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Cultura

Una tasación defectuosa: libros leídos con entusiasmo que ahora parecen sobrevalorados

Una librería en Sevilla.

Si escribes el sintagma "libros sobrevalorados" en el buscador, le devolverá una abundante colección de artículos y demás textos en los que aficionados a las letras y otras gentes sin mayor ocupación señalan con el dedo de acusar a una serie de obras a las que, en su opinión, se ha otorgado mayor valor del que realmente tienen.

Un mero repaso a los títulos (la saga Crepúsculo, 50 sombras de Grey o El código Da Vinci figuran en casi todas) permite darse cuenta del error de concepto: consideran "sobrevaloradas" ficciones que, en todo caso, han sido vendidas muy por encima de sus posibilidades literarias, como si la calidad fuera un elemento relevante en la lista de más vendidos.

Rebobinamos, pues

"La literatura no solo consiste en embriagarse de párrafos inolvidables o sufrir stendhalazos inesperados; la literatura consiste, también, en aprender a convivir con el bodrio de manera más o menos constante. Ahora bien, una cosa es convivir con el bodrio y otra es que nos hagan pasar dicho bodrio por obra maestra de la literatura universal". Aquí tienen a Carlos Mayoral a calzón quitado, dispuesto a "golpear la intocable piñata de los libros de oro con pies de barro", un lote en el que, tras tantear el terreno con elecciones obvias (Paulo Coelho es otro must en la nómina de tasados al alza; Ken Follett, con más hechuras, no desentona), la emprendía con Murakami (en concreto, Tokio Blues) y se atrevía a derrocar Poeta en Nueva York o La colmena. En definitiva, un ejercicio arriesgado, como demostró la reacción registrada en las redes, sismógrafo de nuestros tiempos.

Arriesgado, decimos, porque no es habitual que los escritores, y Mayoral lo es, se atrevan a dar nombres. Por eso es tan llamativo el ejercicio de a las Twenty Questions del Times Literary Suplement, una de las cuales es, precisamente, Which author (living or dead) do you think is most overrated?.

Cierto, se interesan por autores, no por obras concretas; y dan a los interpelados la posibilidad de elegir el comodín del fallecido. Pero los hay que ni siquiera así: Yuri Herrera se zafa con un "no pierdo tiempo con este tipo de problemas. Hay otras injusticias que parecen más importantes" un tanto forzado. Otros sí aceptan el envite. Pequeño florilegio hispano: Hector Abad Faciolince, tras sorprender afirmando que "tiene que ser un escritor que se exprese en el idioma más sobrevalorado", se inclina por Robert Musil. "El hombre sin atributos tiene un primer párrafo increíblemente ingenioso. Pero es una promesa incumplida; después de eso, encontramos miles y miles de páginas de verbosidad increíblemente aburrida". Alejandro Zambra confiesa que "una gran parte del trabajo de Neruda" le resulta "totalmente ilegible; pero tienes que entenderme, soy chileno". Y Andrés Barba se despacha de este modo: "Con mucho gusto quemaría toda la obra de Benito Pérez Galdós si alguien me la regalara. Lo digo en serio. Es una oferta abierta".

El ejercicio es muy del gusto anglosajón. Ya con motivo de las bodas de diamante con su parroquia lectora, el TLS había lanzado una encuesta preguntando a diestro y siniestro el nombre de The most underrated and overrated books (or authors) of the past seventy-five years. "Da gloria leer a alguna vaca sagrada como Vladimir Nabokov destrozar a vacas otrora sagradas como Conrad o D.H. Lawrence", escribió el año pasado en su blog Santiago de Mora-Figueroa y Williams, marqués de Tamarón, diplomático y escritor, que recicló la idea y pidió la colaboración de 7ue, 7 autores (contestaron 30) que, en sus respuestas, tan pronto hablaban de las obras como de sus hacedores pero que, es lo relevante, se mojaban.

Me ciño sólo a las respuestas relativas a artistas y trabajos sobrevalorados: Amando de Miguel daba por desatinadamente apreciados a Federico García Lorca y Valle-Inclán. Álvaro Delgado Gal aseguraba que "se ha concedido a Cien años de soledad un valor excesivo". Carmen Posadas aseguraba "que son tantos que no sé ni por dónde empezar", y luego se decidía por Karl Ove Knausgärd, Paul Auster ("autor favorito de todos los papanatas literarios que conozco"), así como por "algunas novelas" de Stefan Zweig. Sánchez Dragó aportaba una larga lista en la que Juan Benet se codeaba con Agatha Christie o con Henry James. José Ángel Mañas se inclinaba por Antagonía, de Luis Goytisolo… y el propio Marqués sostenía que el libro más sobrevalorado era El Quijote, de Cervantes (no sé si para compensar el impacto, añadía que el más menospreciado era Las Novelas Ejemplares, del mismo Cervantes).

Lean todas las respuestas, las lacónicas y las rebosadas: hay material para la reflexión.

La suerte del marqués, la periodista la desea

Espoleada por todos estos antecedentes, me propuse hacer un ejercicio similar pensando en los libros de lo que va de siglo. ¿Cuál leíste con provecho y ahora no pasaría el corte?, pregunté a decenas de escritores y críticos. Alguno se descolgó con un "qué cosas preguntas"; otros se acogieron a la cláusula Herrera (hay cosas más importantes, más injustas, más lo que sea); hubo quien se curró la negativa: "Soy incapaz de recordar qué libros pude leer entonces (¡han pasado veinte años!), y solo me gusta hablar de los libros que amo. Los otros los olvido enseguida, con pena"; recibí promesas de colaboración que se ha llevado el viento…

Así que saludemos a los valientes. No sin antes advertir que, no sé si por despiste o para despistar, alguno de los que han respondido se ha salido del marco temporal que establecí: los últimos 20 años.

Carlos Salem: "Ningún libro que haya leído con provecho dejaría de pasar ahora mi propio corte, porque los contextualizo con el momento histórico en que fueron escritos. Incluso en los casos en los que las conductas o pensamientos de los personajes han quedado desfasadas después de tan poco tiempo, me sirve de motivo de reflexión, pero no me aleja del libro. Con respecto al corte ajeno, incluso el fomentado por los medios en la opinión pública, si es automático no me interesa. La censura no tiene colores y la ficción no está obligada a cumplir una función moral. A principios de siglo estaba leyendo todo lo que podía de Chuck Palahinuk, cuyos libros indagaban en temáticas contemporáneas y oscuras. No empecé por El club de la lucha, si no por Nana, seguí por Asfixia, Superviviente, Fantasmas... El club de la lucha,NanaAsfixiaSupervivienteFantasmasHe vuelto a leer algunos más reticentes, como Sunff o Eres hermosaSunffEreshermosa, en los que la temática puede resultar políticamente nada correcta, sin embargo, el trasfondo me resulta interesante y propicia la reflexión más que si hubiera temido no pasar el corte".

Gabi Martínez. "No puedo darte ningún título porque no he releído ningún libro que me haya decepcionado lo bastante. Supongo que las relecturas tienen que ver con algo que te impresionó mucho, y lo poco que he recuperado de aquellos años ha aguantado bastante bien el paso del tiempo. Los libros que me gustaron más o menos, no los he releído. En cualquier caso, la mayoría de relecturas que hago tienen que ver con libros que descubrí y me impactaron siendo ya más, vamos a decirle, mayor. Siempre me he preguntado, eso sí, cómo recibiría ahora El lobo estepario. Sospecho que podría entrar en el corte que propones. Pero nunca encuentro el momento de volver a él".

José Ovejero: "Las partículas elementales, de Michel Houellebecq; aunque ya tuve algún reparo hacia esta novela cuando la leí hace veinte años, me dejé deslumbrar por su originalidad y su desvergüenza, por su provocación radical; pero la provocación es un recurso que tiene interés en el momento en el que se realiza, tiene una fecha de caducidad muy corta; hoy me parece que esa provocación se basaba también en cierta banalidad y en un discurso que, a pesar del ropaje moderno, era bastante rancio".

María Tena: "Leí Mujercitas a los 12 años, embelesada. La aparición de Jo hizo que mi vocación literaria creciese y que mi madre, que era poeta, me empujase a leer y a escribir sin freno. Años después las Mujercitas, pobres mías, me parecen exageradamente ñoñas y poco interesantes. He visto la última película de hace ya unos cuantos meses por si podía salvarlas, pero no las trago. Yo también fui muy ñoña. Pero Louise May Alcott se lleva la palma".

Las luces que encienden y no incendian

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Luisgé Martín: "El palacio de la luna, de Paul Auster. En realidad, nunca me gustó mucho Auster, aunque yo creía que sí (soy poco asertivo). Y creo que su literatura ha envejecido mal. Se le puede aplicar perfectamente la definición de 'artefacto'. Este libro es el único que intenté releer más tarde y me defraudó".

Luis Alberto de Cuenca: "Rayuela, de Cortázar. La leí hace 50 años y me entusiasmó. Hace 20 y sufrí. Hoy no quiero tocar ese libro. Me da alergia solo con verlo".

Juan Ángel Juristo: "En 2004 leí 2666, de Roberto Bolaño, que la publicidad dice es el autor más influyente en la literatura en español desde Borges, lo que no es del todo cierto porque Borges es muy grande, sobre todo en El Hacedor, El Aleph y Ficciones y la verdad es que fue poco imitado, por suerte, ya que la imitación de los grandes se nota demasiado. Lo que me lleva a Bolaño. Leí 2666 y me gustó más que nada porque intuí su prevalencia en las nuevas generaciones, ya que participa plenamente de las características de su tiempo e incluso sus defectos son imitados por muchos escritores jóvenes de hoy por sus propios defectos, por ejemplo, ese ser demasiado literario a cosa de citas que creo carga de manera banal, por prescindible, algo que se nos quiere hacer pasar por esencial. Le pasó lo mismo en Los detectives salvajes, es falsamente desmesurado y donde la experiencia humana, muy corta, se intenta compensar con esos artificios. Bolaño es bueno en el aliento corto, que es lo suyo, pero cuando quiere correr de manera maratoniana le salen algunas etapas excelentes en una carrera que vista de conjunto resulta fallida".

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