Cultura

Saturno devorado

Fotograma de 'Pinocho' de Matteo Garrone.

"Parece como si el libro hubiera nacido solo, como un héroe, un trozo de madera, sin ni siquiera un Geppetto que lo puliera. En realidad, cuanto más nos volcamos en Pinocho, más nos interesa la obra y menos su autorPinocho, un hombre de quien lo poco que sabemos nos deja indiferentes y lo que permanece en la sombra no provoca ninguna fascinación de misterio".

Si Carlo Collodi leyera las palabras de Italo Calvino que Editorial Navona colocó en el frontispicio de su edición de Pinocho, tal vez sufriera un parraque. O tal vez no, vaya usted a saber, que autores, como colores hay para todos los gustos.

La marioneta de madera vuelve a la actualidad, un plano que, a decir verdad, nunca ha abandonado. Pero esa actualidad es cinematográfica: en las pantallas está ya la versión de Matteo Garrone, y se anuncian otra de Robert Zemeckis y una más de Guillermo del Toro. "Y, seguramente, el público seguirá sin interesarse por su creador", o eso cree adivinar Álvaro Colomer. Peor aún: puede que piensen que el tal creador fue… Walt Disney.

Matar al padre

Drácula, el Hombre Lobo, Frankenstein o el Dr. Jekyll y su cara oscura, Mr. Hyde… son algunos de los que han adquirido vida propia y, si no han matado al padre, lo han dejado malherido. Sherlock Holmes se independizó hasta el punto de irse a vivir por su cuenta, a una casa que hoy es su museo… y en la que, obviamente, nunca vivió. Su creador, Arthur Conan Doyle, estaba harto de él. "Estoy pensando en matarlo de una vez por todas. Me quita tiempo para dedicarme a cosas mejores", confesó. Y se atrevió… aunque fue obligado a traerlo de vuelta de entre los muertos. Cosa, por cierto, que también tuvo que hacer el desventurado Collodi tras ahorcar a Pinocho.

Hay más, claro, pero menciono solo uno: La Celestina, de la que todo el mundo ha oído hablar (¿quién no tiene una celestina en su vida?) aunque pocos rindan el homenaje debido al hombre que la escribió, Fernando de Rojas.

"La mayoría de los personajes que han superado la prueba del algodón de la exquisitez es porque nos han tocado el fondo de nuestra interioridad. No es que nosotros nos hayamos identificado con ellos, sino que han sido ellos los que nos han identificado, revelándonos lo maravillosos y miserables que somos al mismo nivel de importancia", asegura Víctor Moreno Bayona, doctor en Filología Española, profesor de lengua y de literatura, crítico literario e historiador, y autor de Cómo crear un personaje literario. "Si tales personajes aludidos han sido capaces de independizarse de sus padres putativos, ello ha supuesto una grave consecuencia mortal: que sus novelas, de las que proceden, ya no las lee nadie. ¿Quién lee las novelas sobre Poirot, escritas por Agatha Christie? Ya no digamos las novelas de Ian Fleming, autor o presunto autor de las dedicadas a James Bond". Él está convencido de que muchos potenciales lectores de Los pilares de la Tierra o de El médico, nunca lo habrán sido, después de haber visto sus adaptaciones cinematográficas. Lo mismo puede decir de Los miserables, de Víctor Hugo.

"En algún caso ―prosigue―, en el fondo del problema late la falta de una formación literaria acompañada por la pereza habitual de la sociedad para elegir entre la lectura de un libro y la facilidad obscena que te ofrece lo audiovisual. Sus consecuencias generan grandes fracturas en la forma de vivir cualquier hecho cultural. Porque la triste constatación del hecho es que las películas que vemos rara vez nos llevan a leer las novelas donde se inspiran y, para mayor recochineo, en muchos casos, Jean Valjean, el conde de Montecristo, Poirot, Julien Sorel, Ana Karenina, se han convertido en creaciones del celuloide."

También José Valenzuela admite que Pinocho debe mucho a su adaptación cinematográfica; lo mismo podría decirse de James Bond, "aunque diría que Fleming sí suena más a la gente". El autor de Todos nacemos locos apunta, no obstante, un cambio de tendencia. Si nos acercamos a nuestros días, la cosa cambia. "J.K. Rowling es tan conocida como su criatura ficcional, Harry Potter. O George R.R. Martin como Jon Snow o Arya. Las redes sociales han cambiado por completo las reglas del juego. Ahora los lectores y lectoras tienen la oportunidad de seguir los pasos a sus autores favoritos, y eso genera una gran fidelidad por su parte". Ya no sólo quieren saber de ese personaje que tanto les gustó, quieren seguir zambulléndose en cualquier mundo que nazca de la pluma del autor… o más probablemente, de su teclado.

Personajes que cobran vida

Valenzuela, ingeniero, doctor en humanidades e investigador en neurociencia, nos ayuda a buscar los rasgos que han de tener los personajes para adquirir fama mundial, o convertirse en arquetipos. Los personajes tipo, explica, nos fascinan por su psicología o por sus principios morales, sean estos considerados buenos o malos malísimos. "Ahí está el fenómeno reciente del resurgimiento de la figura del Joker, que es un personaje clásicamente malo, pero del que, en su última película, se nos hace un retrato realista y que, de cierta manera, justifica sus acciones futuras. No hay mejores malos que los que no son absolutamente malos, sino que tienen luces y sombras, como cualquier persona. Al leer nos convertimos (en parte) en los personajes, y aquellos que nos dejen una huella más profunda serán los que pervivan en nuestra memoria". Diferenciar el concepto de arquetipo (modelos o patrones de personalidad que tratan de englobar en su conjunto los rasgos de personalidad más característicos del ser humano) del personaje con fama mundial, que tiende a acabar cumpliendo uno o varios de esos arquetipos, pero no se convierte en uno. "Muchos personajes famosos, como Pinocho o Frankenstein, a pesar de que encajen en determinados arquetipos, nos atraen por su singularidad y la singularidad de su historia. Su singularidad les hace universales". Al final, concluye, para que algo se nos quede grabado a fuego en la memoria hace falta que nos provoque algún tipo de emoción. "Nunca pasará a la historia un personaje que no nos haya emocionado de alguna forma".

No sé si para compensar, los nombres de algunos autores se han convertido en una muleta de la que nos servimos para definir muy gráficamente (o eso creemos) situaciones que vivimos, o a las que asistimos, con una sola palabra que (o eso creemos) todo el mundo entenderá de manera cabal. A Moreno Bayona le parece un despropósito.

"Aplicar kafkiano o dantescokafkiano dantescoa una realidad concreta sin saber muy bien qué significan dichos términos, más que fruto de la pereza, lo es de la ignorancia. Porque, a fin de cuentas, ¿a qué llamamos dantesco y kafkiano? Además, el uso de tales términos ―habitualmente utilizados en la prensa―, atentan contra la pluralidad de la escritura de ambos autores, lo que arroja, una vez más, que nadie de quienes usan tales términos, han leído en su vida una página de Dante, ni de Kafka". Califica de "triste" que la carga reduccionista que tales términos conllevan de ambos autores, apareje el olvido de su otra producción literaria. Y más triste resulta aún que el nombre de alguien quede reducido a un simple derivado de su nombre. Además, "la realidad actual supera con creces lo que, habitualmente. la gente pretende dar a entender por dantesco y kafkiano. Ninguno de estos términos sirve hoy para describir el horror de tantas escenas del mundo actual, creadas no por la literatura, sino por la realidad misma y ello sin adjetivos de ningún tipo. Así que, cuando utilizamos los términos dantesco y kafkiano, no estamos haciendo ningún favor, ni homenaje a Dante y a Kafka, respectivamente, sino más bien los estamos humillando".

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Estoy en primero de librero

Estoy en primero de librero

Hemos apuntado más arriba el papel que el cine ha tenido en la situación que nos ocupa, hubo un momento en el que los personajes abandonaron el papel para acomodarse al celuloide (y, aun después, al soporte digital correspondiente). Esa metamorfosis, cuya víctima principal no es quien la sufre sino el autor de quien la sufre, vive en nuestros días una nueva etapa. Lo denunció recientemente Jorge Carrión.

Poco después de publicar Watchmen en 1986 y 1987, escribe, Alan Moore y Dave Gibbons se dieron cuenta de que DC Comics se quedaría con los derechos de explotación de su mundo, su historia y sus personajes. "Veinte años después de la adaptación cinematográfica ha llegado la serie de Damon Lindelof, en cuyos créditos aparece Gibbons como cocreador y consultor, pero Moore —quien no quiere tener nada que ver con las desiguales adaptaciones audiovisuales de su obra— ni siquiera es mencionado".

Señala Carrión que en las páginas web y en las aplicaciones de Amazon Prime Video, HBO y Netflix no es posible buscar según los criterios cinematográficos tradicionales, de modo que no es fácil llegar a los títulos disponibles de los directores o guionistas tecleando sus nombres. "Me pregunto si, después de más de cinco siglos de configuración de la figura del autor y de los grandes logros legales en los derechos de propiedad intelectual durante el siglo XX, no estaremos retrocediendo hacia el paradigma del arte medieval. Sabemos el nombre de los reyes y los obispos que encargaron los murales y las catedrales, pero no el de los artistas que los hicieron".

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