Cultura

Javier Valenzuela, en defensa de la libertad (de libertario, no de liberal)

El periodista Javier Valenzuela.

Clara Morales

“El bien más preciado es la libertad”. Es el primer verso del estribillo de la que quizás sea la canción revolucionaria española menos pop, A las barricadas, himno del anarcosindicalismo español. Y es el título del último libro de Javier Valenzuela (Granada, 1954), periodista y colaborador de infoLibre. En él recoge el escritor sus artículos en este periódico, en el mensual tintaLibre, en Mercurio, en Ctxt y en Makma (revista que también edita ahora la recopilación), pero lo hace en torno a un eje: la libertad, ese “bien más preciado” y tan manoseado de un tiempo a esta parte. Se atreve el autor a ponerle subtítulo al conjunto: Artículos libertarios. Nunca ha escondido Javier Valenzuela su cercanía a la familia ideológica de Durruti, al que de hecho dedica un texto, pero la reivindicación suena especialmente valiente en el panorama actual, donde proclamarse socialista (¡no digamos comunista o anarquista!) ya es demasiado, y cuando la genealogía política libertaria parece haber quedado reducida a los márgenes incluso dentro de la memoria histórica.

En la portada del libro se observa —y observa al lector— una cara familiar: Emma Goldman, esa niña judía que siendo muy joven abandonó el Imperio ruso junto a su familia para emigrar a Estados Unidos y que se convertiría en un referente del movimiento, todavía hoy, en todo el mundo. A ella y a sus compañeras, ya fuera la estadounidense Voltairine de Cleyre o la española Lucía Sánchez Saornil, en el artículo “Libertarias”. Pero el autor rastrea sus referentes ideológicos en otros rincones de la historia no necesariamente rojinegros. Ahí está su visita a los padres fundadores de los Estados Unidos de América, “gente muy progresista para su tiempo” que “defendían la libertad, la pluralidad y el federalismo”. O a líderes de la desobediencia civil como Rosa Parks o Martin Luther King. O a escritores de muy diferente adscripción política, como Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Machado o Jean Genet. O al Sindicato Andaluz de Trabajadores y la lucha jornalera. Javier Valenzuela es constante en sus obsesiones y principios, de la gloria bohemia de Tánger, escenario de sus novelas Tangerina y Limones negros, al rechazo del autoritarismo, pero ecléctico en sus intereses y admiraciones.

Los artículos están dispuestos en orden cronológico inverso, en un viaje desde el cercano enero de 2021 hasta el ya lejanísimo 2015. El periodista añade un “Estribillo”: un texto publicado en 1983, cuando no había cumplido aún los treinta, en la revista Comunidad Escolar, nacida en aquel y en activo hasta 2012. Allí, en la tierna descripción de lo que es una clase para un niño de siete años, escribe por primera vez el que ahora toma como lema vital: “coderas en el jersey pero no en el alma”. “Envejecer físicamente es inevitable”, escribe en el prólogo, “pero hacerlo moral e intelectualmente supone una traición al niño que fuiste”. Y cita a Nietzsche: “La madurez es volver a encontrar la seriedad de los juegos de la infancia”. Es una forma de presumir de coherencia —bien escaso, como demuestra la hemeroteca—, pero también de señalar un camino que conduce a sí mismo. A aquel que empezó en la revista Ajoblanco, junto a firmas de prensa poco identificadas hoy con el anarquismo, y a quien entonces el director Pepe Ribas identificó como “libertario pragmático”.

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Este orden pone en primer plano las últimas discusiones y negociaciones sobre la palabra libertad, aunque el libro avance hacia terrenos menos machados por el hoy: qué lejanas parecen las plazas llenas del 15M, del que se cumplen 10 años en unos días, o los debates en torno a aquella acción del SAT en un supermercado, que el sindicato asaltó en 2012, en lo peor de la crisis, para alimentar a sus trabajadores. En cierto modo, el debate político actual parece haber llevado al autor back to basics. ¿Qué significa la libertad? En una clave claramente anarquista, Valenzuela dibuja una definición radicalmente distinta del lema electoral de Isabel Díaz Ayuso: “Menos poder para los Gobiernos y sus servicios policiales, menos poder para las grandes empresas petroleras y militares, menos poder para los bancos y las constructoras” y “más poder para los individuos, las minorías y las colectividades naturales como barrios, pueblos, comarcas y ciudades”.

En el otro extremo, sitúa a “los conservadores” que esconden tras la reclamación de libertad un truco “para disfrazar sus ideas y propósitos”. “Falsarios desvergonzados”, arremetía en un artículo de enero publicado en tintaLibre, “los reaccionarios emplean ahora la hermosa palabra libertad para justificar la explotación, la represión, la discriminación, la desigualdad, la evasión fiscal, la corrupción y la injusticia”. ¿El origen de este vuelvo semántico? La revolución conservadora encabezada en los setenta y ochenta por Thatcher y Reagan. “Siguieron llamando libertad —palabra que había terminado por convertirse en mayoritariamente prestigiosa entre los siglos XVIII y XX— a la defensa de intereses particulares como las rebajas de impuestos a las grandes fortunas y empresas”, escribe. Pero tras ese ejercicio de marketing, defiende Valenzuela, “siguen siendo tan autoritarios como sus ancestros del Ancien Régime, partidarios de un rebaño cuya seguridad esté garantizada por un pastor mandón”. Pero la libertad es inseparable de la responsabilidad, recuerda el autor. “Hoy, en el siglo XXI, la defensa de la libertad también implica desenmascarar a los que usan en vano su nombre”.

Pese a formar parte de una rama política familiarizada con el fracaso, los artículos reunidos en El bien más preciado tienen en común una cierta luminosidad. No es exactamente una confianza ciega en el futuro —aunque sí brinda por unos roaring twenties pospandemia—, sino más bien un aprendizaje del pasado. Las aventuras que Valenzuela menciona en estas páginas, desde la utopía de los padres fundadores estadounidenses hasta el movimiento por los derechos civiles de las personas negras, la revolución anarquista española en los años treinta o el mayo del 68 francés son experiencias quebradas, sueños cumplidos solo a medias. Sí. Pero también son grandes logros políticos que transformaron el mundo, enseñanzas prácticas de las que tomar nota, una memoria intelectual y política que enriquece, con sus éxitos y sus fracasos, los movimientos emancipadores del presente y del futuro. “No soy adivino, no sé por dónde irán la vida y la cultura tras la pandemia”, escribía Valenzuela el pasado enero —y seguramente siga sin saberlo—. “Pero sí tengo una idea clara de por dónde me gustaría que fueran. Me gustaría que la cultura liderara el reseteo del mundo tras la pandemia. Un mundo con menos autoridad y más libertad, igualdad y fraternidad. Menos obsesión por el mercado y más por la gente. Menos consumismo y más respeto a la Tierra. Menos envase y más contenido. Menos postureo y más felicidad. Menos conformismo y más atrevimiento”.

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