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Cultura

Tras los pasos del Oricuerno

Dos personas con la bandera trans pintada.
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"El ejemplo que más me gusta se encuentra en el Oricuerno, cuento popular en el que una chica empieza a vivir como un varón tras haber matado a un hombre. Se va a otro pueblo, se casa con una mujer, ésta acepta su cuerpo. Pero los vecinos hablan, y deciden hacerle pruebas. La última, ir al río a bañarse desnudo con los hombres. Aquí llega lo mejor. Cuando van a bañarse, el protagonista trans se esconde en el bosque y aparece el oricuerno, el único animal mitológico cuya única función es ser dador de falos. Y pertenece a la tradición castellana".

El profesor Guillermo Soler, doctor en Investigación Educativa Universitat d’Alacant, es autor de Personajes trans en la tradición popular castellana. Sospecha que se habrán perdido muchos cuentos de este estilo por culpa del filtro ideológico de muchos folcloristas, y lo lamenta: "La función de la escuela es educar en la diversidad, para ello podemos utilizar muchas herramientas, pero, sin duda, la literatura por su capacidad de ponernos en la piel de otro es especialmente útil"; en su tesis, pudo demostrar que si el alumnado lee este tipo de textos, mejora su percepción sobre la diversidad afectivo-sexual y de género.

Hablo ahora con tres escritores, y les pregunto qué personaje trans les ha marcado. Sebastià Portell cita Orlando, de Virginia Woolf; Quim/Quima de Maria-Aurèlia Capmany; y también La pasión según Renée Vivien, de Maria-Mercè Marçal, con "su forma de describir a un personaje (una poeta inglesa de expresión francesa que existió y se codeó nada menos que con las Amazonas) a través de velos, capas, claroscuros, espejismos". Carlos Barea considera justo reseñar la labor que ha realizado Eduardo Mendicutti, "el gran abanderado de los disidentes sexogenéricos durante décadas", entre ellos Rebecca de Windsor, protagonista de Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy, "mujer trans que recorre siete monasterios en busca de la perfección religiosa. En esta novela se mezcla lo camp, el humor y lo estrambótico para presentarnos un personaje fuerte y que, aunque aún dista de lo inclusivo, sentó las bases y abrió la puerta a contar historias sobre personajes no cis".

La pregunta, sin embargo, choca a Haizea M. Zubieta. Es, me dice, "un poco extraño" hacérsela a entrevistados que no se identifican públicamente como pertenecientes al colectivo trans. No obstante, responde: Jess, "una persona no binaria y lesbiana", protagonista de Stone Butch Blues, de Leslie Feinberg.

La literatura es trans

Portell, Barea y Zubieta son escritores en cuyas obras encontramos personajes trans. La de Sebastià se titula Ariel y los cuerpos. Ariel es un nombre sin género, y le sirve "para hablar de uno de los conflictos del personaje principal de la novela: su indefinición". Que no es necesariamente problemática para él, pero sí "para los 'cuerpos', para los demás, que necesitan marcar para poder vivir".

Carlos ha publicado Bendita tú eres, la historia de una monja que lleva más de treinta años enclaustrada, guarda un secreto… y de la que el autor nunca escribe que sea trans. "Ese es el mensaje subliminal de mi novela, una crítica a la necesidad que tenemos de categorizar las identidades. Yo lo único que nombro sobre ella es que tiene pene —no es ningún spoiler, se nombra en la segunda página— y que se autorreferencia en femenino. Con esas dos características ya se da por sentado que es una mujer trans. El lector necesita ponerle un nombre a lo que está leyendo. ¿Por qué no una mujer con pene, simplemente?".

Haizea tiene en librerías Infinitas y Tocar el cielo. "Los personajes trans desempeñan en mi obra toda clase de papeles porque pretenden ser una representación fiel de la diversidad que existe; tener personajes trans, o personajes racializados, o con diversidad funcional en cualquier tipo de papeles es pura lógica, tanto como lo es seguir en la narrativa la ley de la gravedad. Las personas trans existen, no son seres mitológicos ni recortables de cartón, ni están al servicio de las personas cis, y tener que aclarar esto me parece básico y doloroso."

Escritores, desde luego. ¿Activistas? Barea no huye de la etiqueta, todo lo contrario: se define como activista cultural; Portell se considera escritor, por una parte, y activista por otra, aunque admite que ambas facetas o acciones se confunden a menudo: las dos son radicalmente políticas. Zubieta aboga por la representación de colectivos discriminados en la literatura, siempre, "y mucho más en la clase de literatura que escribo yo: juvenil e infantil". La ficción, prosigue, afecta a la realidad, es el espejo en el que aprendemos a mirarnos desde que somos criaturas, en el que se nos cuentan los modelos a seguir y los que no y, sobre todo, como cualquier acto comunicativo, la literatura transmite mensajes, "de manera consciente o no, los transmite, y de hecho los que menos nos damos cuenta de que transmite son los más hegemónicos, los más arraigados en el statu quo y que obedecen a los intereses de que las cosas sigan ‘como han sido siempre’". Un niño trans (lo mismo una niña lesbiana, o una niña negra, o un niño en silla de ruedas) que no se ve representado, no se ve reflejado, no puede verse, no existe.

De lo que se colige que la literatura es un buen espacio para, explica Barea, "reivindicar la diversidad porque, aunque la ficción bebe de la realidad, también la realidad se nutre de la ficción". Portell va más allá: "no solo es un buen lugar para reivindicar la vivencia trans; la literatura es el espacio trans. Junto con el cuerpo, por supuesto". Somos lo que somos gracias a las tecnologías que modifican nuestra identidad, y estas pueden ir desde la modificación física, corporal, hasta una de las tecnologías de revisión y generación de la verdad más antiguas del mundo: las palabras. "Cambiando el género de un pronombre, tratándonos de una forma diferente, el mundo cambia. Nuestra identidad también".

Tras los pasos del Oricuerno

Desde luego, viene a coincidir Zubieta, la literatura "es buen lugar para reivindicar, normalizar y mostrar como algo bueno (¡que lo es!) el explorar la propia identidad de género, el conocerse a uno mismo, el celebrar descubrirse como trans; también es buen lugar para visibilizar la realidad de las personas trans, los problemas concretos a los que pueden tener que enfrentarse, las alegrías concretas que trae la comunidad".

En este punto, debo confesar que mi pregunta (a veces una se expresa con torpeza) incomodó a dos de mis interlocutores. La planteé en estos términos: "Hablamos de trans o lo trans, pero las realidades que se acogen a esa palabra son varias, fronterizas, aunque no idénticas: transexual, transgénero… La literatura, ¿es un buen lugar para reivindicarlas? ¿Para, si me lo permites, normalizarlas?". Nótese que yo misma ponía en cuestión la manera de expresarme ("si me lo permites"), si bien cuando hablo de "normalizar" me refiero no a imponer una manera de ser o comportarse como a la manera mayoritaria de hacerlo… Pero mis reticencias estaban justificadas. "El término 'normalización' me despierta muchas alarmas", contestó Portell. "Tal vez me sienta más cómodo hablando en términos de diversidad, de riqueza, de multiplicidad de identidades y del respeto que todas ellas merecen. Para mí nada es normal ni debería serlo."

Zubieta sospechó que mi planteamiento denota desinformación. "Trans es un adjetivo lexicalizado, el antónimo de cis; ambos del latín, y significan respectivamente 'al otro lado' y 'a este lado', como en 'transalpino' y 'cisalpino'". Por eso, las personas no binarias son trans. Las personas trans binarias, hombres o mujeres, son trans. Las personas cuyo género coincide con el que les fue asignado al nacer son cis. "Transexual es una palabra patologizante, con una carga de significado profundamente médico y diagnóstico, que es muy, muy ofensiva y dañina para la inmensa mayoría del colectivo trans; os ruego por favor no la utilicéis en genérico en ningún caso. Transgénero es un sinónimo aceptable de trans". Me pidió, además, que eliminara las comillas de trans y subrayó que no existen "fronteras" entre una palabra y otra, "más allá de qué palabras se han reclamado por parte del colectivo".

Hay que hablar de la ley 

Obviamente, en el origen de este texto está la llamada ley Trans. Así que me animo a preguntarles…

Portell está muy esperanzado, en tiempos que él define como "oscuros, en los que el discurso de la transfobia une los discursos de la extrema derecha y de las llamadas feministas radicales trans-exclusionarias", es importante "que las voces de las personas trans sean escuchadas".

También está a favor Carlos Barea, "aunque con alguna revisión. Es terriblemente opresor que un Estado tenga que determinar tu identidad". En su opinión, la despatologización de la transexualidad "debería ser un objetivo feminista, porque sería otra forma de luchar contra los roles de género impuestos. Además, evitaría someter a la mujer y al hombre trans a algo que, simple y llanamente, es una forma de opresión más".

El conspirador imaginado

El conspirador imaginado

Guillermo Soler entiende "parte de la polémica, la importancia que para algunas mujeres pueda tener la biología en la idea misma de ser mujer, en tanto que ha sido y es sometida por el patriarcado de manera constante y reiterada. Sin embargo, las personas trans resultan tan sometidas o incluso puede que más por este mismo sistema patriarcal que impone su visión"; la legislación, entiende, nace para proteger a esta minoría.

El cierre es para Haizea M. Zubieta, que además de escritora es jurista y lesbiana butch, y así quiere que la presente: "Las leyes han de estar al servicio del pueblo". Apunta que "la llamada ley Trans" es en realidad un proyecto normativo consistente en una ley para la igualdad plena y efectiva de las personas trans. "Es importante hablar de las cosas por su nombre, su nombre correcto y su nombre completo, para no perdernos matices o para evitar matices indeseados." Asegura que quienes critican este proyecto "prefieren comerse la parte de que se trata de una ley para lograr la igualdad plena y efectiva de uno de los colectivos más duramente discriminados en este país y que clama por unos derechos que cualquier persona cis da por hechos sin ni siquiera pensarlo" y pide que "escuchemos sus voces".

Y quizá, también, que las leamos.

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