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Cultura

Los Premios Max tratan de aliviar el pesimismo de un colectivo atemorizado por la posibilidad de un nuevo cierre

Antonio Banderas recibió ayer domingo la Medalla de Honor de la Sociedad General de Autores y Editores de manos del presidente de la entidad, Antonio Onetti.

Se repetía una y otra vez: los Premios Max de las artes escénicas se celebrarían el 7 de septiembre... "si todo va bien". Es la coletilla que ha acompañado, en los últimos meses, casi cualquier proyecto cultural, y la que acompañaba también a la organización de los galardones, la Fundación SGAE, que ya retrasó la entrega, prevista en un principio para el 29 de junio. Pero el 7 de septiembre llegó y, aunque habría que pararse a definir el concepto de "bien", los premios más importantes del sector se subieron al escenario del Teatro Cervantes de Málaga, en una gala televisada en directo a través de La 2. Eso, más allá incluso de los nombres de los ganadores, era en sí mismo una celebración para el sector, atemorizado por la segunda ola de covid-19 y la posibilidad de un nuevo cierre

Son tantos los motivos para el pesimismo, que el alivio es solo momentáneo. La vuelta al cole de la escena ha reabierto buena parte de los centros públicos de las grandes ciudades, como el Teatro Español (Ayuntamiento de Madrid), el Centro Dramático Nacional (Ministerio de Cultura) o el Teatre Nacional de Catalunya (Generalitat). Para los teatros privados, o para los de las ciudades más pequeñas, las circunstancias siguen siendo muy poco favorables. Las nominaciones han supuesto un nuevo escaparate para los 35 espectáculos finalistas (entre las triunfadoras estuvieron Shock, Play y Jauría), pero tendrán muy difícil girar por salas incluso con un premio en la mano. Y el sector pronosticaba ya en abril más de 130 millones de euros en pérdidas

El temor a nuevos cierres o limitaciones de aforo está muy vivo entre la profesión. "Hemos estado tensos hasta el último momento", se conoce Juan José Solano, presidente de la Fundación SGAE. El Cervantes ha funcionado para la gala a un 50% de ocupación, con algo más de 500 localidades que dejaban entre sí un espacio libre. La gala quería servir así de escaparate, para insistir en la idea de que los espectáculos en vivo cumplen con la normativa sanitaria, incluyendo la distancia de seguridad. "Queremos que la gente se dé cuenta de que el teatro es muy seguro", insistía Solana a este periódico, "y también las administraciones, porque las medidas con el mundo del espectáculo son exageradas". 

La "espada de Damocles"

Ya se había vivido el susto de que, a finales de julio, y ante el aumento de casos de coronavirus en Cataluña, la Generalitat prohibiera de manera general las actividades culturales, una medida criticada por los profesionales de la música, las artes escénicas y el cine, pero también de la epidemiología y la salud pública. Ante los malos números de las últimas semanas, particularmente en la Comunidad de Madrid, pero también en Cataluña (junto con Madrid, los dos grandes centros de producción del sector), Aragón, Navarra, La Rioja y País Vasco, los creadores se temen lo peor. "Es magnífico haber vuelto a reunirnos, pero lo hacemos con la espada de Damocles sobre nuestras cabezas", dice Miguel del Arco, director de la obra Jauría, ganadora en dos categorías, incluida mejor espectáculo de teatro.  

Del Arco es uno de los socios del Pavón Teatro Kamikaze, una de las salas más respetadas en Madrid, que, aunque ha reabierto, aún no se ha atrevido a proponer una temporada cerrada para este 2020/2021. Por ahora, han estrenado Traición, de Harold PinterTraición, con dirección de Israel Elejalde, cuya presentación quedó frustrada el pasado marzo. Ir más allá es difícil: el director asegura que sería inviable reducir el aforo más allá del 75% (el límite en Madrid, en Cataluña es del 50%), y señala que sus obras en gira, la nominada Jauría y Ricardo III, han visto recientemente cómo se anulaban algunos de sus pases previstos en diferentes teatros de España. 

"Las obras podrán girar, lógicamente, siempre y cuando haya medidas acordes con que lo hagan", explica la dramaturga Vanessa Montfort, finalista a los Max como mejor autora teatral por la obra Firmado Lejárragaque preparaba una gira por salas privadas tras estrenarse en diciembre en el Centro Dramático Nacional, gira finalmente truncada. Montfort, recién llegada a Málaga en tren, insiste en que no tiene sentido que se imponga a las salas teatrales medidas más duras que a los bares o que al transporte público: "Los aforos tienen que ser los mismos. En un teatro se desinfecta por completo entre cada función y la gente permanece con la mascarilla puesta todo el tiempo. Es una actividad segura. Pero yo lo único que veo son campañas para incentivar el turismo o la hostelería". 

Un fondo de armario teatral

La crisis sanitaria tiene otra consecuencia visible, que explica Miguel del Arco: "¿Quién se aventuraría a hacer una producción nueva en estas condiciones?". Solo los teatros públicos, que cuentan con una aportación asegurada de las administraciones —de hecho, en muchos casos la recaudación de taquilla es una parte limitada del presupuesto total—. El Teatro Español ha anunciado, por ejemplo, la adaptación teatral de Los asquerosos, novela de Santiago Lorenzo, y el Teatre Nacional de Catalunya prepara Decameró, una obra coral con textos de autores como Najat El Hachmi, Gregorio Luri o Cristina Morales. Pero las salas privadas se inclinan por reprogramar textos ya estrenados, aquellos con una escenografía ya construida y unos diseños de luces, audiovisuales o musicales ya pagados, y por lo tanto más fáciles de rentabilizar. 

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A eso se suma que muchos centros han dado una prioridad lógica a las obras que ya formaban parte de su programación la pasada primavera, obras que apenas han tenido tiempo de ensayarse. Así, el Centro Dramático Nacional dedica los primeros meses del curso a recuperar obras ya estrenadas, como Verano en diciembre, de Carolina África, o Los días felices, en versión de Pablo Messiez, y deja los estrenos para noviembre y diciembre, como sucede con Tribus, de Julián Fuentes Reta, o Siglo mío, bestia mía, de Lola Blasco, con dirección de Marta Pazos (Voadora).

"Nosotros estamos haciendo malabares con lo que teníamos, con la suerte de que somos una compañía de repertorio", explica Miguel del Arco sobre la programación del Pavón para los próximos meses, que esperan anunciar pronto. "Pero eso quiere decir que los escenógrafos, los sonidistas... todos están sin trabajo porque no hay nada nuevo. Vanessa Montfort añade a otros a la nómina: su profesión, los dramaturgos. "Entiendo perfectamente que los teatros tiren de lo ya estrenado y que les ha dado buenos resultados. Pero esta situación es un peligro para la nueva dramaturgia, que tenía muy buena salud y por la que apostaban tanto teatros privados como públicos". 

La escritora, sin embargo, no quiere caer en el derrotismo e insiste en que "aún estamos a tiempo" de asegurar el futuro del sector, que en su opinión pasa por que las administraciones consideren a la cultura una actividad segura y que no endurezcan las medidas sanitarias que le atañen. Juan José Solano, presidente de la Fundación SGAE, se muestra optimista e insiste en que los Premios Max deben suponer un "escaparate" para publicitar el compromiso del sector con las medidas sanitarias. Y Miguel del Arco se anima con una dosis de humor: "Al menos han desaparecido las toses en medio de la función, que los tosedores eran cada vez más numerosos". Los forofos de los caramelitos, y los consiguientes ruidos del plástico del envoltorio, quizás sigan ahí. Pero quien no se consuela es porque no quiere. 

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