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De idiotas a koinotas. Para una política de la multitud

Portada 'De idiotas a Koinotas. Para una política de la multitud', de Juan Manuel Aragüés.

Juan Manuel Aragüés

Frente a los idiotas, que se regocijan en su diferencia y que imposibilitan el tráfico político entre aquellos que no habitan los estrechísimos márgenes de su territorio, los koinotas, permítaseme el neologismo, desde la conciencia de su diferencia constitutiva, apuestan por la construcción de un proyecto común, por el paciente tejido de redes que diseñen un sujeto político, antagonista, sí, pero lo más amplio posible.

No cabe duda de que el neoliberalismo, el capitalismo, posee una aguda inteligencia que le permite fagocitar en su beneficio, sobre todo en dinámicas de consumo, aquello que en un determinado momento ha nacido desde una voluntad crítica con el sistema. Pero sería un profundo error tirar al niño con el agua sucia. La clave no es cargar contra la diversidad, sino pasar de políticas idiotas a proyectos koinotas, es decir, superar ese sectarismo que, por cierto, no ha nacido con la posmodernidad, sino que ha sido seña de identidad -identidad- histórica de una cierta izquierda. Por ello se trata de crear una izquierda diferente, pero no idiota.

infoLibre recoge uno de los fragmentos de esta obra de Juan Manuel Aragüés.

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La trampa de la identidad, el antídoto de la diferencia. De idiotas a koinotas

No cabe duda de que el fundamento de cualquier propuesta teórica adecuada, en el ámbito de lo político, debe partir de un correcto diagnóstico de la realidad. A ello es a lo que nuestra tradición materialista ha denominado como realismo. Y es, precisamente, lo que la diferencia de un idealismo que, como bien argumenta Althusser, consiste en contarse cuentos que uno acaba por creerse. Sin embargo, la izquierda, que también experimenta sus derivas idealistas, se apresura, en ocasiones, a contarse cuentos que, si bien mitigan sus sufrimientos, erosionan su eficacia política.

El último cuento que parece quererse contar una cierta izquierda es aquel que hace de la diversidad una taimada trampa neoliberal, ideada para erosionar las poderosas herramientas teóricas y las prácticas hegemónicas del pasado. La nostalgia suele ser una poderosa lente deformante, como lo eran los espejos cóncavos del callejón de Gato, que dieron lugar al esperpento. Figura encomiable en lo literario, pero poco recomendable para tareas políticas. No parece que refugiarse en el verso de Manrique que nos dice que “todo tiempo pasado fue mejor”, en unos tiempos en los que la termodinámica ya ha mostrado científicamente la irreversibilidad del tiempo, pueda tener alguna utilidad política. Amén de que resulta muy cuestionable la superioridad del pasado sobre el presente, tema en el que, de todos modos, no voy a entrar.

Como ya se habrá adivinado, estas reflexiones iniciales vienen a cuento del polémico libro de Daniel Bernabé La trampa de la diversidad. Libro que tiene la oportuna virtud de suscitar un debate necesario, aunque el enfoque que se le da en el mismo me parece muy impertinente. Por muchos motivos, aunque aquí me voy a centrar solamente en uno de ellos, el que da título al libro, la diversidad.

Bernabé apunta en su libro varias cuestiones polémicas al respecto, pues la diversidad es entendida como un fruto intencional del neoliberalismo posmoderno que ha desviado al activismo político de las luchas verdaderamente relevantes, que son las que tienen que ver con lo que él entiende como el ámbito de lo material, es decir, económico. Ello hace que su propuesta esté teñida de un reduccionismo economicista, muy coherente con esa tradición que él pondera y añora, que le hace llegar a argumentar incluso que detrás de todo conflicto relacionado con la diversidad se hallan causas económicas.

Entre los muchos problemas que se derivan de su crítica de la diversidad, el que me parece más relevante es que, en realidad, se realiza desde la misma perspectiva esencialista e identitaria que se pretende combatir. Más que de una trampa de la diversidad, ante lo que nos hallamos en ante la trampa de las identidades, una trampa que imposibilita la construcción de un sujeto político antagonista de amplio espectro. El resultado es que, lejos de solucionar el problema, Bernabé recae en esa política idiota (de idion, particular, propio) que pretende impugnar.

Ciertamente, el libro denuncia un problema preocupante: el de la idiocia de ciertos movimientos sociales, que solo saben pensar en su estrecho campo de interés. Pero es un problema que no se soluciona argumentando que la identidad de clase subsume el resto de contradicciones y luchas, porque bebe del mismo esencialismo que se critica. No se trata de buscar qué identidad es más inclusiva, pues las identidades no implican posición política: ser obrero no implica ser revolucionario, como ser mujer no implica ser feminista, ni ser homosexual te convierte en defensor de los derechos de los oprimidos. Eso ya lo supo explicar de manera magnífica, y muy divertida, Paco Vidarte en su Ética marica.

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Frente a los idiotas, que se regocijan en su diferencia y que imposibilitan el tráfico político entre aquellos que no habitan los estrechísimos márgenes de su territorio, los koinotas, permítaseme el neologismo, desde la conciencia de su diferencia constitutiva, apuestan por la construcción de un proyecto común, por el paciente tejido de redes que diseñen un sujeto político, antagonista, sí, pero lo más amplio posible.

Sin duda, no es preciso ser vegana, homosexual, racializada y precaria para tener derecho a alzar la voz contra las injusticias, como parece quejarse, con mucha razón, Bernabé, pero tampoco es justo entender que cualquiera de estas posiciones es fruto de una estrategia neoliberal. No cabe duda de que el neoliberalismo, el capitalismo, posee una aguda inteligencia que le permite fagocitar en su favor, sobre todo en dinámicas de consumo, aquello que en un determinado momento ha nacido desde una voluntad crítica con el sistema. Pero sería un profundo error tirar al niño con el agua sucia. La clave no es cargar contra la diversidad, sino pasar de políticas idiotas a proyectos koinotas, es decir, superar ese sectarismo que, por cierto, no ha nacido con la posmodernidad, sino que ha sido seña de identidad –identidad- histórica de una cierta izquierda. Por ello se trata de crear una izquierda diferente, pero no idiota.

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Juan Manuel Aragüés es profesor titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza e investigador principal del proyecto 'Racionalidad económica, ecología política y globalización: hacia una nueva racionalidad cosmopolita', financiado por el Ministerio de Economía. Especialista en filosofía contemporánea, ha publicado diversas obras sobre Sartre ('El viaje del Argos. Derivas en los escritos póstumos de J.P. Sartre', Mira Editores, Zaragoza, 1995; 'Sartre en la encrucijada', Biblioteca Nueva, Madrid, 2004), Deleuze ('Deleuze', Ediciones del Orto, Madrid, 1998), Marx ('Marx', RBA, Barcelona, 2019, con traducciones al francés y al italiano; 'El dispositivo K. Marx', Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2018) y sobre diversos aspectos de la filosofía contemporánea.

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