Cultura

Cómo secuestró el franquismo la memoria de Miguel de Unamuno

El féretro de Miguel de Unamuno, portado por miembros de Falange.

Nada encajaba. Ni el apoyo de Miguel de Unamuno a un levantamiento fascista, después de sus críticas nada veladas a Hitler o a Mussolini. Ni el hecho de que no se conservara el literal del famoso discurso del 12 de octubre, que le costó al rector vivir en un arresto domiciliario. Ni las celebraciones falangistas de su entierro, después de que los partidarios del golpe asesinaran a algunos de sus mejores amigos. Mientras preparaba La isla del viento, su película de ficción sobre el destierro de Unamuno a Fuerteventura, el cineasta Manuel Menchón le daba vueltas y vueltas a esos últimos meses del escritor, tan lejos sin embargo del propósito de aquel largometraje. Pero las dudas siguieron ahí. Cuatro años después estrena Palabras para un fin del mundo, un documental con la participación de RTVE que pretende tener la fuerza audiovisual de la ficción. 

Esta investigación en una treintena de archivos históricos y una decena de archivos audiovisuales tiene un propósito claro: desmontar lo que Menchón ve como un secuestro de la figura literaria, política a histórica de Miguel de Unamuno a manos del régimen franquista. "Al final", dice por teléfono, "esta película acaba hablando de España y de la falsificación del pasado". Porque el documental muestra primero el entusiasmo republicano del escritor, luego su desafección y su apoyo inicial al golpe de Estado. Pero también disecciona los gestos de los que presumió la propaganda de los sublevados, aquellos que le situaban indudablemente del lado franquista. Casi 84 años después, aquellas supuestas muestras de entusiasmo por parte de Unamuno, signos de su conversión ideológica, no se sostienen. 

Manuel Menchón es consciente de que la ingente cantidad de información recabada por el equipo puede ser algo áspera para el espectador. Por eso se esfuerza en la puesta en la narrativa visual. José Sacristán pone voz a Unamuno, Antonio de la Torre se la presta a Mola y Víctor Clavijo hace de Millán-Astray. Se filma en los espacios a los que se hace referencia, espacios vacíos habitados solo por las recreaciones sonoras que permiten hacerse una idea de cómo debió sonar tal o cual discurso. La gran cantidad de imágenes de época, restauradas —un trabajo de tres años—, permite hacerse una idea del ambiente político previo al golpe de Estado, de la violencia de la guerra y del despliegue propagandístico del falangismo. El equipo decide registrar también el trabajo de investigación de la película, su consulta de archivos y fondos. Pero tras cada palabra pronunciada por cada personaje hay un documento.

El precio de 5.000 pesetas

Por ejemplo, las famosas 5.000 pesetas que Miguel de Unamuno donó como apoyo al golpe de Estado, que en algunas noticias llegaron a convertirse en 50.000. El documental muestra las cartas enviadas por Falange en las que se pedía a los habitantes de zonas tomadas por las tropas franquistas que contribuyeran a la lucha, con un tono sutilmente amenazante. Con las aportaciones se lograba financiar la guerra, pero también servían para certificar la adhesión de tal o cual vecino, exhibiéndolas luego en largas listas publicadas en prensa afín. Manuel Menchón señala cómo por aquella época Unamuno tenía graves problemas económicos, y señala también que esas 5.000 pesetas equivalían a 6 meses de pensión de un catedrático. Es "poco verosímil", concluye el documental, "el abono voluntario de esa cantidad". Al bando sublevado sin duda le fueron útiles las 5.000 pesetas, pero más útil le fue el mensaje de que Miguel de Unamuno, el intelectual justo y calmado, estaba a favor de sus propósitos. 

No es que todos los hallazgos del documental sean originales. Manuel Menchón ha contado con el asesoramiento de Colette y Jean-Claude Rabaté, biógrafos del escritor, que actualizaron su trabajo con un nuevo volumen en 2019. Gracias a esta investigación previa, el documental puede acercarse, por ejemplo, a la versión más fidedigna que se conoce de lo que fue aquel discurso en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, en el que Unamuno se desmarcó definitivamente del golpe. La prensa fascista borró de las crónicas tanto su intervención como la de Millán-Astray, mientras que el profesor, que no pensaba intervenir, dejó escritas tan solo unas notas rápidas al dorso de una carta. Las crónicas posteriores del suceso se hicieron públicas meses o años después. Pero el profesor Ignacio Serrano, catedrático de Derecho Civil, partidario del golpe y no muy cercano a Unamuno —por lo tanto, más imparcial que otros—, dejó por escrito lo que presenció en su día. Alarmado por el tono del intercambio, transcribe inmediatamente parte de los discursos y la reacción del público. Sus notas coinciden, además, con las que sirvieron de guía al propio Unamuno. 

Notas de Miguel de Unamuno para su discurso del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.

"Ya no puedo callarme", dijo el escritor después de la intervención del catedrático Francisco Maldonado, que arremetió contra vascos y catalanes. El autor vasco contestó: "En este torbellino de locura colectiva, hace falta imponer una paz verdadera de convencimiento, pues no se oyen sino voces de odio y ninguna de compasión. Vencer no es convencer, conquistar no es convertir. Y eso que algunos llaman sin ningún fundamento la antiespaña es tan España como la otra". Millán-Astray contestó: "Los catalanistas morirán. Y ciertos profesores, los que pretendan enseñar teorías averiadas, morirán también. ¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte! ¡Viva Franco! ¡Viva España!". Al día siguiente, su hijo Fernando recibe la carta de un amigo bien situado en Falange: "Creo, Fernando, que debes irte a Salamanca y convencer a tu padre de que en tanto duren las circunstancias evite actuaciones públicas que alarmen o indignen a gentes que andamos en la guerra (...). Sería doloroso que a tu padre (...) pudiera sucederle algún incidente desagradable". Unamuno se salvó de la suerte de Lorca, pero permaneció desde entonces arrestado en su casa. Diez días más tarde, se le retira el apoyo como rector, un documento firmado por Francisco Franco. 

Una muerte muy disputada

"¡Dios no puede volver la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!", esas fueron las últimas palabras del escritor, a tenor del relato de Bartolomé Aragón, profesor de la universidad de Salamanca, además de miembro de Falange. Lo recoge el historiador falangista José María Ramos y Loscertales en un prólogo a un manual de economía de Aragón, a partir del relato de este, y así ha pasado a la historia. A Bartolomé Aragón se le describe a menudo como alumno, discípulo o amigo de Miguel de Unamuno, que tuvo la mala suerte de que la muerte del profesor coincidiera con una de sus frecuentes visitas. La investigación del equipo de Manuel Menchón insiste en que Aragón no figura en los archivos de la universidad de Salamanca, quedando descartado que fuera su alumno, y tampoco en las miles de cartas escritas por el intelectual vasco, muy dado a la correspondencia, quedando descartado también que se tratara de un amigo cercano. Lo que queda demostrado es que Bartolomé Aragón no era solo un intelectual fascista, sino que era miembro de los requetés Virgen del Rocío, en su Huelva natal, y que, pillándole allí el golpe de Estado, se sumó a la columna encargada de la represión de Río Tinto y la cuenca minera, donde fueron ejecutados miles de republicanos. 

La tesis de Palabras para un fin del mundo es que el relato de Bartolomé Aragón y el volumen de Loscertales, con esas supuestas últimas palabras que figuran en ella —también Ramiro Ledesma dijo aquello de "España se salvará" en alguno de sus discursos más famosos"— formaban parte de una operación póstuma de apropiación del escritor, al que no se podía renunciar ni siquiera tras el incidente del 12 de octubre. En la película hay un único busto parlante: el de Miguel de Unamuno Adarraga, nieto del profesor, que narra el relato oral de lo que ocurrió en el velatorio de su abuelo. Según la memoria familiar, "aparecieron unos falangistas, agarraron el féretro y se lo llevaron sin más". Quienes, en las fotos del entierro, aparecen portando el ataúd, son identificados en el documental como colaboradores de Millán-Astray y su servicio de Prensa y Propaganda. El documental llega incluso más allá, insinuando que Bartolomé Aragón no fue solo testigo, sino más bien autor de la muerte de Unamuno. Aquí la película pierde ligeramente su pátina de rigor histórico: aunque es cierto que existen inconsistencias documentales en torno a la muerte de Unamuno, ninguna prueba sostiene una acusación como esa, ni aunque sea velada. 

Miguel de Unamuno, en la cabecera de la manifestación por la República en 1931.

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El Judas republicano

Manuel Menchón insiste en que "ha sido fácil" desmontar los mecanismos propagandísticos de los golpistas en torno al escritor. "Una vez que estudias los mecanismos de prensa y propaganda que orquestaba Millán-Astray, es fácil. El problema es que se le ha visto como un brabucón, como a un bruto, pero él era el Goebbels de España, él funda Radio Nacional, era el jefe de propaganda de Franco... No se le puede subestimar", dice. Eso explica el triunfo de aquella tesis entonces, pero ¿cómo se explica que haya sobrevivido durante tanto tiempo? "Porque de Lorca hicieron un mártir, y se dieron cuenta. De Unamuno hicieron un Judas. Y cuando lo conviertes en un Judas, a la izquierda de este país no le interesa investigar. Yo he nacido en democracia, y creo que hay que intentar mirar más allá y saber lo que ocurrió, comprender qué pasó. Sin hacer su juego, el juego de ellos".

Queda, sin embargo, otro misterio: ¿cómo un intelectual brillante, convencido de los peligros del fascismo, pudo apoyar un golpe como ese? Menchón señala sus posibles motivos: el desencanto con la República; la pérdida de su hermana, su hija y su mujer en tan dolo 11 meses; la creencia de que aquel podía ser un pronunciamiento militar breve como los otros cuatro que vivió; el hecho de que el golpe se presentara, al menos en Salamanca, como republicano hasta casi el final del verano, cuando se retiró la tricolor. "Si a Unamuno le hubiera pillado la guerra en Madrid o en Barcelona, quizás su postura había sido otra", baraja. Y quizás haya una explicación convincente que se añada a todas las anteriores: "Se equivocó. Cometió errores". Y vivió lo suficiente como para ver algunas de sus consecuencias. 

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