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'Capitalismo (1679-2065)': Santiago Niño-Becerra vaticina el fin del capitalismo de aquí a 50 años

Portada de 'Capitalismo (1679-2065)', de Santiago Niño-Becerra.

Santiago Niño-Becerra

infoLibre publica un extracto de Capitalismo (1679-2065), el último libro de de Santiago Niño-Becerra, que la editorial Ariel publica este 29 de septiembre. En el ensayo, el doctor en Economía y catedrático de Estructura Económica analiza por qué la crisis sociosanitaria del coronavirus no ha hecho más que acelerar un proceso ya en marcha, el que avanza hacia un capitalismo tecnológico, más flexible y deshumanizado, liberado del modelo de protección social. Esta sería la última etapa del sistema económico, para el que el autor se atreve a dar una fecha de defunción: en 50 años, acabará siendo reemplazado por otro. Este fragmento, seleccionado por Niño-Becerra, pertenece al penúltimo capítulo, "La Tercera Fase: la desconfianza y el despertar", y señala los efectos económicos de la crisis del covid-19.

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A finales de 2021, la pérdida de ingresos excederá a la de cualquier otra recesión de los últimos cien años fuera de los períodos de guerra, con consecuencias nefastas para las personas, las empresas y los Estados.

Laurence Boone, economista jefa de la OCDE, en el prefacio de OECD Economic Outlook, June 2020, París, 10 de junio de 2020

En ciencias sociales se denomina "cisne negro" a un suceso imprevisto y, en ocasiones, ni siquiera imaginado, que cuando se produce genera un cúmulo muy elevado de perturbaciones cuyos efectos pueden ser de un calado muy profundo y que pueden tener un impacto dilatado en el tiempo. La pandemia ocasionada por el virus SARS-CoV-2, sea de una única ola o de varias, ha sido un cisne negro y sus efectos económicos y sociales van a ser duraderos, algunos incluso permanentes. De hecho, cuando este libro llegue a sus manos aún se estarán analizando cuáles serán las medidas a adoptar más urgentes o pertinentes.

Un aspecto a resaltar, y al que los medios de comunicación han concedido una muy escasa relevancia, es que el virus llegó cuando el mundo se encontraba, como hemos ido viendo, en la Tercera Fase de la crisis: un momento de enlentecimiento general de la economía que ya estaba siendo destacado en los informes de perspectivas emitidos por entidades internacionales. Otro aspecto a considerar es la lentitud de la respuesta de los Estados mundiales tras la llegada del virus a China, lentitud que se produce aun a sabiendas de que, en un mundo posglobal como el de ahora, los fenómenos se transmiten casi instantáneamente de un punto a otro del planeta. Y otro más: la rapidez con la que se intentó buscar en el pasado fenómenos semejantes a fin de aplicar medidas que entonces se tomaron y funcionaron cuando, en realidad, la pandemia de la COVID-19 no se asemeja absolutamente en nada a cualquier otro hecho acontecido en la Historia moderna.

A nivel sanitario, la respuesta fue la correcta: eliminar el mayor número posible de relaciones entre humanos, tanto económicas como sociales, de tal modo que se redujera todo lo posible el número de humanos que tuviesen que relacionarse unos con otros, a fin de frenar la tasa de contagios. De ahí la gran cantidad de países que decretaron el confinamiento de la población. El problema es que lo que resulta idóneo a nivel sanitario es destructivo y nocivo a nivel económico: en nuestro mundo, la economía se basa en la movilidad y en el intercambio. Por consiguiente, el confinamiento supone el parón absoluto de la economía, con todas las consecuencias que ello trae consigo.

La situación es, por tanto, completamente nueva. Ni en 2008, ni en 1929, ni en 1875, ni en ninguna de las crisis y recesiones más o menos profundas y más o menos graves que se han producido desde el inicio del Sistema Capitalista se ha dado un parón total en la economía y en las relaciones sociales. Tenemos que remontarnos a la crisis de 1785-1786 para encontrar una situación semejante: cuando la erupción del volcán islandés Laki provocó una serie de fenómenos meteorológicos que arruinaron cosechas y mataron ganado en todo el mundo y en consecuencia la economía se vio abocada a un parón generalizado, un proceso típico de las crisis agrarias. La de 1785 fue la última de esa naturaleza.

Hablamos a día de hoy de un parón generalizado de la economía, con efectos en la ocupación del factor trabajo, en la recaudación fiscal, en los ingresos de la Seguridad Social, en el déficit público, en la renta disponible de la ciudadanía. Todo lo cual exige poner en marcha mecanismos y programas de recuperación para los que no existe un manual de uso, porque nunca jamás se había producido un suceso como este. Y se trata de programas y mecanismos que aún van a deteriorar más las finanzas públicas, que ya se hallaban afectadas por esa fase de enlentecimiento en la que la llegada del virus se ha producido.

Por otro lado, el virus y sus efectos van a actuar, están actuando, de acelerador de una serie de hechos que hubiesen llegado igualmente porque son consecuencia de la propia evolución de la economía y de la sociedad. A título de ejemplo: el trabajo a distancia. El teletrabajo, inventado a principios de los años noventa y muy escasamente utilizado excepto en subsectores muy específicos, es la forma en que un gran número de tareas se están llevando a cabo en estos momentos de parón. Esta vez ha llegado para quedarse, porque ahorra costes, sí, pero también porque permite fragmentar las tareas y desubicar su ejecución, alejarla de un lugar concreto: únicamente es necesario un soporte tecnológico suficiente que permita ese trabajo a distancia. Volveremos sobre el tema.

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El parón ocasionado por el virus es negativo, será negativo para la economía en su conjunto, pero no todos sus actores se ven ni se van a ver igualmente afectados. Para las grandes compañías, las corporaciones, aquellas empresas o particulares que cuenten con unas reservas suficientes, el parón y sus consecuencias supondrán un descenso en su facturación, pero aguantarán. Sin embargo, la recuperación de gran número de pymes, micropymes, autónomos y tiendas de barrio será problemática, porque muchas de ellas viven al día y su supervivencia se basa en que no se detenga la rueda de ingresos-pagos. A este respecto, un estudio de JP Morgan publicado a finales de marzo de 2020 y referido a Estados Unidos fija la media de días que una pyme puede sobrevivir sin ingresos entre, según actividad, los 16 y los 43 días.

Y a lo anterior hay que añadir el impacto del parón en las personas que se mueven en el terreno de la economía sumergida y de la economía informal, y que no pueden recurrir a ayudas o subsidios oficiales. Hecho que a finales de marzo empezó a generar situaciones de tensión, como saqueos y altercados, en el sur de Italia, y que motivó que el gobierno considerase la implementación de un subsidio para estas personas.

A todo lo dicho, añadir que las recaudaciones fiscal y de la Seguridad Social se van a resentir, mucho, tanto por el lado de la caída de la actividad como por el de las prórrogas que han sido concedidas por los Estados a las liquidaciones de impuestos; también hay que añadir que bastantes empresas ya estaban teniendo problemas para atender su deuda corporativa, situación que el virus ha agravado. A nivel de los Estados, los gigantescos paquetes de ayudas y estímulos que se han ido poniendo en marcha, sin coordinación a nivel mundial, acrecentarán los problemas de déficit y dispararán los niveles de deuda. Un aspecto colateral ha sido la constatación, por enésima vez, de la existencia de, al menos, dos Europas con realidades y objetivos completamente diferentes. (...)

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