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Sin spoilers

'La mujer en la ventana': ¿Quién creería a la única testigo de un crimen con problemas mentales?

Amy Adams en la película 'La mujer en la ventana'.

Anaís Berdié (Insertos)

Desde que James Stewart, postrado en una silla de ruedas, se dedicara a investigar las costumbres de sus vecinos de enfrente, contemplar un crimen desde la ventana casi se ha convertido en un lugar común en el cine. En esta ocasión es Amy Adams, en la piel de la psicóloga Anna Fox, la que mira sin ser vista, retenida en su apartamento de Nueva York por una severa agorafobia, en La mujer en la ventana, la adaptación para el cine de la novela superventas de A. J. Finn.

Detrás de ese seudónimo estaba el editor neoyorquino Daniel Mallory quien, inspirándose en una de las obras más reconocidas de Alfred Hitchcock, sacó a relucir su propia experiencia recuperándose tras ser diagnosticado de un trastorno bipolar. De esa situación surgió la necesidad para el escritor de hablar de la soledad y la incomprensión que suelen ir asociadas a las enfermedades mentales, hasta desembocar en la principal pregunta que plantea esta historia: ¿quién está dispuesto a creer a la única testigo de un crimen, si se trata de alguien con problemas mentales?

Con la fiebre por los thriller psicológicos desatada por las novelas La chica del tren y Perdida, ambas llevadas también a la gran pantalla ―con más acierto la segunda de ellas, dirigida por David Fincher―, el libro de Mallory se convirtió en un éxito internacional en 2018 y su guion cayó poco después en las manos de Joe Wright, responsable de otras adaptaciones literarias como Expiación, Orgullo prejuicio y Anna Karenina.

El director británico quiere indagar con La mujer en la ventana en la diferencia entre la realidad objetiva y los hechos alterados por la visión subjetiva de cada uno, acrecentada en este caso por los problemas psicológicos de la protagonista. Por ello estamos ante una historia que reta al espectador a valorar por sí mismo si se cree la versión de la Dra. Fox o si, como el resto de personajes, ve lagunas en los argumentos que llevan a esta psicóloga a obsesionarse con la familia que vive al otro lado de la calle, los Russell. La situación llega al límite cuando cree presenciar un asesinato sobre el que no hay ninguna prueba más que su testimonio.

El cineasta Joe Wright y Amy Adams en la película 'La mujer en la ventana'. / Melinda Sue Gordon (NETFLIX)

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Con un importante trauma del pasado, una tendencia al alcoholismo y una visión propia de la realidad, la protagonista de La mujer en la ventana comparte muchas características con el formidable personaje que le valió a Amy Adams la nominación al Globo de Oro, la Camille Preaker de la miniserie Heridas abiertasHeridas abiertas. Pese a que ambas historias tienen un trasfondo similar, la puesta en escena en este caso no alcanza el listón marcado por aquella actuación visceral a la vez que contenida, sombría y compleja. La Dra. Anna Fox resulta en ocasiones afectada y hasta teatral, en una cinta que en su conjunto abusa del efectismo. Grandes movimientos de cámara, planos muy estilizados, colores saturados y parlamentos alargados más de la cuenta convierten una historia que pedía intimismo en un gran parque de atracciones del género.

Aunque el peso de la historia lo lleva Amy Adams, la acompaña un reparto lleno de grandes nombres, entre los que destacan Julianne Moore y Gary Oldman. Sus respectivos personajes están, no obstante, reducidos a su mínima expresión. Sobreviven en la trama con apenas unas pinceladas, como si realmente estuvieran siendo vistos desde la casa de enfrente. Y esa distancia, seguramente buscada, no juega en favor de la cinta, pues acaba generando una sensación de realidad impostada, que va aumentando en el último tercio de la película, hasta desembocar en un final en el que prácticamente todos los personajes tienen que autoexplicarse. Como si ninguno hubiera sido capaz de evolucionar con naturalidad ante los ojos del espectador.

La desesperación de esta mujer encerrada en su inmensa casa ―casi un personaje más de la película― en la que las amenazas reales se confunden y hasta se amplifican con las amenazas imaginarias, puede servir como vía de escape en tiempos de confinamiento. Un divertimento plagado de guiños al cine clásico pero que no aporta novedades importantes a uno de los géneros más demandados de los últimos tiempos.

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