Cultura

Atrapados entre varios mundos de ficción

Una niña leyendo.

Escribe Gemma Lluch: "Con el tiempo, han cambiado los formatos y las formas de leer, las funciones de la lectura, los temas o los géneros; pero nunca había pasado de la manera extrema y profunda que ha acontecido en los últimos años". En su libro La lectura. Entre el paper i les pantalles (2018) cita, en apoyo de su tesis, la reflexión de Molly Flat, editora asociada de FutureBook, quien después de trabajar durante años sobre tecnología y lectura expone la necesidad de inventar algunos verbos nuevos. "Flat afirma que, aunque pasamos la mayor parte de nuestro tiempo mirando palabras a las pantallas, habitualmente no leemos, es decir, escribimos o navegamos, nos desplazamos o experimentamos, reproducimos o interaccionamos o visualizamos, pero en absoluto podemos reconocer estos actos como lectura".

La escritura que dialoga de una manera profunda con el lector, asegura, comparte mercado con la que propone una lectura-mirada aditiva, un ritmo de relato audiovisual, unos personajes que se amplifiquen a través de las redes sociales o de los actores que les den vida a las pantallas… "Y este nuevo escenario de lectura, de lecturas, este nuevo juego de relaciones entre mundos de ficción evoluciona a un ritmo trepidante".

Y a pesar de todo, leer

La lectura ya no es lo que era, pero eso no significa renunciar a ella. Porque esta habilidad compleja, que requiere la puesta en marcha de diversos procesos mentales, nos abre muchas posibilidades de conocimiento, de aprendizaje y de pensamiento; en el caso de los niños, leer tiene muchos beneficios para su desarrollo (por ejemplo, en 2013, un estudio confirmó que leer por diversión mejora su cerebro, no solo las habilidades lectoras, también las matemáticas).

Y los niños leen. Según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España en 2019 (publicado en febrero de 2020), el 100% de los que tienen entre 10 y 14 años y el 93,4% de los jóvenes entre 15 y 18 años lee libros. Además de libros, estos jóvenes son el segmento de población con mayor número de lectores de páginas web o de artículos o textos largos en redes sociales. En su tiempo libre, el 86,2% de los niños y niñas entre 10 y 14 años lee, y el 77,1% lo hace frecuentemente.

El bache llega a partir de los 15 años, las cifras descienden hasta el 74,7% en lectores en tiempo libre y hasta el 49,8 por ciento en lectores frecuentes.

Otro estudio: Lectura en tiempo de Covid-19, publicado en mayo, demostró que los índices de lectura de los españoles mejoraron durante el confinamiento, la lectura fue junto con ver la televisión y hablar por teléfono, una de las actividades que más ayudaron a los españoles a sobrellevar la situación. Los encuestadores preguntaron a mayores de 18 años, por lo que no tenemos datos relacionados con los lectores más jóvenes.

"La verdad es que el confinamiento no tiene por qué tener efectos negativos sobre la lectura, más bien al contrario —dice Ricardo Moreno Castillo—. Tantas horas metidos en casa sin poder salir es una muy buena razón para fomentar las aficiones caseras, entre otras la de la lectura".

Pero podemos apostar sin temor a equivocarnos (mucho) que en esas semanas se dispararía el consumo de pantallas. Lo cual no está mal per se, si bien experimentos como este realizado por la revista americana de pediatría demuestran que los niños que frecuentan dispositivos móviles, tabletas u ordenadores son más irritables y muestran menos capacidad de atención, memoria y concentración.

Vale, pero ¿cómo?

Moreno Castillo es profesor, autor de Panfleto antipedagógico, De la buena y la mala educación y La conjura de los ignorantes. "Lo que más les gusta a los niños es que los mayores les hagan caso. Si los padres están dispuestos a jugar o a leer con ellos, dejarán lo que sea que estén haciendo. La hora de los cuentos, antes de dormirse, por ejemplo, debe convertirse en un hábito, igual que las horas de las comidas. Se les debe leer y contar cuentos, pero incluso si se narra algo que uno ya sabe, es bueno tener el libro en la mano. De este modo el libro siempre es el objeto mágico, el cofre que encierra historias maravillosas".

Maravillosas puede, pero tal vez no tan excitantes como las que se desarrollan en los videojuegos. "Una historia bien contada puede ser más excitante que un videojuego. Y si luego haces alguna actividad relacionada con la narración, resulta más excitante todavía", afirma, aunque admite que no sabe nada sobre juegos de ordenador. "El recuerdo de los cuentos de hadas que nos encandilaron de niños y las novelas de aventuras que alegraron nuestra adolescencia nos acompaña a lo largo de nuestra existencia de un modo más vívido que el de tantas experiencias prosaicas que hemos pasado". Lo explica, dice, muy bien Chesterton en su espléndido trabajo sobre Stevenson: "A mi juicio los viajes de Balfour son más stevensionanos que los viajes de Stevenson, que el duelo de Jekill y Hyde es más iluminador que la pelea entre Stevenson y Henley, y que la auténtica vida privada no hay que buscarla en Samoa, sino en la Isla del Tesoro, porque donde está el tesoro está también el corazón".

En este sentido, las chilenas Mabel Guíñez y Elizabeth Martínez, citadas por Lluch en un trabajo académico, sostienen que si entendemos que leer va construyendo al lector en sus dimensiones personales, motivando el deseo de aprender, de formular preguntas sobre sí mismo y el mundo, la infancia es el mejor momento para impulsar estas posibilidades.

"Su investigación, con un enfoque más sociológico de la lectura, muestra las posibilidades de los textos narrativos en la construcción personal de cada individuo ya que el lector se identifica con los personajes. Sin embargo, el contexto ficcional que crea la lectura le permite un distanciamiento positivo, ya que potencia la libertad de lector de poder reflexionar sobre sí mismo y su entorno". El niño, que se halla en plena etapa de elaboración de esquemas cognitivos, asimila a través del discurso literario el conocimiento del medio que le rodea, las relaciones que se establecen entre los sujetos, así como los elementos sociales y culturales que le rodean. "En definitiva, los textos le van forjando como ser social".

Recoge también Lluch un estudio (Huysmans y otros, 2013) realizado en Países Bajos, en cuyas conclusiones los autores afirman que "la capacidad de las escuelas, los maestros y las bibliotecas en la promoción de la lectura en los niños no debe ser sobreestimada ya que los padres pueden ejercer una mayor influencia en la mejora de la actitud de lectura y la frecuencia, sobre todo en edad preescolar, que las escuelas y bibliotecas".

Divinas palabras

Divinas palabras

Por no hablar del vínculo afectivo que la lectura permite establecer, tanto cuando se lee a los más pequeños como cuando, siendo ya ellos lectores autónomos, se comparte y se comenta lo leído: esas conversaciones con los padres (o con los profesores, o los compañeros en un club de lectura) en torno a un libro contribuyen a la formación crítica de los niños.

Moreno Castillo está convencido de que una afición, a la lectura, al ajedrez o a lo que sea, se propaga mediante el contagio, no mediante el adoctrinamiento. Y no se puede transmitir un virus del cual se carece. Si los padres no se ofrecen como agente contagiador, la única posibilidad está en la escuela. "Por ello es muy importante dedicar una hora al día en la escuela a leer, uno en voz alta y otros siguiendo la lectura en bajo. Además de que leer en voz alta es un buen ejercicio, si los libros de lecturas están bien escogidos, es una manera de inculcar la afición por la lectura a aquellos alumnos a los que en su casa nadie se la va a transmitir".

Por lo demás, hacen falta planes de promoción de la lectura que se alejen de las estrategias tradicionales, tan trilladas, tan inadecuadas en estos tiempos en los que el mundo de ficción que se despliega sobre el papel lucha por conservar su espacio y su sentido conviviendo con otras alternativas, otros mundos de ficción a los que los niños ni quieren ni deben renunciar.

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