Cultura

Y la asesina es… la tecnología

Un fotograma del capítulo '¿Quién disparó a Sherlock' de la quinta temporada de 'CSI'.

"Lo ha dicho Óscar López en la radio, que tú le comentaste que la tecnología está matando a la novela negra".

Espoleada por algo que he escuchado en A vivir, escribo a Alexis Ravelo para tirar de un hilo que me parece interesante; él sonríe por correo electrónico. "Más que un anuncio, es una impresión personal y quizá tenga que ver más bien con mis gustos."

El escritor canario, cuya última novela es Un tío con una bolsa en la cabeza (permítanme la broma: no suena muy técnico, la verdad), explica que uno de los atractivos de la novela policiaca y criminal es la itinerancia, "el protagonista de una novela negra, que está metido en un lío o tiene que aclararlo, debe ir de un sitio a otro interactuando con otros personajes. Se convierte así en el explorador solitario de un pasaje que recorre intentando explorar sus reglas de conflicto. La tecnología permite ahorrar la mitad de esos viajes". Lo que es más: cualquiera con un ordenador o un teléfono y una cuenta de internet puede localizar casi a cualquier persona en diez o quince minutos, y para averiguar a qué se dedica un negocio y quién es su propietario, solo ha de perder un ratito mirando en el ordenador. "En una novela negra tradicional, quien deseara hacer esas averiguaciones indagaría in situ en el negocio, o se iría al registro de la propiedad mercantil o las dos cosas. Y en ambos lugares encontraría a otros personajes (empleados, clientes, archiveros, etc.) con quienes interactuaría".

Otro asunto es el de las posibilidades de introducción de enigmas que se pierden con la normalización de ciertos adelantos científico-técnicos. "El ADN, por ejemplo, socava el argumento clásico del falso culpable. Con una prueba de ADN se eliminan las dudas. La mitad de los argumentos de Perry Mason no tendrían sentido hoy".

Lo cual no quiere decir que, cada uno en su época, los investigadores (es decir, los escritores) no hayan recurrido a la tecnología más reciente. Ravelo cita a Hammett, Chandler, Ross McDonald o, incluso, en los años setenta, a James Crumley, en cuyas novelas hay teléfonos y automóviles, es decir, todo lo disponible.

Y lo mismo ahora. "La tecnología se ha incorporado a la novela negra y o policiaca como los pelos caídos en un abrigo en tiempos de Sherlock Holmes: todo cuenta, todo aporta, con la ventaja de que hoy la huella digital tiene un potencial asombroso. Desde chivar tu ubicación, tu relación con tus contactos, etc., a tus búsquedas, fotos... es el todo en uno", asegura Berna G. Harbour. "Ahora no podemos imaginar cómo se investigaba antes de que hubiera este acceso constante en Internet. Para mí, es clave en la investigación de la comisaria Ruiz."

La máquina del tiempo

El quid es la verosimilitud, la novela negra ha de estar pegada a la realidad más cotidiana. Aunque haya víctimas colaterales: "Con los nuevos adelantos tecnológicos ―lamenta Ravelo―, se pierden muchas oportunidades narrativas. Por eso, últimamente, me planteo la posibilidad de huir hacia el pasado".

Es la senda que ha tomado Guillermo Galván, autor de dos novelas negras protagonizadas por un policía republicano, represaliado y recuperado, de apellido Lombardi, que transcurren en la posguerra. Una elección de marco que fundamenta en dos razones: "Primero, como lector y como autor me interesa más la profundidad de los personajes y sus circunstancias que la parafernalia tecnológica o armamentística. En segundo lugar, por el tiempo histórico elegido para las historias de Carlos Lombardi: la incipiente posguerra española, que me parece un marco excepcional para la novela negra".

Así que en sus novelas leemos coches con gasógeno, teléfonos fijos y escasos, no hay investigación genética, las personas se identifican a través de cédulas personales sin foto y fácilmente falsificables... "Un mundo radicalmente distinto al nuestro, mucho más pedestre. Por paradójico que suene, las medidas de control tecnológico de cualquier democracia actual son infinitamente superiores a las de la policía franquista; con una diferencia, claro está: nuestra legislación garantista frente la impunidad de actuación de una dictadura". Es cuestión de gustos, concluye, y él encuentra "más dialéctica narrativa en aquel contexto que en los tiempos actuales". En cualquier caso, "los nuevos tiempos exigen otras formas de narrar y un tratamiento diferente de las tramas".

Obviamente no todos aprecian el riesgo que Ravelo vislumbra. Toni Hill discrepa (sin acritud), por varias razones. "Por un lado, la ficción lo que pide son conflictos, y, en el caso de la ficción de género negro, conflictos morales, psicológicos o de poder que conducen al crimen. Estos, en realidad, no han variado mucho desde los griegos... el amor, la venganza, la codicia, la traición, etc. Por supuesto que los nuevos tiempos requieren tramas distintas, y más en un género que pretende radiografiar la zona más convulsa de la sociedad, pero si vamos al fondo del asunto, los temas básicos no varían". Yendo a detalles prácticos, si antes el detective leía el diario del muerto, ahora lo que hace es explorar sus redes sociales; si hay entrevistas que pueden resolver vía teléfono, el autor ya se espabilará para que en otras tenga que moverse. En cuanto al ADN… "Si uno se pone serio en la documentación, lo que se caen son las tramas tipo CSICSI, que no tienen prácticamente base científica. Además, las pruebas pueden falsearse (¿recuerdas el caso de Presunto inocente?) y siempre se puede jugar con la ineptitud, el error, la corrupción, etc".

Curiosamente, el creador del Inspector Salgado entiende que la tecnología ha cambiado un poco el perfil profesional clásico del investigador, sobre todo si es policía. "No olvidemos que el lector no quiere leer un ensayo sino una ficción, y en el pacto que establece con el autor cabe casi todo, incluida una investigadora que es una viejecita de pueblo. Además, los rasgos de personalidad no varían: polis obsesivos, trabajadores compulsivos, entregados a la causa de la verdad, inteligentes, a veces amorales...". Si el laboratorio les echa una mano, mejor para ellos, pero la trama puede y debe complicarse por otros lados. Al final, "la ficción negra habla del presente, y sigue habiendo inocentes encerrados, casos sin cerrar, desapariciones sin explicar, etc, a pesar de todos los avances técnicos del mundo".

Un plus.. o no

Entonces, ¿qué ha aportado la tecnología a la novela policiaca? ¿Qué le ha robado?

"Un enfoque distinto de las historias", responde Galván. Hay autores, detalla, cuyas tramas se ajustan con la máxima exactitud a los protocolos policíacos actuales: huellas dactilares, restos de ADN, presencia de cámaras, rastreo y contenido de móviles, actividad en las redes sociales, movimientos bancarios, relaciones personales, etc.; amén de cuanto pueda aportar la muy avanzada ciencia forense en numerosos campos académicos. "Es evidente que para la investigación criminal significa un apoyo formidable, y parecería que bastase con poner en marcha cada uno de esos elementos y esperar sentado a que lleguen los resultados". Considera que sería un error desde el punto de vista narrativo prescindir de la espontaneidad de los viejos detectives, su patearse las calles, el contacto humano. "Si así fuera, podríamos considerar que las nuevas tecnologías nos roban naturalidad; aunque, francamente, los buenos autores se distinguen por un tratamiento compensado de ambos factores y no por un abuso de los procesos tecnológicos".

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Buscar el escenario es, por ello, importante. Ravelo trabaja en estos días en una historia que transcurre en los años ochenta, y confiesa que se siente tremendamente cómodo. "En mi caso, lo físico siempre es muy importante. Intento dotar a mis historias de objetos tangibles, porque ellos siempre han constituido un puente, una especie de túnel interdimensional que conecta el mundo del lector con el de la ficción". En un mundo de buzones de voz, aplicaciones de mensajería instantánea y redes sociales, explica, se las tiene que ingeniar para "dar con objetos que me sirvan para contar mis historias". Por si fuera poco, tiene la convicción de que, al ritmo que lleva la revolución tecnológica, apegarse demasiado a una determinada aplicación, a una concreta red social, supondrá poner fecha de caducidad a sus historias. "Así que me paso la vida sopesando la introducción o no de cada tecnología, valorando cuál seguirá utilizándose en el futuro y cuál acabará siendo erradicada de la memoria de los lectores".

Al final, los discrepantes tal vez puedan coincidir en este punto que Toni Hill señala: es la magia del autor la que convierte la ficción en algo creíble o posible. "Puedo equivocarme, pero siempre he pensado que el autor es una especie de prestidigitador que usa trucos para llegar a una conclusión preconcebida. No creo que los lectores sean científicos exigentes especialistas en escenas del crimen. Sí creo que piden un mínimo de verosimilitud, que uno debe explorar acudiendo a las fuentes necesarias", dice, e invoca en apoyo de su tesis al mismísimo Sherlock Holmes, que en pleno siglo XXI, ha recuperado sus galones. "Es un personaje excéntrico, adaptado a la modernidad, que sigue fascinando al público... No hay en él el menor realismo, pero entramos en su juego sin problemas".

Elemental.

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