La playlist de...

Rozalén: "Lo peor de este país es que no tenemos memoria"

María Granizo Yagüe

“¡Feminazi!”, “¡comunista!”, “¡roja!”, “¡levantatumbas!”, “¡antipatriota!”…

Voces sucias, “escupitajos de odio”, contra la responsabilidad social que ella lleva en su ADN. Ni la intimidan ni la frenan ni la cambian: “Que ellos continúen que nosotr@s seguiremos con nuestra revolución que sí es de amor”. A los amigos de “la guerra y su reverso, la medalla”, ella versiona que “no propone otra batalla que librar al corazón”. Y mientras algunos, muchos, aspiramos a que llegue la Belleza, unos excluyen pero ella incluye. Su música demuestra que se puede cantar con las manos y escuchar con los ojos. Haciéndolo, le oye más gente. Tanta, como su imparable legión de seguidores que, oyentes y no oyentes, no quieren ser sordos, abren oídos y bailan con las manos para “alzar hasta la gloria el poder de la razón”.

Guiada desde que se abrió al mundo por los acordes de Aute, María Ángeles Rozalén, conocida por su apellido de la meseta sur, demuestra que se puede ser millennial y cantautor, mainstream y oler a la libertad del tomillo y del romero de la Sierra de Segura, disco de oro y platino sin renunciar al sabor del aceite de oliva manchego, y hacer magia con su pueblo, de ochocientos habitantes, convirtiéndolo en foco turístico de festivales con sólo abonar sus raíces.

Cantaba de espaldas por timidez

Pero antes de componer para Raphael y para Amaia, antes de que Alejandro Sanz aliviase su Corazón Partío haciendo un dúo con ella, bastante antes de que Ana Belén, Estopa, Pablo Alborán y Sabina quisieran entonar a su lado que la querían, y también mucho antes de alcanzar con su primer videoclip más de un millón de visitas en youtube en unas horas, la cría albaceteña de Letur cantaba de espaldas a la gente atenazada por una timidez que todavía destila cuando baja de los escenarios. Eran tiempos de primera infancia educando el oído con las coplas y jotas manchegas que le cantaba Angelita, su madre, “la verdadera artista de la familia”, mientras Marta Sánchez, con su Olé, Olé y desbocado escote gritaba Soldados del Amor en el buque de la armada española durante la guerra del Golfo Pérsico. Tiempos de arranque del timbre agudo de la bandurria de una niña que jugaba con los gatos callejeros en su patio albaceteño mientras la flecha que inauguraba las primeras y únicas Olimpiadas en España nos creaba la prevista ilusión óptica de que caía encendiendo el pebetero. Años de gafas redondas de empollona y de fiestas escolares cantando folk, mientras se abrían paso las cadenas privadas de la tele para que Emilio Aragón se convirtiera en Médico de Familia y fuéramos a las librerías a comprar las Historias del Kronen. Tiempos en los que la hija de Don Cristóbal, el sacerdote de Bazalote que colgó la sotana por un Amor Prohibido que veinte años después cantaría a los cuatro vientos su hija, crecía tocando su guitarra en el coro de la iglesia mientras surgía el DVD, se clonaba a la oveja Dolly y, después de 14 años de gobierno socialista, José María Aznar entraba en la Moncloa con la primera victoria del PP en unas elecciones generales.

Memoria histórica a golpe de melodía

Años en los que la nieta de Ángeles la de los dulces, fantaseaba con los cronopios y las famas de Cortázar. Y, entre cuento y cante, miraba de reojo a su abuela que no podía llevar flores al tío abuelo Justo porque la locura de la guerra le había sepultado en una fosa común, “fiel reflejo de una injusticia”, que todavía impide dignificar su recuerdo: “La evidencia más fehaciente de la incapacidad del ser humano de ponerse en la piel del otro”. Creciendo, mirando las fotos sepias de la casa familiar, aprendió que “cuando alguien muere pasamos por un duelo; si está desaparecido, el dolor permanece intacto, siempre, pasando de unas generaciones a otras”. Y como las heridas sin sutura sólo mostrándolas se curan, “si no se pudren”, la niña de Letur acabó sacándolas al aire para hacer, con su guitarra, memoria del tío abuelo no enterrado pero nunca olvidado.

Cómo sobrevivir cantando en bares con cuatro gatos

Pasando las hojas amarilleadas de los calendarios colgados en los azulejos de su cocina de pueblo, Rozalén estrenó adolescencia comprometiéndose, en sus composiciones, con el mundo sin fronteras de las desigualdades. Como el Edward Bloom de Big Fish, su cinta favorita, comenzó a llenar cuadernos con composiciones, relatando impresiones y momentos de su vida envueltos en la fantasía que sólo consigue la música. Con su acento ahogado, regalando tranquilidad a su padre cursando una carrera y, con el convencimiento de que aunque toda ella era melodía no viviría de eso, maleta y guitarra en mano, la universidad le llevó a Murcia. Como hija de familia humilde, pagar las tasas de la carrera suponía esfuerzo. Cantar en bares con cuatro gatos le permitió no ahogar sus canciones y costear cinco años de licenciatura en Psicología.

Con el ingenio, honradez y la misma necesidad de explorar otros mundos que el hidalgo de su tierra manchega, la cantautora de Albacete llegó a Madrid en 2012 dispuesta a formarse en musicoterapia, sin armadura pero con acordes llenos de sueños. Siguiendo los pasos de Chavela Vargas por la Residencia de Estudiantes, estableció su casa en el barrio de Lavapiés. Y Echando Pafuera Telarañas escuchando a Bebe y encomendándose al Jesucristo García de Extremoduro, lloró creyendo que sólo ella y su guitarra escuchaban sus canciones. Hasta que sus gafas redondas de niña le recordaron las de John Lennon y entonces, imaginando, se convenció de que “vale la pena ser utópico”. Intentado “ser feliz haciendo feliz a cuantos encontraba al lado”, conoció al productor Ismael Guijarro y de su mano, “y de un préstamo que pedí para pagar el disco”, llegó su primer trabajo al mercado, Con derecho a…

Dibujando estrofas en el aire para incluir y no excluir

El segundo single de su primer álbum, Comiéndote a besos, dedicado a las personas seropositivas, superó el arrollador éxito del primero. Las llamadas de varias discográficas y su fichaje por RLM, hicieron que la utopía inspiradora del Beatle dejara de serlo. Sin embargo, la mayor hazaña de quien se ríe de sí misma como “cansautora” y la de su inseparable amiga traductora, que como dos se convierten en una, ha sido despertar emoción tanto en oyentes como en no oyentes. Pocas veces la música se había respirado tanto.Con absoluto derecho a que se cumpla la mágica rareza de que un curtido músico de un circuito menor dé el salto y se convierta en mainstream, una noche de marzo de 2012, Rozalén colgó un videoclip de su tema 80 veces. Su “tándem”, su “otro yo”, Bea Romero, una intérprete de signos, guía de personas sordociegas, a la que había conocido en un viaje como cooperantes a Bolivia, aparecía a su lado dibujando en el aire las estrofas que María cantaba: “Lo hicimos así para que la música no fuera excluyente para ningún colectivo”. Y tratando de no excluir se incluyeron tantos que, al despertar, la albaceteña descubrió que más de 10.000 personas, en sólo unas horas, habían dado al play de aquel sencillo vídeo. En uno de sus primeros conciertos, en una abarrotada sala Galileo de Madrid, su padre, Don Cristóbal, acostumbrado a encontrar a sus vecinos como habitual público en las actuaciones de su hija, le preguntó sorprendido y preocupado qué había pagado o cómo había congregado a tanta gente. La sencillez y la honradez circulan por las venas de los Rozalén: “Cada vez estoy más orgullosa de dónde vengo y lo que cuento”.

Feminista y activista social

Con raíces tan firmes como las de las encinas manchegas y la ingenuidad de quien no busca fama sino compartir lo que da sentido a su ser, Rozalén nos ha regalado Girasoles mientras se ha convertido en una importante activista social defendiendo los derechos de las minorías y los desfavorecidos. Cantando en festivales benéficos se le ha caído la venda del feminismo y mostrando al mundo su Puerta Violeta ha alzado la voz por los niños y mujeres víctimas de la violencia de género y del machismo: “Me gustaría vivir de esto toda la vida pero, a lo mejor, tomando las decisiones que he tomado, los grandes estadios no son para mí”. Sin embargo, prefiriendo “público de calidad, no de cantidad” ha sumado y continúa multiplicando. La verdad, a veces triunfa.

En apenas siete años de los treinta y cuatro que cumplió ayer, la voz de Rozalén es ya una marca inconfundible de honestidad, de denuncia y compromiso. Aunque le gusten los chistes y su vida sea una coctelera de seductoras melodías, viajar por “lugares que dejan huella”, Bolivia, Chad, Sáhara, Palestina, Guatemala, le lleva a decir que “conforme voy creciendo y conozco más el mundo, soy más infeliz”. La intolerancia y los fuegos abiertos en nuestro propio país también le entristecen la mirada reconociendo que “lo mejor y lo peor de España son las personas. Estoy muy orgullosa de lo que somos pero luego suceden cosas que creo también que no me representan en absoluto. Somos gente buena y hay mucha autenticidad, mucho humor, y a eso sí que nos ganan pocos, siempre sacamos el chiste a todo, eso me gusta. Pero no tenemos memoria y eso es lo peor que podemos tener”.

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Subir al 'Tren' para encontrar la Belleza

Víctima instantánea del desencanto de una niña que creció alimentada por su fiel deseo de no dejar a nadie atrás, espera que el confinamiento nos haya hecho “ganar empatía y dedicar más tiempo a las cosas esenciales de la vida aunque luego pasa el tiempo y creo que no tenemos remedio”. La guitarra le recuerda que el desánimo sólo empaña la visión y que el éxito se puede alcanzar desde los fracasos. Por eso, con coraje y voluntad de hacer más poderosa la música, nos invita a subir a su último Tren porque “hay paisajes que sólo verás una vez”.Tren

Antes de despedir su Playlist, Rozalén mira su twitter, hace de tripas corazón, evita a “los reptiles al acecho de la presa” y, regresando fiel al eterno corazón de Aute, tararea que “mercaderes, traficantes, más que nausea dan tristeza, no rozaron ni un instante la Belleza. La Belleza”.

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