Obituario

Carlos Ruiz Zafón, el 'best seller' que se alejó del mundo para refugiarse en su 'dragonera'

El escritor Carlos Ruiz Zafón, en una imagen de archivo.

Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964-Los Ángeles, 2020) era un escritor barcelonés, catalán, español. Llevaba consigo las palabras de Carmen Laforet en Nada, uno de los libros que, para él, mejor habían descrito su ciudad natal, y convirtió a Madrid y Barcelona, paisajes soleados en la imaginación de casi cualquier lector, en escenarios de su renovación de la novela gótica. Los personajes de la serie best seller que inició La sombra del viento (2001) habían vivido la Guerra Civil y el hambre de la posguerra, y llevaban consigo el peso del pasado y la genealogía, el mismo que marca al país entero. Pero la carrera y la vida de Ruiz Zafón fueron por unos caminos poco frecuentados por los autores españoles. Caminos que llevaron a los más de 25 millones de ejemplares vendidos en más de 30 países y a una exitosa tetralogía, El cementerio de los libros olvidados, en la que pudo trabajar durante 16 años, casi toda su carrera literaria.

No era solo que hubiera decidido marcharse a vivir a Los Ángeles en cuanto pudo permitírselo. Su éxito le otorgó la medalla de ser el escritor español más leído del mundo, y su recepción en el mercado anglosajón casi superó a la del castellano. Cuando este viernes Planeta, su sello, hizo pública su muerte a los 55 años debido al cáncer que padecía, no eran muchos los que en el mundo editorial podían presumir de haberle conocido en profundidad. Pese a su enorme popularidad, Ruiz Zafón fue siempre una persona reservada, reticente ante los baños de masas y las celebraciones del éxito. Se mantuvo voluntariamente lejos de los centros de poder editoriales, de las camarillas, y no mostró gran interés por las bambalinas del libro español. Concedía pocas entrevistas y, aunque sí se han publicado fotos de su estudio, se negó a que las cámaras entraran en la casa que compartía con su mujer, Mari Carmen Bellver. Se llamaba, como todos sus hogares, la dragonera. Los dragones se convirtieron en un símbolo: poseía objetos de todo tipo estampados con dragones y una singular colección de figurillas de este animal mitológico. 

A Ruiz Zafón le llegó el éxito literario de una manera poco común. En el 2000, presentó La sombra del viento al premio Fernando Lara, uno de los que otorga el Grupo Planeta. Por entonces, el escritor tenía cierta experiencia, pero solo en literatura juvenil, gracias a la saga La trilogía de la niebla, publicada por Edebé, que le tuvo ocupado hasta 1995. Antes de eso, había trabajado como publicista en agencias como Ogilvy o Tandem/DDB, un mundo con el que cortó por lo sano para dedicarse a la escritura. De hecho, para dedicarse a la escritura y a la escritura de guiones: en 1992 se marchó a Los Ángeles, ciudad mítica para cualquier cinéfilo y también para él, con la intención de abrirse paso en el mundo del cine. Llegó a Hollywood como llegaron tantos: sin contactos, sin recomendaciones y con una mano delante y otra detrás. En cierto modo, consiguió abrirse paso: él mismo explicaba que había participado en algunos guiones que habían llegado a la gran pantalla, trabajos de los que no se sentía especialmente orgulloso. Pronto se desilusionó y decidió regresar a los libros. (Paradójicamente, y pese al potencial cinematográfico que muchos veían en su escritura, nunca quiso que sus novelas se llevaran al cine. “¿Por qué todo tiene que ser una película, una miniserie o una serie? ¿Por qué no puede un libro ser un libro?”, se preguntaba).

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La trilogía juvenil había tenido buena recepción entre los lectores, pero el hecho de que se tratara de literatura para adolescentes le convertía, a ojos de los editores, en un autor novel. Y con ese apellido llegó al Premio Fernando Lara. No lo ganó: ese año fue para Ángeles Caso por Un largo silencio. Pero sí quedó finalista, y Terenci Moix, miembro del jurado, recomendó su publicación. Lo hizo la editorial Planeta, con la tirada y la inversión publicitaria habitual, algo muy distinto del que sería el segundo tomo de la serie, El juego del ángel, que se lanzó en 2008 con una tirada inicial de un millón de ejemplares. Con aquel primer título algo hizo clic, y las ventas comenzaron a crecer. Luego llegó la compra de los derechos de traducción y algunos hitos, como alcanzar el primer puesto en la lista de más vendidos de Alemania o la muy elogiosa crítica que le dedicó el New York Times con su publicación en Estados Unidos, en 2004. El reseñista no dudó en calificarlo entonces, en una imitación consciente del lenguaje del márketing, de una mezcla entre “Gabriel García Márquez, Umberto Eco y Jorge Luis Borges”.

Si se le asociaba con Borges y con Eco era por su inserción de la reflexión sobre la literatura en medio de su construcción gótica de la trama. El corazón de sus novelas residía en el Cementerio de los Libros Olvidados, un lugar mítico, con trazos de la biblioteca borgiana, que imaginaba en la Barcelona subterránea y que acabaría dando nombre a su tetralogía. En él residían los libros que habían sido injustamente olvidados por los lectores, y cada persona que accedía a ese espacio sagrado debía responsabilizarse de un título, de su preservación y de su memoria. “Creo que [la idea] me vino de algo de lo que me estaba haciendo consciente en ese momento”, contaba a la revista Time, “que era la destrucción de la memoria, la destrucción de la historia. Siempre he creído que somos lo que recordamos, y cuanto menos recordamos, menos somos. (…) Está claro que es una metáfora, no solo de los libros olvidados, sino de las personas y las ideas olvidadas”. Tras la bruma de sus novelas se ocultaban escritores perseguidos, republicanos represaliados y torturadores vengativos. 

Él, en cualquier caso, decía sentirse más influido por otras tradiciones literarias: “No creo que la literatura, o la música, o cualquier forma de arte tengan una nacionalidad. Dónde hayas nacido es un accidente del destino. No veo por qué tendría que estar menos interesado en, pongamos, Dickens, que en un autor de Barcelona solo porque no nací en el Reino Unido”. Y lo cierto es que la tradición de la novela gótica, a la que parecen acercarse sus atmósferas de niebla, humedad y misterio, su mezcla entre historia y fantasía, no está especialmente presente en la literatura española. Contaba que había pensado en el Cementerio de los Libros Olvidados mientras conducía por Los Ángeles, una ciudad más antigua de lo que cabría pensar por su aspecto y que, decía, parece reconstruirse de nuevo cada día. Desde allí pensaba en la Barcelona vieja, esa ciudad lejana donde la historia parece estar constantemente acechando a la vuelta de la esquina. De esa tensión, quizás, nació su obsesión por lo perdido. Por la memoria que solo pueden salvar quienes la portan. Por los libros y su verdadero hábitat, más allá de las ventas y de las críticas: el recuerdo del lector. 

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