Cultura

Extraterrestres, terroristas y espías: así imaginó Hollywood los complots contra Washington

Un fotograma de 'Independence Day'.

Golpe de Estado, sedición, terrorismo doméstico, rebelión. Con 82 personas arrestadas y cinco fallecidos (cuatro asaltantes y un policía), aún están por dilucidarse la verdadera naturaleza del asalto al Capitolio estadounidense del pasado 6 de enero, y sus consecuencias políticas. La turba de militantes de extrema derecha, supremacistas blancos, grupos neonazis, obsesos de las teorías conspiratorias y seguidores del presidente saliente Donald Trump tuvieron el dudoso honor de convertirse en la primera insurección popular violenta contra el Congreso y el Senado, sede del poder legislativo. Estados Unidos ha alentado numerosos derrocamientos en distintos países, pero nunca ha vivido un golpe de Estado ni ha visto caer por la fuerza a un Gobierno democrático. Sin embargo, su cultura se ha mostrado obsesionada con esa posibilidad. Extraterrestres, espías, terroristas internacionales, extrañas confabulaciones: así se ha imaginado Hollywood un posible asalto contra Washington

El verdadero enemigo exterior

Independence Day (1996) dejó una imagen mítica y una poderosa metáfora: una gigantesca nave espacial oscurece el cielo de la capital y una sombra cae sobre el Monumento a Lincoln. No queda mucho para que la mismísima Casa Blanca, sede del Ejecutivo y residencia del presidente del Gobierno, sea arrasada por la potencia militar de los invasores. Es cierto, la película de Roland Emmerich no retrata solo la aniquilación de Washington o de los Estados Unidos: los extraterrestres imperialistas se ensañan con todo el planeta. Sin embargo, son estadounidenses los protagonistas: el personaje de Will Smith, piloto metido a astronauta; el de Bill Pullman, el mismísimo presidente, o el de Jeff Goldblum, experto en tecnología mucho más útil de lo que podría parecer. La película fue el mayor taquillazo del año, y eso que se batía con Twister y Misión imposible, con casi 70 millones de espectadores solo en su país de origen. 

El filme se convirtió en la sublimación de la alianza entre el cine de catástrofes, el cine de ciencia ficción y la ola de películas de acción de los noventa. Y el mensaje político de esa poco plausible invasión era voluntariamente blanco: los malos vienen de muy lejos y no generan ni la más mínima empatía, mientras la humanidad se une frente al enemigo común. El presidente estadounidense tiene experiencia militar, es competente, decidido y compasivo, un líder a la altura de las circunstancias. Es la historia de la grandeza del hombre (particularmente, la grandeza del hombre estadounidense) frente al enemigo definitivo. Al fin y al cabo, se da una imagen gloriosa del país norteamericano, una nación tan poderosa que solo puede ser aniquilada por una flota extraterrestre tecnológicamente superior, y tan comprometida con la libertad y la democracia que sus ciudadanos terminan salvando a todo el globo. 

En el mismo año, sin embargo, se estrenaba Mars Attacks!, dirigida por Tim Burton, una comedia poblada de personajes ridículos que daba una visión esperpéntica de la humanidad (de nuevo, representada por Estados Unidos) hasta el punto que el espectador sentía casi empatía con los marcianos. Si Independence Day se centraba en la Casa Blanca, Mars Attacks! dedica su espacio al Congreso, con sede en el Capitolio, para alegría de algunos personajes. Aquí, el presidente, interpretado por Jack Nicholson, es un ingenuo incompetente, y el experto en vida extraterrestre, Pierce Brosnan, es un ególatra igualmente poco eficaz. El grupo de supervivientes que se enfrentará al invasor tiene muy poco de heróico, y la clave para acabar con los atacantes —su kriptonita es la canción Indian love call— es muy poco solemne.

Más ácida aún es la serie BrainDead, de Robert y Michelle King, que continúa con elmotivo de la invasión extraterrestre, si bien opta más bien por la tradición de la mucho más famosa serie V: aquí los extraterrestres no atacan frontalmente, sino que se infiltran de manera sibilina en las instituciones. En BrainDead, estrenada en 2015, la protagonista descubre que una especie de insectos alienígenas están tomando el control de los parlamentarios tras haberse alimentado de sus cerebros. El corazón de la trama, así como la principal broma de la producción, con una sola temporada, es que nadie parece percibir nada anormal en los políticos de Washington

Salvar al presidente

Pero sin duda el género que más ha abordado las conspiraciones contra Washington es el thriller y las películas de acción. El mensajero del miedo, Air Force One, En la línea de fuego, La sombra de la sospecha, Objetivo: Washington D.C., La conspiración del pánico... Son innumerables los filmes que han imaginado una conspiración para acabar con los poderes democráticos de los Estados Unidos. Curiosamente —o no tanto— casi todas centran su atención en la figura del presidente como pilar de la nación y como objetivo favorito de sus enemigos. Los asaltantes del Capitolio veían el peligro en las dos cámaras legislativas, donde los senadores se aprestaban justamente a certificar la victoria de Joe Biden sobre Donald J. Trump, todavía presidente. Es difícil encontrar precedentes culturales de un asalto al poder legislativo pero no al ejecutivo. Quizás no haya que preocuparse por eso: después del 20 de enero, día de la investidura de Biden, la extrema derecha podrá centrarse sin ningún inconveniente en la Casa Blanca. 

Cada una de las películas mencionadas da pistas de la concepción del enemigo, dentro del imaginario colectivo, en el momento en el que fueron rodadas. El mensajero del miedo fue estrenada en 1962, el año de la Crisis de los Misiles, uno de los puntos candentes de la Guerra Fría. Y quienes tratan aquí de hacerse con el poder político del país, mediante mecanismos de control mental, son las agencias de inteligencia de Rusia y China, que tratan de abducir al presidente. Se trata de un complot internacional con un elemento de traición, algo común en el género: aquí se necesitará a un pobre diablo, monigote de los comunistas, pero también a un político populista que busca trepar en la escalera hasta la Casa Blanca. 

En Air Force One, lanzada en 1997, Rusia ya no es el enemigo, sino un aliado en la lucha contra el terrorismo. Aquí los malos vienen de Kazajistán, ex república soviética, y secuestran en pleno vuelo el avión del presidente. El modus operandi se haría tristemente célebre en 2001, pero no era en absoluto novedoso: por ejemplo, en 1994 el Grupo Islámico Armado (GIA) argelino tomó un vuelo de Air France con la promesa de estrellarlo en París si el Gobierno de Argelia no liberaba a varios prisioneros. En Air Force One, el presidente, interpretado por Harrison Ford, se parece al de Independence Day: no es ya el objeto de un complot, sino el héroe que lucha en solitario para desactivarlo

En años recientes, ese enemigo ha ido variando. En La sombra de la sospecha (2006), los responsables del complot son un antiguo agente de la KGB y un cartel colombiano. En La conspiración del pánico (2008), el enemigo es una inteligencia artificial sublevada que no ha entendido del todo la Declaración de Independencia —"siempre que una forma de Gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla"—, y en Objetivo: Washington D.C. (2019) juega un importante papel una empresa de seguridad privada. En todas ellas, el objetivo es el mismo: matar al presidente. No es extraño que este sea el temor de una nación que ha visto morir asesinados a cuatro presidentes, el primero Abraham Lincoln en 1865 y el último, John F. Keneddy, en 1963

El ascenso del fascismo

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No hay muchos ejemplos de obras culturales de gran consumo interesadas en la amenaza interna, particularmente en el terrorismo de extrema derecha, aunque según el think tank estadounidense CSIS esta es responsable de la mayoría de los ataques y tramas de terrorismo doméstico desde 1994, y de dos tercios de las de 2019. Pero eso no significa que el tema esté ausente del cine. Siete días de mayo, de John Frankenheimer (director de El mensajero del miedo), estrenada en 1964, dibujaba una oposición dentro del propio Ejecutivo y de parte del ejército contra la decisión del ficticio presidente Lyman de desescalar el enfrentamiento nuclear con la Unión Soviética. Asalto al poder (2013) tiene ciertos paralelismos con esta trama, aunque en esta película más reciente no pesa tanto el complot político-militar, sino las motivaciones personales de uno de los traidores. 

Lo cierto es que la posibilidad de un ataque de extrema derecha, ya sea contra el poder ejecutivo o el legislativo, no ha ocupado mucho metraje en las últimas décadas. Las advertencias contra los peligros del fascismo dentro de Estados Unidos sí tuvieron popularidad, lógicamente, en los años treinta, pero quizás la más famosa provenga de la literatura: la novela It can't happen here (Aquí no puede pasar), de Sinclair Lewis, publicada en 1935 y adaptada como obra teatral en 1936. En ella, Lewis dibuja a un político arribista, defensor de los valores tradicionales y que promete devolver el país a su época de mayor grandeza. Cuando este llega al poder, organiza y entrena a sus fuerzas paramilitares y limita la capacidad de las Cámaras, y el Gobierno cae en una espiral que aleja incluso a sus defensores iniciales. El caldo de cultivo para una guerra civil está servido. 

Recientemente, hemos visto otros ejemplos de obras interesadas por un posible auge del fascismo. Es el caso de La conjunra contra América, de Philip Roth, publicada en 2004 y adaptada este año como serie de televisión por David Simon, el autor de The Wire. En esta ucronía —donde la historia diverge en un punto de la realidad histórica, creando una especie de universo paralelo—, el carismático piloto Charles Lindbergh es aclamado por las masas en su carrera para convertirse en presidente de los Estados Unidos, dejando ver claramente una vez en la Casa Blanca sus ideas racistas, antisemitas y autoritarias. "El único motivo por el que gastar dinero en rodar [esta serie] es que esta generación se enfrenta a una amenaza fundamental contra las normas de nuestra república y nuestro autogobierno", decía Simons en la revista Vulture. Y lo decía en abril. 

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