Cultura

Casetes y 'comebacks': el regreso a los noventa y dosmil se debate entre la nostalgia comercial y la revisión crítica

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A principios de abril, el dúo Ella Baila Sola, número uno del pop español entre 1996 y su separación en 2001, hacía público su regreso dos décadas después de su conflictiva ruptura. Ese mismo día, se anunciaba la reedición en formato casete de Devil came to me, primer disco de Dover con el que la banda vendió 700.000 copias en 1997. Un par de días después, las integrantes de Las Niñas, autoras del hit Ojú (2003), sorprendían también con su regreso a los escenarios 15 años después de su último disco. La nostalgia no se inventó ayer, y tampoco la recuperación de artistas, formas culturales o modas pasadas, a menudo asociadas a los tiempos mejores de la infancia y adolescencia de la generación en auge. Pero en el último año, también con el estreno de películas como El año del descubrimiento o Las niñas, la mirada al pasado parece haberse hecho más intensa. Y el pasado ya no es lo que era: atrás queda la admiración (o la crítica) hacia los ochenta, es el turno de los noventa... y de los dos miles, en una especie de 2x1 nostálgico. ¿Por qué ahora? ¿Qué es lo que nos llama de las casetes, Lo echamos a suertes, la Expo, la Ruta del Bakalao u Operación Triunfo 1? ¿Qué esperamos encontrar allí?

Cuando Edu Maura, profesor de Filosofía en la Universidad Complutense y exdiputado de Podemos, publicó en 2018 Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española (Akal) solía reivindicar en las entrevistas la necesidad de revisar colectivamente aquella época. Hoy no necesita hacerlo: la década está por todas partes. El documental El año del descubrimiento y el largometraje de ficción Las niñas, ambos situados en 1992, ganaron en total seis premios Goya en la gala del pasado marzo, y son consideradas dos (o las dos) películas españolas del año. Seguían la estela de Estiu 1993 (2017), una historia sobre el duelo vista desde la infancia que tocaba también la crisis de la heroína y del VIH. La novela Simón, de Miqui Otero (Blackie Books, 2020), arranca en la Barcelona olímpica, igual que Voz de vieja, de Elisa Victoria (Blackie Books, 2019) lo hacía en la Sevilla de la Expo. La serie Veneno retrata a Cristina Ortiz, La Veneno, pero también la industria televisiva de la década, que ve nacer los formatos que se englobarán bajo el nombre de telebasura. Los documentales Nevenka, sobre el acoso del concejal Ismael Álvarez, y Rocío, contar la verdad para seguir viva, en el que Rocío Carrasco denuncia el maltrato de su expareja, Antonio David Flores, son también un viaje al trato mediático y periodístico de la violencia machista en la segunda mitad de los noventa y la primera de los dos mil. El Centro Dramático Nacional ha estrenado recientemente Los papeles de Sísifo, sobre el cierre del periódico Egunkaria en 2003. Y algo similar ocurre en el ámbito internacional, con los documentales sobre la denuncia por abusos sexuales de Dylan Farrow contra su padre, Woody Allen (1992), o la carrera de Britney Spears (su debut es de 1998).

Ni siquiera está solo Maura en el tratamiento ensayístico de la década: ahí está, por ejemplo, los libros del periodista Juan Sanguino, Generación Titanic. El libro de cine de los 90 (2018) y Cómo hemos cambiado (2020). “Creo que estamos en un momento en que la generación que creció con esa idea de modernidad y con la homologación del espacio europeo por fin ha tenido las ideas para tratar esa época, pero también las condiciones materiales para llevarlas a cabo”, dice el exparlamentario. No es casualidad que gran parte de los creadores responsables de las obras nombradas nacieran en los ochenta y vivieran por tanto su infancia y adolescencia entre los noventa y los dos mil. “Quizás por la llegada de esas voces empezamos a ver lo que yo, personalmente, defiendo, que es que la fuente de nuestras identificaciones, de nuestros miedos, son los noventa, no son los ochenta bombásticos. La idea que tenemos de los noventa es la de una época pacífica y uniforme, cuando es una época destartalada, de descomposición, de cosas que no pueden subsistir nunca más, de intentos de modernización que son profundamente insatisfactorios”. De ahí que, en sus palabras, la cineasta Pilar Palomero se pregunte en Las niñas “por qué la España de 1992 se parece tanto a la de 1962” o que Luis López Carrasco se pregunte en El año del descubrimiento “por qué sus padres recuerdan la Expo pero no lo que pasaba a dos pasos, en Cartagena”.

El comercio de la nostalgia

El 11 de abril, el podcast ¿Puedo hablar!,¿Puedo hablar! de Enrique F. Aparicio (Esnorquel) y Beatriz Cepeda (Perra de Satán), celebraba en Madrid su segundo show en directo. El título del programa era Jóvenas y la conclusión, que ya no lo eran tanto. Sobre el escenario del Teatro Reina Victoria se podía ver un Furby (juguete lanzado en 1998) y una cinta VHS de Hostal Royal Manzanares (serie de Lina Morgan emitida entre (1996 y 1998), entre otros tesoros, y al final del espectáculo se escucharía Dime, single de la cantante de OT Beth lanzado en 2003. Son varios los capítulos que ¿Puedo hablar! Ha dedicado a la nostalgia y sus diversas manifestaciones sociales y culturales. Porque la nostalgia no es una emoción sencilla: “Creo que hay dos corrientes funcionando a la vez”, dice Aparicio, “una nostalgia natural, digamos, y una nostalgia capitalista y comercial”. La primera tiene que ver con el regreso al pasado de quien se adentra ya en la madurez, y es cíclica: “Cuando estaba en la universidad, veía a la gente de treinta y tantos reivindicar los ochenta, con sus camisetas del cubo de Rubik, y pensaba: qué pesados. Ahora nos toca a nosotros”. El periodista y músico defiende que tiene que esto tiene que ver con procesos emocionales asociados a cierta etapa vital: “Estamos pasando un proceso de duelo por los niños que fuimos, y dentro de ese proceso entran las cosas de las que disfrutábamos. No podemos contemplar todo eso de otra forma que no sea con nostalgia”.

Otra cosa es el proceso comercial que explota esa emoción, que coincide además con un momento de mayor capacidad adquisitiva de quien la vive (incluso en la precariedad actual): si en el último trimestre de 2020 había una tasa de paro del 36,% entre los jóvenes de 20 a 24 años, se reducía hasta el 17% entre los 30 y los 34, hasta el 15% hasta los 40 y hasta el 12,5% hasta los 45. Esa nostalgia “de mercado, capitalista” sí la ve Aparicio “más absoluta que nunca”. No solo en la venta de ropa o gadgets asociados a esa época —ahí están las cotizadas camisetas de Pryca, supermercado desaparecido en el 2000—, sino en la producción cultural. “La nostalgia lo devora todo y Hollywood es sin duda el mejor de los exponentes”, apunta señalando el trabajo de Juan Sanguino. El objetivo es explotar lo que Bea Cepeda define como un “happy place”, una época que en su día pudo incluso vivirse como conflictiva pero que con el paso de los años queda blanqueada en la memoria. Y una época que coincide también con un consumo cultural apasionado, mucho más que el que se hace en la adultez: “Es entonces cuando empiezas a elegir la música que escuchas y la escuchas compulsivamente, cuando vas a tu primer concierto, a las fiestas con los amigos, cuando tienes tus primeros crushes musicales...”. Y esta emoción, explica, puede haberse intensificado con la pandemia: “A mí me ha pasado. Me di cuenta de que llevaba semanas poniéndome discos de La Oreja de Van Gogh o de Estopa, de los antiguos, y luego vi que no era la única. A mí un buen revival siempre me gusta, pero sí creo que con la pandemia, y sobre todo después de un año, con la situación tan complicada que estamos viviendo, a nivel emocional necesitamos espacios seguros y estamos saliendo por donde podemos”.

"Ojú, que ya no hay veinte pavos"

La propia decisión de las integrantes de Las Niñas de volver a unirse en los escenarios viene, en parte, de la nostalgia. Lo dice Alba Molina, un tercio del grupo junto a Vicky G. Luna y Aurora Power: “Quizás esas canciones y esas letras me llevan a un momento de mi juventud. Ahora me recuerdo más niña todavía. Necesito cantar esto por sentirme joven”. Andaban entonces por los veintitantos. Todavía no hay bolos anunciados, aunque sí han compartido imágenes de un primer ensayo juntas, y la cantante, hija de Manuel Molina y Lole Montoya, no tiene tiempo que perder: “Soy bastante nostálgica y me gustaría que no tardáramos en volver, porque tenemos una edad y creo además que el público lo necesita”. Por la misma senda va Vicky Luna: “Yo creo que la situación actual nos hace a todos estar más sensibles y receptivos a ciertas cosas. En mi caso, al igual que mis compañeras, nunca he dejado de estar enamorada de este proyecto, pero quizá en algunos momentos me he sentido menos cerca del concepto inicial, o no sentía que fuera el momento de recuperarlo. Reconozco que la presente situación, todo lo que ha conllevado la pandemia, me ha removido mucho internamente”.

Las tres esperan que del otro lado esté el público que las siguió entonces, con 15 años más —“Tenemos ganas de ver cómo han crecido al igual que nosotras”, dice Aurora Power, “y por supuesto nos han mostrado su cariño, su paciencia y su pasión”—, pero no solo: creen que con ellos estarán también sus hijos —les ha llegado algún mensaje de fans que las escuchan en familia— y esperan llegar también a quienes por entonces fueran todavía unos niños. En parte, porque creen, en palabras de Vicky Luna, que su fusión de estilos fue “pionera”: “Mostramos una mezcla que no tenía precedentes en España en aquella época, y que ahora triunfa bajo otros nombres o etiquetas”. Allí estaban ellas, en 2003, mezclando rap, soul, funk, flamenco y habla andaluza en una experimentación con la raíz que hoy vuelve a estar presente. Con las letras también fueron visionarias: “Gescartera, gescartero, menuda crisis en el mundo entero”, cantaban. Para crisis, la que vendría cinco años después. Luna admite que sus letras hablan de un “momento histórico muy concreto”: su crítica de la guerra de Irak en su primer single, Ojú, les valió, de hecho, la censura de TVE, todo un efecto Streisand que les llevó de cadena en cadena. Pero la cantante señala que, lejos de ser un mero ejercicio de regreso al pasado, “la mayoría de las letras son del todo extrapolables a la situación actual”, citando otro verso de Ojú: “Tiempo extraño, tiempos raros, pa la peña en este planeta…”.

¿Quién mira al futuro?

En el caso de esta última ola nostálgica, se produce un fenómeno curioso: se habla al mismo tiempo de sucesos que tuvieron lugar en 1992 y en 2001, se mezclan los referentes culturales y rasgos estéticos de los noventa y de los dos mil. “El revival noventero lleva años, ahora ya ha explotado y está por todos sitios”, dice Enrique F. Aparicio, “pero lo que yo veo es que la gente de 22 o 23 ya el ejercicio nostálgico lo hacen con los dos mil”. Ahí están, amenazantes, los pantalones de tiro bajo o el sonido de technopop chicloso que va emergiendo poco a poco desde una recuperación undergound. Parece claro que los ochenta y los noventa son periodos bien diferenciados, política y culturalmente, pero los noventa y los dos mil se presentan en amalgama. “La cuestión de la periodización siempre es complicada”, admite Edu Maura. “Yo tengo la sensación de que el proceso que da lugar a la ambigüedad específica de los noventa, a su indefinición, es un proceso que podría llevar hasta Lehman Brothers [2008], no más allá. Podríamos defender que los noventa llegan hasta el 11S, o hasta las consecuencias que tuvo en la política internacional de Estados Unidos... Quizás los noventa sean una década larga, o una década y media”. Una intuición similar tiene Enrique F. Aparicio: “Fenómenos como el de Operación Triunfo [estrenado en 2001] o Britney Spears [que sufre su primera gran crisis en 2006] parecen casi finiseculares, consecuencia de los noventa más que el arranque de algo nuevo”. Beatriz Cepeda, mientras, piensa en la nostalgia que podrán tener quienes cumplan 30 dentro de 10 años: “Los dos mil nos dieron pocas cosas buenas, tenemos la delgadez extrema en la moda, por ejemplo, o la idealización de figuras como Paris Hilton y Lindsay Lohan... Y luego la crisis. Creo que es una época oscura que no sé si acepta bien la nostalgia”.

Cuidado con la nostalgia. Es lo que viene a decir Layla Martínez, periodista, editora y autora del ensayo Utopía no es una isla (2020). “Creo que la nostalgia tiene mucho que ver con el cierre de horizontes: si el futuro nos da miedo, tiene lógica mirar hacia el pasado”, explica. El fenómeno de la posmodernidad funciona al contrario que la Modernidad: mientras entonces “el pasado era algo que había que olvidar”, la lógica actual invita a mirar obsesivamente al pasado pero “de una forma despolitizada, fijándonos en los aspectos estéticos, con una mirada romantizada”. Esto, dice, tiene consecuencias políticas negativas: se nos antoja imposible imaginar algo nuevo hacia lo que dirigirnos, porque el futuro parece cegado, pero tampoco es posible encontrar referencias en las conquistas del pasado, convertido este en una maquinaria meramente comercial. “Creo que hay una revisión del pasado de la que sí se puedan extraer elementos para el ahora. No se trataría de volver a lo que hizo la Modernidad, a decir que todo lo que es pasado es atraso, sino construir una síntesis que nos permita mirar al pasado para coger herramientas, y para hacer crítica y tener elementos que podamos usar para mirar adelante”. Si volvemos a los noventa o a los dos mil, que no sea para traernos una camiseta.

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