Cultura

La clásica historia que nos engancha

Estantería llena de libros.
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Ali Benjamin lo explica así: cuando tenía 15 años, leyó Ethan Frome (1911), una novela de Edith Wharton sobre un triángulo amoroso en una pequeña ciudad, la historia de un granjero, atrapado en un matrimonio sin amor, que anhela el calor en medio de un cruel invierno en Nueva Inglaterra. La elección de Ethan parecía clara: ¿quién elegiría a su esposa, Zenobia, vieja y enfermiza, pudiendo optar a la joven y brillante Mattie?

Tiempo después, siendo Ali esposa y madre en el caos y la furia de la América de Trump, volvió al libro. Esta vez, Zenobia la intrigó: ¿por qué estaba tan enojada? Y la transformación de Mattie, de adorable inocente a algo nuevo y monstruoso, ¿era inevitable?

Y entonces decidió reformular el clásico de Wharton como The Smash-UpThe Smash-Up, que transcurre en 2018. “Me inspiré en otros que se atrevieron a encontrar una nueva relevancia en los cuentos antiguos”, escribe. Y cita a continuación otros “libros fabulosos que dan nueva vida a lo familiar”, entre ellos, Circe, donde Madeline Miller cuenta lo que Homero no nos dijo de Circe en la Odisea (algo parecido a lo que Loreta Minutilli hizo con Helena de Esparta); Ayesha at Last, de Uzma Jalaluddin, una actualización de Orgullo y prejuicio protagonizada por musulmanes en Toronto (esa de Jane Austen es uno de las novelas más reformuladas: Benjamin destaca también Pride de Ibi Zoboi, protagonizada por miembros de una comunidad haitiano-dominicana de Brooklyn); Boy, Snow, Bird, de Helen Oyeyemi, Blancanieves reencarnada en la hija de un cazador de ratas; Frankenstein en Bagdad, de Ahmed Saadawi (no hace falta que señalemos la fuente de inspiración); Meursault, caso revisado, de Kamel Daoud, que traslada El extranjero de Camus al “true crime”; El dulce y alocado verano de Mimi, de Rajani LaRocca, una comedia de Shakespeare aplicada a una familia india en Estados Unidos; Sobre la belleza, de Zadie Smith, homenaje al Howard's End de EM Forster… Incluso menciona Las moscas, de Jean-Paul Sartre, adaptación a la Europa de 1943 del mito de Electra del que se ocuparon Sófocles, Esquilo y Eurípides. Y hablando de Esquilo, suya es La Orestíada que Colm Tóibín reelaboró en La casa de los nombres; y Neil Gaiman releyó Blancanieves y La bella durmiente para tejer El huso y la joven durmiente… Ejemplos los hay a miles, la literatura siempre se ha alimentado de sus propios textos.

La fuente de la eterna inspiración

Hace años, la hoy extinta 451 Editores puso en marcha la colección 451.Re. Impulsada por Javier Azpeitia, buscaba Re: visar, inventar, escribir, los héroes y las obras clásicas de la literatura, “textos que no han sido recogidos en ningún momento de una forma que pudiéramos llamar pura. Todos surgen de algún modo de la inspiración de otros. Los escritores siempre están mirando el legado literario", decía el editor, cuyo objetivo era acercar los clásicos a los lectores de hoy, en la esperanza de que ese en ese camino descubrieran a los clásicos de siempre.

No sé si el concepto “muertos vivientes” se puede aplicar a los clásicos arrumbados en el rincón más oscuro de una biblioteca, pero más o menos por esa época alguien decidió repoblar con zombis grandes obras de la literatura universal como Lazarillo de Tormes, redivivo como Lazarillo Z. Matar zombis nunca fue tan divertido; El Quijote y La isla del tesoro, resucitadas como Quijote Z y La isla del tesoro Z; y la inevitable Orgullo y prejuicio, transformada en Orgullo y prejuicio zombis y Orgullo y prejuicio: el amanecer de los zombis. Abierta la veda, los clásicos se llenaron de bichos de todo pelaje (Sentido, sensibilidad y monstruos marinos) y alcanzaron nuevas etapas del desarrollo tecnológico (Androide Karenina).

Otras actualizaciones fueron menos disruptivas. En plena avalancha revisionista, la especialista en literatura infantil Ana Garralón se preguntaba: “Lo de los cuentos clásicos ha pasado a ser un recurso demasiado habitual en muchos editores. Tienen buenos ilustradores y ¿de dónde pueden sacar un texto que no cueste mucho y puedan retocarlo a su gusto? Pues de los clásicos”. De hecho, el fenómeno era más amplio, en un momento en el que el libro electrónico parecía avanzar imparable, algunos encontraron en la ilustración una manera de recuperar textos imprescindibles aumentando, de paso, el valor añadido del libro de papel.

Sin embargo, a veces el proceso es diferente. “Todo empieza con el recuerdo de una vivencia personal infantil de Kike Ibáñez y la búsqueda años después de esta historia en forma de libro ilustrado. Nunca lo encontró porque no existía. Había otros libros de narrativa con pequeñas ilustraciones, pero no un álbum ilustrado. Así que decidimos crearlo.” Kike es Kike Ibáñez y quien habla, Paloma Corral, ilustradores de Jasón y los argonautas. Una versión que, además, cambiaba el final de la historia.

Un final problemático, al decir del editor Jesús Ortiz. Defectuoso. Porque, a diferencia de otros relatos clásicos, incluido el mito de San Jorge y el dragón, en este el monstruo no muere, sino que, tras tomar la poción mágica de Medea, se duerme. “Es como una solución de mentirijillas”, explica Ortiz, que se acoge a la teoría psicoanalítica: matar al monstruo equivale a vencer el miedo de la adolescencia, dejar las faldas de la madre y arriesgarse a vivir en el mundo. “Si en vez de matar al dragón, que es lo que tienes que hacer, lo duermes, es como si te vas de casa de tus padres, pero el domingo vas a comer y les llevas la ropa sucia para que te la laven: una chapuza. Al dragón hay que matarlo”.

Y el trabajo, afrontarlo como se debe. “Cuando asumo una edición, hablo con el autor, a ver qué cree él que está contando, y procuro ayudarle a redefinir el mensaje. Lo más frecuente es quitar elementos que estorben ese mensaje, pero a veces hay que añadir. No sólo en la adaptación de clásicos, para mí es una manera de trabajar con todo el mundo. Pero si te llega un libro redondo, te callas y lo publicas”.

En este caso, dice Corral, las ilustraciones no son mero ornamento, sino que aportan una nueva estructura narrativa, “tuvimos que reducir drásticamente la leyenda en 14 escenas. El libro ofrece al lector una experiencia diferente y nueva a partir de una leyenda clásica y conocida”. Pero se dice satisfecha. “Queríamos trabajar una leyenda mitológica griega sin caer en el tópico y queríamos hacer algo original sin dejar de ser Grecia. Para ello se nos ocurrió la idea de utilizar fotocopias de esculturas y máscaras de teatro griegas, de esta manera evocaríamos el rostro de la Grecia clásica mejor que si los hubiéramos dibujado”.

Captar a la chavalería

En paralelo al debate (superado: nadie discute que la literatura universal es un palimpsesto) sobre estas adaptaciones, surge otro quizá más pertinente: la simplificación o la modernización de los clásicos, ¿servirá para ganar a los lectores más jóvenes?

 

En 2015, Lorenzo A. Soto Helguera propuso empezar definiendo qué título es considerado “clásico”, porque al conjuro de esa palabra, los mayores pensamos en Grecia y Roma o en las grandes novelas del XIX, mientras que los jóvenes la relacionan “con historias adictivas, que les han hecho felices, nacidas en el tiempo que conocen, independientemente de la época en la que estén ambientadas”. ¿Son clásicos El Señor de los Anillos o Juego de Tronos? “Tal vez el adolescente considera así Memorias de Idhún y no aquellas portadas que únicamente reconocen en las estanterías del salón de su casa, o donde quiera que repose la biblioteca familiar”. Sea como fuere, Soto Helguera sugería, entre otras cosas, utilizar títulos de literatura infantil y juvenil directamente relacionados con grandes obras de la literatura universal “que les hagan conocer algunos datos sobre ellas”: El blog de Cyrano, Tuerto, maldito y enamorado, Alerta BécquerTuerto, maldito y enamoradoAlerta Bécquer...

Javier Azpeitia y el arte de las Musas

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Montañés, psicopedagoga que participó recientemente en el Congreso Internacional de Comprensión Lectora Infantil y Primaria CICLIP, defiende que los cuentos clásicos son fuente de inspiración continua para el ámbito educativo, “un recurso maravilloso para adentrar a los niños en el mundo de la literatura y despertar la sensibilidad ante obras que han aportado mucha belleza al mundo de la palabra escrita”. Para que eso suceda es necesario adaptar la historia original, y ello por dos motivos: primero, para que los niños puedan llegar fácilmente a ella, vivirla, emocionarse y entenderla; y, segundo, para despertar una motivación intrínseca teniendo en cuenta sus propios intereses. “En este proceso es vital tener en cuenta el desarrollo madurativo y la competencia lingüística para atrapar al lector desde un primer momento; encontrar textos adaptados se convierte en muchas ocasiones en algo tremendamente complicado y de una valoración exhaustiva por parte del educador: letra, ilustraciones, extensión, estilo…” Otro camino, que nos indica Beatriz Montañés, es el del cómic, “un ‘telonero perfecto’ para despertar curiosidad en los niños e interés para acercarse poco a poco a la versión clásica completa”.

Montañés apunta otro beneficio de la adaptación de los clásicos: despertar el gusto por la crítica literaria desde edades tempranas “haciendo preguntas para valorar los estereotipos que se presentan en la historia, explorar otras posibilidades más allá de la historia narrada y adentrarse en nuevas interpretaciones, para analizar las consecuencias de acciones que se han desarrollado en la historia y sus repercusiones…”

Al fin y al cabo, si los clásicos perduran es por (más de) una buena razón.

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