Cultura

¿Es inevitable el cierre de la cultura? El aumento de casos pone de nuevo al sector en el punto de mira

Un cine cerrado en Heidelberg, Alemania, que ha clausurado las actividades culturales debido al aumento de casos de covid-19.

En Cataluña, los cines, teatros y salas de concierto han cerrado sus puertas al menos hasta mediados de noviembre. Lo mismo sucede en Asturias desde el día 4, donde también cierran los museos. Es la misma senda que han tomado Alemania, Italia, Francia y Reino Unido ante el vertiginoso aumento de casos, medidas que también incluyen restricciones en la restauración o en los comercios. Es una limitación del ocio que obedece a la siguiente estrategia: mantener abiertos colegios e institutos, así como la mayoría de centros de trabajo, con la esperanza de no tener que recurrir a un confinamiento domiciliario. ¿Tiene que resignarse la cultura a cerrar, ante las malas cifras de contagios, de ocupación hospitalaria y de saturación de la atención primaria? ¿O las administraciones están siendo innecesariamente duras con el sector?

Salvador Macip, médico investigador en biomedicina y autor de títulos como Las grandes epidemias modernas, habla desde Reino Unido. Allí se ha puesto en marcha una nueva batería de restricciones, desde el 5 de noviembre al 2 de diciembre, que incluye limitar al máximo los contactos sociales y el cierre de comercios no esenciales, hostelería, gimnasios... y todos los centros culturales. "La situación en España se ha dejado escalar demasiado. Aquí empezamos un nuevo confinamiento, y los casos en España no son como para estar tranquilos", dice el científico. En los últimos siete días, el Gobierno británico ha notificado una incidencia acumulada (casos diagnosticados por cada 100.000 habitantes) de 228, mientras la de España está en 233 [a la hora de escribir estas líneas]. "Estamos en un momento en el que hay que minimizar todo lo que no sea absolutamente necesario. Lo ideal es que sea un sacrificio corto por un tiempo corto, para evitar males mayores", defiende.

Algo similar dice Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas), aunque él insiste en diferenciar entre distintas situaciones. Por lo que conocemos del coronavirus, explica, sabemos que las actividades que llevamos a cabo en bares, restaurantes o en comidas y fiestas en interior, donde se unen unas condiciones de cercanía física, mala ventilación y escaso uso de la mascarilla, son seguramente las más arriesgadas. "En los espacios culturales, si se hace bien y con todas las garantías [mascarilla y distancia], podría ser que el riesgo no fuera alto", señala. El problema es que hay poco margen para el error: "Cuando la situación es muy mala y se está en el nivel 3 de alerta, es más lógico acentuar el principio de precaución sobre la proporcionalidad de la medida. Una vez que volvamos a tener una incidencia manejable, sí que deberíamos guiarnos por el conocimiento básico, donde parecen más sensatas unas actividades que otras". 

"Al final, ninguna actividad en la que nos juntemos es segura. La labor de la política es decidir qué actividades considera esenciales". Lo dice el epidemiólogo Pedro Gullón, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública y vocal de la Sociedad Española de Epidemiología. Y eso se puede observar "con perspectiva temporal", incluso de unos meses: en marzo, los colegios fueron los primeros en cerrar, pero ahora se les protege como servicio esencial y uno de los objetivos en toda Europa es que permanezcan abiertos. Así, este médico defiende que la actividad cultural puede mantenerse, siempre que se priorice por delante de otras. Por ello pone el ejemplo de Cantabria, que ha cerrado el interior de bares y restaurantes pero reducido a un 50% el aforo en cines y teatros. "Hay que tener en cuenta los costes sociales de las restricciones. Con un nivel 3 o nivel 2 de alerta, reducir un aforo al 50% es preferible a cerrar completamente", apunta. 

Los fallos del sistema de rastreo

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El 27 de octubre, la Federación de Cines de España celebraba en una nota de prensa que, en cuatro meses de apertura, no se habían producido brotes en los cines. Los datos sobre la incidencia de brotes aportados por el Ministerio de Sanidad han sido uno de los principales argumentos del sector a la hora de defender el mantenimiento de la actividad. En la actualización del 22 de octubre, el Gobierno indicaba que, de los 10.060 brotes acumulados, solo 3 se habían producido en el ámbito cultural, produciendo en total 29 casos. Ninguno de los expertos entrevistados ha accedido a un estudio o investigación que se haya ocupado ya de las probabilidades de contagio en teatros, cines o museos, y este periódico solo ha encontrado un caso documentado de brote de coronavirus en un evento cultural, ya con distancia de seguridad y uso de mascarillas: un concierto en Tokyo, en interiores, el pasado julio. Paralelamente, el CDC estadounidense (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades) incluye a los cines dentro de las actividades de alto riesgo, junto a restaurantes, bares o aeropuertos.  

Pero los tres entrevistados coinciden en que los rastreos, tal y como se llevan a cabo actualmente, no resultan útiles para evaluar el riesgo real de estas actividades. "Cuando se hace el rastreo, nos centramos en los contactos", explica Gullón, "y por eso resulta mucho más fácil establecer el vínculo con las personas con las que hemos estado que con los espacios en los que hemos estado o las actividades que hemos realizado". Además, indica que "es muy difícil localizar brotes" en estos espacios, como también ocurre en otros: "Si tenemos a dos personas que han ido juntas al cine y dan positivo, no se mirará si ese cine juega un papel en el contagio, habría que localizar a cinco o seis personas". En lo mismo incide Ildefonso Hernández: "Uno de los fallos que hemos tenido durante la pandemia ha sido el de no contar con un seguimiento adecuado de las cadenas de transmisión, que impide evaluar el origen de las infecciones". De esta forma, y ocho meses después de la declaración de pandemia, las autoridades tienen pocos datos para tomar medidas más precisas sobre qué actividades prohibir y cuáles permitir. 

Esto ya ocurría, desde luego, en verano, cuando los expertos en salud pública defendían que no había motivo para prohibir las actividades culturales. Pero hay cosas que han cambiado. En primer lugar, como señala Macip, el número de nuevos casos. Pero también la llegada del invierno, que dificulta la realización de actividades al aire libre —de hecho, los festivales de estas características han desaparecido al llegar octubre, como cada año—. Y con el frío, el mayor riesgo de transmisión por aerosoles, una vía de transmisión poco tenida en cuenta en los primeros meses de la enfermedad, pero que cada vez gana más peso. "No tenemos suficientes datos, y es posible que la ventilación en cines y teatros no sea la adecuada", dice Salvador Macip. Él apuesta por "medidas cortas y radicales" para mejorar las cifras, mientras Gullón y Hernández señalan que la evolución de la enfermedad lleva a pensar en largos meses de restricciones más o menos severas según sea necesario. Los tres coinciden, sin embargo, en algo: los trabajadores de los sectores obligados a cerrar, "un sacrificio que hacen unos pero del que se benefician todos", tendrían que contar con compensaciones económicas proporcionales. 

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