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Fernando Trueba y Javier Cámara estrenan 'El olvido que seremos', la historia de “un líder social molesto para los poderes fácticos”

Fernando Trueba y Javier Cámara posan durante el photocall de 'El olvido que seremos'.

El olvido que seremos llega a las salas el viernes 7 de abril tras haber causado un impacto emocional allí por donde ha pasado. Primero en el Festival de San Sebastián, certamen que clausuró y al que llegó abalada por el sello de Cannes (la cita francesa no pudo celebrarse en 2020 debido a la pandemia). A continuación, entre los votantes de los Premios Goya, donde recibió el premio a la mejor película iberoamericana. Ahora esta historia sobre un héroe tan ordinario y a la vez tan irrepetible como el médico, escritor y locutor colombiano Héctor Abad Gómez, basada en la novela escrita por su hijo Héctor Abad Faciolince, llega a los cines con dos grandes nombres del cine español como gran reclamo.

Fernando Trueba lleva ligado al proyecto desde mucho antes de que fuese si quiera eso, un proyecto de largometraje. “Fue un proceso que me llevó cierto tiempo, cuando leí el libro no se me cruzó por la cabeza la idea de convertirlo en una película”, explica el director en conversación con infoLibre. No es hasta que Héctor Abad Faciolince, también productor, se lo propuso que la adaptación comenzó a tomar gorma: “Me parecía una tarea imposible por las características tan especiales del libro, pero esta vida es superar dificultades y abrirnos a cosas posibles que parecían imposibles”. Ahora Trueba se muestra satisfecho por una experiencia que define como “fantástica a nivel vital, a nivel personal y a nivel cinematográfico”.

En este viaje el cineasta madrileño ha vuelto a reencontrarse con Latinoamérica. Un con gran protagonismo en la etapa más reciente de su filmografía: Brasil en El milagro de Candeal (2004), Chile en El baile de la Victoria (2009) o Cuba en la cinta de animación Chico & Rita (2011), codirigida junto a Javier Mariscal y Tono Errando. Preguntado por esta cuestión, Trueba comenta que simplemente se considera “un ciudadano del mundo”, por mucho que desde su punto de vista “el cosmopolitismo ahora está mal visto”. Afirma sentirse en casa tanto en Europa como en Latinoamérica como en Estados Unidos, y no únicamente por las raíces latinas que puedan unirle a la población de estos territorios.

Otro de los puntales El olvido que seremos, Javier Cámara, también sabe lo que es trabajar en países de todo el mundo. Hemos podido verle hasta en el más pequeño de todos ellos, el Vaticano, gracias a su papel en The Young Pope (2016) y The New Pope (2020) a las órdenes de Paolo Sorrentino. Uno de los desafíos más importantes que esta circunstancia comporta es el dominio de los diferentes acentos. El colombiano ha sido su último reto.

El actor cuenta como en ocasiones llegaba al set de rodaje muy seguro, con sus líneas de diálogo perfectamente memorizadas, pero de repente podían aparecer pequeños espacios para la improvisación. Cámara, en cambio, tenía que restringir este impulso para no descuidar la recreación del acento: “Todo lo que yo hablaba que no hubiese trabajado previamente sonaba muy español”. El protagonista de Sentimental (2020) cuenta que se acercaba al resto de actores para conocer la forma más apropiada de decir ciertos o comentarios que le surgían al filmar las escenas: “Es cierto que al final me sentía demasiado pendiente de esa frase que acababa de aprender, había una dificultad porque hablamos el mismo idioma, pero el colombiano es riquísimo en modulaciones, en musicalidad y en expresiones”.

Un ídolo en su intimidad

Protagonista y director de la película coinciden a la hora de deshacerse en elogios hacia Nicolás Reyes Cano, el pequeño actor interpreta a Héctor hijo en su niñez (Juan Pablo Urrego le da vida en su etapa adulta). “Tiene una mirada serie, como de señor de 40 años”, remarca con fascinación Javier Cámara. Fernando Trueba destaca que, a diferencia de otros intérpretes infantiles, “entendía todo perfectamente, y era capaz de transmitirte que lo había comprendido”.

La labor de Nico, y muy especialmente su química con Cámara, es indispensable para entender la vertiente más personal e íntima de El olvido que seremos, según señala el propio Trueba. El vínculo emocional entre Héctor Abad Gómez y su hijo, que es además quien se encargó de plasmarlo originalmente, es la base sobre la que se asientan todos los conflictos y bifurcaciones de la película.

Eso no quiere decir, sin embargo, que la película se quede en este terreno de lo personal. A fin de cuentas, se trata de una obra que dialoga directamente con el presente. Aborda las complejidades de una sociedad polarizada y carcomida por la violencia, situación contra la cual luchará sin descanso el protagonista. Pero Héctor Abad era por encima de todo médico, y es en este campo donde su implicación fue mayor. Vemos como lidera campañas de vacunación e higiene contra viento y marea, algo que en momentos como este se revela más loable si cabe.

A este respecto, Fernando Trueba recuerda que la producción de la película acabó poco antes del estallido de la crisis sanitaria. Por aquel entonces le insistían en que había demasiadas escenas en apariencia intrascendentes de personajes lavándose las manos, así que le instaban a eliminarlas. Ahora el contexto le da la razón: “Después de la pandemia es en lo que más se fija todo el mundo y está de total actualidad”.

Para Héctor Abad Gómez la salud, y el acceso público a la misma, fue siempre una prioridad. Es una de las muchas facetas que le convirtieron en un símbolo para Colombia. Por todo ello, el reto al que se enfrentaba Javier Cámara era enorme. “Fui descubriendo el personaje a través de grabaciones del programa de radio que conducía, y luego con grabaciones familiares que me hizo llegar su entorno”, explica. Más tarde se acercó a algunos de sus escritos, como Manual de tolerancia o Cartas desde Asia. Se fue haciendo, en definitiva, “la imagen de un padre”. Y entonces pisó Medellín.

Fue en ese momento cuando el actor se percató de la “preponderancia” que todavía hoy tienen en la sociedad colombiana personas como él, “líderes sociales que en aquel entonces eran tan molestos para los poderes fácticos y tan necesarios para la gente”. “Ahí me di cuenta de la importancia del personaje y me empezó a faltar un poquito el aire”, bromea. Javier Cámara recuerda la emoción entre el reparto y el equipo técnico, ya que muchos de sus padres conocieron al propio Héctor Abad Gómez, o al menos vivieron la época en la que se forjó su figura y su legado.

Llama la atención el viraje que realiza en este papel si lo comparamos con su rol en la serie Vamos Juan, donde interpreta a un político como mínimo incompetente. Respecto a los cambios que un intérprete enfrenta ante papeles opuestos en tono o cualidades, opina que “el actor no debería ser tan consciente de eso”. Cree que durante parte de su carrera fue “demasiado consciente” del efecto que había que provocar en el espectador. “7 Vidas nos modificó un poco al tener que cambiar la interpretación porque estabas trabajando para la cámara, pero a la vez había un público en directo que se reía”. Matiza que el actor “no debe ser ignorante”, pero debe centrarse en defender al personaje. “Creo que me siento más relajado cuando no estoy pendiente de otras cosas”, concluye.

Los dos tiempos del olvido

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Una de las decisiones estéticas que más poderosamente llama la atención en El olvido que seremos tiene que ver con su estructura temporal. Esta se divide en dos momentos muy marcados. De un lado la infancia de Héctor Abad Faciolince, en un entorno feliz aunque no exento de golpes trágicos. De otro su inicio en la edad adulta, marcado por los últimos compases de la vida de su padre. Ambas líneas temporales se alternan durante el metraje, de forma que este no sigue una línea cronológica. Lo curioso es el cromatismo de cada segmento: el más alejado en el tiempo está filmado en color, con una fotografía brillante y luminosa; el más cercano a la contemporaneidad, en cambio, hace gala de un blanco y negro con sensación de pasado triste y nostalgia hacia otras épocas.

Preguntado sobre cuándo optó por revertir esta convención cromática, Trueba indica que realmente “es una decisión que todavía no he tomado”. El director de Belle Époque (1992) defiende que el cine funciona a veces por impulsos como este, que no todas las decisiones o acciones que acaban confluyendo en una película responden a una racionalidad clara.

Lo incuestionable es que refuerza el efecto que lo temporal tiene en El olvido que seremos. El propio Javier Cámara debe construir un personaje en dos etapas distintas de su vida atravesadas por una elipsis. “Confías mucho en el maquillaje, el vestuario y para ganar peso en la comida colombiana, que es exquisita”, reconoce entre risas. Pero este esfuerzo también es emocional: “La primera parte es más soñada, más paradisiaca, mientras que la segunda es más peligrosa, más conflictiva”. Seguramente, aunque Trueba no lo reconozca abiertamente por aquello del secreto profesional, aquí está la respuesta a por qué el blanco y negro se encuentra cada día más próximo a nosotros.

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