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Así es la serie 'Patria': en busca de la "derrota" audiovisual de ETA con la novela como espejo

Elena Irureta (Bittori, izquierda) y Ane Gabarain (Miren, derecha) en una escena de la serie 'Patria', basada en la novela de Fernando Aramburu.

El cartel que promocionaba la serie PatriaPatria, adaptación de HBO de la novela de Fernando Aramburu, cumplió su cometido: levantar pasiones y avivar los ánimos de cara al estreno de la producción el 27 de septiembre. A un lado, se veía a una mujer sosteniendo el cadáver de un nombre (quienes conocen el libro, saben que se trata de Bittori y Txato, a quien acaba de asesinar la banda terrorista ETA). Al otro, un joven se encoge, desnudo, en el suelo de una estancia vacía, vigilado por tres agentes en lo que parece una escena de tortura (quienes han leído el libro, saben que se trata de Joxe Mari, miembro de ETA y muy cercano a Bittori y Txato). Las críticas de equidistancia entre víctimas y verdugos no tardaron en llegar. Incluso el escritor se pronunciaba sobre el póster promocional: "Me parece un desacierto". 

Pese a los pocos enfurecidos, la campaña publicitaria surtía efecto, porque generaba controversia en torno a una obra sobre la que había habido una unanimidad atípica (aunque siempre hay disidentes). Con más de un millón de lectores desde su publicación en 2016, se mantuvo durante meses como el libro más vendido. Pero también fue alabada por los la mayoría de reseñistas y acabó haciéndose con el Premio Nacional de Narrativa y con el Premio de la Crítica. Quienes no disfrutaron tanto la novela señalaron, sí, algunos desaciertos narrativos, pero subrayaron también el peligro de que un único libro se recibiera como la Gran Novela sobre el conflicto vasco, cuando muchos otros autores lo habían abordado previamente (Ramon Saizarbitoria, Bernardo Atxaga, Harkaitz Cano o Iban Zaldua, entre muchos otros) y cuando aún queda mucho por escribir (y lo han hecho recientemente Gabriela Ybarra, Aixa de la Cruz o Edurne Portela, entre otras muchas). 

Pero ¿qué hay de verdad en el cartel de la serie? ¿Es Patria fiel a la novela de la que nacePatria? ¿Lo es en tanto en su estilo como en su tesis política? Más allá del tema tratado, ¿funciona como adaptación? ¿De qué prescinde y qué aporta? El pasado martes 15 de septiembre, HBO organizó un pase de prensa para presentar los dos primeros capítulos, de una hora de duración. A partir de ellos, y a la espera del estreno de los otros ocho, estas son algunas claves de la serie, creada y escrita por Aitor Gabilondo, y dirigida por Félix Viscarret y Óscar Pedraza. 

Una línea política clara: la "derrota" audiovisual

La primera preocupación, con la salida del famoso cartel, fue que la serie Patria hubiera traicionado el núcleo político que sostiene Patria, la novela. Aramburu fue muy claro sobre el mismo en las entrevistas promocionales: se trataba de articular la "derrota literaria de ETA". Y lo fue también dentro del libro, porque entre sus páginas cuela un alter ego que da una charla sobre literatura y terrorismo a través del cual el autor dice: "Escribí sin odio contra el lenguaje del odio y contra la desmemoria y el olvido tramado por quienes tratan de inventarse una historia al servicio de su proyecto y sus convicciones totalitarias". En ese sentido, el libro no era imparcial ni lo pretendía. Y quien vea los dos primeros capítulos de la serie llegará a la misma conclusión: aunque las tintas puedan parecer menos cargadas que en la novela —porque el audiovisual no cuenta con la voz del narrador—, está claro de qué lado están los creadores y la producción. 

De hecho, Aitor Gabilondo y Félix Viscarret (director de los primeros cuatro episodios) se esfuerzan por dejarlo claro desde el principio. En el libro, el lector entra a la historia de la mano de Bittori, ya en la última etapa de su vida, en 2011. El asesinato de su marido Txato a manos de la banda irá apareciendo poco a poco aquí y allá, a través de los recuerdos que de él guardan los distintos personajes. La serie, sin embargo, arranca con el atentado y lo hace a través de la mirada de Bittori: le vemos despedirse de Txato, que vuelve al trabajo como cada tarde. La cámara se detiene en ella, que sestea, durante unos segundos interminables. Entonces se escuchan los disparos. Bittori apenas necesita asomarse por el balcón o arrojarse a la calle, desesperada, para saber lo que ha ocurrido. Y el espectador no necesita mucho más para saber junto a qué personaje situar su empatía y sus lealtades. El primer capítulo lo cierra la misma escena, que se repite. Pero aquí podemos ver y escuchar el grito desgarrador de la mujer pidiendo ayuda en la calle desierta y empapada. Una ayuda que nadie le presta. 

La moral y el físico: la dignidad de las víctimas

Si el audiovisual suele prescindir de la voz del narrador, básico en narrativa, tiene algo de lo que la novela carece: la posibilidad de controlar absolutamente el aspecto físico de los personajes. Bittori (Elena Irureta) es una mujer elegante, conservadora en el vestir, de pelo cano y bien peinado, gesto duro y barbilla alta. Su apariencia es marca de su clase —no es un detalle menor, tampoco en la novela, que en su familia haya mucho más dinero que en la de su amiga Miren (Ane Gabarain), madre del etarra Joxe Mari (Jon Olivares)— pero también tiene un aura de dignidad que puede asociarse con el sufrimiento que ha experimentado y con el motor de su arco narrativo, averiguar quién mató a su marido. Es la materialización de ese concepto tan abstracto como repetido de la dignidad de las víctimas

El realismo y el naturalismo, corrientes literarias del siglo XIX que marcan aún buena parte —si no prácticamente toda— de la narrativa occidental, solían recurrir a una herramienta que servía a uno de sus propósitos, la profundización minuciosa en la psicología de sus personajes. Se trata de la asociación entre su físico y sus valores morales: si los personajes están marcados por su posición social y su herencia familiar, el físico tendrá un peso relevante; pero también lo tendrá si sus experiencias vitales son consecuencia del contexto social, porque su aspecto será signo de lo vivido. Y la serie Patria, aunque sea una creación audiovisual, no deja de ser deudora de esta tradición. 

Así, la dignidad también física de Bittori se extiende a sus hijos: Xabier (Íñigo Aranbarri), médico, guapo y siempre pulcramente arreglado —a diferencia de en la novela, donde se habla de su mal gusto en el vestir—; Nerea (Susana Abaitua), después de una juventud rebelde, hecha una mujer madura, centrada, que se esfuerza por hablar del trauma familiar y está decidida, en un principio, a participar en los encuentros con presos de ETA organizados por la vía Nanclares. La Miren del 2011, sin embargo, aparece desarreglada, vestida con prendas que no se consideran apropiadas para su edad, con gesto poco amable y  mirada torva... en contraste con la Miren de los ochenta, que no había iniciado aún por el proceso de radicalización a favor de la lucha armada, y cuyo aspecto no se distingue apenas del de su amiga.

Un impacto aún mayor se consigue con el personaje de Joxe Mari: después de verle como un joven apuesto, jugador de balonmano, muy popular en el pueblo, le vemos en su celda, tras años de prisión. El cuerpo encorvado, la cara hinchada, un cabello que clarea pero que sigue llevando largo, como en su juventud. Ese cuerpo ¿ha sido destrozado por la cárcel, el escaso ejercicio, la mala dieta y la falta de luz solar, o quiere mostrar la corrupción moral que corroe por dentro a un asesino? La degradación de los personajes a lo largo del tiempo es mucho más evidente en una familia que en otra. 

Adelante y atrás: los flashbacks y la ambientaciónflashbacks

En su libro, Fernando Aramburu prescinde de marcas temporales claras, pero no renuncia a que el lector se oriente en el tiempo: las noticias sobre la banda terrorista, sus atentados o sus detenciones, y algunas marcas culturales, permiten situar la acción. El presente de la novela es, innegablemente, el 2011: tras el anuncio del "cese definitivo de la actividad armada", Bittori regresa a su pueblo —cuyo nombre no se menciona, pero que se ha visto como un reflejo de Hernani—, que abandonó tras el atentado por la presión social y por el miedo a las represalias de ETA. Aramburu introduce poco a poco los episodios del pasado, primero como breves recuerdos de los personajes, luego ocupando capítulos completos. Los retrocesos temporales se hacen más frecuentes a medida que los propios personajes reviven o averiguan elementos de su pasado. 

La serie es más decidida en este aspecto, y desde el principio se apoya en flashbacksflashbacks, que suponen —o al menos esa es la impresión que dejan en el espectador— la mitad del metraje. Se renuncia, en cierto modo, al misterio sobre un pasado del que nadie quiere hablar para primar la agilidad de la trama y arrojar luz sobre las motivaciones de los protagonistas. Así, el comportamiento presente de los personajes se explica a menudo con un flashback que llega inmediatamente después.  En ocasiones, la producción se recrea en recuerdos que apenas ocupan un par de línas o de páginas en el libro. En ese sentido, cobra un peso especial la ambientación a lo largo de los ochenta, noventa y dos mil, que en la serie resulta obviamente más llamativa que en el original. 

Diálogos en una sociedad bilingüe

Aitor Gabilondo ha sido especialmente fiel a la novela en el uso de los diálogos: buena parte de ellos están sacados, casi de forma literal, de las páginas de Aramburu. El proceso de edición de los guionistas parece haberse potenciado los arranques de popularidad del novelista, y eliminado o reducido los parlamentos más alambicados, que habrían dañado quizás la verosimilitud de la serie. Aquí, los diálogos parecen más vivos que sobre el papel. Así, se mantienen sentencias clave en la posición política de la novela, como cuando Miren se queja de que Bittori haya vuelto al pueblo ("Viene a crear problemas, a crisparnos. Ahora somos víctimas de las víctimas. Nos dan por todas partes") o cuando critica el anuncio de ETA ("¿Se han olvidado de la liberación de Euskal Herria? Y los presos que se pudran en la cárcel. Cobardes").

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Pero también, en esa voluntad de reflejar el habla popular, se conserva la costumbre de Bittori de hablar en voz alta con su marido muerto —muy útil para los guionistas— y sus chascarrillos, como cuando se despide de la tumba de Txato con un "Ahí te quedas". La serie también le saca especial partido, por ejemplo, al modo en que se comunica Arantxa, hija de Miren, que tras sufrir un ictus es incapaz de andar o de hablar, y se sirve de una tableta en la que escribe y que pronuncia las palabras que ella no puede decir. En la producción, se crean momentos muy cómicos cuando una voz robotizada emite los dardos de ligoteo a los que no renuncia Arantxa. 

Pero uno de los aspectos más llamativos de la serie es el uso del euskera: los personajes se comunican por escrito en ocasiones en esta lengua, pero nunca la usan más que con palabras o frases sueltas. Lo mismo sucede en el libro, escrito en castellano, lo que ocurre es que la literatura permite algo que el audiovisual no. En la novela, es el narrador quien recuerda de tanto en tanto que muchos de los personajes de los que habla son euskaldunes, y hace apreciaciones sobre su uso del euskera y del castellano. De hecho, utiliza una marca lingüística para señalar al lector que están usando la lengua vasca: les hace cometer en español las faltas que se suelen atribuir a los vascos, como la confusión entre el subjuntivo y el condicional. Este recurso fue, por cierto, afeado por algunos escritores euskaldunes. Si esos personajes estaban usando el euskera, aunque por una convención narrativa se nos presentaran en castellano, ¿por qué esto se marca con unos errores que ellos no cometerían en su lengua materna?

La serie no tiene a un narrador que señale la lengua en que hablan los personajes. Solo puede ponerla en escena, como cuando un guardia francés se dirige en este idioma a Txato, como cuando se canta una canción de misa en euskera, o como cuando lo usan las pintadas de la calle. Si los personajes hablan en castellano, el espectador no tiene forma de saber que, en realidad, están haciéndolo en euskera. La serie Patria renuncia a reflejar este relevante rasgo de una sociedad bilingüe, y en la que se produce una diglosia muy interesante desde el punto de vista narrativo. Una oportunidad perdida, tanto en verosimilitud como en la profundad de análisis sobre la dimensión social del conflicto. La decisión quizás haya venido del miedo al rechazo del público, nacional o internacional, o quizás para no dificultar el rodaje (aunque la inmensa mayoría de los actores son vascos). Y es también una señal de todo lo que falta por avanzar en la representación audiovisual de uno de los temas más relevantes de la historia reciente española. 

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