almagro, el Grec de Barcelona o el Madrid en Danza de la capital, o incluso las compañías que ya ensayan las obras que se representarán el próximo otoño. Todos lidiando con la incertidumbre, respetando las medidas que se siguen también en panaderías y oficinas, con la ilusión de que los focos se enciendan de nuevo. Pero ¿cómo adaptar las obras a una pandemia?, ¿qué marca deja la amenaza del coronavirus en las piezas que están naciendo ahora?, ¿aguantará el pacto de ficción que declamen a Lope actores con mascarilla?

La bailaora y coreógrafa Olga Pericet va a ser una de las primeras en pisar las tablas. Lo hará el próximo 21 de junio en los Teatros del Canal, dependientes de la Comunidad de Madrid, una de las pocas salas públicas que ya han vuelto a funcionar. Dentro del festival Madrid en Danza, Pericet interpretará su espectáculo Un cuerpo infinito, en torno a Carmen Amaya y el sendero que abrió en el flamenco, estrenado en 2019. La directora artística no ha tenido más remedio que adaptar la obra para que sea seguro reunir en escena a los 12 artistas que la interpretan, entre música, cante y baile. "Cuando hay escenas donde hay una coral, por ejemplo, he tenido que cambiarlo, hacer coreografías diferentes y dejarlo estático", cuenta por teléfono Pericet desde el propio teatro, donde ya ensaya. En otras escenas está ella sola, alejada de los demás artistas. Y en otras, visten una especie de escafandras que ya formaban parte del vestuario original han resultado ser un elemento visionario: ellas mismas le servirán de protección. 

"A mí me parece bien que lo que estamos viviendo se vea también en la escena, porque la danza y la música son un espejo de la sociedad", asegura. De hecho, considera que puede ser incluso estéticamente interesante que los artistas exhiban, como lo harán, unas pantallas protectoras de plástico —la directora explica que llevar mascarillas quirúrgicas puede entorpecer el cante, y por las interacciones entre ellos no necesitarán más protección—. "Vamos a adaptarlo todo, las distancias y todo", asegura, "pero creo que simbólicamente es interesante que aparezca algo que todos estamos viviendo en nuestro día a día". Insiste también en que los Teatros del Canal y el propio festival están siendo muy escrupuloso en el respeto de las normas sanitarias. De hecho, por ahora ella ensaya sola, y solo se reencontrará con sus compañeros, con quienes trabaja a través de la aplicación Zoom, un par de días antes de la actuación. 

Pericet espera con ganas la cercanía de los artistas y del público, pero regresar al teatro, incluso ella sola, ha sido toda una experiencia: "El otro día me emocioné", cuenta, "porque yo en casa no tengo la posibilidad de tener un estudio, y en mi disciplina tienes que tener un suelo apropiado, no puedes hacer un zapateado". El regreso al escenario ha sido, por tanto, un regreso a la danza, a la entrega completa al baile sin ataduras espaciales. Entre sus preocupaciones estaba también su propio estado físico, después de meses de encierro, en un trabajo tan exigente como el de un atleta profesional: "Estoy por ahora trabajando solita, cogiendo fondo, porque ese es el respeto que yo quiero mostrar, llegar bien al escenario y estar a la altura del espectáculo y el público. Yo he intentado mantenerme en casa, pero no es lo mismo, y me preocupaba". Es un problema que han sufrido también los artistas de otras disciplinas, como los músicos, que no han tenido acceso a sus salas de ensayo y, a menudo, ni siquiera a parte de sus instrumentos, que suelen conservar en ellas. 

Un reino extraño

Otro caso ligeramente distinto es el de las obras que han surgido durante el confinamiento y que han hecho de los condicionantes de la crisis sanitaria su motor creativo. Es el caso de En otro reino extraño, una producción de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico —unidad dependiente del Ministerio de Cultura— con dirección de David Boceta. Esta obra, que reúne fragmentos de las piezas de Lope de Vega, con dramaturgia de Luis Sorolla, fue pensada para formato audiovisual, como una pieza de videoescena —a medio camino entre el teatro y el cine— creada por Álvaro Luna que se difundiría en redes sociales el 29 de junio. Pero En otro reino extraño tendrá también un estreno físico, el 14 de julio, en el Festival de Almagro, que sigue adelante con una reducción de fechas y de compañías participantes. "Ni siquiera hemos empezado aún el proceso de adaptación", cuenta Boceta, con ciertos nervios. Todo el trabajo con los actores se ha desarrollado hasta ahora por videoconferencia, y podrán reunirse de nuevo a partir del 22 de junio. "Tenemos ganas, la verdad, aunque es todo muy incierto". 

La compañía tendrá que respetar, sobre escena, las mismas normas que existan en el momento de representación. "Si tenemos que usar las mascarillas, las usaremos, por supuesto", dice el director. "Esta obra nace del confinamiento y no intenta huir de él. De hecho, lo evidencia, se habla del asunto". Cree que, además, sería absurdo que los que están sobre escena fingieran no conocer lo que en el patio de butacas se conoce de sobra, algo que, además, puede ayudar a solventar las limitaciones artísticas que impone la crisis: "Los espectadores saben lo que es ver a una persona querida y no poder acercarte todo lo que quisieras... Esa distancia se ha convertido en muy poco tiempo en un lugar común, y la van a entender". Lo que sea para regresar a las tablas y para compartir con el público una edición de Almagro —menos días, menos espectáculos, menos público, pero el mismo entusiasmo— que quedará para la historia: "Es inevitable pensar que no va a ser igual que otras veces, pero nos sentimos muy afotunados ser de esos profesionales del teatro que podemos seguir trabajando en un momento en el que todo se ha derrumbado. Es un privilegio y una responsabilidad". 

Boceta confía, además, en las posibilidades del teatro. Para solventar la distancia de seguridad, las series de televisión han recurrido a trucos inherentes a la disciplina: el tiro de cámara, otro tipo de montaje, estrategias parecidas a las usadas durante el cine de Hollywood de cierta época, cuando la censura contaba los segundos que duraba un beso. Las artes escénicas tienen sus propias estrategias: "Si un actor sale y dice 'Estamos aquí, en este jardín', el público sabe que es un jardín. Si dos actores se quedan callados y una luz ilumina un letrero que dice 'Se están besando', el espectador sabe que se están besando", defiende el director, "el teatro siempre ha tenido esa potencialidad de poder contar las cosas desde una simbología y una sugerencia mayor que el cine. No necesitamos que las cosas sean creíbles, sino que sean sugerentes". La propia compañía no está segura de qué estrategias acabará eligiendo para llevar En otro reino extraño, pero no duda de que acabará encontrando herramientas para hacerlo. 

Un festival de Almagro histórico planta cara a la crisis sanitaria

Ensayar en medio de una pandemia

El caso de la compañía Voadora es distinto. A ellos el coronavirus les pilló ensayando. Casi literalmente: su trabajo para el Centro Dramático Nacional, donde estrenaban el 22 de abril la obra Siglo mío, bestia mía, se paralizó el 11 de marzo, exactamente dos años después de que comenzaran a producirla. Un miembro de la compañía dio positivo. Todo quedó abandonado en el teatro: la escenografía, los materiales, incluso su libreta de dirección. Aún no han ido a por ellos. La obra, escrita por Lola Blasco —con ella ganó el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2016— se estrenará finalmente en octubre, pero modificada por todo lo ocurrido en estos meses. No se trata tanto de las normativas sanitarias que puedan estar en funcionamiento para entonces —"tenemos la esperanza de que esté la cosa más normalizada", dice Marta Pazos, la directora—, sino de cómo ha afectado la crisis al proceso: con todo el mundo confinado, han diseñado formas de trabajo que hicieran posible seguir avanzando. "La coreógrafa está en Madrid", cuenta Pazos, "el bailarín está en Fisterra, y se han encontrado por videoconferencia. Han hecho incluso tutoriales coreográficos para el resto del elenco, y ya tenemos todo el trabajo de palabra también".

Pero hay más obstáculos que salvar: en julio, la compañía ha preparado un taller-residencia en la Mostra de Ribadavia para preparar su montaje de Otelo, previsto para 2021. Este tipo de encuentros suelen estar muy basados en el contacto y la improvisación, y más en una compañía en la que lo físico tiene un peso fundamental. ¿Cómo salvar la distancia material y metafórica entre los participantes? Marta Pazos reflexiona durante unos segundos. "El otro día estaba mirando la final de Operación Triunfo, los bailarines iban con mascarillas y me parecía, al principio, escalofriante. Hace meses nos habríamos negado, y ahora es una forma de integrar la realidad en el trabajo", dice. Y eso es lo que van a hacer ellos. "Me lo planteo como un juego: cómo podemos hacer esto, pero sin tocarnos y con mascarillas. Por ejemplo, con la cara tapada Yago podría mentir mejor. Cómo contamos esa esencia de los celos, de la pasón, sin poder tocarnos. Estoy muy expectante, aunque es verdad que yo soy bastante positiva e intento no ponerme en la morriña, en el qué habríamos hecho si no hubiera pasado todo esto". Ahora toca el qué vamos a hacer con todo esto que ha pasado. Y en ello están. 

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