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Cultura

Villarejo contra Bárcenas, duelo teatral de dos "encantadores de serpientes"

Pedro Casablanc caracterizado como Luis Bárcenas en la obra de teatro 'Ruz-Bárcenas'.
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El 15 de julio de 2013, Luis Bárcenas cambiaba la historia política de España en una sala de la Audiencia Nacional. El extesorero del Partido Popular declara ante el juez Pablo Ruz sobre la contabilidad b de la organización, y por primera vez cambia su versión: sí, había unas cuentas paralelas; sí, se vulneraba la ley; sí, los presidentes y secretarios lo sabían; sí, también Mariano Rajoy. Dos días antes, el 13 de julio, se ha puesto ya en marcha la contraofensiva, que luego se daría a conocer como operación Kitchen, unas maniobras policiales orquestadas por el Ministerio del Interior, según la posterior investigación judicial, para arrebatarle a Bárcenas la documentación que compromete al partido y a sus altos cargos.

Más de siete años después, en el Teatro del Barrio se unen ambas tramas, como dos entregas de una larguísima saga narrativa. Bajo la dirección de Alberto San Juan y con el texto de Jordi Casanovas, los actores Pedro Casablanc y Manolo Solo interpretan primero Ruz-Bárcenas, la pieza de teatro estrenada en 2014 en la que recreaban parte de aquel largo interrogatorio. Cuando esta obra se acaba, comienza otra, Kitchen, que llega por primera vez a las tablas: los mismos intérpretes encarnan esta vez a José Manuel Villarejo y a su chófer, dos de los personajes principales del caso de espionaje. Ambas pueden verse como parte de un solo espectáculo en este teatro madrileño, del 23 al 31 de enero.

“Han pasado muchas cosas desde aquel interrogatorio del juez Ruz a Bárcenas en 2013, y desde que nosotros estrenamos la obra en 2014”, cuenta San Juan a este periódico poco antes del ensayo general del espectáculo, el viernes por la mañana. Ha pasado, entre otras cosas, que una investigación de la Fiscalía Anticorrupción ha dejado al aire las vergüenzas de una trama comandada por el Ministerio del Interior del Gobierno del PP, según las pesquisas judiciales, con Jorge Fernández Díaz a la cabeza, con el fin de desactivar la amenaza que suponía Luis Bárcenas para el partido en el poder. Si fuera una película, la operación Kitchen lo tendría todo: militares metidos a espías, amistades traicionadas, ambiciones satisfechas, personajes oscuros, fondos reservados y una línea de mando que lleva hasta las más altas esferas. Lo que quizás le falte es un héroe. Pero no es (todavía) una película, aunque Ruz-Barcenas sí se convirtiera en una:B, la película llegó a los cines en 2015 tras salvar muchas dificultades. Casanovas y San Juan se han esforzado en convertir una trama con miles de aristas en una pieza breve de media hora, con la misma carga de ironía que su predecesora. El mecanismo utilizado es también similar al que ya funcionó con Ruz-Bárcenas. Se trata de una obra de teatro documental, donde todas las frases pronunciadas fueron dichas alguna vez de este lado de la realidad.

Ruz-Bárcenas condensaba las más de cuatro horas de declaración del extesorero en 45 minutos de reloj. Kitchen tiene que hacer un ejercicio de cortapega más elaborado: el texto se compone de dos conversaciones entre Sergio Ríos, chófer de Bárcenas y en el momento de los hechos empleado de su esposa, Rosalía Iglesias, y Villarejo, grabadas por el comisario sin conocimiento del primero. A esas dos conversaciones fusionadas se suman declaraciones ante el juez de ambos implicados, además de algunas conversaciones del comisario con terceras personas, registradas dentro de la investigación. “Se complementan bien porque Ruz-Bárcenas contiene mucha información, muchos nombres y cifras, y Kitchen no, al contrario”, cuenta el director. “Son dos mangantes, en el sentido de dos tipos que trabajan para el Estado b. Porque a lo que alude este espectáculo no es a la caja b de un partido, sino a un Estado b, un Estado en la sombra, no sometido a la mirada pública y ajeno a las reglas de la democracia. Un Estado que lamentablemente funciona desde siempre”.

Pedro Casablanc y Manolo solo comentan, hablando de la nueva obra, que se trata de una “conversación de barra de bar”, un tono que contrasta con la solemnidad del interrogatorio del juez al extesorero. “Es una conversación entre colegas”, dice Casablanc, que interpreta a Bárcenas en la primera pieza y a Villarejo en la segunda. Cuando se acaba el ensayo, Alberto San Juan se acerca a los actores a darles algunas notas, dicen que los dos personajes parecen estar, en parte, comentando la jugada como quien charla sobre el partido de ayer. “Este no es ningún santo”, dice el chófer sobre su exjefe, “pero está claro que se está comiendo una comilona que ha habido más comensales, y se la está comiendo él solo”. En otro momento, Villarejo exhibe cierto aprecio por el extesorero, no se sabe si fingida o real: “Espero que mis jefes no me oigan nunca decir eso, pero yo es un tío que... es un tío que admiro, es un tío con tarro y tal”. Hablan de Pedro J. Ramírez, al que llaman el Tirantes. Hablan de Inda. Hablan del desorden en el bolso de Rosalía Iglesias. Y también discuten la estrategia para encontrar los dichosos documentos ahora que Luis Bárcenas está en prisión: que si dónde puede tener el pen drive, que si llevaba encima siempre un inhibidor, que si cómo conseguir unos números de teléfono...

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Es una película de espías, sí, pero a la española. Manolo Solo describe a Sergio Ríos: “Ha tenido experiencia como portero de discoteca, parece ser que de prostíbulos... No tiene oficio ni beneficio, cuando se le cruza Villarejo en su camino y le ofrece la posibilidad de un sueldo y un puesto en la Policía por robar información a Bárcenas, no lo duda”. En escena, aparece con el casco y la chaqueta de motero que se han convertido en la imagen pública del personaje. Y parece mentira que a ese tipo normal, con maneras poco refinadas y un habla coloquialísima, le interprete la misma persona que unos minutos antes ha encarnado la corrección del juez Pablo Ruz. El actor defiende (narrativamente) a su nuevo personaje: “No es tan burdo como podría parecer en un principio, pero tampoco es Séneca. ¿Es una persona ambiciosa? Por supuesto”. Y en un principio no le sale mal: 2.000 euros al mes por su labor de espía, más la promesa de una plaza en la Policía Nacional. Plaza que conseguirá

Al otro lado está José Manuel Villarejo, un tipo desconocido hasta hace dos días por todo aquel que no hubiera caminado nunca por las cloacas del Estado. Ahora, su efigie, con gorra, perilla y gafas, es casi un icono popular. De hecho, es solo su silueta la que aparece en el cartel provisional de la obra. Alberto San Juan cuenta el por qué: “Villarejo ha registrado su imagen y su nombre como marca comercial. Nos avisó un amigo, nos dijo: oye, tened cuidado con esto. Y como había pasado lo de Mongolia [condenada por usar la imagen de Ortega Cano] ... para ahorrarnos problemas, lo quitamos”. Pedro Casablanc se enfrenta a un nuevo personaje “muy mediático”, dice, “por más que se suponga que es un agente secreto”. Ya con Bárcenas tuvo que caminar por la delgada línea que distingue la referencia de la imitación, y que aquí resuelve con una voz ligeramente rota y un tono “muy castizo, muy español”. Precisamente captar el tono ha sido una de las dificultades de la nueva pieza. “Sobre todo es el subtexto”, dice Manolo Solo, “porque en Ruz-Bárcenas está más claro, es una declaración”. En aquella obra, el extesorero desgrana de manera muy detallada ante el juez, en ocasiones atónito, la existencia de una contabilidad en negro en el partido del Gobierno. Entre Villarejo y Ríos, todo son alusiones, sobreentendidos, circunloquios. Y otra cosa: una especie de seducción por parte del comisario, primero para que el chófer acepte colaborar, y luego para que vaya más allá de lo acordado. “Villarejo es un gran seductor. Luis Bárcenas también. Son encantadores de serpientes”, dice Solo. Y Casablanc completa: “Es que Villarejo lleva muchos años haciendo ese trabajo y se le da bien. Para que Corinna acabe hablando y echar al rey emérito...”. 

No faltan episodios en esta trama. Y por eso mismo, Alberto San Juan y Jordi Casanovas se han propuesto seguir trabajando en ella. “Estamos buscando un título genérico para este espectáculo, y que ese título genérico nos sirva para hacer más piezas, como un serial dramático, sobre ese Estado b. Porque vendrán la tercera, la cuarta, y quién sabe cuántas más”, cuenta el director. pero ¿qué pinta el teatro en todo esto? San Juan lleva años repitiendo la respuesta: “Creo que nuestra realidad, la que hoy vivimos en España, es muy dañina y necesitamos intervenir en ella la ciudadanía. Necesitamos seguir quitándole velos, seguir esforzándonos para verla con claridad”. Todavía no está claro cuál será el siguiente capítulo, pero a él le gustaría construir “un repaso histórico a la corrupción de este país” donde se vea que “los principales partidos, una vez en las instituciones, han vendido obra pública a cambio de comisiones”. Tienen trabajo. 

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