Sin spoilers

'The Mauritanian', el agujero negro de la justicia en un EEUU noqueado tras el 11S

Cartel de 'The Mauritanian'.

Yago Paris (Insertos)

Ya lo decía Oswaldo Mobray (Tim Roth) en Los odiosos ocho: "La justicia, si se aplica en ausencia de pasión, está siempre en peligro de no ser justicia". ¿Cómo aplicar la ley cuando las emociones son tan intensas que pueden colapsar el raciocinio y la imparcialidad? Algo así parecen preguntarse los responsables de The Mauritanian (en cines y plataformas este 19 de marzo). La película es la adaptación de Diario de Guantánamo, las memorias que escribió Mohamedou Ould Slahi, el personaje protagonista del filme, a quien interpreta Tahar Rahim. Slahi, un musulmán mauritano, fue detenido tras los sucesos del 11 de septiembre como sospechoso de haber participado en el reclutamiento de algunos de los terroristas que perpetraron los atentados. El problema es que el Gobierno estadounidense no tenía pruebas, solo sospechas. Nada de ello impidió su encarcelamiento durante 14 años, a pesar de que no se habían presentado cargos contra él. ¿Cómo se puede hacer justicia cuando la nación entera está de luto y exige una reparación (y, en muchos casos, directamente venganza)? ¿Cómo ser justos cuando el desborde de las emociones nos condena a no serlo?

Este dilema está representado en la figura del teniente coronel Stuart Couch, a quien interpreta con entereza Benedict Cumberbatch. Couch es el fiscal del caso, a quien le han encomendado encontrar la manera de declararlo culpable, cueste lo que cueste. Tal cual. Estamos en la administración de Bush hijo, y así se entiende la justicia. El gobierno prefiere asegurar que se condene a cualquiera (y a cuantos más, mejor) que encontrar a los verdaderos responsables y hacerlos responder ante la ley. Los mandamases militares han escogido a Couch porque saben que tiene un evidente conflicto de intereses, puesto que su mejor amigo viajaba en uno de los aviones que fue dirigido contra una de las Torres Gemelas, por lo que en este personaje confluyen tanto la sed de venganza, como la entereza de quien cree en la justicia.

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Si el personaje de Cumberbatch representa la idea de cómo ser justo cuando se está saturado de emociones, el de Jodie Foster representa lo opuesto: cómo ser justo cuando se olvida el componente humano, aquello que va más allá de los informes y los datos. Foster, cuya interpretación en clave abogada de colmillo afilado, lengua veloz y mirada pétrea —una badass, que dirían en su país— le ha valido un Globo de Oro como mejor actriz de reparto, interpreta a Nancy Hollander, una prestigiosa profesional que se dedica a combatir la vulneración de la ley, como es el caso de Mohamedou Slahi. La defensora no cree ni deja de creer que su cliente sea inocente; su atención está en la aplicación de la justicia. Esto contrasta con su asociada en el caso, Teri Duncan (Shailene Woodley), quien basa su juicio en lo que Slahi le transmite, lo que provoca que pase de una defensa a ultranza a una incapacidad para continuar con el caso cuando encuentra un informe que lo incrimina como culpable. Los tres abogados del filme representan tres maneras distintas de aproximarse a una verdad que es casi imposible de esclarecer.

Por si no hubiera suficiente complejidad, Macdonald se suma a la fiesta con el uso que hace de las imágenes. Mientras las escenas que transcurren en el presente se filman en formato panorámico, principalmente con planos fijos muy estables, las escenas que corresponden a la reconstrucción de las memorias de Slahi están filmadas con el formato conocido como "pantalla cuadrada", utilizando una fotografía más expresionista y encuadrando desde ángulos muy pronunciados, con la cámara muy cerca de los personajes y en constante movimiento. Parece como si el director estuviera indagando en la contraposición entre el cine clásico (las imágenes del presente fílmico), que aspira a mostrar la verdad, y cierto cine de autor de corte experimental (las memorias de Slahi), cuya fragilidad y fragmentariedad invitan a que desconfiemos de lo que muestran.

Sin embargo, en este mar de sospechas e inseguridades destaca la sonrisa afable de Tahar Rahim, quien despliega un desglose de bondad y entereza —atención al momento en el que una de las torturadoras le pide que, por favor, confiese de una vez, porque ya no pueden soportar lo que le están haciendo—, que le valió una nominación al Globo de Oro como mejor actor protagonista. En última instancia, lo que la película señala es que, en un mundo cada vez más alienado, donde el exceso de información condena a la desinformación, la necesidad de confiar en la humanidad de quien tienes enfrente es la clave para decidir. Esta conclusión es muy problemática, si tenemos en cuenta la historia reciente de Estados Unidos, con un presidente como Donald Trump, que accedió a la Casa Blanca a partir de esa confianza, que en malas manos se convirtió en manipulación y mentiras descaradas. En cualquier caso, lo que parece claro es que, una vez finaliza la proyección de The Mauritanian, el debate está servido.

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