Cultura

De "tildistas" y otras especies ortográficas

Libro de ortografía española.

En 2010, el mundo hispanohablante, de natural sosegado cuando se trata de cuestiones relacionadas con el conjunto de normas que regulan la escritura de una lengua, sufrió un estremecimiento: la Real Academia propuso, entre otras novedades ortográficas, la "eliminación de la tilde diacrítica en el adverbio solo soloy los pronombres demostrativos incluso en casos de posible ambigüedad".

¿Escribir el adverbio solo sin tilde?solo ¡Por encima de mi cadáver! Empezó entonces una larga batalla en la que los "tildistas" defendieron cada palmo de terreno, e incluso si algunos acabaron rindiéndose, otros se mantuvieron en sus trece.

Hace unos meses, el tiempo que dura un suspiro, los "tildistas" creyeron que la victoria era suya cuando se difundió la especie de que la RAE había acabado dándoles la razón. Pero no: el 1 de mayo la institución enterró definitivamente sus esperanzas. Y Salvador Gutiérrez Ordoñez, director del departamento de "Español al día", compañero de Academia de Pérez-Reverte, lo justifica. "Todos los cambios ortográficos suelen provocar reacciones, pues modifican hábitos adquiridos durante la infancia y la juventud. El cambio en solo no es una excepción. No es un caso de tilde diacrítica, pues no opone una forma tónica a una forma átona (que es lo que ocurre en las oposiciones él/el, mí/mi, tú/tu, qué/que, quién/quien, dónde/donde, cómo/como…)". En su opinión, la reacción "tildista" no está justificada: "En primer lugar, la tilde diacrítica no tiene como misión deshacer posibles ambigüedades (si así fuera, tendríamos que llenar el diccionario de tildes). En segundo lugar, los casos de ambigüedad real son mínimos: no llegan ni al uno por ciento".

Más allá de saber quién gana, la batalla "desmiente esa imagen de presunta desidia colectiva hacia la lengua", dice Isaías Lafuente, periodista, responsable de la Unidad de Vigilancia Lingüística de La Ventana (Cadena Ser), convencido de que los debates "profanos" son, en muchas ocasiones, más apasionantes que los académicos. "Las lenguas se construyeron siglos antes de que nacieran las academias, que sólo [obsérvese que usa la tilde de la discordia] nos proporcionaron el manual de instrucciones de una herramienta construida por los hablantes. Bueno… por los malhablantes que no se resignaron a aceptar la herencia recibida. Por eso no hablamos latín".

Menos ardor guerrero genera el declive de signos como el punto y coma o los de apertura de exclamación e interrogación, que pierden vigencia a pasos agigantados. Lo cual no significa que no tengan valedores…

Vigilantes de la falla

Internet creó hace años un término fabuloso: grammarnazi. La existencia de estos tiranos de la gramática y la ortografía no era una leyenda urbana, un grupo de investigadores documentó su presencia y estableció una correlación entre su escasa tolerancia ante las faltas y sus inocultables problemas de socialización. Vaya, que eran unos misántropos resentidos.

"Yo he pecado de ser un grammarnazi", confiesa Álex Herrero, corrector, editor, redactor y miembro de Fundéu (Fundación del Español Urgente). Pero ya no lo es: "nos estamos dando cuenta de que aquí no hay sacrilegio ninguno. Uno tiene que aprender a mirar las coas de una forma descriptiva, más que ver un error ver por qué está pasando esto".

Herrero frecuenta Twitter, lugar de encuentro de los apasionados de la ortografía. Entusiastas como Ortografismiquis, profesora de primaria, para quien "es un lugar en el que, si te rodeas de las personas adecuadas, se puede hablar y aprender mucho de ortografía"; o como Coliflora, que la elige por su carácter de foro dinámico y porque es la red social donde más claramente predomina la palabra sobre la imagen: "Todo lo que suponga sacar la ortografía de los libros y las aulas, bienvenido sea. La capilaridad de las redes sociales nos permite llegar allí donde el lenguaje y sus reglas se desenvuelve cada día", sostiene.

Ortografismiquis cree que las muchas barbaridades que se ven son fruto de la ignorancia, pero también del desdén que tantos manifiestan por la expresión correcta. "Me parece especialmente grave ver faltas de ortografía en periodistas, escritores, docentes... También sería deseable que las cuentas con un gran volumen de seguidores cuidasen su estilo por la influencia que tienen, sobre todo en la gente joven". Cierto, todos cometemos errores y albergamos dudas, y además "puede haber criterios normativos con los que no estés de acuerdo por motivos concretos y saltarte la norma con conocimiento de causa. La lengua es algo vivo y evoluciona con el uso".

Coliflora comenta que el mes pasado descubrió que Pérez-Reverte la tiene bloqueada, "como hace con los auténticos lingüistas que alguna vez han dejado sus gazapos al descubierto. Eso hizo que sintiera un ramalazo de corporativismo vicario muy friki". Su pasión son los puntos suspensivos, "el precursor de muchos emojis. Cuando no había estas caritas, la única forma de expresar ironía. Espero que no se extingan nunca".

Los desahuciados

El que sí lleva camino del olvido es el punto y coma. "El punto y coma es como esos dos amigos que tenemos, los miramos y decimos, están juntos, son pareja, son algo más que amigos, aquí hay cosilla. Pero luego volvemos a mirarlos en otra ocasión y decimos: parece ahora que no están tan juntos, que cada uno va por libre. Pues eso es lo que hace el punto y coma: une dos oraciones que sintácticamente son independientes pero que semánticamente están ahí, ahí, ahí", explica Álex Herrero, al tiempo que admite que en ocasiones ese matiz no está claro.

Es decir: su decadencia está en relación con la complejidad sintáctica y la extensión de los enunciados. "Cuando un mensaje incluye muchas coordinaciones, subordinaciones, incisos necesita acudir a una puntuación que diferencie distintos grados en la jerarquía: coma, punto y coma, punto —dice Gutiérrez Ordóñez—. Sin embargo, cuando la redacción es más simple, el punto y coma se hace menos necesario. En cualquier caso, sigue siendo un instrumento útil en muchas ocasiones".

Distinto es el caso de la extraña desaparición de los signos de apertura. "Es verdad que cada vez los usamos menos —admite Herrero—, pero es que, al principio, si nos remontamos a 1741, la Academia decía que solo se utilizara el signo de cierre de exclamación y de interrogación porque se entendía que, en esos periodos, a no ser que fueran preguntas muy largas, con el de cierre era suficiente". Hubo unos años de confusión en los que los hispanohablantes se acostumbraron a utilizarlos y un signo que los académicos consideraban superfluo acabó siendo norma. ¿Qué pasa ahora? Que "estamos influenciados por muchos idiomas, sobre todo el inglés, y la gran mayoría de los idiomas excepto cuatro contados no utilizan signos de apertura. Así que en un mundo hiperconectado, lo más normal es que esas simplificaciones ortográficas se vayan haciendo de forma paulatina y primero en un registro completamente coloquial". En su opinión, puestos a cambiar algo, lo lógico sería no dejar únicamente el signo de cierre, sino preservar el de apertura "porque ahí es donde vemos empieza el periodo sintáctico interrogativo, y luego vemos un punto y cuando llega ese punto, sabremos que se ha acabado. No tengo que esperar al final para saber si es una pregunta o no".

Este proceso de freno y marcha atrás se manifiesta en otros terrenos, venimos "de la representación visual, los jeroglíficos, el lenguaje oral, hasta el lenguaje más abstracto y ahora volvemos al emoticono que no deja de ser un lenguaje icónico y vamos hacia la nota de voz de audio".

Regreso al futuro

Sueñan los urbanícolas con ovejas merinas

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Herrero destaca el papel que los medios de comunicación tienen en la evolución del lenguaje. Lafuente coincide, los trabajadores de los medios usamos la lengua como herramienta esencial y es nuestro deber cuidarla, por respeto a ella, a quienes nos dirigimos y a nosotros mismos. "Cualquiera que habla o escribe acaba siendo referente para quien le escuche o lea. Y en la medida en que los medios de comunicación tienen una audiencia masiva, su poder referente crece". En nuestro oficio hoy, como en cualquier otro y en cualquier tiempo pasado, conviven la excelencia y la mediocridad, "pero incluso quienes trabajan la excelencia tienen que enfrentarse hoy a nuevas exigencias como la inmediatez, la competencia multiplicada, la precariedad de las redacciones y la multitarea, que son malas compañeras de viaje para el buen hacer".

En el Congreso de la lengua de Zacatecas (1982), Gabriel García Márquez alteró el previsible curso del previsible encuentro con una petición: "Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?".

Álex Herrero la suscribe: "Cualquier simplificación ortográfica que favorezca la comunicación, adelante", es un proceso natural, la norma siempre variará en función del uso que hagan los hablantes "y como cualquier proceso burocrático, hasta que se normalice, se someta a una norma, llevará su tiempo". Para Gutiérrez Ordóñez, sin embargo, "la afirmación de García Márquez es un brindis al sol. ¿Nos podemos imaginar una escritura sin normas? Todas las ortografías de las lenguas de nuestro entorno son más difíciles y menos exactas que la del español".

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